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2. Capítulo: "Un Acuerdo"

A los días tendría que regresar a Buckland Company, su lugar de trabajo, sin embargo no tenía ganas. Había sido demasiado para ella. No podía siquiera pensar en laborar, aunque no tenía opción. El día viernes faltó a la universidad, compaginar estudios y trabajo no era fácil, pero lo intentaba.

Confirmar que diez obras suyas fueron compradas por un marchante de arte, aunque todas las obsequió a Bruce, no dejaba de ser un robo para ella. No solo se gastó su dinero en su amante, también echó por la borda el esmero y tiempo que puso en las pinturas, sobre todo, trituró el valor sentimental importandole un bledo.

Llevaba horas sin comer bien, no dormía lo suficiente y se sumió en la tristeza. El despecho la estaba devorando. En lugar de seguir llorandole a un tipo que no la merecía, rompió la cuerda que la apresaba con una salida de súbito al bar nocturno de la ciudad.

Estuvo tomando sin parar, bailando al ritmo pegajoso de la música. Hasta sentir el aliento a vodka y ginebra en su oreja, esa respiración masculina acompañada del ligero toque en su cintura. No huiría, ¿por qué hacerlo si no estaba mal? Solo cerró los ojos y se dejó llevar.

—¿Te la pasas bien?

—Eso creo —se mordió el labio, él la giró. Lo primero que adornó su campo visual, fueron sus ojos zafiros brillando en medio de la oscuridad palpitante. Se quedó sin palabras, raptada por su belleza descomunal. Era un tipo tan guapo y sexy, que no podía creer que estuviera ahí a pocos centímetros y fuera real —. Ahora me la paso mejor.

Por la forma en la que arrastraba las palabras, Oliver supo que estaba más ebria de lo que pensó. Parecía tan desorientada y tierna a la vez.

—¿Has venido sola? —quiso saber.

Ella hizo un puchero.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —dijo con torpeza —. ¿No puedo estar sola por ser una chica?

—No he dicho eso —deslizó una sonrisa que le derritió el corazón —. Yo he venido solo también, ya sabes, quería desestresarme, ¿y tú?

¿En serio era necesario contarle el vergonzoso motivo de su visita ahí?

—Solo quería hacer algo diferente —aseguró subiendo los hombros.

El hombre asintió, aunque presentía que ocultaba la verdadera razón.

—Hagamos algo distinto, entonces —pronunció acercándose más a su cuerpo, Pamela en algún punto lo sintió muy rápido y se alejó.

—Aguarda, no te conozco. ¿Cómo te llamas?

—Ah, ¿ese es el problema? Soy Oliver.

—Oliver —repitió como tonta —. Un gusto Oliver, yo soy Pamela. Puedes simplemente decirme Pam.

—Es un nombre precioso, como tú, Pam.

Hasta se sonrojó con ese cumplido.

—¿Por qué no vamos por algo de beber? —se aclaró la garganta.

—¿Aún puedes seguir bebiendo? —enarcó las cejas.

—¿Me subestimas? Vamos, puedo aún —aseguró tomándolo de la mano.

Juntos en la barra ordenaron bebidas. Oliver se divertía mucho con ella, rieron, conversaron tonteras; después de un rato Pamela se sentía fatal.

—¿Sabes qué? La vida no es justa para todos, no he tenido ni un solo día perfecto.

—¿Te ha pasado algo malo? Mis días tampoco son tan diferentes a los tuyos.

—¿Ah no? —lo miró —. No creo que estés lidiando con una ruptura o con la enfermedad de un familiar. Ese es mi caso, terminé con mi pareja, fue un completo idiota, lo es.

—Lo siento mucho, ¿por qué alguien le haría daño a una mujer tan hermosa y perfecta como tú? No lo comprendo.

Ella sonrió con tristeza.

—No deberías asegurar cosas sin conocerme, y nadie es perfecto —volvió a darle un sorbo a su bebida, él la detuvo.

—No más, es suficiente.

—No eres mi padre, Oliver —bufó.

—¿Hay alguien enfermo de tu familia?

Lo miró con los ojos acuosos.

—Mamá. ¡Oh dios mío! Mamá está tan mal, solo me tiene a mí, pero ya no sé qué haré para ayudarla. Tiene cáncer de mama, ya está un poco avanzado y empieza con el tratamiento en dos días. El idiota de mi exnovio se gastó el dinero que estuve ahorrando con tanto esfuerzo. ¿Cómo se supone que tome la situación? Debo hacer algo, tal vez acudir a un prestamista. Descuida, no quiero aburrirte con mi vida...

—No no, no te preocupes. Lamento lo de tu mamá, tu expareja actuó como un verdadero idiota, no tenía que hacer algo así, es tan cruel.

—Lo es, aún más sabiendo para qué era el dinero. Estoy sola, en aprietos, me las tengo que arreglar... —sorbió por la nariz.

—¿Cuánto necesitas? —quiso saber.

—Cincuenta mil dólares, y es solo el principio —anunció, ella pensó que se sorprendería con la cifra que soltó.

—Vale —emitió, brillaba delante de él su oportunidad de salir beneficiado de la situación al tiempo de echarle una mano a la joven en aprietos, solo le quedaban dos días para conseguir casarse —. Puedo darte ese dinero, tal vez te parezca difícil de creer, no te tomo del pelo, no bromeo.

—¿Eh? —abrió los ojos de par en par —. No es cierto.

—Es verdad. Pero quiero algo a cambio, deseo un favor de tu parte, ambos saldremos beneficiados —se apresuró en decirle.

Oliver no podía dejar pasar la chance de cumplir con esa clausura que dejó su abuelo, la que lo separaba de obtener ese certificado de herencia.

—Te escucho —terminó cediendo, pestañeando más atenta que nunca, hasta dejó de sentirse tan alcoholizada.

—Te inquieta saber que tu madre está enferma, no saber qué podría pasarle el día de mañana, me doy cuenta de que realmente quieres ayudarla, así que me ofrezco a correr con todos los gastos médicos, todo en absoluto —recalcó dejándola anonadada —. A cambio cásate conmigo, sé mi esposa. Solo tengo dos días para casarme.

—¿Y dices que no juegas conmigo? —negó con la cabeza —. ¿Por qué te casarías con una desconocida?

—¿Por qué no aceptarías mi propuesta? Te ayudaré con lo que necesitas, no pido que me ames de verdad, solo que formes parte de mi plan, necesito acceder a la herencia que mi abuelo me dejó, solo podré hacerlo una vez me case, y solo tengo dos días para hacerlo. En menos de un año se podrá disolver el matrimonio y cada quien volverá a su vida.

—¿Me darás cincuenta mil dólares por casarme contigo y fingir ser tu amada esposa durante un tiempo?

—No, te daré lo que mereces por ayudarme, y créeme que puedo ofrecerte hasta el mundo si eso necesitas —alardeó, dejándole saber lo poderoso que era —. ¿Cuánto tiempo te queda a ti para pagar el tratamiento?

—Dos días —expiró, aún estupefacta —. Solo tengo dos días.

—¿Qué dices? No hay tiempo que perder, ambos tenemos un plazo corto, no es momento de vacilar.

—Aún así es una locura —susurró, aunque necesitaba el dinero con urgencia y no se negaría a la oportunidad que se le servía en bandeja de oro —. Tengo condiciones, Oliver.

—Te escucho.

Se tomó algunos segundos.

—No tendré relaciones contigo, no me acostaré contigo durante el tiempo que estemos casados.

Él esbozó una sonrisa.

—No haré nada que no desees, a menos que lo consientas, no te tocaré —aseguró, y ella sintió un ligero escalofríos en su nuca y dorsal.

Tragó con dureza.

—Aún es irreal para mí, todo esto me parece ilógico y siento que mañana volveré a la realidad.

—Lo estás ahora mismo. Por eso, mañana iremos al registro, hay que tramitar todo, mientras más rápido nos casemos, será mejor —expresó y Pamela aún lo procesaba.

Era un cambio radical pasar de la ruptura a firmar un acta de matrimonio el día siguiente, del despecho a formar parte de una unión falsa. Pero su amor incondicional por su madre lo superaba todo, si eso significaba correr el riesgo por intentar salvarle la vida, valdría la pena.

—¿Quién eres en realidad? Digo, para ofrecer tanto dinero debes ser mafioso o un millonario. No hallo otra explicación —se atrevió a decir, consiguiendo una expresión divertida de su parte —. No es gracioso, al menos debo saberlo, ¿y si eres algún sicópata?

—¿Y qué si soy un demente? Ya has aceptado, aunque nuestro trato será sellado ahora mismo —lanzó sin darle tiempo de adivinar su propio movimiento, resultó ser un beso casto en sus labios, aunque solo fue un roce sorpresivo, la aturdió unos segundos —. Nuestro pacto ha sido ajustado.

—S-sí —musitó perdida en sus zafiros.

—Debería llevarte a casa, después de todo debo cuidar de mi futura esposa —mencionó con seriedad.

—No es necesario, no me pasará nada, vivo cerca de aquí.

—Aún así, no te aceptaré un no, ven —le tendió la mano.

No le quedó de otra que sostener sus dedos, dejarse conducir por él y abordar ese deportivo, sin reparar en más. No podía pensar en otra cosa que dormir, sus párpados se cerraban solos durante el camino, aunque se le había olvidado dictarle la dirección de su residencia.

—Pamela despierta o tendré que llevarte a mi casa —avisó en broma, se lo tomó como una advertencia, despertando de inmediato.

—Cierto... —dijo, le indicó el domicilio.

—De acuerdo.

Oliver la miró otra vez acomodarse en el asiento. Aunque parecía inofensiva, para sentirse seguro, averiguaría sobre ella un poco más. Así su apellido no caería sobre una persona que pudiera ponerlo en peligro.

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