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6. Capítulo: "Malas Intenciones"

Todavía le parecía una locura lo que le estaba ocurriendo, aún no lo terminaba de procesar. Durante mucho tiempo Pamela había idealizado ese día, como un momento único y especial, no que surgiera de la nada forzado o de forma interesada, no quería que sus ideales y sueños de niña, la aplastaran con la realidad o la señalaran por haberse unido a todo ese teatro.

—Oliver...

—¿Sí? —le respondió poniéndose en marcha, y mirándola de reojo antes de volver a poner toda su atención en la carretera.

—Gracias, ahora mamá podrá iniciar con el tratamiento. Y si no hubieras aparecido en mi vida, entonces no estaría pasando —emitió con la voz afectada debido a un mar de emociones que experimentaba y Oliver se sintió un poco triste por ella, más a sabiendas de que verdaderamente estaba pasando por un momento difícil.

—En ese caso también tengo que agradecerte por aceptar mi propuesta, solo aviso que es apenas el principio —agregó.

Pamela suspiró. Ya sé imaginaba que esos serían los meses más eternos de su vida; de solo pensar que tendría que permanecer a su lado durante esas semanas y fingir ser la esposa perfecta, ya estaba nerviosa, todo eso significaba un verdadero desafío, pero ella estaba dispuesta a tomarlo.

Era ganar y ganar.

—¿Me hablarías un poco de tu madre?

A la joven, la pregunta la tomó por sorpresa, pero no tenía ningún inconveniente en conversar un poco sobre su mamá, entendía perfectamente que el hombre quisiera saber un poco más sobre su vida, en especial de quién era su progenitora.

—Ella ha empeorado últimamente por su enfermedad, antes solía ser una mujer alegre y decidida, aunque creo que todavía es perseverante y no se deja vencer fácilmente. Yo no he dejado de estar a su lado a pesar de que estudio y trabajo y muchas veces no tengo tiempo para ir a verle. Me siento mal sabiendo que sufre demasiado todos los días, si pudiera ponerme un su lugar, entonces lo haría sin dudar para no verla aquejada, deprimida...

Ya no pudo seguir hablando, un nudo se le había quedado atascado en la garganta, impidiendo que siguiera el hilo de la conversación.

—No te preocupes, no tienes que seguir. Lo siento mucho, tal vez no debí cuestionar al respecto —comentó apenado —. Espero de todo corazón que tu madre se pueda recuperar.

Ella tragó duro y se secó el rostro.

—Sé que no existen los milagros, que cualquier cosa puede suceder, yo estoy al tanto de que el dinero no es garantía de que ella se va a salvar. Y es que al final todo queda en manos de los doctores y no hay nada completamente claro. El panorama está tan nublado... —emitió sorbiendo por la nariz

—Incluso cuando hay una tormenta pasando inesperadamente, se asomará el sol. Por eso no tienes de qué preocuparte, solo confía en que ocurrirá lo mejor.

—Gracias.

Él sonrió.

...

Llegar a casa la tranquilizó, pero en el fondo no se sentía la misma. De un momento a otro se había convertido en la esposa de un desconocido. Ella siempre había dicho que haría lo que sea por su madre, y ahora que lo hizo, se lo estaba cuestionando.

No, no había un anillo en su mano, pero sí aquella cifra exorbitante de dinero en su cuenta. Sabía que las cosas no serían iguales. Ahora todo había cambiado, sin embargo, era algo bueno para su mamá. La vida le sonría, no de la manera que estaba esperando.

Suspiró hondo.

Pamela se dejó caer sobre el sofá, mientras seguía echándole un vistazo al teléfono, volviendo a leer ese mensaje que no dejaba de dejarla un poco atónita y es que era más de lo que necesitaba, aunque de nada servía decirle a ese hombre que no, porque él era muy insistente al respecto.

Sí bien gracias a él ya no tendría que preocuparse por el dinero destinado a todo el tratamiento de su madre y lo que necesitaba, ahora tendría que poner de su parte para llevar a cabo un papel que no sabía muy bien cómo iba a desempeñar, y es que a ciencia cierta ni siquiera sabía en dónde se había metido, solo estaba segura de que nada sería fácil.

Pero, pensar en que su madre se pondría bien o al menos ya tenía la posibilidad de curarse, era lo único que necesitaba recordar siempre, solo así se sentía más ligera, el peso disminuía.

Ella era el impulso, las alas, el aliento y el empuje.

La joven tomó las llaves de la casa que me entregó Oliver y la dejó en el centro de la mesita, por supuesto no estaba de acuerdo con la idea de irse a vivir bajo el mismo techo que un hombre que no dejaba de ser un desconocido. No había opción, al menos su corazón le decía que podía quedarse tranquila, y su mente a la par ya le gritaba todo lo opuesto.

No es como si podía renunciar.

Lo mismo le estaba ocurriendo con el trabajo, ser aprendiz de la compañía prestigiosa de marketing y publicidad era un tremendo privilegio que no podía desperdiciar, esa oportunidad con la que muchos soñaban y que ella vivía. Ya no estaba segura de cuál era el curso que tomarían las cosas debido al comportamiento diferente y extraño de parte de su jefe.

Ya no seguiría dándole vueltas al asunto. Se levantó del sofá y se dirigió a la habitación para tomar una ducha corta. Ese lunes por la noche se puso a repasar pendientes de la universidad, alternando con algunos informes que debía redactar para la compañía.

Se puso algo cómodo del armario y se sentó frente a su portátil. A pesar de clavar la mirada en la pantalla, su mente divagaba en su presente, en el ahora. En como todo había cambiado con rapidez. El giro que la vida le daba a todo en absoluto.

Era demasiado sencillo asegurar con palabras que podría olvidarse de su novio como si nada o una tarea fácil prometer que ya no le importaba y que lo sacaría de su corazón a patadas. Pero, ¡Cuan grande mentira resultaba ser eso!

Haber convivido durante tanto tiempo con Bruce, lo acercó a ella lo suficiente para volverse alguien especial. Ni hablar de Gabriela. Ella, la peor, había tirado a la basura años de amistad por un hombre, aunque ya no sabía si podía llamarle "amistad", una amiga no le robaba el novio a su mejor amiga.

Y ella lo hizo.

Ring ring, sonó su teléfono en ese momento, cuando se disponía a llamar a su mamá, el ruido la distrajo de avanzar por ese rumbo que la perjudicaba emocionalmente.

(Oliver: ¿Podemos quedar mañana? Hay algunos temas que quiero tocar contigo)

El martes estaría ocupada. Resopló sobre el aparato, no estaba segura de poder ir a verle. Estaba a poco de darle una negativa, cuando recordó que no era como si podía hacerle desplantes.

(Pamela: De acuerdo, solo dime dónde y la hora. Así podré consultar mi horario, debo trabajar media jornada y estudiar por la tarde)

Antes de recibir una repuesta, sonó el timbre de la casa. No sabía quién podía ser. Fastidiada por lo mismo, se puso en pies y fue averiguarlo. Al abrir la puerta se quedó estática, ya el aire le faltaba, sentía que caería desmayada por verlo ahí. Era irreal.

—Señor Tom, ¿q-qué hace aquí? —soltó espantada. No le hacía bien verle en su domicilio.

Tenía tanto miedo. Su sonrisa malvada, llena de malas intenciones, le dejó saber que por nada bueno había ido.

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