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El Acuerdo Con El CEO
El Acuerdo Con El CEO
Por: DaysyEscritora
1. Capítulo: "El Engaño"

Pamela se dio cuenta de que el dinero de su cuenta bancaria había desaparecido, que todo lo que ahorró para costear el tratamiento de su madre se esfumó, lo peor de todo es que el historial reveló que alguien estuvo de compras. Se le detuvo el corazón; además de ella, solo su novio tenía acceso a la cuenta.

Todo el cuerpo le tiritó, la ansiedad surgía en forma de espiral dentro de sí. No quería hacerse a ideas locas, pero nada era improbable.

La clase de artes terminaba dentro de media hora, ahí no podía usar su móvil. Así que no lo llamó al teléfono, solo se fue a casa, ya hablaría con él, pero algo no andaba bien. Lo hacía ya en el trabajo, sin embargo, ruidos extraños provenientes de la segunda planta, la alertaron.

¿Alguien se había metido a su casa?

Pamela dejó de revisar esa tarjeta de contacto que halló en la mesita del recibidor que no tenía idea de por qué estaba ahí, era de una academia importante de arte. Ahora reparaba en los sonidos misteriosos; estuvo a punto de marcarle a la policía, si no fuera por esa risita femenina y familiar.

Con sigilo subió los peldaños de las escaleras.

Solo fue cuestión de subir y asomarse a la habitación, la puerta permanecía entornada, y se le abrieron los ojos como platos, ante una detestable escena.

—¡¿Qué crees que están haciendo?! —exclamó deteniendo a los dos, quienes la miraron con sorpresa, con la expresión fantasmal en sus rostros.

Ella apretó los dientes, la furia corría por sus venas, su corazón imperiosamente latía debido al enojo que sentía. Bruce, su novio, el amor de su vida, que le había prometido estar para ella en las buenas y en malas, incluso esperarla hasta que estuviera preparada de dar ese paso para estar con él, la engañó con esa mujer. La confianza de Pamela se quebró de solo ver a ese par de mentirosos besándose, a punto de quitarse toda la ropa.

¡Estaban en su habitación! Y de solo imaginar lo que estaba por ocurrir, se sentía destruida.

El descarado de Bruce, aún expuesto siendo infiel, intentaría de manera estúpida rogarle a Pamela, asegurando que ella era la única en su vida.

—Cariño, no es lo que piensas. Solo déjame explicarte... —le rogó acercándose a la joven, quien lo miraba con asco y decepción, y sobre su hombro asesinaba con sus orbes a Gabriela.

La cara de vergüenza se le caía a la morena, ni siquiera podía mirarla a los ojos. Y es que, las dos habiendo cursado la primaria hasta los estudios superiores, habían mantenido una amistad estrecha, o eso creyó, ya que se estaba despedazando en cuestión de segundos.

—¡No me puedes decir algo tan estúpido! Bruce, ¿cómo me pides que te escuche? ¡No tienes ningún derecho! —apuntó con los ojos llenos de lágrimas.

Él se frotó la barbilla con frustración. Sabía que metió la pata, que ya no había vuelta atrás. Pero en realidad ella nunca le importó de verdad. Solo era su pase de "oro" para amasar una fortuna. Al menos había estado ganando dinero a su costa.

—Pam... —susurró la aludida con vacilación, ya había terminado de subirse el jeans.

Era otra actriz más, fingiendo pesar.

—¡No me llames así! Eres una traidora, Gabriela. No sé cómo pude confiar en ti. ¡¿En serio has estado conmigo, mientras te acostabas con mi novio?! —reclamó furiosa, al borde de perder el poco juicio que le quedaba —. Es inaceptable, ustedes me dan asco.

Y como si no era suficiente, Gabriela ya dejaba de verse arrepentida y sacaba la garras.

—¿Cómo le llamas traición? Solo te hice un favor, porque Bruce realmente no te ama —se atrevió a espetar, claramente con veneno, la sorna se dejaba ver en sus labios curvados —. No te ama, Pamela, dile Bruce, acaba de una vez por todas con esto. ¡Solo sigues con ella porque es ilusa! Porque te interesa más el dinero. ¡Vamos, no te quedes callado!

¿Ilusa? Eso le rompió el corazón, se le hizo trizas su órgano vital. Más allá de eso, ¿cómo es que Bruce estaba con ella por dinero? Más bien luchaba día a día para ganarse el pan, no era millonaria. No daba crédito a lo que pasaba. Lo peor es que el mencionado se indignaba, como si fuera una víctima y no el causante de todo ese desastre.

—¡¿Podrías guardar silencio?! Solo sal de aquí —demandó con fiereza a la tercera en discordia.

Pamela se contuvo para no tomarla del pelo cuando pasó por su lado, ahora necesitaba descargar toda su ira sobre ese hombre. Impactó su palma sobre su mejilla, soltando improperios.

—¿Por qué Gabriela? ¡Respóndeme infeliz! —empezó a golpear su pecho, llena de enojo y dolor —. Yo que puse mi confianza en ti, que solo quería ser feliz...

—Pamela, cariño, por favor...

—¡Que no me llames así, imbécil! —escupió soltándose de su agarre y volvió a darle una bofetada —. Supongo que es lo único que sabes decir, no puedes demostrar tu inocencia porque eres culpable. Solo espero que la vida te cobre el mal que me has hecho. ¡Vete de aquí, recoge tus cosas y lárgate!

—¿Por que tendría que irme? —desafió cambiando de actitud, altanero —. Este lugar lo he pagado también.

—¿Se supone que yo deba irme? —gruñó.

—¿No crees que esperé demasiado? ¡Dos años contigo, pero aún no estás lista para estar conmigo! Es tu culpa, Pamela —aseveró, su barata excusa que lo volvía más miserable.

Si bien Pamela no había tenido intimidad con Bruce, es porque estaba esperando el momento indicado, pensaba que una vez casados se entregaría por completo a él, nada de lo que Bruce dijera, lo hacía tener la razón.

—¡Eres un idiota, Bruce! ¿Por qué esa mujer dice que solo estás conmigo por dinero? ¡Habla de una vez! —exigió empujándolo por el pecho, el tipejo se quedó en silencio —. ¿Por qué te quedas callado?

—¿Qué se supone que te diga? —bufó.

Ella se cubrió los labios, enardecida.

—A todo esto, ¿dónde está el dinero, Bruce? —lo enfrentó —. ¡¿Qué has hecho con el dinero de mamá?!

—Bien, me iré —declaró sin confesar aún lo que hizo con los miles de dólares que estuvo ahorrando con el sudor de su frente, para la mejora de su madre.

—¿No piensas admitirlo? De seguro también ella tiene que ver en todo, ¿no es así? —se exasperó, aborrecía que no fuera capaz de sincerarse.

—Si quieres que te diga que lo he gastado en Gabriela, lo hice. ¿Qué si estuve todo este tiempo contigo interesadamente y no por amor? ¡Sí! Nunca te amé, ¿cómo podría amar a alguien como tú? Pamela, no tienes idea del desafío que es estar bajo el mismo techo que una mojigata —escupió sin tacto y se aproximó a su rostro, la perforaba con sus ojos verdes en los que alguna vez se vio reflejada con amor, ahora solo maldad lo habitaban —. Eres muy ingenua, ¿lo sabías?

—¿C-cómo te atreves? —tartamudeó con un hueco en el pecho que se hacía más profundo con cada palabra viperina —. ¿Por qué actúas como un monstruo ahora?

—Siempre he sido una bestia, que tú seas inocente no es mi problema. Ah, eres una excelente pintora, algo bueno tenías que hacer —agregó algo que ni al caso, aunque conectando todo, lo tuvo claro.

Claramente su habilidad en el arte le había sido de provecho a Bruce. Ya se dejaba ver la punta del iceberg, suficiente para Pamela concluir con que vivió engañada todo ese tiempo.

Fue el golpe fatal que la hizo caer de rodillas, mientras ese idiota salía por la puerta grande, sintiéndose victorioso. ¡Ese cretino se atrevió a usarla solamente! No lo podía creer. Entonces los cuadros que alguna vez pintó para él, no los conservó en algún lugar, habían sido vendidos.

Recordó la tarjeta en el recibidor, la de aquella academia. Era otro golpe asestando su corazón.

Pamela enterró la cabeza en sus manos, embravecida y llorando a mares. Era tan patético todo. Pero volviendo la vista al frente encontró la razón de levantarse y seguir adelante. Aunque el caos ya estaba desatado y el perfume asqueroso de esa mujer seguía clavado en su nariz: se vengaría a como de lugar.

Y, Bruce no merecía ni una sola de sus lágrimas. Se secó los ojos brusca y se puso en pies.

Pero se derrumbó otra vez al recordar que no sabía qué hacer para reunir todo el dinero perdido por su culpa.

Su mamá estaba cada vez peor, ya a solo días de empezar con el tratamiento contra el cáncer, que siendo ya avanzado, costearlo era una cuestión difícil. Y volvía al punto de partida, sin un centavo para cubrir los gastos.

—¡Te odio, Bruce, te detesto con todo mi ser! —gritó revolviendo el lugar, destrozando cuanto podía. Gritó hasta que le dolió la garganta y se desahogó lo que pudo.

Aún no terminaba, todavía estaba llena de resentimiento y le deseó lo peor a ese tipo que solo se burló de ella.

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