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4. Capítulo: "Adiós, Soltería"

—No, no pasa nada. Bueno, puede que solo nos hemos visto por ahí. ¿Laboras aquí?

—Sí, soy aprendiz, de hecho el señor Tom Morrison es mi jefe —expiró —. ¿Y tú? No te había visto por aquí. Lo siento, tal vez no debería ser tan informal.

—Descuida, es porque soy nueva, me llamo Luna. Soy asistente del señor... —se frenó, no podía decir su nombre, Oliver le pidió que mantuviera el secreto de su ingreso a la compañía.

—Ya te acordarás, Luna, a mí también me costó aprenderme los nombres. Debo seguir trabajando —avisó yéndose.

Luna volvió a la oficina de Oliver. Tenía que contarle sobre eso.

—Señor —soltó presentándose en su despacho —. Acabo de ver a la chica, a Pamela Mansfield y es empleada de aquí, aprendiz de Tom Morrison.

—¿Tom Morrison? Debería ponerme al día con los que estás a cargo de cada función aquí, ¿estás segura de que es ella? —se frotó la barbilla.

—Sí, es la misma, debería decirle que es el dueño. ¿No se lo mencionó?

—De ninguna manera, Luna —la miró serio —. Puede que siga aquí, pero no sabrá que soy el dueño y el director general de Buckland Company. ¿Ya me tienes sus antecedentes?

—Estoy en ello, señor.

—Bien, dámelo de inmediato. El casamiento es esta tarde —le recordó.

—Señor, debería aplazarlo un poco, digo, podría casarse mañana.

—¿No me conoces? Ya he fijado una fecha, una hora y no lo cambiaré. El tiempo se acaba, tan pronto se trámite nuestra unión, me podré quedar tranquilo.

Luna no dijo más. Estuvo más de una hora metida en la web, girando alrededor de la chica. En ese tiempo le pidió a un amigo investigador, que le ayudara. Redactó el informe y se lo entregó a Oliver, quien estaba ansioso por informarse.

—Has hecho un buen trabajo como siempre —emitió al ver todas las líneas.

—Gracias señor, ¿quiere que vaya por un café?

—No, quédate. Por cierto, ¿según mi itinerario debo estar presente en la junta de mañana?

—También hubo una reunión hoy, no fue necesaria su presencia, pasa lo contrario con la reunión de mañana. Debe estar allí sin falta.

—No estaré si Pamela asiste —sacudió la cabeza —. No puedo creer que trabaje aquí, es más que una coincidencia, tal vez una señal...

—Entonces le notificaré al saberlo.

—Bien, por cierto, ve a presentarte ante Tom Morrison, solo limitate a decir que eres la nueva asistente del presidente.

—De acuerdo.

Su asistente salió del despacho. Él se aflojó la corbata y leyó lo que su asistente indagó de la chica.

"Pamela Mansfield, estudiante del tercer semestre de artes en la University N.Y. Su padre murió de causas desconocidas cuando solo tenía nueve años, mantuvo una relación con Bruce Feldman de veinticuatro años, terminando hace poco. Trabaja como aprendiz en Buckland Company. Es hija única, por lo que debe hacerse cargo de su madre enferma y de todo lo que necesita...

Dejó de leer. Era suficiente, no era un maleante o una persona peligrosa.

Se casaría con ella.

...

Otra vez se repetía lo mismo, no entendía su insistencia por saber lo que ella deseaba. Tom, no parecía la misma persona. Y Pamela tenía un mal presentimiento, como si el tipo quería hacerle algo malo. No estaba segura de nada en absoluto.

—¿Por qué sigue con eso?

Retrocedió hasta chocar con la pared. Ya tenía el corazón en un puño.

—Puedo ofrecerte algo mejor —la acorraló, Pamela tragó con dureza.

—Por favor, quítese, no siga con esto.

—Quieres dejar de ser una aprendiz, ¿no?

—Sí —contuvo el aliento —. Pero me lo ganaré a pulso.

—Eso es creer en cuentos de hadas. Solo te pediré un favor a cambio de darte lo que desees —emitió rozando su mejilla y ella giró el rostro.

Ya no soportaba su repulsivo comportamiento. Lo que Tom no sabía es que la asistente, Luna, observaba por la puerta entreabierta. Se cubrió la boca, escuchó todo en absoluto. Ese tipo acosaba a la aprendiz, era un indecente con ella, tenía que comunicarle eso a Oliver. Incluso si no se tratase de Pamela, debía hacer lo correcto.

—¿Qué clase de favor? —preguntó, aún sabiendo a qué se refería.

—Te lo puedo demostrar ahora mismo —fue su respuesta antes de intentar besarla y ella no se dejó. Lo eludió escapando de su encarcelamiento.

Luna se retiró urgida para no ser vista. Llegó respirando con dificultad a la oficina de Oliver. Incluso tuvo que sostenerse de sus rodillas, recuperando el oxígeno que perdió.

—¿No puedes tocar antes de entrar? Pero qué...

—Señor, lo siento. Pero tiene que saber esto.

...

Pamela se encerró en el baño y empezó a llorar, era tan terrible, le daba tanto asco que incluso vomitó un poco. Odiaba con todo su corazón lo que ese señor intentó. Ella había sido muy respetuosa y responsable con todo. No merecía ese trato, ella ni otra mujer tenía que pasar por todo eso.

Linda llegaba en un mal momento.

—¿Qué sucede?

Ya era la segunda vez que la encontraba actuando raro.

—De pronto me atacó un malestar, me iré a casa.

—¿Qué? Es imposible, el señor Morrison no te lo permitirá.

—¡Pues me importa un bledo lo que ese viejo verde diga! —exclamó sin pensar.

Linda abrió los ojos de par en par, sin dar crédito. No sabía por qué ella decía eso. Pero algo realmente malo tuvo que haber ocurrido para encontrarla así y tan agitada. Aunado a ello, había estado llorando.

Pamela se había ido. Linda se lavó las manos en el lavabo, después de eso salió, todavía con la incertidumbre clavada en su cabeza.

Sentía tanta ira, que no le importaba irse antes de que terminara la jornada laboral.

En casa, maldijo, no quería tener que ir al registro civil. No deseaba hacerlo ese día; solo quería quedarse en su habitación y olvidarse de la realidad.

Era la primera vez que alguien la acosaba en el trabajo, no podía ser peor su vida. Tampoco podía darse el lujo de perder ese empleo que le ayudaba para sostenerse.

Su móvil sonó. Oliver llamaba.

Se aclaró la garganta y tomó una bocanada de aire, antes de descolgar.

—Oliver...

—¿Dónde estás? —cuestionó, su tono de voz tenía un tinte de molestia, o solo era su impresión.

—En casa.

—Pero si la jornada... ¿Ya terminaste de trabajar?

—Digamos que sí —susurró echándole un vistazo a todas las facturas esparcidas sobre la mesita de centro.

—Bien, ¿todo está en orden?

—¿A qué te refieres? No me echaré para atrás, cumpliré con lo que me has pedido —anunció sorbiendo por la nariz.

Oliver, al otro lado de la línea, no sabía qué hacer para que ella le confirmara lo que vivió en la compañía. Era imposible que se lo dijera. Sentía impotencia de lo que pasó. ¿Cómo es que en su compañía pasaban ese tipo de situaciones? Le indignada saber la actitud del Marketing Manager con su aprendiz, con ella.

Por lo que tomaría cartas en el asunto.

—No me refiero a eso, o sí —disimuló con rapidez —. El registro de nuestra unión marital será un proceso breve, solo ponte algo decente, te pasaré buscando a las cinco.

—¿En media hora?

—Así es. Tienes treinta minutos para arreglarte, nos vemos —y le colgó.

Ella se quedó odiando su demanda. Pero no podía hacer nada para cambiarlo, y retractarse era algo imposible, no con las deudas que tenía, además de recordar lo que debía pagar sí o sí mañana de su madre. A ella la llamaría al regresar del registro para saber cómo estaba, su progenitora estaba bajo los cuidados de una amiga cercana.

Ahora se estaba mentalizando lo que ocurriría, le diría adiós a la soltería.

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