Conrado se encontraba en la sala de espera de la clínica donde estaba su esposa, se pasaba la mano por la cabeza en un gesto desesperado, no sabe por qué ella se había negado todo ese tiempo a decirle la verdad, si él hubiera sabido antes de su enfermedad habría hecho lo imposible para salvarle la vida, pero ahora ya era muy tarde.
Su corazón latía aceleradamente mientras esperaba noticias sobre el estado de su esposa, Laura, quien luchaba contra un cáncer en el útero. Repentinamente, puerta se abrió y la enfermera se acercó a Conrado con gesto compasivo.
—Señor Abad, el estado de su esposa ha empeorado y su esposa quiere hablar con usted. Le recomendaría que vaya a verla de inmediato —dijo con suavidad mirando al hombre con lástima, y es que a cualquiera le causaría pesar ver la expresión de dolor en su rostro.
Ante las palabras de la mujer, Conrado se levantó de un salto, su rostro palideció aún más. Siguió a la enfermera por los largos pasillos del hospital, le parecía como si estuviera caminando hacia la muerte, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cada paso era una tortura, su mente se llenaba de pensamientos temerosos.
Finalmente, llegaron a la habitación de Laura. La enfermera le dio una mirada comprensiva y se retiró, dejando a Conrado solo con su esposa.
El hombre se acercó a la cama, su corazón se detuvo al ver el rostro demacrado de Laura, su cuerpo frágil y débil, sin embargo, ella sonreía y extendía la mano hacia él con un gesto de amor.
—Conrado, mi amor, llegó el momento de decir adiós —pronunció la mujer con voz entrecortada.
El hombre cayó de rodillas a su lado mientras no dejaba de abrazarla, sentía como si le hubieran enterrado un puñal en el pecho, el dolor era desgarrador y casi no podía ni siquiera pronunciar palabras, las lágrimas brotaron sin control de sus ojos mientras tomaba la mano de Laura con ternura.
—Laura, mi amor, por favor no digas eso… no estoy preparado para perderte —susurró con voz entrecortada, luchando por contener el torrente de emociones que lo embargaba.
Laura abrió los ojos débilmente y lo miró con una mirada llena de amor y tristeza.
—Conrado, mi amor... no llores. Te quiero tanto… debes entender que mi vida en esta tierra ha llegado a su fin —dijo con una voz apenas audible.
Las lágrimas seguían fluyendo por el rostro de Conrado mientras acariciaba suavemente el cabello de Laura.
—No puedes irte, Grecia y yo te necesitamos, debes luchar, por favor. Me duele tanto verte así. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar —pronunció sin dejar de sollozar.
Laura hizo un esfuerzo por sonreír, aunque el dolor se reflejaba en cada rasgo de su rostro.
—Siempre hemos enfrentado juntos los desafíos de la vida, Conrado. Esta no es una excepción, porque quiero que sepas que aunque no esté físicamente, espiritualmente estaré a tu lado, cuidando de ti y de nuestra hija, siempre estarás en mi corazón, además, seguro pronto te encontrarás una chica buena que los ame.Conrado apretó la mano de Laura con fuerza, sintiendo la calidez que aún quedaba en ella, al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—No puedo imaginar mi vida sin ti, Laura. Eres mi compañera, mi mejor amiga, mi todo — murmuró entre sollozos.
La mujer hizo un gesto débil para que Conrado se acercara. Su respiración era cada vez más pausada, su voz apenas un susurro.
—Prométeme que encontrarás la fuerza para seguir adelante, que serás feliz y que cuidarás de nuestra hija —le pidió la mujer mientras el esternón de la muerte comenzaba a aparecer.
Las palabras de su esposa resonaron en el alma de Conrado. Su voz era una mezcla de amor y despedida.
—No Laura.
—Prométemelo —repitió ella—, solo así podré irme tranquila.
—Te lo prometo. Cuidaré de Grecia, la amaré como tú lo harías. Pero siempre llevaré tu recuerdo en mi corazón.
Un silencio cargado de dolor llenó la habitación mientras Conrado continuaba aferrado a la mano de Laura, a medida que la vida se le desvanecía sintió una profunda tristeza y un vacío en su corazón.
Su esposa comenzó a emitir suspiros mientras la vida se escapaba poco a poco de su cuerpo, sus lágrimas caían silenciosamente mientras el sonido de las máquinas y los murmullos del hospital se disiparon en segundo plano, él la abrazó aferrándose a ella, queriendo darle un halo de soplo de vida, besó sus labios, mientras rogaba al cielo que todo eso se tratara de una pesadilla, pero todo fue en vano, el sonido de la máquina le indicó que ella se había ido.
—¡Laura, Laura! ¡No te vayas! ¡No me dejes solo! —gritaba su nombre con desesperación.
En ese momento, una enfermera entró en la habitación, interrumpiendo el abrazo de despedida, se acercó y revisó a la paciente.
—Lo siento mucho, señor, pero su esposa ha fallecido —dijo en voz baja.
Conrado se quedó inmóvil, sin poder procesar las palabras que acababa de escuchar. El mundo parecía derrumbarse a su alrededor mientras una oleada de dolor y desesperación lo envolvió por completo. Un grito desgarrador escapó de su garganta, liberando toda la tristeza y el tormento que llevaba dentro.
A Salomé de nada le sirvieron sus súplicas, lamentos y juramentos de que jamás le había sido infiel, no hubo poder humano que hiciera desistir a Joaquín de su decisión, por eso se vio en la calle, con esa torrencial lluvia, mientras su pequeña no dejaba de llorar. —Mami, teno fío —dijo la pequeña.
Salomé estaba en la habitación que compartía con su hija, observándola con tristeza, por fin se había quedado dormida, había pasado horas llorando, se le partía el corazón de verla así, todos los días era la misma rutina, porque se había acostumbrado a dormir en el pecho de su padre, y ahora, a su p
Salomé regresó a la casa de su amiga furiosa con el hombre, no podía creer que fuera un arrogante y grosero, envió a la niñera y se quedó con las niñas, para su alivio estaban dormidas, y se acostó a un lado en silencio, mientras no dejaba de despotricar en su interior contra el hombre.Cuando ya se
—Discúlpeme, yo no he dicho eso, puede haber otras explicaciones. Una prueba de ADN confirmaría cualquier hipótesis, pero lo importante ahora es la salud de la niña —respondió el médico tratando de calmar la situación. Conrado miró fijamente al médico, asimilando lentamente la información que acaba
Salomé se quedó atónita, con los billetes esparcidos por el suelo. La furia y el desprecio en los ojos del hombre eran evidentes. No podía creer lo que estaba pasando. Había ido a ese lugar, a ver si solucionaba su situación económica porque necesitaba un lugar a donde ir, nunca se imaginó que se en
—¿Va a donar la sangre? —preguntó el médico y ella asintió. —Si doctor, dígame que debo hacer. El médico la llevó a una habitación contigua, donde le preguntó por su historial médico, pidió sus datos y le hizo algunas pruebas para asegurarse de que era apta para donar. Salomé se sentía débil, pero
Salomé había salido del Centro médico, luego de haber donado sangre, pero no se sentía muy bien, estaba mareada, y todo le daba vueltas, quizás era porque no había comido nada, pero no tenía tiempo para recuperarse, debía irse directo a su trabajo, porque ya iba con retraso.Caminó con premura hasta
Joaquín sonreía triunfante, sintiendo el placer de haberla lastimado aún más. Pero lo que no se esperó, fue la reacción de Salomé. La mujer se limpió el rostro con determinación y lo miró con ojos llenos de coraje. Sintió cómo su cuerpo tembló y sus las lágrimas se detuvieron, algo en ella se encen