Conrado siguió acariciándola, mientras dos de sus dedos entraban y salían de su cuerpo, produciéndole una inmensa cantidad de placer. Ella tembló de deseo y las sensaciones se hicieron cada vez más intensas en ella. —¿Vas a parar? —preguntó Salomé entre jadeos, no sabía si podía aguantar mucho más
Dicho eso cortó la llamada. —¿Y este señor que se cree que va a venir a mandar en nosotros? Además, tenemos tres, pero yo solo le he hecho dar a luz a uno —dijo molesto por lo entrometido de Graymond, pero a decir verdad, él ya había pensado en esa posibilidad, no quería a su esposa sufriendo. De
—Jefe, lo siento, pudimos contactarlos, pero ellos se niegan a venir —declaró Kistong un poco nervioso, porque sabía que Graymond Ballmer, no aceptaba un no por respuesta. —Dame la dirección, porque me parece mal hecho de su parte, que no quieran conocer a la única hija de su hermana, la que lo dio
—¡Eso no puede ser! Nadie… me dijo nada —manifestó con una mezcla de sorpresa y de conmoción. —La respuesta que le dieron a mi asistente es que ni usted ni su hermana querían conocerlos. Michael negó con la cabeza. —Eso no es cierto, a mí nadie me preguntó. Voy a preguntarle a Cassy para ver si a
Salomé se rio al ver la reacción de sus hijas. —¡Líbreme Dios! Pobres novios y esposos con unas mujeres tan celosas como las hijas mías. Definitivamente, lo que se hereda no se hurta —pronunció con un suspiro. —Mamá, nuestro abuelo Graymond jamás tendrá a alguien más, porque si eso pasa —dijo Fabi
Salomé se encontraba en su acogedora casa jugando con su adorada bebé de dos años y su esposo, antes de irse al trabajo. La risa melodiosa de la niña llenaba la habitación mientras los tres se deleitaban en su mundo de juegos y ternura.Era un momento de tranquilidad y felicidad para ellos.—Me ten
Conrado se encontraba en la sala de espera de la clínica donde estaba su esposa, se pasaba la mano por la cabeza en un gesto desesperado, no sabe por qué ella se había negado todo ese tiempo a decirle la verdad, si él hubiera sabido antes de su enfermedad habría hecho lo imposible para salvarle la v
A Salomé de nada le sirvieron sus súplicas, lamentos y juramentos de que jamás le había sido infiel, no hubo poder humano que hiciera desistir a Joaquín de su decisión, por eso se vio en la calle, con esa torrencial lluvia, mientras su pequeña no dejaba de llorar. —Mami, teno fío —dijo la pequeña.