Capítulo 0006

—Discúlpeme, yo no he dicho eso, puede haber otras explicaciones. Una prueba de ADN confirmaría cualquier hipótesis, pero lo importante ahora es la salud de la niña —respondió el médico tratando de calmar la situación.

Conrado miró fijamente al médico, asimilando lentamente la información que acababa de recibir. Su mente se llenó de preguntas y dudas. ¿Cómo era posible que su hija no tuviera su mismo tipo de sangre que él y su esposa? ¿Qué significaba eso para su relación con su esposa? La confusión y el dolor lo abrumaban.

—Doctor, haga lo que sea necesario para salvar a mi hija. A mí no me importa si es o no mi hija biológica, para mi ella es mi hija y siempre lo será. Nada cambiará eso —dijo Conrado con determinación, luchando por mantenerse firme a pesar de la tormenta emocional que lo invadía.

El médico asintió comprensivamente.

—El problema es que en el banco de sangre no tenemos ese tipo —dijo el médico preocupado por la reacción que podía tener el hombre ante esa situación.

—¡Melquiades! —gritó y un hombre igual en tamaño que él, pero más ancho apareció por la puerta.

—Ve y llévate a todos los hombres que puedas y pregunten en cada uno de los pisos de este edificio quien es O negativo, necesito encontrar alguien que sea el donante para mi hija —señaló con firmeza.

—Y si encontramos a alguien y no quiere donarla.

—¡Entonces lo obligas! Pero necesito a esa persona para salvar la vida de mi hija, y no te atrevas a llegar sin ella —expresó con determinación.

El hombre asintió y salió corriendo para cumplir la orden de su jefe.

Conrado salió del lugar donde estaba con el médico, y caminó hasta el balcón que tenía el piso, sacó un cigarrillo y comenzó a fumar, sin detener sus pensamientos, numerosas hipótesis acudían a su mente.

Pensó en Laura, la mujer que fue su esposa y la madre de Grecia. Recordó los momentos de felicidad que habían compartido, también algunos desencuentros. Se preguntó si todo había sido una farsa, si ella le había ocultado algo tan importante como la verdadera paternidad de su hija. Y su respuesta fue negativa, ella era una mujer íntegra, confiaba en ella y sería incapaz de engañarlo.

Apenas tenía dos minutos de estar reflexionando cuando apareció Ninibeth.

—¿Escuchaste al doctor? —interrogó en tono quisquilloso.

—Por supuesto que escuché, no soy sordo —murmuró sin ninguna expresión en su rostro.

—¿No sé cómo pudo ser capaz de serte infiel? Estoy tan avergonzada, jamás pensé que mi hermana fuera una zorra —dijo la mujer con un sollozó.

La expresión del hombre cambió a una de rabia, apretó la mandíbula con fuerza, sentía tanta tensión que parecía que sus dientes se le partirían.

—¡Cierra tu boca! O juro que te la cierro yo —espetó con firmeza—, no trates de enlodar los recuerdos de Laura, era una buena mujer, no sé qué habrá pasado, pero ella me amaba y jamás hubiera sido capaz de serme infiel… voy a buscar una explicación, pero una vez que Grecia esté a salvo.

—Si no es tu hija no te deberías quedar con ella, ¿Por qué cargarías con una niña que no es tu sangre? ―inquirió.

Conrado la miró con rabia, si había algo que no le permitía a nadie es que cuestionaran sus decisiones, con el dolor que pululaba en su pecho la tomó por el mentón y la recostó de la balaustrada del balcón, la mujer no pudo evitar sentir miedo, mientras acercaba su boca tan cerca de su rostro que hasta podía sentir su aliento.

―Te voy a decir algo Ninibeth, aunque ya deberías saberlo, si no tienes nada que decir, mantén tu boca cerrada, no hagas que te la cierre yo mismo… y con mi hija no te metas, ¡Es mía! Y si resulta que no soy su padre biológico, seguiré siendo su padre, porque nadie le quitará su papel en mi vida y eso es bueno que lo tengas en mente.

—Lo siento, Conrado. No quise ofenderte —murmuró Ninibeth, temblando por la intimidación que acababa de experimentar.

Conrado soltó su agarre y dio un paso atrás, tratando de controlar su ira.

—No quiero discutir contigo, Ninibeth. Estoy pasando por un momento muy difícil y necesito mantener la calma. Pero no toleraré que hables mal de Laura ni pongas en duda la paternidad y mi amor por mi hija, ¿entendido? —susurró con firmeza.

Ninibeth asintió con los ojos llenos de lágrimas, arrepentida de sus palabras impulsivas. Era consciente de que había cruzado una línea y que había lastimado a Conrado en un momento de vulnerabilidad y se había expuesto, por eso intentó hacerse la afectada.

—Lo siento, Conrado. No debí decir esas cosas. Es que tenía tanta miedo y vergüenza de ti, por favor, olvida eso. Entiendo que estés preocupado por tu hija y haré todo lo posible por apoyarte en este momento difícil.

Conrado suspiró, tratando de calmar su agitada mente, se giró y la mujer respiró aliviada, él pensó que Ninibeth también estaba asustada y reaccionó de manera inapropiada. No quería empeorar la situación, así que decidió aceptar su disculpa.

—Está bien, Ninibeth. Todos estamos bajo mucha presión en este momento. Vamos a tratar de mantener la calma y encontrar una solución para Grecia. Eso es lo más importante ahora.

Ambos se quedaron en silencio durante unos momentos, contemplando el paisaje desde el balcón. El estrés y la incertidumbre llenaban el aire, pero también existía una determinación para enfrentar la situación.

—Conrado, ¿crees que encontraremos a alguien con el mismo tipo de sangre de Grecia? —preguntó Ninibeth, rompiendo el silencio.

Conrado miró a lo lejos, perdido en sus pensamientos. Aunque las posibilidades parecían escasas, se aferraba a la esperanza.

—No lo sé, Ninibeth. Pero vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para encontrar a alguien compatible. No importa si ella es o no es mi hija biológica, lo único que importa ahora es su salud y su bienestar. Haré lo que sea necesario para asegurarme de que reciba el tratamiento adecuado.

Ninibeth asintió, con una mirada de determinación en sus ojos.

—Estoy contigo en esto, Conrado. No importa lo que suceda, seré tu apoyo. Juntos superaremos esta situación y encontraremos una manera de salvar a Grecia.

Conrado sonrió levemente, agradecido por el cambio en Ninibeth.

—Gracias, Ninibeth. Significa mucho para mí tener a alguien en estos momentos difíciles.

—¿Conrado? —él se giró hacia ella— ¿Me permites abrazarte?

Y sin esperar respuesta se abrazó a él, se sintió incómodo, estaba a punto de empujarla para apartarla, cuando apareció Melquiades.

—Encontramos a una mujer, pero estaba preguntando cuánto le pagaban por donar sangre.

—¿La trajiste?

—Está en el banco de sangre.

—Debiste haberla traído, vamos allá y reza para que no se haya ido, porque de lo contrario tú pagarás por ello —declaró con expresión férrea.

****

Salomé se había levantado temprano, mucho antes que los ocupantes de la casa, se arregló ella y a su niña, y salió a llevarla al preescolar, necesitaba conseguir el dinero que le faltaba para poder mudarse de casa de su amiga.

De allí tomó un transporte para el principal centro médico de salud privada del país, luego de preguntar en información, sobre en donde estaba el banco de sangre, caminó hasta allí, cuando estaba llegando, un hombre de casi dos metros de alto y ancho se le acercó.

—¿Qué tipo de sangre tiene? —interrogó sin ninguna simpatía, ella no pudo evitar sentirse nerviosa.

—O negativo.

—La necesitamos como donante, pase al banco de sangre —dijo el hombre con firmeza.

—Pero… yo quería ver, cuánto me pagan, no voy a regalar mi sangre, vine a venderla porque necesito dinero… —trató de explicarse y el hombre no lo permitió.

—Usted va a donar para mi jefe. Sáquenle toda la sangre que necesite —Le avisó a la enfermera y esta asintió—, vengo en un momento.

—¿Usted viene por el señor Abad? —interrogó la enfermera.

—No, yo vine porque necesito dinero. Quiero saber cuánto me pagan —dijo Salomé y la enfermera sonrió.

—Está bien, vaya al frente una oficina y pregunte, luego ellos vienen y la traen hasta acá.

—Gracias muy amable.

Cuando ella iba saliendo, sintió que alguien le tomó del brazo con fuerza, se giró y vio al mismo hombre de la fiesta de su amiga Julia.

—¡Usted!

—Así que eres tú la pesetera, que se niega a donar la sangre que necesita mi hija por dinero, no esperaba menos de la mujer que se cuela en fiestas donde no está invitada a seducir a los hombres. ¿Quieres dinero? ¿Es eso lo que quieres? —el hombre sacó su cartera y le arrojó muchos billetes a la cara—, allí lo tienes, ahora dónale la sangre a mi hija —declaró con fiereza— ¿O acaso no llego a tu precio?

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