El día se fue pasando. Una enfermera se presentó ante Abigail para decirle que sería ella quien cuidaría del niño en todo lo referente a sus cuidados especiales, y le informó que un médico especialista vendría a diario para hacerle una revisión.
Sonrió aliviada. Aunque el niño hasta ahora se había portado muy normalmente, prefería estos cuidados.
Luego de airear lo suficiente la habitación recién pintada, por fin Samuel pudo dormir tranquilo en ella. La enfermera estaría con él todo el tiempo.
Había suficiente personal para cuidar de él. Las muchachas del servicio, una llamada Katie y la otra Julie, estuvieron a su lado cuando ella empezó a organizar la ropita del bebé ayudándola a guardar todo en el armario de la habitación. Notó que, aunque ella era suficiente para hacerlo todo, el
Un largo suspiró salió de labios de Michaela, que yacía boca arriba en su cama mirando el techo.¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué las cosas eran así? ¿Por qué no era una chica normal viviendo en su propio espacio lejos del ruido y la falta de privacidad?Ni ella ni Peter podían desligarse de la familia, y eso estaba trayendo consecuencias para su relación. ¡No habían podido estar juntos!Primero, él tenía que cuidar de su hermana y su sobrina. Su presupuesto siempre era bastante ajustado, y en el caso de que empezara a ganar más dinero por los trabajos que constantemente hacía para Hugh Hamilton, entonces su plan era sacar a su hermana y a su sobrina de ese barrio en el que vivían. Si bien el edificio había tenido varias mejoras desde que Maurice era el dueño, el barrio seguía siendo el mismo.Hele
—¡Samuel! –exclamó Abigail, y corrió a la cuna antes de que Maurice pudiera alzarlo.Esto se estaba convirtiendo en leitmotiv de esta casa, y no pudo evitar apretar los dientes.—¿Cuándo podré alzarlo sin que estalles en una crisis de nervios? –le reclamó él—. Es mi hijo. Tengo derecho a alzarlo.—¡No alces la voz frente a Samuel! –lo reprendió ella, y comprendiendo que ella tenía razón, salió de la habitación del niño bastante furioso. Abigail se tardó bastante con su hijo, que había empezado a llorar segundos antes de que llegara. Le cambió el pañal y lo preparó para irse a dormir. Le habló y le dijo cosas hasta que el niño se quedó dormido y tranquilo en su cuna.Regresó a su habitación y se encontró allí a Mauric
Cuando se apartó un poco para mirarla, encontró que ella tenía la mirada perdida y el ceño fruncido. Tal vez estaba digiriendo todo lo que acababa de decirle.Suspirando, se alejó de ella unos pasos.—Ahora es tu turno –dijo—. Es tu turno de decir la verdad—. La vio menear la cabeza, como si se rehusara a hablar, y permanecieron en silencio por largo rato—. ¿Tienes miedo? –preguntó él, y ella al fin lo miró.—Te he amado desde siempre –dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Pero no soy, ni por asomo, la mujer que piensas que soy. No soy una heroína digna de tu historia; no soy decidida, no soy una guerrera que puede luchar siquiera por sí misma.—¿De qué estás hablando?—¿Chocolates? –preguntó ella—. ¿Mark Twain? –él, sabiendo a qu&eac
—Viéndolo todo ahora –dijo él, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación—, fue una bendición que Stephanie muriera… si fuera la prima divorciada… sería diferente entre los dos—. Ella asintió.—De todos modos, divorciarse era su propósito desde el principio, según lo que me contó Arthur.—¿Divorciarse?—Claro. Divorciarse, y conociéndola, de fracasar en ese cometido… enviudar… —él la miró elevando una ceja.—¿Hasta allá? ¿Crees que hubiera sido capaz? –ella se encogió de hombros.—Ella lo quería todo. Tu dinero, tus casas, todo, y empezó a maquinar una acusación de infidelidad para ti. Es decir… ella… quería hacerte pasar por infiel, o que en realidad lo fueras, pero&helli
Amaneció y Abigail bajó a desayunar a la mesa principal. Maurice siempre desayunaba solo, así que fue una sorpresa verla allí. Ella le sonrió radiante, y él sintió una punzada en el estómago… y otros sitios.—¿Está todo bien? –le preguntó él. Ella asintió.—El día está precioso –dijo ella señalando por los ventanales que daban al jardín. Él miró, y era verdad. Era un día de primavera realmente hermoso—. Según el pronóstico del tiempo –siguió ella—. No habrá lluvia.—Qué bueno –farfulló él. Era una conversación excitante: el clima.—Tal vez… salga con Samuel para aprovechar el sol—. Él asintió.—Me parece bien.—Y… ¿Puedo… sa
—¿Abigail? –preguntó Maurice por teléfono. Que ella lo llamara era de verdad una sorpresa.—Ma… Maurice… —y estaba tartamudeando, notó.—¿Pasó algo? ¿Samuel está bien?—No… quiero decir… sí… es que… ¿Puedo… puedo ir a verte? –Maurice miró en derredor. Su oficina estaba un poco llena de gente, y de verdad tenía mucho trabajo, pero algo que sabía de Abigail es que nunca intentaba llamar la atención sobre sí misma si no era por una importante razón. Ni siquiera en el pasado lo llamó interrumpiendo su trabajo, y ahora ella tenía un tono de voz casi angustioso.—Claro. Ven a verme –le contestó. Esto trastornaría un poco su horario, pero era lo mejor para enterarse de una vez acerca de qué estaba pasando.&md
—¡La tía, verdaderamente, es un asunto serio! –dijo Arthur poniéndose en pie y cruzándose de brazos mientras caminaba por el jardín. Abigail estaba sentada en un diván de exterior hecho en rattan oscuro, con su techado del mismo material, mientras Samuel descansaba en su sillita, parpadeando tal vez por el exceso de luz, y moviendo sus piernitas y bracitos. De vez en cuando, Abigail lo mecía y él se quedaba quieto por unos segundos, pero luego volvía a moverse como exigiendo la misma atención.—Por un momento pensé… que tú se lo habías dicho –siguió Abigail en voz baja, y Arthur la miró de reojo.—Me pediste que no lo hiciera, ¿no?—Pero…—Ahora me alegro de haberte hecho caso. Debió enterarse de otro modo, igual… no es un secreto que vives aquí y tienes un
Maurice entró a la mansión y encontró las luces apagadas. Miró su reloj, eran las diez de la noche.Suspirando, subió las escaleras, y antes de internarse en su habitación, entró a la de su hijo. Encontró allí a Katie, que intentaba calmar a Samuel.—¿Le pasa algo? –preguntó Maurice acercándose y tomando al niño en brazos.—Él… tiene hambre –él miró a la joven extrañado—. No… no quiere recibir el biberón. Quiere a su mamá.—¿Y Abby?—La señora está dormida.—¿Qué? –preguntó él sumamente consternado. Algo que sabía él era que Abigail tenía el sueño del gato, tan ligero, que el más mínimo ruido la despertaba, sobre todo si el ruido provenía de