Michaela miraba la puerta de arribo del aeropuerto esperando a Peter. Hacía un año se había ido a Londres y no había vuelto ni una vez. Ella había ido a verlo, obviamente, pero fueron visitas de días, y de eso hacía cuatro meses… y lo extrañaba, lo extrañaba horrores.
De pronto lo vio. Estaba completamente abrigado, con una pequeña boina a cuadros, una bufanda alrededor de su cuello, un abrigo que se veía caro, y ella prácticamente corrió a él.
Se detuvo a sólo un paso, sintiéndose insegura. ¿Habrían cambiado las cosas? Él ahora era un hombre de mundo, seguramente en Londres había conocido muchas otras mujeres.
—¿Michaela? –preguntó él, mirándola un poco admirado. Se había preparado para que le saltara encima, y ella se había quedado congelada.
—¿David? –llamó Marissa mirándolo. Él había estado mirando por la ventana de la habitación que daba a los jardines de entrada, pero se giró a ella y sonrió—. No me digas que estás preocupado por Michaela. ¿Tengo que decirte que ella no volverá a casa esta noche? Es una adulta, por Dios… —Marissa iba a decir algo más, como que debía considerar que su hermana no se había ido de casa como habría sido lo normal sólo por su abuela, pero que desde hacía tiempo la joven había estado deseando su independencia, y que ahora que Peter había vuelto de su viaje era altamente probable que al fin lo hiciera. Hasta la abuela Agatha tendría al fin que comprender que la niña de la casa se había convertido en una mujer.Era una ley de la vida. Los niños crecían y se iban de casa. Ella
—Es increíble que no puedas hacer una cosa por ti misma. En serio, Abigail. ¿Tengo que recordarte cada cosa a cada instante? –exclamó Theresa Livingstone a su hija—. Te dije claramente que tenías que venir en ayunas, ¿es que no puedes mantener esa boca cerrada? Si tu padre no fuera un hombre que gana dinero, nos habrías arruinado hace tiempo porque no paras de comer y comer. ¡Mírate! ¡Avergüenzas!Abigail apretó los dientes sin decir nada, y luego miró fuera del auto en el que iban a través de la ventanilla. No había querido ir en ayunas a la cita de ahora porque nunca era necesario, y tampoco era como si hubiese acabado con las reservas de la casa; ¡sólo se había tomado un jugo de naranja! La regañina de su madre no sólo era injusta, sino también innecesaria, pues nunca le hacían un examen que requiriera ir en ayunas.
—¡A que no adivinas a quién vimos anoche en la gala! –exclamó Candace Chandler, la menor de las cuatro hermanas Livingstone sentándose en el mueble de la sala de su madre mientras ésta tejía algo, y mirando a Charlotte y Christine que conversaban en voz baja mientras tomaban su té y hojeaban revistas de moda. Charlotte la miró sin mucho interés; ella no había ido a la gala, y por lo tanto no tenía mucho que compartir acerca de ella.—¿Al presidente de los Estados Unidos?—No seas tonta, el presidente está de gira por Europa. ¡¡A Maurice Ramsay!! –al escuchar el nombre, Abigail levantó de inmediato la cabeza y miró a su hermana menor fijamente.—¿Ese? –preguntó Theresa—. ¿En una reunión social? No me digas que… ¿piensa volver?—No lo
—Parece que alguien intentó colarse –rio Marissa ocupándose del velo del vestido de novia de Diana para que entrara al auto que los llevaría al sitio de la recepción. Se hallaban a la salida de la iglesia, y aún había mucha gente allí viendo cómo se despedían los novios y se internaban en el auto.—Pero la iglesia es un sitio público –dijo Meredith mirándola interrogante—. Cualquiera puede asistir a la ceremonia.—Elegimos un día como este para que no hubiese intrusos, y aun así…—Ya decía yo que había más gente de la esperada –dijo David, mirando en derredor—. Pero como no conozco a ninguno, no sabría decir quién es quién.—No exageres, conoces casi a la mitad –lo riñó Marissa echándole malos ojos, y él sólo sonri&oac
Abigail esperaba a su madre en la cafetería de la clínica donde el doctor John Frederick tenía su consultorio. Se arrebujó un poco con su chaqueta de lana, pues estaba siendo un día frío, y se dedicó a mirar lejos perdida en sus pensamientos. Hacía un mes había visto a Maurice, y los pocos instantes en que lo tuvo delante venían a su memoria una y otra vez. A veces para suspirar, hoy, para dejarla demasiado inquieta.Los años habían pasado sobre él. Se veía mayor, aunque debía tener treinta y un años, pero sus ojos no brillaban, su sonrisa no era fácil, y había amargura en el fondo de su alma. Todo tenía una justificación, pero eso mismo no dejaba de preocuparla.¿Cómo podría ella acercarse a él? Lo había intentado ya, pero había sido nefasto, él simplemente creyó
Maurice entró al edificio donde tenía su pequeño apartamento y caminó esquivando el elevador, que estaba fuera de servicio por reparación, aunque dudaba que fueran a arreglarlo en un futuro cercano. En las escaleras se encontró a Helen, que venía con su niña en brazos y lo detuvo.—Tienes visita esperando fuera de tu puerta –le informó.—¿Visita? –preguntó él—. ¿David? ¿Daniel?—No, una mujer…—¿Diana? ¿Michaela, Marissa?—No. Míralo tú mismo. Yo sólo digo que es muy guapa. No sabía que te gustaban pelirrojas—. Helen siguió de largo y no pudo ver que Maurice había palidecido. Se quedó allí, con los pies en diferentes escalones sintiéndose de repente sin fuerza para avanzar.Una pelirroja. Había muchas p
Abigail vio el taxi alejarse sabiendo que no tenía caso seguir corriendo. Además, su estado físico a causa de su asma era tan malo, que tuvo que detenerse. Acababa de tener un ataque ahora, no podía provocar otro tan pronto.Sus ojos se humedecieron y miró en derredor. Las cosas habían salido terriblemente mal. Había sospechado que Maurice la rechazaría al primer intento, pero no imaginó que le fuera a ir así. ¿Y ahora, qué haría?Miró el sobre médico en sus manos y lo apretó con fuerza. Hacía unas semanas, había encontrado esto en la cafetería de una clínica, y lo había duplicado tan bien con su propio nombre que no parecía falsificado.De adolescente, había leído una novela donde la protagonista había conseguido así casarse con el amor de su vida, y habían sido
Maurice llegó a eso de las dos de la tarde al edificio con aire distraído. Estaba pensando en la ropa que necesitaba comprar y el tedio que le daba empezar a dar vueltas por las tiendas para ello. Pero ahora que debía proyectar la imagen de un próspero hombre de negocios, sus jeans y camisetas habían pasado a la historia. Tal vez también debía quitarse la barba.Se paseó las manos por ella sintiendo un poco de pesar; se había acostumbrado a llevarla, así que decidió posponerlo.Al llegar al piso donde estaba su apartamento la vio, y de inmediato dio la media vuelta. Ella corrió a él.—¡Por favor! –suplicó—. ¡Eres mi única esperanza! –Maurice se volvió a girar y caminó en derredor como si buscara algo—. ¿Qué… qué pasa?—Estoy buscando las cámaras.&md