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Abigail le daba de comer a Samuel mientras pensaba, pensaba y pensaba. Estaba exprimiendo su cerebro, y estaba segura de que, de no hallar una solución pronto, sus neuronas terminarían fundidas.

Necesitaba escapar, necesitaba salir de aquí. ¿Pero, cómo?

Miró a su hijo pegado a su pecho, alimentándose tranquilamente, con un pañal seco y ropa limpia. Era todo lo que un bebé necesitaba, y sonrió acariciando su suave cabello negro.

Minutos después su hijo quedó satisfecho y se separó de ella con sus ojitos entreabiertos y una expresión de complacencia. Una gota de leche se había quedado en su labio inferior y ella lo secó con ternura.

—Tenemos que salir de aquí –dijo, acomodándoselo sobre el pecho y dándole palmaditas en la espalda con suavidad.

Caminó al ventanal y miró hacia abajo

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