—¿Qué? –preguntó Candace con ojos casi desorbitados. Nunca habían visto a Abigail así.
—¿Estás sorprendida? –preguntó Abigail sonriendo, y se veía tan hermosa y tan amenazante, que Christine incluso miró en derredor ubicando las salidas—. ¿Nunca te imaginaste que tu hermanita mayor te pudiera hablar así? –aquello fue un poco impactante para las tres. En algún momento de la historia habían olvidado que Abigail era, después de todo, la mayor de las tres—. Prácticamente las vi nacer, crecer, y echarse a perder. Las conozco muy bien, conozco lo rastreras que son, lo podrido que están sus corazones. ¡No se atrevan a hablar de Maurice! Cuando Stephanie lo embaucó, la apoyaron todo lo que fue necesario para mantenerlo cegado, pero luego renegaron de ella cuando murió víctima de sus propios actos. E
Candace iba muda. No podía ser. Todo esto tenía que ser mentira. No podía ser.Se detuvo en su camino y miró la fachada de la mansión. Sus hermanas no paraban de cotorrear hablando mal de Abigail, diciendo que era una presumida, que ahora que lo tenía todo se sentía por encima de ellas, que siempre habían sabido que no era ninguna tonta, y, por el contrario, era dueña de una mente siniestra y calculadora.Tiene que ser mentira, se volvió a decir, y desanduvo los pasos volviendo a la mansión.—¿A dónde vas? –le preguntó Charlotte.—Tengo que verlo por mí misma –contestó Candace—. Abigail fue una tonta reprimida toda su vida, no puede una persona de repente sacar tanta sabiduría de la nada.—¿Sabiduría? ¿Llamas a la sarta de sandeces que dijo sabiduría? &nd
Candace entró a su habitación con los hombros caídos, mirando en derredor su preciosa habitación, pero sintiéndose miserable.—¿Eres tú, Candy? –preguntó su marido, y ella hizo un sonido de asentimiento. Él estaba en el cuarto del guardarropa, seguramente.Se sentó en el filo de la cama mirando al vacío.No habían conseguido nada yendo a la casa de Abigail. El propósito había sido intimidarla como siempre hacían, acorralarla y obligarla a que retirara la demanda contra su padre. Todo había salido al revés.Luego de ver a su hermana mayor con su marido, gimiendo de tal manera, recibiendo tales mimos y tales palabras de amor, cada una había salido por su lado; ni siquiera se habían vuelto a mirar las caras entre ellas, mucho menos hacerse un comentario.Era chocante. La tímida tartamuda que se bloquea
Theresa Livingstone llamó a la puerta de su hija Candace sintiendo el retumbar de su corazón en su pecho. Este no era el magnífico pent-house que había compartido con Leonard Chandler, era un poco más modesto, pero de igual manera, decía por todos lados “dinero”.Esperaba que su hija menor sí la atendiera y le ayudara. Había sido un completo fracaso el haber ido a ver a las otras dos.Un hombre abrió la puerta, y Theresa abrió un poco su boca. Era guapo, vestía una sencilla camiseta con el nombre de alguna universidad en frente y la hizo pasar. Candace estaba en la cocina, y al ver a su madre, respiró profundo.—Bueno, las dejo a solas –dijo el hombre, y Theresa lo miró hasta que desapareció tras la puerta. Se giró a mirar a Candace.—¿Quién… quién es este?—¿Es esa la primer
Michaela miraba la puerta de arribo del aeropuerto esperando a Peter. Hacía un año se había ido a Londres y no había vuelto ni una vez. Ella había ido a verlo, obviamente, pero fueron visitas de días, y de eso hacía cuatro meses… y lo extrañaba, lo extrañaba horrores.De pronto lo vio. Estaba completamente abrigado, con una pequeña boina a cuadros, una bufanda alrededor de su cuello, un abrigo que se veía caro, y ella prácticamente corrió a él.Se detuvo a sólo un paso, sintiéndose insegura. ¿Habrían cambiado las cosas? Él ahora era un hombre de mundo, seguramente en Londres había conocido muchas otras mujeres.—¿Michaela? –preguntó él, mirándola un poco admirado. Se había preparado para que le saltara encima, y ella se había quedado congelada.
—¿David? –llamó Marissa mirándolo. Él había estado mirando por la ventana de la habitación que daba a los jardines de entrada, pero se giró a ella y sonrió—. No me digas que estás preocupado por Michaela. ¿Tengo que decirte que ella no volverá a casa esta noche? Es una adulta, por Dios… —Marissa iba a decir algo más, como que debía considerar que su hermana no se había ido de casa como habría sido lo normal sólo por su abuela, pero que desde hacía tiempo la joven había estado deseando su independencia, y que ahora que Peter había vuelto de su viaje era altamente probable que al fin lo hiciera. Hasta la abuela Agatha tendría al fin que comprender que la niña de la casa se había convertido en una mujer.Era una ley de la vida. Los niños crecían y se iban de casa. Ella
—Es increíble que no puedas hacer una cosa por ti misma. En serio, Abigail. ¿Tengo que recordarte cada cosa a cada instante? –exclamó Theresa Livingstone a su hija—. Te dije claramente que tenías que venir en ayunas, ¿es que no puedes mantener esa boca cerrada? Si tu padre no fuera un hombre que gana dinero, nos habrías arruinado hace tiempo porque no paras de comer y comer. ¡Mírate! ¡Avergüenzas!Abigail apretó los dientes sin decir nada, y luego miró fuera del auto en el que iban a través de la ventanilla. No había querido ir en ayunas a la cita de ahora porque nunca era necesario, y tampoco era como si hubiese acabado con las reservas de la casa; ¡sólo se había tomado un jugo de naranja! La regañina de su madre no sólo era injusta, sino también innecesaria, pues nunca le hacían un examen que requiriera ir en ayunas.
—¡A que no adivinas a quién vimos anoche en la gala! –exclamó Candace Chandler, la menor de las cuatro hermanas Livingstone sentándose en el mueble de la sala de su madre mientras ésta tejía algo, y mirando a Charlotte y Christine que conversaban en voz baja mientras tomaban su té y hojeaban revistas de moda. Charlotte la miró sin mucho interés; ella no había ido a la gala, y por lo tanto no tenía mucho que compartir acerca de ella.—¿Al presidente de los Estados Unidos?—No seas tonta, el presidente está de gira por Europa. ¡¡A Maurice Ramsay!! –al escuchar el nombre, Abigail levantó de inmediato la cabeza y miró a su hermana menor fijamente.—¿Ese? –preguntó Theresa—. ¿En una reunión social? No me digas que… ¿piensa volver?—No lo
—Parece que alguien intentó colarse –rio Marissa ocupándose del velo del vestido de novia de Diana para que entrara al auto que los llevaría al sitio de la recepción. Se hallaban a la salida de la iglesia, y aún había mucha gente allí viendo cómo se despedían los novios y se internaban en el auto.—Pero la iglesia es un sitio público –dijo Meredith mirándola interrogante—. Cualquiera puede asistir a la ceremonia.—Elegimos un día como este para que no hubiese intrusos, y aun así…—Ya decía yo que había más gente de la esperada –dijo David, mirando en derredor—. Pero como no conozco a ninguno, no sabría decir quién es quién.—No exageres, conoces casi a la mitad –lo riñó Marissa echándole malos ojos, y él sólo sonri&oac