—Viéndolo todo ahora –dijo él, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación—, fue una bendición que Stephanie muriera… si fuera la prima divorciada… sería diferente entre los dos—. Ella asintió.
—De todos modos, divorciarse era su propósito desde el principio, según lo que me contó Arthur.
—¿Divorciarse?
—Claro. Divorciarse, y conociéndola, de fracasar en ese cometido… enviudar… —él la miró elevando una ceja.
—¿Hasta allá? ¿Crees que hubiera sido capaz? –ella se encogió de hombros.
—Ella lo quería todo. Tu dinero, tus casas, todo, y empezó a maquinar una acusación de infidelidad para ti. Es decir… ella… quería hacerte pasar por infiel, o que en realidad lo fueras, pero&helli
Amaneció y Abigail bajó a desayunar a la mesa principal. Maurice siempre desayunaba solo, así que fue una sorpresa verla allí. Ella le sonrió radiante, y él sintió una punzada en el estómago… y otros sitios.—¿Está todo bien? –le preguntó él. Ella asintió.—El día está precioso –dijo ella señalando por los ventanales que daban al jardín. Él miró, y era verdad. Era un día de primavera realmente hermoso—. Según el pronóstico del tiempo –siguió ella—. No habrá lluvia.—Qué bueno –farfulló él. Era una conversación excitante: el clima.—Tal vez… salga con Samuel para aprovechar el sol—. Él asintió.—Me parece bien.—Y… ¿Puedo… sa
—¿Abigail? –preguntó Maurice por teléfono. Que ella lo llamara era de verdad una sorpresa.—Ma… Maurice… —y estaba tartamudeando, notó.—¿Pasó algo? ¿Samuel está bien?—No… quiero decir… sí… es que… ¿Puedo… puedo ir a verte? –Maurice miró en derredor. Su oficina estaba un poco llena de gente, y de verdad tenía mucho trabajo, pero algo que sabía de Abigail es que nunca intentaba llamar la atención sobre sí misma si no era por una importante razón. Ni siquiera en el pasado lo llamó interrumpiendo su trabajo, y ahora ella tenía un tono de voz casi angustioso.—Claro. Ven a verme –le contestó. Esto trastornaría un poco su horario, pero era lo mejor para enterarse de una vez acerca de qué estaba pasando.&md
—¡La tía, verdaderamente, es un asunto serio! –dijo Arthur poniéndose en pie y cruzándose de brazos mientras caminaba por el jardín. Abigail estaba sentada en un diván de exterior hecho en rattan oscuro, con su techado del mismo material, mientras Samuel descansaba en su sillita, parpadeando tal vez por el exceso de luz, y moviendo sus piernitas y bracitos. De vez en cuando, Abigail lo mecía y él se quedaba quieto por unos segundos, pero luego volvía a moverse como exigiendo la misma atención.—Por un momento pensé… que tú se lo habías dicho –siguió Abigail en voz baja, y Arthur la miró de reojo.—Me pediste que no lo hiciera, ¿no?—Pero…—Ahora me alegro de haberte hecho caso. Debió enterarse de otro modo, igual… no es un secreto que vives aquí y tienes un
Maurice entró a la mansión y encontró las luces apagadas. Miró su reloj, eran las diez de la noche.Suspirando, subió las escaleras, y antes de internarse en su habitación, entró a la de su hijo. Encontró allí a Katie, que intentaba calmar a Samuel.—¿Le pasa algo? –preguntó Maurice acercándose y tomando al niño en brazos.—Él… tiene hambre –él miró a la joven extrañado—. No… no quiere recibir el biberón. Quiere a su mamá.—¿Y Abby?—La señora está dormida.—¿Qué? –preguntó él sumamente consternado. Algo que sabía él era que Abigail tenía el sueño del gato, tan ligero, que el más mínimo ruido la despertaba, sobre todo si el ruido provenía de
Luego de acicalarse, aplicarse una gotita de perfume y acomodar su cabello, salió a la habitación, esperaba encontrar a Maurice también preparado y tal vez en la cama, pero él no estaba por allí.—¿Maurice? –lo llamó, a medida que un mal presentimiento se apoderaba de ella. Caminó por la estancia buscándolo, pero no lo halló, y cada vez que lo llamó, sólo el silencio le contestó.Claro, pensó sentándose en el borde del colchón. Él no debía querer una noche donde sólo se abrazaran el uno al otro. Sólo besos no debían ser suficientes para él.Sintió un peso en su pecho y le entraron ganas de llorar, sobre todo cuando pasaron los minutos y él no aparecía.Tal vez no estaba tan guapa. Tal vez no lo atraía ya como antes. Después de todo, estaba tan gorda y fofa&h
Agatha miraba a Michaela hablar en voz baja con Peter, mientras ella sostenía una libreta en la mano con un lápiz y él su teléfono haciendo cuentas y dictándole cifras. Hablaban en voz muy baja, y no podía saber de qué trataba exactamente lo que hablaban, pero esto no le daba buena espina.David llegó junto a Marissa y poco le prestó atención al par de jóvenes que algo planeaban, y caminó a ella dándole su saludo.—Ten cuidado con esos –dijo Agatha mirando a su nieta de reojo. David miró también hacia ellos, pero al no ver nada sospechoso, se giró a su abuela—. Algo planean –siguió la anciana.—Abue, son chicos; los chicos siempre están planeando algo. Sus ojos se fueron tras Marissa que caminaba hacia las escaleras quitándose el abrigo que tenía, y el movimiento fue tan sensual, q
David miró hacia la cocina cuando escuchó la gritería de las mujeres allá, pero como en vez de correr en todas direcciones se abrazaban y saltaban, no les prestó mucha atención.—¿Call of Duty o Grand Theft Auto? –preguntó mirando a Maurice y a Daniel.—Super Mario –contestó Peter sonriendo.—No te convidé a ti –pero a pesar de decir eso, terminó aceptando su sugerencia.La velada se fue pasando muy animadamente, y todos comieron de las montañas de comida que habían traído Daniel y Maurice.Agatha sonrió mirándolos a todos. Maurice tenía una sonrisa en sus ojos más que en su rostro, y a cada momento se giraba para comprobar dónde estaban su mujer o su hijo en caso de que los perdiera de vista. Él estaba bien ahora. Se había preocupado mucho cuando se separó
Maurice abrazaba a Agatha, y nada que la soltaba. Tenía su cabeza apoyada en el hombro de la anciana y ella le paseaba la mano por la espalda.—Estoy bien, estoy bien –le decía, pero al parecer, no era suficiente; él no la soltaba—. Tu mujer se va a poner celosa—. Eso lo hizo reír, y al levantar la cabeza, le vio los ojos húmedos—. Niño tonto, ¿acaso me he muerto?—Si no te cuidas, morirás, y no me verás llorarte.—No me voy a morir.—¿Qué voy a hacer si algo te pasa, ah? ¿Eres mi madre, se te olvida? –Agatha le puso una arrugada mano sobre la barba y sonrió.—Gracias por dejarme cuidar de ti.—No. No digas esas cosas feas. Suenan a despedida –dijo él volviendo a enterrar su cabeza en el hombro de Agatha, y ella miró al techo suspirando.—Tranquilo, tranq