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—¡La tía, verdaderamente, es un asunto serio! –dijo Arthur poniéndose en pie y cruzándose de brazos mientras caminaba por el jardín. Abigail estaba sentada en un diván de exterior hecho en rattan oscuro, con su techado del mismo material, mientras Samuel descansaba en su sillita, parpadeando tal vez por el exceso de luz, y moviendo sus piernitas y bracitos. De vez en cuando, Abigail lo mecía y él se quedaba quieto por unos segundos, pero luego volvía a moverse como exigiendo la misma atención.

—Por un momento pensé… que tú se lo habías dicho –siguió Abigail en voz baja, y Arthur la miró de reojo.

—Me pediste que no lo hiciera, ¿no?

—Pero…

—Ahora me alegro de haberte hecho caso. Debió enterarse de otro modo, igual… no es un secreto que vives aquí y tienes un

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