—¡La tía, verdaderamente, es un asunto serio! –dijo Arthur poniéndose en pie y cruzándose de brazos mientras caminaba por el jardín. Abigail estaba sentada en un diván de exterior hecho en rattan oscuro, con su techado del mismo material, mientras Samuel descansaba en su sillita, parpadeando tal vez por el exceso de luz, y moviendo sus piernitas y bracitos. De vez en cuando, Abigail lo mecía y él se quedaba quieto por unos segundos, pero luego volvía a moverse como exigiendo la misma atención.
—Por un momento pensé… que tú se lo habías dicho –siguió Abigail en voz baja, y Arthur la miró de reojo.
—Me pediste que no lo hiciera, ¿no?
—Pero…
—Ahora me alegro de haberte hecho caso. Debió enterarse de otro modo, igual… no es un secreto que vives aquí y tienes un
Maurice entró a la mansión y encontró las luces apagadas. Miró su reloj, eran las diez de la noche.Suspirando, subió las escaleras, y antes de internarse en su habitación, entró a la de su hijo. Encontró allí a Katie, que intentaba calmar a Samuel.—¿Le pasa algo? –preguntó Maurice acercándose y tomando al niño en brazos.—Él… tiene hambre –él miró a la joven extrañado—. No… no quiere recibir el biberón. Quiere a su mamá.—¿Y Abby?—La señora está dormida.—¿Qué? –preguntó él sumamente consternado. Algo que sabía él era que Abigail tenía el sueño del gato, tan ligero, que el más mínimo ruido la despertaba, sobre todo si el ruido provenía de
Luego de acicalarse, aplicarse una gotita de perfume y acomodar su cabello, salió a la habitación, esperaba encontrar a Maurice también preparado y tal vez en la cama, pero él no estaba por allí.—¿Maurice? –lo llamó, a medida que un mal presentimiento se apoderaba de ella. Caminó por la estancia buscándolo, pero no lo halló, y cada vez que lo llamó, sólo el silencio le contestó.Claro, pensó sentándose en el borde del colchón. Él no debía querer una noche donde sólo se abrazaran el uno al otro. Sólo besos no debían ser suficientes para él.Sintió un peso en su pecho y le entraron ganas de llorar, sobre todo cuando pasaron los minutos y él no aparecía.Tal vez no estaba tan guapa. Tal vez no lo atraía ya como antes. Después de todo, estaba tan gorda y fofa&h
Agatha miraba a Michaela hablar en voz baja con Peter, mientras ella sostenía una libreta en la mano con un lápiz y él su teléfono haciendo cuentas y dictándole cifras. Hablaban en voz muy baja, y no podía saber de qué trataba exactamente lo que hablaban, pero esto no le daba buena espina.David llegó junto a Marissa y poco le prestó atención al par de jóvenes que algo planeaban, y caminó a ella dándole su saludo.—Ten cuidado con esos –dijo Agatha mirando a su nieta de reojo. David miró también hacia ellos, pero al no ver nada sospechoso, se giró a su abuela—. Algo planean –siguió la anciana.—Abue, son chicos; los chicos siempre están planeando algo. Sus ojos se fueron tras Marissa que caminaba hacia las escaleras quitándose el abrigo que tenía, y el movimiento fue tan sensual, q
David miró hacia la cocina cuando escuchó la gritería de las mujeres allá, pero como en vez de correr en todas direcciones se abrazaban y saltaban, no les prestó mucha atención.—¿Call of Duty o Grand Theft Auto? –preguntó mirando a Maurice y a Daniel.—Super Mario –contestó Peter sonriendo.—No te convidé a ti –pero a pesar de decir eso, terminó aceptando su sugerencia.La velada se fue pasando muy animadamente, y todos comieron de las montañas de comida que habían traído Daniel y Maurice.Agatha sonrió mirándolos a todos. Maurice tenía una sonrisa en sus ojos más que en su rostro, y a cada momento se giraba para comprobar dónde estaban su mujer o su hijo en caso de que los perdiera de vista. Él estaba bien ahora. Se había preocupado mucho cuando se separó
Maurice abrazaba a Agatha, y nada que la soltaba. Tenía su cabeza apoyada en el hombro de la anciana y ella le paseaba la mano por la espalda.—Estoy bien, estoy bien –le decía, pero al parecer, no era suficiente; él no la soltaba—. Tu mujer se va a poner celosa—. Eso lo hizo reír, y al levantar la cabeza, le vio los ojos húmedos—. Niño tonto, ¿acaso me he muerto?—Si no te cuidas, morirás, y no me verás llorarte.—No me voy a morir.—¿Qué voy a hacer si algo te pasa, ah? ¿Eres mi madre, se te olvida? –Agatha le puso una arrugada mano sobre la barba y sonrió.—Gracias por dejarme cuidar de ti.—No. No digas esas cosas feas. Suenan a despedida –dijo él volviendo a enterrar su cabeza en el hombro de Agatha, y ella miró al techo suspirando.—Tranquilo, tranq
—¿Qué sucede? –le preguntó Stephen a Maurice al verlo pasearse de un lado a otro en su oficina—. ¿Todo marcha bien?—No –le contestó Maurice—. No lo sé. Abigail…—¿Qué pasa con Abigail?—No contesta el teléfono –Stephen se echó a reír.—Vamos, ¿no estás un poco paranoico?—No, no es paranoia… Ya llamé… y a todos; no está con ninguno.—¿Salió sola de casa? –preguntó Stephen preocupándose.—Ella nunca sale sola de casa, sabe que no debe hacerlo. Siempre lleva consigo parte del personal…—Señor –le interrumpió su secretario luego de tocar un par de veces—. Hay… una joven que solicita hablarle.—Soy yo, señor –dij
Maurice hizo una fuerte inspiración. Todo su cuerpo estaba en tensión desde que comprendió que su mujer había sido raptada, sus puños se apretaban con fervientes deseos de romper cosas, o golpear suegros.—Intenta calmarte –le dijo Daniel poniéndole una mano en el hombro—. Es difícil, lo sé. Me pongo en tu lugar y sé que es difícil… pero debes mantener la cabeza fría hoy más que nunca—. Maurice asintió sin mirar a su primo, y Daniel dejó salir el aire sin agregar nada más.Se habían metido con lo más sagrado para él, con lo más hermoso y valioso que tenía en su vida. El sólo pensar que Abigail debía estar sintiendo miedo, o que Samuel tal vez estaba llorando asustado, le hacía enervarse de una manera peligrosa. Pero Daniel tenía razón, debía mantener la cabeza
—¿Te apetece algo de tomar?—No gracias. ¿Me llevas a su habitación, por favor?—Dime una cosa, Ramsay –dijo Arnold caminando hacia una sala, y Maurice lo siguió—. ¿Por qué te casaste con mi hija? ¿Por qué ella? Dios sabe que no es la chica más lista de todas… —Maurice apretó los dientes al oír aquello—, incluso –siguió Arnold elevando sus cejas en un gesto de pesar—, a estas alturas debiste haberte dado cuenta de que… tiene cierto retardo…Maurice tuvo que morderse la lengua para no contestarle, y giró el rostro para tampoco tener que verlo. Intentó adivinar la disposición de las habitaciones arriba. Según lo que le había contado Abigail, su habitación daba al jardín trasero, pero nada garantizaba que ella estuviese otra vez allí.—&iexc