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Maurice entró a la mansión y encontró las luces apagadas. Miró su reloj, eran las diez de la noche.

Suspirando, subió las escaleras, y antes de internarse en su habitación, entró a la de su hijo. Encontró allí a Katie, que intentaba calmar a Samuel.

—¿Le pasa algo? –preguntó Maurice acercándose y tomando al niño en brazos.

—Él… tiene hambre –él miró a la joven extrañado—. No…  no quiere recibir el biberón. Quiere a su mamá.

—¿Y Abby?

—La señora está dormida.

—¿Qué? –preguntó él sumamente consternado. Algo que sabía él era que Abigail tenía el sueño del gato, tan ligero, que el más mínimo ruido la despertaba, sobre todo si el ruido provenía de

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