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Abigail fue conducida en silla de ruedas hasta un auto, aunque no paró de protestar todo el camino diciendo que podía andar perfectamente. Nadie le hizo caso e igual la condujeron por los pasillos mientras ella llevaba a su bebé en brazos.

Ya en la preciosa mansión Maurice la alzó, mientras Arthur llevaba al bebé, al piso de arriba. La llevó primero a la que sería la habitación del niño, y Abigail no pudo evitar abrir su boca sorprendida.

Era un espacio absolutamente precioso, iluminado, con una cuna, una cama, cómodas, lámparas con motivos infantiles. Una pintura que representaba una pradera llena de flores y bichos decoraba la pared de extremo a extremo.

—Todavía huele a pintura –se excusó Maurice—, así que creo que no será aconsejable que el bebé duerma aquí por un par de noches.

—¿Cuándo&he

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