Maurice estuvo allí de pie, con sus ojos y sus oídos cerrados por varios minutos.
No, no, se decía. Esto no es cierto.
Abigail no era capaz, ella ni siquiera podía hablar claro cuando decía mentiras. ¿Cómo podría haber ideado una monstruosidad como esta, ejecutarla y mantenerla? No Abby, ¡no ella!
Ella era buena, era hermosa. Lo daba todo de sí, no tenía ambiciones, le importaba poco el dinero. ¡Había pedido ayuda para una escuela de sordomudos, algo con lo que no lucraría nada!
Ella no era capaz de algo así. ¿Por qué mentirle y de esa manera tan cruel?
Se trataba de su vida, de su salud, de su futuro, ¿por qué idearía ella una mentira que tarde o temprano se descubriría por sí misma?
¿Pero por qué se iba a cegar otra vez cuando estaba más que demostrado que con la misma
Maurice se quedó al otro lado de la puerta mirando la lámina de madera sin saber qué hacer, qué decir, qué pensar. Quería poner su mente en blanco, no sentir este dolor. Pero ah, dolía, dolía. ¡Dolía!¿Cómo había sido posible? ¿Qué le pasó?Y lo más terrible, ¿por qué se enamoró? ¡Todo estaba bien! Él había vuelto a su vida, había levantado de nuevo cabeza, tenía propósitos un poco oscuros, pero propósitos, al fin y al cabo. Al lado de su familia y sus amigos, había vuelto a sonreír, había aprendido a aceptar lo que era su vida… y había venido Abigail con su cara y sus mentiras. Había creído, había vuelto a creer en la vida, en el amor. ¡Se había enamorado! Había vuelto a planear su vida con color
Arthur abrió la puerta, y al ver a su prima con los ojos enrojecidos, y dos bolsas negras de basura a sus pies, frunció el ceño.—¿Qué pasó? –Abigail, incapaz todavía de hablar, simplemente se echó a sus brazos y lloró. No fue necesario decir más; Arthur comprendió lo que estaba pasando.La condujo, a ella y a sus bolsas de basura, al interior de su sala. La sentó en el sofá y le dio un vaso de agua sentándose él también a su lado.—¿Se lo dijiste y no lo quiso comprender? –ella negó—. ¿Lo descubrió por sí mismo? –ella asintió—. Pero… ¿cómo? –ella se encogió de hombros—. Estás en medio de una crisis, ¿verdad? No puedes hablar –ella se quedó quieta, sin negar ni asentir.Arthur sabía que est
Necesitaron una orden policial, lo cual tardó un poco, a pesar de que ambos tenían buenos contactos dentro. Entraron junto con el conserje del edificio y a David lo alivió que al menos no había ningún olor sospechoso en el ambiente.Las luces estaban apagadas, todo parecía normal en la oscuridad.—¿Maurice? –llamó David, con voz preocupada. Daniel encendió la luz, pero no lo vieron—. Miraré en la habitación –dijo Daniel al tiempo que se encaminaba a ella.David lo encontró. Estaba detrás del sofá, sentado en el suelo, con los ojos abiertos mirando el suelo. Se agachó de inmediato y llamó dando voces a Daniel.—¿Maurice? –pero él no reaccionó. Le tomó el pulso, pero al tocarlo, descubrió que tenía la temperatura altísima.—¿Está vivo? &
Arthur entró al apartamento, y como siempre, todo estaba silencioso. A pesar de que ahora tenía una compañera de piso, parecía que no fuera así; Abigail parecía más bien un fantasma.En las últimas dos semanas no había abierto su boca para hablar. Esta crisis le estaba durando más que la pasada, y él lo había intentado todo, pero ella nada que rompía su silencio, y eso lo estaba preocupando.No había ido a buscar a Maurice respetando el deseo de ella de mantenerse al margen. Maurice no sabía que Arthur estaba implicado en la mentira, y si él planeaba tomar venganza, lo involucraría a él, y Abigail no quería.Avanzó a través de la sala y dejó en la cocina algunos víveres que había comprado, entró a la pequeña habitación donde seguramente hallaría a su prima mirando con o
Diana bajó del automóvil y miró el edificio de oficinas de Ramsay & Co, la firma de abogados que dirigía Stephen junto a su sobrino y entró con el paso de quien está acostumbrada a ser atendida en sitios como este.Quería hablar con Maurice.No tenía una cita con él, y así se lo dijo a la recepcionista, y luego al joven secretario y pasante de Maurice, pero como sabían que era la esposa de uno de sus amigos, no la rechazaron, y, por el contrario, le notificaron pronto al joven jefe que lo solicitaban.Al verla, Maurice se extrañó. Su prima nunca había venido a este sitio a verlo, y menos sola y sin una cita. ¿Qué pasaba?—¿Está todo bien? –le preguntó recibiéndola con una sonrisa. Diana vio que, si bien sus labios sonreían, sus ojos estaban apagados.—Quería ver cómo e
Arnold Livingstone entró a su despacho privado en su casa hecho una furia, tiró la puerta haciendo que se golpeara fuertemente y fue directo al pequeño bar que tenía en una de las esquinas para servirse un trago de whiskey.¿Qué estaba pasando?, se preguntó. ¿Por qué de un momento a otro todo se estaba yendo a pique?Su pequeña compañía, a la que se había dedicado en cuerpo y alma para hacer crecer, de un momento a otro se estaba tambaleando. Rumores, pérdidas, renuncias inesperadas. Todo estaba contribuyendo a que su pequeño imperio se cayera a pedazos. Y no podía ser, era su medio de vida, lo que le permitía darse gustos. Era cierto que muchos de sus empleados ganaban menos de lo que merecían, pero no era para tanto.—¿Está todo bien? –le preguntó Theresa con tiento, entrando al despacho sabiendo que cua
—Qué bebé tan guapo –dijo Marissa mirando a George, el hijo de Diana y Daniel y que había nacido hacía sólo unas pocas semanas. Tenía el cabello negro y los ojos verdes, y era de un temperamento muy suave; poco lloraba, y dormía la mayor parte del día.Diana lo acomodó en el portabebés atado a su pecho, con el bebé muy cerca de su seno y recibiendo todo su calor corporal, y juntas entraron al centro comercial.Diana y Daniel se trastearían a la gran mansión muy pronto y quería renovar la habitación de los niños para George, así que iba a requerir pintura nueva, cunas, camas y etc. Marissa esperaba que no se emocionase demasiado y cambiara todo el mobiliario, aunque observarla la llenaba de alegría; su amiga había sufrido una gran transformación en el último año, al igual que ella misma. Quer&
Maurice sonrió al ver al par de mujeres, pero se mostró realmente feliz al ver a su sobrino, George, tanto, que prácticamente le rogó a Diana que se lo dejara alzar.Tomó al bebé en brazos y lo acercó para besarlo y decirle cosas tiernas. Adoraba al hijo de su primo, se había mostrado extremadamente emocionado desde el mismo día en que se había enterado de que Diana estaba embarazada, y la mitad de los juguetes que el niño tenía aun desde antes de nacer, habían sido regalos suyos.Diana miró a Marissa y ésta asintió en una muda comunicación. Si así era con un sobrino, ¿cómo sería con su propio hijo?Ahora Diana recordaba lo que había dicho cuando le dieron la noticia de que estaba en estado: los hijos son para siempre.Y tenía razón; los matrimonios no siempre lo eran, y él lo hab&ia