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Arnold Livingstone entró a su despacho privado en su casa hecho una furia, tiró la puerta haciendo que se golpeara fuertemente y fue directo al pequeño bar que tenía en una de las esquinas para servirse un trago de whiskey.

¿Qué estaba pasando?, se preguntó. ¿Por qué de un momento a otro todo se estaba yendo a pique?

Su pequeña compañía, a la que se había dedicado en cuerpo y alma para hacer crecer, de un momento a otro se estaba tambaleando. Rumores, pérdidas, renuncias inesperadas. Todo estaba contribuyendo a que su pequeño imperio se cayera a pedazos. Y no podía ser, era su medio de vida, lo que le permitía darse gustos. Era cierto que muchos de sus empleados ganaban menos de lo que merecían, pero no era para tanto.

—¿Está todo bien? –le preguntó Theresa con tiento, entrando al despacho sabiendo que cua

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