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Abigail amaneció con el estómago revuelto. Los langostinos debían tener un problema. Eso por no ir a un restaurante y pagar el triple, se dijo.

Pero Maurice estaba bien.

Vomitó.

—¿Estás bien? –le preguntó Maurice al escucharla trasbocar en el váter.

—Creo que los langostinos me pusieron mala.

—Mierda. ¿Te llevo al médico?

—No. No… si es sólo problema de estómago… ya lo solucionaré…

—Nena… estás verde.

—Lo siento—. Ella intentó ponerse de pie, pero no fue posible. Maurice tuvo que alzarla y llevarla de vuelta a la cama. Cuando la puso con cuidado sobre el colchón y acomodó la almohada debajo de su cabeza, ella se echó a llorar.

—¿Qué sucede? –le preguntó él. Abigail lo a

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