—¡Señor! –exclamó Juliette, una de las bonitas recepcionistas, cuando los Ramsay pasaron por allí.
Stephen y Maurice se giraron un poco escandalizados por la poca delicadeza de la chica al llamarlos.
—Perdonen –se disculpó ella, y Maurice vio que traía un sobre grande, blanco y plástico—. Dejaron esto para usted antes de que se fuera. Dijeron que era importante y debía ser entregado cuanto antes en sus manos—. Maurice lo recibió. Lo reconoció luego de echarle un vistazo, y lo dejó un poco confuso. Era el sobre que Abigail le había pasado aquella vez en su apartamento viejo, y él ni lo había recibido. Según ella, era la prueba que confirmaba que estaba enferma.
—¿Qué es? –preguntó Stephen, y Maurice bajó las manos encogiéndose de hombros quitándole importancia e impidiendo
Abigail amaneció con el estómago revuelto. Los langostinos debían tener un problema. Eso por no ir a un restaurante y pagar el triple, se dijo.Pero Maurice estaba bien.Vomitó.—¿Estás bien? –le preguntó Maurice al escucharla trasbocar en el váter.—Creo que los langostinos me pusieron mala.—Mierda. ¿Te llevo al médico?—No. No… si es sólo problema de estómago… ya lo solucionaré…—Nena… estás verde.—Lo siento—. Ella intentó ponerse de pie, pero no fue posible. Maurice tuvo que alzarla y llevarla de vuelta a la cama. Cuando la puso con cuidado sobre el colchón y acomodó la almohada debajo de su cabeza, ella se echó a llorar.—¿Qué sucede? –le preguntó él. Abigail lo a
Maurice estuvo allí de pie, con sus ojos y sus oídos cerrados por varios minutos.No, no, se decía. Esto no es cierto.Abigail no era capaz, ella ni siquiera podía hablar claro cuando decía mentiras. ¿Cómo podría haber ideado una monstruosidad como esta, ejecutarla y mantenerla? No Abby, ¡no ella!Ella era buena, era hermosa. Lo daba todo de sí, no tenía ambiciones, le importaba poco el dinero. ¡Había pedido ayuda para una escuela de sordomudos, algo con lo que no lucraría nada!Ella no era capaz de algo así. ¿Por qué mentirle y de esa manera tan cruel?Se trataba de su vida, de su salud, de su futuro, ¿por qué idearía ella una mentira que tarde o temprano se descubriría por sí misma?¿Pero por qué se iba a cegar otra vez cuando estaba más que demostrado que con la misma
Maurice se quedó al otro lado de la puerta mirando la lámina de madera sin saber qué hacer, qué decir, qué pensar. Quería poner su mente en blanco, no sentir este dolor. Pero ah, dolía, dolía. ¡Dolía!¿Cómo había sido posible? ¿Qué le pasó?Y lo más terrible, ¿por qué se enamoró? ¡Todo estaba bien! Él había vuelto a su vida, había levantado de nuevo cabeza, tenía propósitos un poco oscuros, pero propósitos, al fin y al cabo. Al lado de su familia y sus amigos, había vuelto a sonreír, había aprendido a aceptar lo que era su vida… y había venido Abigail con su cara y sus mentiras. Había creído, había vuelto a creer en la vida, en el amor. ¡Se había enamorado! Había vuelto a planear su vida con color
Arthur abrió la puerta, y al ver a su prima con los ojos enrojecidos, y dos bolsas negras de basura a sus pies, frunció el ceño.—¿Qué pasó? –Abigail, incapaz todavía de hablar, simplemente se echó a sus brazos y lloró. No fue necesario decir más; Arthur comprendió lo que estaba pasando.La condujo, a ella y a sus bolsas de basura, al interior de su sala. La sentó en el sofá y le dio un vaso de agua sentándose él también a su lado.—¿Se lo dijiste y no lo quiso comprender? –ella negó—. ¿Lo descubrió por sí mismo? –ella asintió—. Pero… ¿cómo? –ella se encogió de hombros—. Estás en medio de una crisis, ¿verdad? No puedes hablar –ella se quedó quieta, sin negar ni asentir.Arthur sabía que est
Necesitaron una orden policial, lo cual tardó un poco, a pesar de que ambos tenían buenos contactos dentro. Entraron junto con el conserje del edificio y a David lo alivió que al menos no había ningún olor sospechoso en el ambiente.Las luces estaban apagadas, todo parecía normal en la oscuridad.—¿Maurice? –llamó David, con voz preocupada. Daniel encendió la luz, pero no lo vieron—. Miraré en la habitación –dijo Daniel al tiempo que se encaminaba a ella.David lo encontró. Estaba detrás del sofá, sentado en el suelo, con los ojos abiertos mirando el suelo. Se agachó de inmediato y llamó dando voces a Daniel.—¿Maurice? –pero él no reaccionó. Le tomó el pulso, pero al tocarlo, descubrió que tenía la temperatura altísima.—¿Está vivo? &
Arthur entró al apartamento, y como siempre, todo estaba silencioso. A pesar de que ahora tenía una compañera de piso, parecía que no fuera así; Abigail parecía más bien un fantasma.En las últimas dos semanas no había abierto su boca para hablar. Esta crisis le estaba durando más que la pasada, y él lo había intentado todo, pero ella nada que rompía su silencio, y eso lo estaba preocupando.No había ido a buscar a Maurice respetando el deseo de ella de mantenerse al margen. Maurice no sabía que Arthur estaba implicado en la mentira, y si él planeaba tomar venganza, lo involucraría a él, y Abigail no quería.Avanzó a través de la sala y dejó en la cocina algunos víveres que había comprado, entró a la pequeña habitación donde seguramente hallaría a su prima mirando con o
Diana bajó del automóvil y miró el edificio de oficinas de Ramsay & Co, la firma de abogados que dirigía Stephen junto a su sobrino y entró con el paso de quien está acostumbrada a ser atendida en sitios como este.Quería hablar con Maurice.No tenía una cita con él, y así se lo dijo a la recepcionista, y luego al joven secretario y pasante de Maurice, pero como sabían que era la esposa de uno de sus amigos, no la rechazaron, y, por el contrario, le notificaron pronto al joven jefe que lo solicitaban.Al verla, Maurice se extrañó. Su prima nunca había venido a este sitio a verlo, y menos sola y sin una cita. ¿Qué pasaba?—¿Está todo bien? –le preguntó recibiéndola con una sonrisa. Diana vio que, si bien sus labios sonreían, sus ojos estaban apagados.—Quería ver cómo e
Arnold Livingstone entró a su despacho privado en su casa hecho una furia, tiró la puerta haciendo que se golpeara fuertemente y fue directo al pequeño bar que tenía en una de las esquinas para servirse un trago de whiskey.¿Qué estaba pasando?, se preguntó. ¿Por qué de un momento a otro todo se estaba yendo a pique?Su pequeña compañía, a la que se había dedicado en cuerpo y alma para hacer crecer, de un momento a otro se estaba tambaleando. Rumores, pérdidas, renuncias inesperadas. Todo estaba contribuyendo a que su pequeño imperio se cayera a pedazos. Y no podía ser, era su medio de vida, lo que le permitía darse gustos. Era cierto que muchos de sus empleados ganaban menos de lo que merecían, pero no era para tanto.—¿Está todo bien? –le preguntó Theresa con tiento, entrando al despacho sabiendo que cua