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—Qué feliz te ves –sonrió Arthur a Abigail, quien también sonreía espléndidamente mientras entraba al apartamento de su primo. Había regresado apenas ayer de su viaje de luna de miel y ya había echado a andar su nueva vida.

Arthur la miró de arriba abajo. Definitivamente, ésta no parecía la misma mujer triste y disminuida de hacía sólo un mes que no tenía confianza en sí misma, que no sonreía sino rara vez, y caminaba como si le pidiera disculpas al mundo por su existencia. No. Ahora Abigail mantenía su barbilla erguida, tenía un brillo inconfundible en su mirada y parecía más llena de vida que nunca.

Caminó hacia la cocina, donde tenía una botella de vino, pero ella lo detuvo.

—No puedo beber nada de alcohol.

—¿Qué? ¿Ya? ¿Ya estás embarazada?

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