—Qué feliz te ves –sonrió Arthur a Abigail, quien también sonreía espléndidamente mientras entraba al apartamento de su primo. Había regresado apenas ayer de su viaje de luna de miel y ya había echado a andar su nueva vida.
Arthur la miró de arriba abajo. Definitivamente, ésta no parecía la misma mujer triste y disminuida de hacía sólo un mes que no tenía confianza en sí misma, que no sonreía sino rara vez, y caminaba como si le pidiera disculpas al mundo por su existencia. No. Ahora Abigail mantenía su barbilla erguida, tenía un brillo inconfundible en su mirada y parecía más llena de vida que nunca.
Caminó hacia la cocina, donde tenía una botella de vino, pero ella lo detuvo.
—No puedo beber nada de alcohol.
—¿Qué? ¿Ya? ¿Ya estás embarazada?
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Michaela abrió la puerta de la casa al escuchar el llamado y se sorprendió un poco al ver a Peter en su entrada. Le sonrió y lo abrazó, pues no esperaba verlo en toda la semana.—¡Llegaste antes! –exclamó ella, y Peter la alzó y entró con ella a la sala. Había estado de viaje por cosas de Hugh, para quien trabajaba, y ya que estaba de vacaciones en la universidad, no había podido negarse.—Sí, las cosas se resolvieron antes de lo pensado—. Antes de terminar bien la frase, Michaela le tomó el rostro entre las manos y lo besó. Peter respondió al beso un poco sorprendido, pero feliz. Amaba esta parte de Michaela.—¿Ya comiste? –preguntó ella separándose de él y caminando a la cocina. Él la detuvo tomándole el brazo.—¿Y si salimos? –pero en el comedor, P
Maurice se detuvo un poco abruptamente en la recepción del edificio de oficinas de Ramsay & Co y tropezó con Stephen, que iba un paso detrás hablando con uno de sus empleados.—¿Qué sucede? –le preguntó Stephen mirándolo un poco ceñudo.—No… jodas –susurró, y Stephen miró en la dirección en la que miraba su sobrino. Había unas tres gallinitas rubias cotorreando entre sí y discutiendo algo con la chica de la recepción. Charlotte Richardson, Christine Stevens y Candace Chandler; las hermanas menores de Abigail.—Ah, ahí está –exclamó una de ellas, y caminó a él como si fuese una promoción de papel higiénico con el noventa por ciento de descuento.—¡Mierda, mierda! –exclamó Maurice deseando poder haberse escondido a tiempo.<
—¡Señor! –exclamó Juliette, una de las bonitas recepcionistas, cuando los Ramsay pasaron por allí.Stephen y Maurice se giraron un poco escandalizados por la poca delicadeza de la chica al llamarlos.—Perdonen –se disculpó ella, y Maurice vio que traía un sobre grande, blanco y plástico—. Dejaron esto para usted antes de que se fuera. Dijeron que era importante y debía ser entregado cuanto antes en sus manos—. Maurice lo recibió. Lo reconoció luego de echarle un vistazo, y lo dejó un poco confuso. Era el sobre que Abigail le había pasado aquella vez en su apartamento viejo, y él ni lo había recibido. Según ella, era la prueba que confirmaba que estaba enferma.—¿Qué es? –preguntó Stephen, y Maurice bajó las manos encogiéndose de hombros quitándole importancia e impidiendo
Abigail amaneció con el estómago revuelto. Los langostinos debían tener un problema. Eso por no ir a un restaurante y pagar el triple, se dijo.Pero Maurice estaba bien.Vomitó.—¿Estás bien? –le preguntó Maurice al escucharla trasbocar en el váter.—Creo que los langostinos me pusieron mala.—Mierda. ¿Te llevo al médico?—No. No… si es sólo problema de estómago… ya lo solucionaré…—Nena… estás verde.—Lo siento—. Ella intentó ponerse de pie, pero no fue posible. Maurice tuvo que alzarla y llevarla de vuelta a la cama. Cuando la puso con cuidado sobre el colchón y acomodó la almohada debajo de su cabeza, ella se echó a llorar.—¿Qué sucede? –le preguntó él. Abigail lo a
Maurice estuvo allí de pie, con sus ojos y sus oídos cerrados por varios minutos.No, no, se decía. Esto no es cierto.Abigail no era capaz, ella ni siquiera podía hablar claro cuando decía mentiras. ¿Cómo podría haber ideado una monstruosidad como esta, ejecutarla y mantenerla? No Abby, ¡no ella!Ella era buena, era hermosa. Lo daba todo de sí, no tenía ambiciones, le importaba poco el dinero. ¡Había pedido ayuda para una escuela de sordomudos, algo con lo que no lucraría nada!Ella no era capaz de algo así. ¿Por qué mentirle y de esa manera tan cruel?Se trataba de su vida, de su salud, de su futuro, ¿por qué idearía ella una mentira que tarde o temprano se descubriría por sí misma?¿Pero por qué se iba a cegar otra vez cuando estaba más que demostrado que con la misma
Maurice se quedó al otro lado de la puerta mirando la lámina de madera sin saber qué hacer, qué decir, qué pensar. Quería poner su mente en blanco, no sentir este dolor. Pero ah, dolía, dolía. ¡Dolía!¿Cómo había sido posible? ¿Qué le pasó?Y lo más terrible, ¿por qué se enamoró? ¡Todo estaba bien! Él había vuelto a su vida, había levantado de nuevo cabeza, tenía propósitos un poco oscuros, pero propósitos, al fin y al cabo. Al lado de su familia y sus amigos, había vuelto a sonreír, había aprendido a aceptar lo que era su vida… y había venido Abigail con su cara y sus mentiras. Había creído, había vuelto a creer en la vida, en el amor. ¡Se había enamorado! Había vuelto a planear su vida con color
Arthur abrió la puerta, y al ver a su prima con los ojos enrojecidos, y dos bolsas negras de basura a sus pies, frunció el ceño.—¿Qué pasó? –Abigail, incapaz todavía de hablar, simplemente se echó a sus brazos y lloró. No fue necesario decir más; Arthur comprendió lo que estaba pasando.La condujo, a ella y a sus bolsas de basura, al interior de su sala. La sentó en el sofá y le dio un vaso de agua sentándose él también a su lado.—¿Se lo dijiste y no lo quiso comprender? –ella negó—. ¿Lo descubrió por sí mismo? –ella asintió—. Pero… ¿cómo? –ella se encogió de hombros—. Estás en medio de una crisis, ¿verdad? No puedes hablar –ella se quedó quieta, sin negar ni asentir.Arthur sabía que est
Necesitaron una orden policial, lo cual tardó un poco, a pesar de que ambos tenían buenos contactos dentro. Entraron junto con el conserje del edificio y a David lo alivió que al menos no había ningún olor sospechoso en el ambiente.Las luces estaban apagadas, todo parecía normal en la oscuridad.—¿Maurice? –llamó David, con voz preocupada. Daniel encendió la luz, pero no lo vieron—. Miraré en la habitación –dijo Daniel al tiempo que se encaminaba a ella.David lo encontró. Estaba detrás del sofá, sentado en el suelo, con los ojos abiertos mirando el suelo. Se agachó de inmediato y llamó dando voces a Daniel.—¿Maurice? –pero él no reaccionó. Le tomó el pulso, pero al tocarlo, descubrió que tenía la temperatura altísima.—¿Está vivo? &