Marina
Dos meses después
La cremallera del vestido se atasca justo a la mitad de mi espalda.
—¡Maldita sea! —gruño, estirando el brazo en un ángulo imposible para intentar subirla.
Estoy a punto de rendirme cuando mi teléfono vibra sobre la cama. Clara.
— ¿Qué pasó? —contesto sin aliento, todavía luchando con el maldito vestido.
—Pasó que espero que estés lista. No me digas que todavía no has salido de tu casa.
Ruedo los ojos.
—Estoy en ello, no seas tan dramática. Además, ¿estás segura de que este tipo vale la pena? No quiero otra cita con un soso sin conversación ni personalidad.
—Marina, confía en mí. Yo jamás te pondría en una situación así.
—Oh, por favor. ¿Te recuerdo el desastre del mes pasado?
—Eso no cuenta. Me lo recomendaron, pero nadie me dijo que tenía el carisma de una piedra.
Suelto una risa sarcástica mientras forcejeo con la cremallera.
—Está bien, entonces dime la verdad. ¿Ya le advertiste cómo soy?
Silencio. Luego, Clara suspira.
—A ver, ¿a qué te refieres?
—No te hagas la tonta —resoplo—. Ya sabes, que no soy precisamente una modelo de pasarela.
—¡Por Dios, Marina! —exclama, exasperada—. No tengo por qué anunciarle nada porque eres hermosa.
Me miro en el espejo. Mi silueta es curvilínea, mis caderas pronunciadas y mis muslos horribles. No soy delgada eso está claro, pero tampoco soy gorda, aunque definitivamente no encajo en los estándares de belleza que impone la sociedad. Yo me considero una mujer extra curvy.
—Bueno, eso no es lo que dirían las revistas de moda —murmuro, ajustando el vestido.
—¡Porque las revistas están llenas de estúpidos! —exclama Clara—. Tú eres jodidamente hermosa, Marina. Lo que pasa es que estás lejos, fuera y mejor que esos malditos estándares de belleza.
Sonrío, porque Clara siempre sabe qué decir.
—Sabes que te amo, ¿verdad?
—Lo sé, y por eso me harás el favor de disfrutar esta cita.
—De acuerdo, pero ahora lo importante… ¿El tipo vale la pena?
Antes de que pueda responder, otra llamada interrumpe la conversación.
Frunzo el ceño al ver que es un número privado. ¿Quién demonios sigue usando números privados?
—Clara, te llamo luego, me está entrando otra llamada.
—¡Marina, no te atrevas a…!
Le cuelgo y contesto la otra línea.
—¿Si?
—¿Señorita Marina Del Valle? —pregunta una voz masculina, grave y profesional.
Por alguna razón al escuchar mi nombre completo el cuerpo entero se me tensa y siento que retengo la respiración antes de contestar.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla?
—Le habla el abogado representante de Montenegro Enterprises. Esta es una notificación legal. Usted está siendo citada formalmente por fraude, e****a y robo.
Mi corazón se detiene, la habitación me da vueltas y la confusión se apodera de mi.
—¿Perdón? ¿De qué está hablando? Yo no tengo nada que ver con esa empresa, yo ni…—pero no alcanzó a terminar porque el hombre que parece un robot me interrumpe.
—Debe presentarse mañana a las nueve en nuestras oficinas, avenida 14 con calle 22. De no hacerlo, se procederá con una orden judicial y la policía la llevará por la fuerza.
Mi boca se abre, pero no logro emitir sonido.
La indignación, la rabia, la confusión, pero principalmente el miedo están haciendo mella en mi.
—Debe ser un error —digo finalmente—. Yo no, he cometió ningún fraude, joder si ni siquiera trabajo ahí, ¡YO SOY CHEF!.
—Entonces, no tendrá problema en presentarse y aclararlo. Sea puntual.
Y me cuelga.
Me quedo ahí, con el teléfono pegado a la oreja, sin poder procesar lo que acaba de pasar.
¿Fraude? ¿Estafa? ¿Robo?
Un escalofrío recorre mi espalda. Esto no puede estar pasando, debe ser una broma. Finalmente parece que mi vida estaba yendo bien. Tengo un buen empleo, uno que me gusta, estoy ahorrando para mi propio restaurante, no he vuelto a saber nada de… En fin todo estaba bien.
¿Cómo ha pasado esto?
Con dedos temblorosos, marco a Clara de nuevo.
—¡Dime que te estás arreglando y no que colgaste para evitar la cita! —me dice en cuanto atiende.
—No puedo ir a ninguna cita.
Clara capta de inmediato el pánico en mi voz.
—¿Qué pasó?
—Acabo de recibir una llamada… una citación legal. Me acusan de fraude y robo, Clara. Me dijeron que si no voy, la policía me arrestará.
Silencio. Luego, la voz de mi amiga baja una octava.
—Escúchame bien. Respira. No estás sola. Yo te conseguiré un abogado, ¿me oyes? Esto tiene que ser un error.
Me aferro a sus palabras como un salvavidas.
—Gracias —susurro.
—No hay de qué. Ahora, relájate y duerme. Mañana enfrentaremos a estas juntas.
Pero dormir es lo último que logro hacer esa noche y es justo por eso que la mañana siguiente parezco un zombie mientras intento mantenerme “tranquila”
El rascacielos de Montenegro Enterprises es intimidante. Un edificio de cristal negro que refleja el sol como una fortaleza infranqueable.
Camino junto al abogado, Alexis Dimas, que Clara consiguió para mí. Es un hombre que para estar por llegar a los 40 se conserva bastante bien.
Tiene una sonrisa tranquila y ojos determinados,y vestido con un traje impecable parece todo un sugar.
¡Dios bendito! ¿Cómo demonios puedo estar pensando en eso?
—Probablemente se trata de un malentendido —dice entonces el abogado, inocente de mis pensamientos, con voz calmada—. Muchas veces, la gente roba identidades para cometer fraudes. Si usted no ha hecho nada, lo aclararemos.
Intento tranquilizarme y confiar en sus palabras, pero la ansiedad sigue ahí.
—¿Y si no creen que fue alguien usando mi identidad? ¿Qué pasa si quieren enviarme a la cárcel?
Antes de que pueda responderle, una mujer elegante sale a recibirnos.
—Señorita Del Valle, su abogada —nos indica con una sonrisa fría—. El jefe los está esperando.
Trago saliva, este es el momento. Todo va a resolverse, yo no he hecho nada.
El abogado y yo la seguimos hasta una gran puerta de madera.
Pero justo antes de entrar mi celular suena con una alerta de mensaje, lo miro de reojo, pero siento como mi ceño se frunce al notar el remitente: Daniel.
Con rapidez abro el mensaje y son dos simples palabras que me dejan helado: Lo siento.
¿Qué significa eso? ¿Qué es lo que siente?
No puedo pensar más porque el abogado pone su mano en mi espalda haciendo que entre en la oficina y nada más hacerlo escudo una voz baja, grave y muy, muy enojada decir:— Esto tiene que ser una m*****a broma.MarinaMarinaEsto tiene que ser una maldita broma.Por unos segundos no lo reconozco. No consigo ubicar la imagen del hombre imponente frente a mi, aunque si se me hace familiar.Es solo cuando su rostro se convierte en una mueca de rabia total, que me doy cuenta de quién es la persona que tengo enfrente: Salvador Montenegro.El mismo que fue con su novia al restaurante y le lance un vaso de agua y casi la llamo anorexica. Oh Dios, esto va a ser malo, va a ser realmente malo.La furia en su voz hace que se me me hiele la sangre.Mi cuerpo se tensa automáticamente siento que estoy en negación absoluta.No puede ser él. No puede ser el mismo hombre con el que discutí en el restaurante. Pero lo es.Está sentado detrás de un escritorio de madera oscura, con una puerta imponente, una mano apoyada sobre la mesa y la otra sosteniendo una pluma con aire impaciente. Sus ojos oscuros me taladran con una mezcla de incredulidad y desprecio.Esto es una pesadilla.El abogado que Clara consiguió
SalvadorLa rabia como nunca la he sentido se enciende en mi cuerpo, es algo tan palpable que casi siento que puedo tocarla. No puedo creerlo.Es como si todo fuera parte de una burla cósmica, pues no puedo creer que la mujer que me humilló hace meses en un restaurante, esa misma que Renata odia y se encargó de desacreditar ante todos, está aquí, en mi oficina, frente a mí, diciendo que no tiene el dinero para pagar lo que me debe.Tres millones de dólares.Tres. Malditos. Millones.Mis ojos van hasta ella. Trae puesta ropa medianamente formal, pero aún asi su cuerpo se ajusta a la tela y su pecho se marca por encima de lo normal.En especial cuando cruza los brazos, su postura es desafiante, pero veo el temblor sutil en sus dedos, el leve movimiento de su garganta cuando traga saliva. Está aterrada.Y debería estarlo.—Yo… yo no tengo ese dinero.Mis dientes se aprietan con fuerza, esto es el colmo del descaro. El dinero estaba en su maldita cuenta.Pero por supuesto que no lo tiene
Marina—¿Qué se supone que voy a hacer ahora?Mi voz es apenas un susurro mientras me paso las manos por el cabello, caminando de un lado a otro en la sala del restaurante, donde Clara, David y yo hemos estado reunidos durante la última hora.El abogado tiene la carpeta de documentos sobre la mesa. Los mismos que me hunden.Las mismas fotos que hacen que parezca que soy una maldita cómplice.Las mismas pruebas que, aunque no sean lo que parecen, me atan a un delito que no cometí.—Sé que esto es difícil —dice David con tono tranquilo—, pero voy a ser completamente honesto contigo, Marina. Tienes pocas opciones.Levanto la vista, sintiendo una presión en el pecho.—¿Cómo que pocas opciones? ¿Me estás diciendo que en verdad puedo ir a la cárcel?David suelta un leve suspiro.—Las pruebas que tienen son sólidas. Los movimientos bancarios, las fotografías… Aunque sepamos que no son lo que parecen, en un juicio serían un problema. Y no solo eso…Se inclina un poco hacia adelante.—Estamos
MarinaMi corazón late con fuerza cuando el auto se detiene frente a la mansión.Palacio.Ni siquiera es una casa. Es una maldita fortaleza.Las puertas de hierro negro, los enormes ventanales, los jardines perfectamente podados… todo aquí grita lujo, poder y arrogancia.—Bueno, ya estamos aquí —dice David desde el asiento del conductor.Respiro hondo y me giro hacia Clara, quien está sentada a mi lado.—Aún podemos huir —murmuro—. No mirarán en el baúl.Ella rueda los ojos y me aprieta la mano.—Lo superaremos. Solo… trata de llevar la fiesta en paz. No lo provoques y no dejes que te provoque.Levanto las manos en un gesto inocente.—Yo no provoco a la gente.Clara arquea una ceja con escepticismo.—Marina… todos sabemos que de paciencia tienes pocas. Solo no lo hagas enfadar.Resopló y me cruzó de brazos.—No prometo nada.David abre la puerta y baja del auto. Yo hago lo mismo, sujetando con fuerza la maleta en mi mano.En cuanto doy un paso hacia la entrada, un hombre mayor, vestid
MarinaEl calor de la cocina es asfixiante. El aire está impregnado de especias, humo y tensión. El restaurante está al tope, los pedidos entran y salen a una velocidad frenética, y apenas tengo tiempo para respirar.—¡Esa mesa seis todavía no tiene su orden! —grito mientras revuelvo una salsa en el fuego.—¡Ya el saco, jefa! —responde una de las cocineras.Todo marcha bien... hasta que lo veo venir.Mateo, el jefe de meseros, cruza la cocina con la expresión de alguien a punto de soltar una bomba. Por su cara, algo grande está pasando.—Marina… —su voz baja un par de tonos—. Acaba de llegar un cliente importante.Le lanzó una mirada impaciente.—Mateo, tenemos el restaurante lleno de clientes importantes. ¡Define "importante"!Él me mira fijamente.—Uno de los magnates más influyentes de la ciudad. Un socialite.Un leve murmullo se levanta entre los cocineros. Algunos se detectan un instante. Hasta los fogones parecen hacer una pausa.Siento una leve punzada de adrenalina. Si un homb