Marina
Marina
Esto tiene que ser una m*****a broma.
Por unos segundos no lo reconozco. No consigo ubicar la imagen del hombre imponente frente a mi, aunque si se me hace familiar.
Es solo cuando su rostro se convierte en una mueca de rabia total, que me doy cuenta de quién es la persona que tengo enfrente: Salvador Montenegro.
El mismo que fue con su novia al restaurante y le lance un vaso de agua y casi la llamo anorexica. Oh Dios, esto va a ser malo, va a ser realmente malo.
La furia en su voz hace que se me me hiele la sangre.
Mi cuerpo se tensa automáticamente siento que estoy en negación absoluta.
No puede ser él. No puede ser el mismo hombre con el que discutí en el restaurante.
Pero lo es.
Está sentado detrás de un escritorio de madera oscura, con una puerta imponente, una mano apoyada sobre la mesa y la otra sosteniendo una pluma con aire impaciente. Sus ojos oscuros me taladran con una mezcla de incredulidad y desprecio.
Esto es una pesadilla.
El abogado que Clara consiguió para mí carraspea, rompiendo el incómodo silencio.
—Buenos días, señor Montenegro. Soy David Rivas, abogado de la señorita Del Valle. Me gustaría saber de qué se trata esta acusación.
Salvador no aparta los ojos de mí. Me está analizando, escudriñando, juzgándome.
—¿Así que eres Marina Del Valle? —su voz es baja, fría—. El apellido no es casualidad, ¿verdad?
Mi corazón golpea contra mis costillas. Algo está muy mal aquí.
—¿Perdón?
Él suelta una risa sin humor y se reclina en su silla.
—Claro. Debí suponerlo. Tenías que ser hermana de un estafador. Desde que te vi supe que eras problemática, pero nunca imaginé que llegarías tan lejos.
El golpe de sus palabras me sacude.
—¿Estafadora? ¡Yo no sé de qué está hablando! Y ¿por qué habla de mi hermano?
Salvador entrecierra los ojos.
—No te hagas la inocente. Sabes perfectamente de qué hablo.
Me giro hacia David, buscando ayuda.
—Yo no tengo idea de qué está pasando.
David asiente con calma y mira a Salvador.
—Señor Montenegro,parece que ya conocía a mi clienta, voy a pedir que baje su tono y se ahorre las faltas de respeto, ahora ¿puede explicar los cargos específicos?
Salvador mira al abogado como si quisiera matarlo, yo por el contrario me refugio un poco detrás del hombre, aunque mi figura no es tan fácil de esconder.
Veo como Salvador respira hondo y abre una carpeta sobre su escritorio.—Tu hermano, Daniel Del Valle, cometió fraude financiero. Se robó tres millones de dólares al utilizar el nombre de mi empresa para atraer inversores a un proyecto falso.
El aire se me escapa de los pulmones.
Tres millones de dólares.
Mis manos empiezan a temblar.
—Eso… no puede ser.
Salvador me observa con frialdad.
— ¿No puede ser? Qué conveniente.
—¡No lo sabía! —mi voz se quiebra un poco—. Yo no he tenido contacto con mi hermano en meses.
—Pues parece que sí lo tuviste —dice con desdén—. Porque tengo pruebas de que el dinero desaparecido fue a parar a una cuenta con tu nombre.
Me mareo. No, no, no.
David extiende la mano.
—Queremos ver esas pruebas.
Salvador le lanza un sobre espantoso. David lo abre y revisa los documentos, su expresión se vuelve tensa. Me los muestra.
Y mi mundo se derrumba.
Ahí está. Mi nombre. Mi cuenta.
Y peor aún… fotografías.
Fotografías de Daniel y yo juntos, de hace meses, cuando todavía intentaba ayudarle a emprender su vida.
Una de las imágenes me golpea el alma.
Estoy con Daniel afuera de un banco. Le di dinero ese día. No era gran cosa, solo unos billetes para que pudiera pagar su alquiler… pero en la imagen, parece otra cosa.
Parece que estaba recibiendo dinero robado.
Mi garganta se cierra.
—Esto… esto no es lo que parece.
Salvador apoya los codos en la mesa, enlazando los dedos. Su mirada es de piedra.
—Claro que no. Con los culpables nunca es lo que parece, por eso dicen que la carcel esá llena de inocentes, péro ¿cómo explica que el dinero robado terminó en tu cuenta?
Sacudo la cabeza, desesperada.
—No lo sé. ¡No lo sé! No tengo tres millones de dólares.
—La evidencia dice lo contrario.
Mi mente trabaja a mil por hora. Daniel.
Ese mensaje.
"Lo siento."
El temblor en mis manos se intensifica.
—Necesito hablar con mi hermano —murmuro.
—Haz lo que quieras —dice Salvador, indiferente—. Pero eso no cambiará nada.
David cierra la carpeta y ajusta la corbata.
—Señor Montenegro, mi clienta no ha sido formalmente acusada de nada en la corte. Esto es una citación privada, no un procedimiento legal. Si quiere que ella responda ante la justicia, debería llevar esto a juicio.
Salvador sonríe, pero no es una sonrisa agradable.
—Podría hacerlo, pero eso tomaría meses. Y francamente, prefiero soluciones más rápidas.
Mis piernas están a punto de fallarme.
—Yo… yo no tengo ese dinero.
El silencio que sigue es abrumador.
Finalmente, Salvador se inclina hacia adelante y dice, con calma absoluta:
—Muy bien. No tienes cómo pagarlo con dinero.
Se toma un segundo antes de soltar la bomba.
—Podemos arreglar para que lo pagues de otra manera.
El tiempo se detiene.
Lo miro, sintiendo que el suelo se abre bajo mis pies.
—¿Qué?
Salvador se reclina en su silla, con una expresión calculadora.
—Te ofrezco un trato, Marina. Un trato que solucionará todo… y que tú no estás en posición de rechazar.
SalvadorLa rabia como nunca la he sentido se enciende en mi cuerpo, es algo tan palpable que casi siento que puedo tocarla. No puedo creerlo.Es como si todo fuera parte de una burla cósmica, pues no puedo creer que la mujer que me humilló hace meses en un restaurante, esa misma que Renata odia y se encargó de desacreditar ante todos, está aquí, en mi oficina, frente a mí, diciendo que no tiene el dinero para pagar lo que me debe.Tres millones de dólares.Tres. Malditos. Millones.Mis ojos van hasta ella. Trae puesta ropa medianamente formal, pero aún asi su cuerpo se ajusta a la tela y su pecho se marca por encima de lo normal.En especial cuando cruza los brazos, su postura es desafiante, pero veo el temblor sutil en sus dedos, el leve movimiento de su garganta cuando traga saliva. Está aterrada.Y debería estarlo.—Yo… yo no tengo ese dinero.Mis dientes se aprietan con fuerza, esto es el colmo del descaro. El dinero estaba en su maldita cuenta.Pero por supuesto que no lo tiene
Marina—¿Qué se supone que voy a hacer ahora?Mi voz es apenas un susurro mientras me paso las manos por el cabello, caminando de un lado a otro en la sala del restaurante, donde Clara, David y yo hemos estado reunidos durante la última hora.El abogado tiene la carpeta de documentos sobre la mesa. Los mismos que me hunden.Las mismas fotos que hacen que parezca que soy una maldita cómplice.Las mismas pruebas que, aunque no sean lo que parecen, me atan a un delito que no cometí.—Sé que esto es difícil —dice David con tono tranquilo—, pero voy a ser completamente honesto contigo, Marina. Tienes pocas opciones.Levanto la vista, sintiendo una presión en el pecho.—¿Cómo que pocas opciones? ¿Me estás diciendo que en verdad puedo ir a la cárcel?David suelta un leve suspiro.—Las pruebas que tienen son sólidas. Los movimientos bancarios, las fotografías… Aunque sepamos que no son lo que parecen, en un juicio serían un problema. Y no solo eso…Se inclina un poco hacia adelante.—Estamos
MarinaMi corazón late con fuerza cuando el auto se detiene frente a la mansión.Palacio.Ni siquiera es una casa. Es una maldita fortaleza.Las puertas de hierro negro, los enormes ventanales, los jardines perfectamente podados… todo aquí grita lujo, poder y arrogancia.—Bueno, ya estamos aquí —dice David desde el asiento del conductor.Respiro hondo y me giro hacia Clara, quien está sentada a mi lado.—Aún podemos huir —murmuro—. No mirarán en el baúl.Ella rueda los ojos y me aprieta la mano.—Lo superaremos. Solo… trata de llevar la fiesta en paz. No lo provoques y no dejes que te provoque.Levanto las manos en un gesto inocente.—Yo no provoco a la gente.Clara arquea una ceja con escepticismo.—Marina… todos sabemos que de paciencia tienes pocas. Solo no lo hagas enfadar.Resopló y me cruzó de brazos.—No prometo nada.David abre la puerta y baja del auto. Yo hago lo mismo, sujetando con fuerza la maleta en mi mano.En cuanto doy un paso hacia la entrada, un hombre mayor, vestid
MarinaEl calor de la cocina es asfixiante. El aire está impregnado de especias, humo y tensión. El restaurante está al tope, los pedidos entran y salen a una velocidad frenética, y apenas tengo tiempo para respirar.—¡Esa mesa seis todavía no tiene su orden! —grito mientras revuelvo una salsa en el fuego.—¡Ya el saco, jefa! —responde una de las cocineras.Todo marcha bien... hasta que lo veo venir.Mateo, el jefe de meseros, cruza la cocina con la expresión de alguien a punto de soltar una bomba. Por su cara, algo grande está pasando.—Marina… —su voz baja un par de tonos—. Acaba de llegar un cliente importante.Le lanzó una mirada impaciente.—Mateo, tenemos el restaurante lleno de clientes importantes. ¡Define "importante"!Él me mira fijamente.—Uno de los magnates más influyentes de la ciudad. Un socialite.Un leve murmullo se levanta entre los cocineros. Algunos se detectan un instante. Hasta los fogones parecen hacer una pausa.Siento una leve punzada de adrenalina. Si un homb
MarinaDos meses despuésLa cremallera del vestido se atasca justo a la mitad de mi espalda.—¡Maldita sea! —gruño, estirando el brazo en un ángulo imposible para intentar subirla.Estoy a punto de rendirme cuando mi teléfono vibra sobre la cama. Clara.— ¿Qué pasó? —contesto sin aliento, todavía luchando con el maldito vestido.—Pasó que espero que estés lista. No me digas que todavía no has salido de tu casa.Ruedo los ojos.—Estoy en ello, no seas tan dramática. Además, ¿estás segura de que este tipo vale la pena? No quiero otra cita con un soso sin conversación ni personalidad.—Marina, confía en mí. Yo jamás te pondría en una situación así.—Oh, por favor. ¿Te recuerdo el desastre del mes pasado?—Eso no cuenta. Me lo recomendaron, pero nadie me dijo que tenía el carisma de una piedra.Suelto una risa sarcástica mientras forcejeo con la cremallera.—Está bien, entonces dime la verdad. ¿Ya le advertiste cómo soy?Silencio. Luego, Clara suspira.—A ver, ¿a qué te refieres?—No te h