2- No te hagas la inocente

Marina

Marina

Esto tiene que ser una m*****a broma.

Por unos segundos no lo reconozco. No consigo ubicar la imagen del hombre imponente frente a mi, aunque si se me hace familiar.

Es solo cuando su rostro se convierte en una mueca de rabia total, que me doy cuenta de quién es la persona que tengo enfrente: Salvador Montenegro.

El mismo que fue con su novia al restaurante y le lance un vaso de agua y casi la llamo anorexica.

Oh Dios, esto va a ser malo, va a ser realmente malo.

La furia en su voz hace que se me me hiele la sangre.

Mi cuerpo se tensa automáticamente siento que estoy en negación absoluta.

No puede ser él. No puede ser el mismo hombre con el que discutí en el restaurante. 

Pero lo es.

Está sentado detrás de un escritorio de madera oscura, con una puerta imponente, una mano apoyada sobre la mesa y la otra sosteniendo una pluma con aire impaciente. Sus ojos oscuros me taladran con una mezcla de incredulidad y desprecio.

Esto es una pesadilla.

El abogado que Clara consiguió para mí carraspea, rompiendo el incómodo silencio.

—Buenos días, señor Montenegro. Soy David Rivas, abogado de la señorita Del Valle. Me gustaría saber de qué se trata esta acusación.

Salvador no aparta los ojos de mí. Me está analizando, escudriñando, juzgándome.

—¿Así que eres Marina Del Valle? —su voz es baja, fría—. El apellido no es casualidad, ¿verdad?

Mi corazón golpea contra mis costillas. Algo está muy mal aquí.

—¿Perdón?

Él suelta una risa sin humor y se reclina en su silla.

—Claro. Debí suponerlo. Tenías que ser hermana de un estafador. Desde que te vi supe que eras problemática, pero nunca imaginé que llegarías tan lejos.

El golpe de sus palabras me sacude.

—¿Estafadora? ¡Yo no sé de qué está hablando! Y ¿por qué habla de mi hermano?

Salvador entrecierra los ojos.

—No te hagas la inocente. Sabes perfectamente de qué hablo.

Me giro hacia David, buscando ayuda.

—Yo no tengo idea de qué está pasando.

David asiente con calma y mira a Salvador.

—Señor Montenegro,parece que ya conocía a mi clienta, voy a pedir que baje su tono y se ahorre las faltas de respeto, ahora ¿puede explicar los cargos específicos?

Salvador mira al abogado como si quisiera matarlo, yo por el contrario me refugio un poco detrás del hombre, aunque mi figura no es tan fácil de esconder.

Veo como Salvador respira hondo y abre una carpeta sobre su escritorio.

—Tu hermano, Daniel Del Valle, cometió fraude financiero. Se robó tres millones de dólares al utilizar el nombre de mi empresa para atraer inversores a un proyecto falso.

El aire se me escapa de los pulmones.

Tres millones de dólares.

Mis manos empiezan a temblar.

—Eso… no puede ser.

Salvador me observa con frialdad.

— ¿No puede ser? Qué conveniente.

—¡No lo sabía! —mi voz se quiebra un poco—. Yo no he tenido contacto con mi hermano en meses.

—Pues parece que sí lo tuviste —dice con desdén—. Porque tengo pruebas de que el dinero desaparecido fue a parar a una cuenta con tu nombre.

Me mareo. No, no, no.

David extiende la mano.

—Queremos ver esas pruebas.

Salvador le lanza un sobre espantoso. David lo abre y revisa los documentos, su expresión se vuelve tensa. Me los muestra.

Y mi mundo se derrumba.

Ahí está. Mi nombre. Mi cuenta.

Y peor aún… fotografías.

Fotografías de Daniel y yo juntos, de hace meses, cuando todavía intentaba ayudarle a emprender su vida.

Una de las imágenes me golpea el alma.

Estoy con Daniel afuera de un banco. Le di dinero ese día. No era gran cosa, solo unos billetes para que pudiera pagar su alquiler… pero en la imagen, parece otra cosa.

Parece que estaba recibiendo dinero robado.

Mi garganta se cierra.

—Esto… esto no es lo que parece.

Salvador apoya los codos en la mesa, enlazando los dedos. Su mirada es de piedra.

—Claro que no. Con los culpables nunca es lo que parece, por eso dicen que la carcel esá llena de inocentes, péro  ¿cómo explica que el dinero robado terminó en tu cuenta?

Sacudo la cabeza, desesperada.

—No lo sé. ¡No lo sé! No tengo tres millones de dólares.

—La evidencia dice lo contrario.

Mi mente trabaja a mil por hora. Daniel.

Ese mensaje.

"Lo siento."

El temblor en mis manos se intensifica.

—Necesito hablar con mi hermano —murmuro.

—Haz lo que quieras —dice Salvador, indiferente—. Pero eso no cambiará nada.

David cierra la carpeta y ajusta la corbata.

—Señor Montenegro, mi clienta no ha sido formalmente acusada de nada en la corte. Esto es una citación privada, no un procedimiento legal. Si quiere que ella responda ante la justicia, debería llevar esto a juicio.

Salvador sonríe, pero no es una sonrisa agradable.

—Podría hacerlo, pero eso tomaría meses. Y francamente, prefiero soluciones más rápidas.

Mis piernas están a punto de fallarme.

—Yo… yo no tengo ese dinero.

El silencio que sigue es abrumador.

Finalmente, Salvador se inclina hacia adelante y dice, con calma absoluta:

—Muy bien. No tienes cómo pagarlo con dinero.

Se toma un segundo antes de soltar la bomba.

—Podemos arreglar para que lo pagues de otra manera.

El tiempo se detiene.

Lo miro, sintiendo que el suelo se abre bajo mis pies.

—¿Qué?

Salvador se reclina en su silla, con una expresión calculadora.

—Te ofrezco un trato, Marina. Un trato que solucionará todo… y que tú no estás en posición de rechazar.

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