4- Aléjate de él

Marina

—¿Qué se supone que voy a hacer ahora?

Mi voz es apenas un susurro mientras me paso las manos por el cabello, caminando de un lado a otro en la sala del restaurante, donde Clara, David y yo hemos estado reunidos durante la última hora.

El abogado tiene la carpeta de documentos sobre la mesa. Los mismos que me hunden.

Las mismas fotos que hacen que parezca que soy una m*****a cómplice.

Las mismas pruebas que, aunque no sean lo que parecen, me atan a un delito que no cometí.

—Sé que esto es difícil —dice David con tono tranquilo—, pero voy a ser completamente honesto contigo, Marina. Tienes pocas opciones.

Levanto la vista, sintiendo una presión en el pecho.

—¿Cómo que pocas opciones? ¿Me estás diciendo que en verdad puedo ir a la cárcel?

David suelta un leve suspiro.

—Las pruebas que tienen son sólidas. Los movimientos bancarios, las fotografías… Aunque sepamos que no son lo que parecen, en un juicio serían un problema. Y no solo eso…

Se inclina un poco hacia adelante.

—Estamos hablando de Salvador Montenegro. Un hombre con recursos ilimitados, contactos en todas partes y la capacidad de hacerte la vida imposible.

Un escalofrío me recorre la espalda.

—Entonces… ¿qué hago?

David me mira directo a los ojos.

—Te recomiendo aceptar el trato.

Niego de inmediato.

—¡No puedo aceptar ese maldito trato! ¡Voy a perderlo todo! ¡Mi restaurante, mi vida… ni siquiera me pagará un salario!

—Marina… —Clara me toca el brazo con suavidad, tratando de calmarme.

Pero no quiero calmarme. Estoy desesperada.

—Voy a ser una m*****a esclava de ese hombre, cocinando para él como si fuera una sirvienta cualquiera.

—Y eso te permitirá ganar tiempo —dice David—. Un año trabajando para él es mejor que cinco en prisión, ¿no crees?

Me dejo caer en la silla, cubriéndome el rostro con las manos.

—Esto es un desastre…

—No te preocupes por el dinero —interviene Clara—. Yo puedo darte un horario nocturno en el restaurante. Trabajas para él durante el día y aquí en las noches. No será fácil, pero te ayudará a mantenerte de pie.

Cierro los ojos con fuerza. No quiero hacer esto.

Pero no hay opción.

Trago en seco y levanto la cabeza.

—Voy a aceptar.

David y Clara asienten.

—Pero —añado con firmeza—, lo haré con mis condiciones.

David me mira con interés.

—¿Condiciones?

—Sí —me cruzo de brazos—. No voy a permitir que me trate como su juguete.

—Marina… —Clara comienza, pero la interrumpo.

—David, llámalo. Dile que tenemos condiciones.

David suspira y saca su teléfono.

No hay vuelta atrás.

Regresar a Montenegro Enterprises me provoca una sensación de náuseas.

Las luces frías, los pasillos impecables, el aire cargado de poder y arrogancia. Todo aquí grita Salvador Montenegro.

Cuando entro en su oficina, me recibe con una sonrisa de burla.

—Me sorprende que, dada tu condición, quieras poner condiciones.

Aprieto los dientes. No voy a dejar que me intimide.

—Así es —respondo con firmeza—. Tengo condiciones y creo que no estropean en nada el trato que me ofreció.

Él apoya los codos sobre la mesa, observándome con esa intensidad que me crispa los nervios.

—¿Y cuáles serían esas condiciones?

Trago saliva y me obligo a hablar con claridad.

—Voy a poner un tiempo estipulado para pagar la deuda.

—¿Un tiempo estipulado?

—No voy a quedarme indefinidamente trabajando para usted. Necesito saber cuánto tiempo estaré ahí y que quede por escrito.

Él se reclina en su silla.

—Eso no se puede calcular. Son tres millones de dólares.

Levanto la barbilla.

—Aparte, le daré una parte del dinero en efectivo. Tengo ahorros y estoy gestionando otra parte.

Su mirada brilla con algo indescifrable.

—¿Cuánto dinero?

—Quinientos mil dólares.

Levanta una ceja.

—Nada mal. Pero sigues debiendo dos millones y medio.

—Por eso quiero que se estipule un tiempo.

Se queda en silencio, analizando.

—Como mínimo, haré un contrato inicial por un año. Luego veremos si hay que renovarlo.

Mi cuerpo se tensa, pero asiento.

—Bien.

—¿Algo más? —pregunta con una leve sonrisa burlona.

—Sí. Quiero que quede estipulado que no podré ser obligada a hacer nada que esté fuera de mis funciones como cocinera.

Montenegro suelta una risa baja.

—¿Acaso crees que quiero que hagas otra cosa?

Mi mandíbula se aprieta.

—Quiero que quede claro.

Él juega con su pluma sobre la mesa, con expresión divertida.

—Perfecto. Mañana tendrás el contrato para firmarlo.

Me quedo inmóvil.

—¿Mañana?

—Así es. Empiezas de inmediato.

Llego a casa sintiéndome como un cadáver andante.

Un año.

Voy a pasar un maldito año en la casa de Montenegro.

Voy a cocinar para él, verlo todos los días, aguantar su desprecio, su arrogancia… voy a estar bajo su control.

Suelto un suspiro tembloroso mientras empiezo a sacar una maleta.

No puedo creer que tenga que empacar mi vida en un bolso.

Justo cuando estoy acomodando la ropa, mi teléfono vibra.

Miro la pantalla y siento que el aire me abandona.

Daniel.

Mi estómago se retuerce.

Abro el mensaje.

“No vayas. No firmes nada. Aléjate de él.”

Un escalofrío recorre mi espalda.

Mis dedos tiemblan sobre la pantalla.

¿Qué demonios significa esto?

Levanto la mirada, sintiendo que mi habitación se vuelve más pequeña.

Mi hermano ha estado desaparecido durante meses. No ha dado señales de vida. Y ahora me envía esto.

Mi piel se eriza.

Mañana firmo el contrato con Salvador Montenegro.

¿Y si esto es solo el principio de algo mucho peor?

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