Marina
—¿Qué se supone que voy a hacer ahora?
Mi voz es apenas un susurro mientras me paso las manos por el cabello, caminando de un lado a otro en la sala del restaurante, donde Clara, David y yo hemos estado reunidos durante la última hora.
El abogado tiene la carpeta de documentos sobre la mesa. Los mismos que me hunden.
Las mismas fotos que hacen que parezca que soy una m*****a cómplice.
Las mismas pruebas que, aunque no sean lo que parecen, me atan a un delito que no cometí.
—Sé que esto es difícil —dice David con tono tranquilo—, pero voy a ser completamente honesto contigo, Marina. Tienes pocas opciones.
Levanto la vista, sintiendo una presión en el pecho.
—¿Cómo que pocas opciones? ¿Me estás diciendo que en verdad puedo ir a la cárcel?
David suelta un leve suspiro.
—Las pruebas que tienen son sólidas. Los movimientos bancarios, las fotografías… Aunque sepamos que no son lo que parecen, en un juicio serían un problema. Y no solo eso…
Se inclina un poco hacia adelante.
—Estamos hablando de Salvador Montenegro. Un hombre con recursos ilimitados, contactos en todas partes y la capacidad de hacerte la vida imposible.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—Entonces… ¿qué hago?
David me mira directo a los ojos.
—Te recomiendo aceptar el trato.
Niego de inmediato.
—¡No puedo aceptar ese maldito trato! ¡Voy a perderlo todo! ¡Mi restaurante, mi vida… ni siquiera me pagará un salario!
—Marina… —Clara me toca el brazo con suavidad, tratando de calmarme.
Pero no quiero calmarme. Estoy desesperada.
—Voy a ser una m*****a esclava de ese hombre, cocinando para él como si fuera una sirvienta cualquiera.
—Y eso te permitirá ganar tiempo —dice David—. Un año trabajando para él es mejor que cinco en prisión, ¿no crees?
Me dejo caer en la silla, cubriéndome el rostro con las manos.
—Esto es un desastre…
—No te preocupes por el dinero —interviene Clara—. Yo puedo darte un horario nocturno en el restaurante. Trabajas para él durante el día y aquí en las noches. No será fácil, pero te ayudará a mantenerte de pie.
Cierro los ojos con fuerza. No quiero hacer esto.
Pero no hay opción.
Trago en seco y levanto la cabeza.
—Voy a aceptar.
David y Clara asienten.
—Pero —añado con firmeza—, lo haré con mis condiciones.
David me mira con interés.
—¿Condiciones?
—Sí —me cruzo de brazos—. No voy a permitir que me trate como su juguete.
—Marina… —Clara comienza, pero la interrumpo.
—David, llámalo. Dile que tenemos condiciones.
David suspira y saca su teléfono.
No hay vuelta atrás.
Regresar a Montenegro Enterprises me provoca una sensación de náuseas.
Las luces frías, los pasillos impecables, el aire cargado de poder y arrogancia. Todo aquí grita Salvador Montenegro.
Cuando entro en su oficina, me recibe con una sonrisa de burla.
—Me sorprende que, dada tu condición, quieras poner condiciones.
Aprieto los dientes. No voy a dejar que me intimide.
—Así es —respondo con firmeza—. Tengo condiciones y creo que no estropean en nada el trato que me ofreció.
Él apoya los codos sobre la mesa, observándome con esa intensidad que me crispa los nervios.
—¿Y cuáles serían esas condiciones?
Trago saliva y me obligo a hablar con claridad.
—Voy a poner un tiempo estipulado para pagar la deuda.
—¿Un tiempo estipulado?
—No voy a quedarme indefinidamente trabajando para usted. Necesito saber cuánto tiempo estaré ahí y que quede por escrito.
Él se reclina en su silla.
—Eso no se puede calcular. Son tres millones de dólares.
Levanto la barbilla.
—Aparte, le daré una parte del dinero en efectivo. Tengo ahorros y estoy gestionando otra parte.
Su mirada brilla con algo indescifrable.
—¿Cuánto dinero?
—Quinientos mil dólares.
Levanta una ceja.
—Nada mal. Pero sigues debiendo dos millones y medio.
—Por eso quiero que se estipule un tiempo.
Se queda en silencio, analizando.
—Como mínimo, haré un contrato inicial por un año. Luego veremos si hay que renovarlo.
Mi cuerpo se tensa, pero asiento.
—Bien.
—¿Algo más? —pregunta con una leve sonrisa burlona.
—Sí. Quiero que quede estipulado que no podré ser obligada a hacer nada que esté fuera de mis funciones como cocinera.
Montenegro suelta una risa baja.
—¿Acaso crees que quiero que hagas otra cosa?
Mi mandíbula se aprieta.
—Quiero que quede claro.
Él juega con su pluma sobre la mesa, con expresión divertida.
—Perfecto. Mañana tendrás el contrato para firmarlo.
Me quedo inmóvil.
—¿Mañana?
—Así es. Empiezas de inmediato.
Llego a casa sintiéndome como un cadáver andante.
Un año.
Voy a pasar un maldito año en la casa de Montenegro.
Voy a cocinar para él, verlo todos los días, aguantar su desprecio, su arrogancia… voy a estar bajo su control.
Suelto un suspiro tembloroso mientras empiezo a sacar una maleta.
No puedo creer que tenga que empacar mi vida en un bolso.
Justo cuando estoy acomodando la ropa, mi teléfono vibra.
Miro la pantalla y siento que el aire me abandona.
Daniel.
Mi estómago se retuerce.
Abro el mensaje.
“No vayas. No firmes nada. Aléjate de él.”
Un escalofrío recorre mi espalda.
Mis dedos tiemblan sobre la pantalla.
¿Qué demonios significa esto?
Levanto la mirada, sintiendo que mi habitación se vuelve más pequeña.
Mi hermano ha estado desaparecido durante meses. No ha dado señales de vida. Y ahora me envía esto.
Mi piel se eriza.
Mañana firmo el contrato con Salvador Montenegro.
¿Y si esto es solo el principio de algo mucho peor?
MarinaMi corazón late con fuerza cuando el auto se detiene frente a la mansión.Palacio.Ni siquiera es una casa. Es una maldita fortaleza.Las puertas de hierro negro, los enormes ventanales, los jardines perfectamente podados… todo aquí grita lujo, poder y arrogancia.—Bueno, ya estamos aquí —dice David desde el asiento del conductor.Respiro hondo y me giro hacia Clara, quien está sentada a mi lado.—Aún podemos huir —murmuro—. No mirarán en el baúl.Ella rueda los ojos y me aprieta la mano.—Lo superaremos. Solo… trata de llevar la fiesta en paz. No lo provoques y no dejes que te provoque.Levanto las manos en un gesto inocente.—Yo no provoco a la gente.Clara arquea una ceja con escepticismo.—Marina… todos sabemos que de paciencia tienes pocas. Solo no lo hagas enfadar.Resopló y me cruzó de brazos.—No prometo nada.David abre la puerta y baja del auto. Yo hago lo mismo, sujetando con fuerza la maleta en mi mano.En cuanto doy un paso hacia la entrada, un hombre mayor, vestid
MarinaEl calor de la cocina es asfixiante. El aire está impregnado de especias, humo y tensión. El restaurante está al tope, los pedidos entran y salen a una velocidad frenética, y apenas tengo tiempo para respirar.—¡Esa mesa seis todavía no tiene su orden! —grito mientras revuelvo una salsa en el fuego.—¡Ya el saco, jefa! —responde una de las cocineras.Todo marcha bien... hasta que lo veo venir.Mateo, el jefe de meseros, cruza la cocina con la expresión de alguien a punto de soltar una bomba. Por su cara, algo grande está pasando.—Marina… —su voz baja un par de tonos—. Acaba de llegar un cliente importante.Le lanzó una mirada impaciente.—Mateo, tenemos el restaurante lleno de clientes importantes. ¡Define "importante"!Él me mira fijamente.—Uno de los magnates más influyentes de la ciudad. Un socialite.Un leve murmullo se levanta entre los cocineros. Algunos se detectan un instante. Hasta los fogones parecen hacer una pausa.Siento una leve punzada de adrenalina. Si un homb
MarinaDos meses despuésLa cremallera del vestido se atasca justo a la mitad de mi espalda.—¡Maldita sea! —gruño, estirando el brazo en un ángulo imposible para intentar subirla.Estoy a punto de rendirme cuando mi teléfono vibra sobre la cama. Clara.— ¿Qué pasó? —contesto sin aliento, todavía luchando con el maldito vestido.—Pasó que espero que estés lista. No me digas que todavía no has salido de tu casa.Ruedo los ojos.—Estoy en ello, no seas tan dramática. Además, ¿estás segura de que este tipo vale la pena? No quiero otra cita con un soso sin conversación ni personalidad.—Marina, confía en mí. Yo jamás te pondría en una situación así.—Oh, por favor. ¿Te recuerdo el desastre del mes pasado?—Eso no cuenta. Me lo recomendaron, pero nadie me dijo que tenía el carisma de una piedra.Suelto una risa sarcástica mientras forcejeo con la cremallera.—Está bien, entonces dime la verdad. ¿Ya le advertiste cómo soy?Silencio. Luego, Clara suspira.—A ver, ¿a qué te refieres?—No te h
MarinaMarinaEsto tiene que ser una maldita broma.Por unos segundos no lo reconozco. No consigo ubicar la imagen del hombre imponente frente a mi, aunque si se me hace familiar.Es solo cuando su rostro se convierte en una mueca de rabia total, que me doy cuenta de quién es la persona que tengo enfrente: Salvador Montenegro.El mismo que fue con su novia al restaurante y le lance un vaso de agua y casi la llamo anorexica. Oh Dios, esto va a ser malo, va a ser realmente malo.La furia en su voz hace que se me me hiele la sangre.Mi cuerpo se tensa automáticamente siento que estoy en negación absoluta.No puede ser él. No puede ser el mismo hombre con el que discutí en el restaurante. Pero lo es.Está sentado detrás de un escritorio de madera oscura, con una puerta imponente, una mano apoyada sobre la mesa y la otra sosteniendo una pluma con aire impaciente. Sus ojos oscuros me taladran con una mezcla de incredulidad y desprecio.Esto es una pesadilla.El abogado que Clara consiguió
SalvadorLa rabia como nunca la he sentido se enciende en mi cuerpo, es algo tan palpable que casi siento que puedo tocarla. No puedo creerlo.Es como si todo fuera parte de una burla cósmica, pues no puedo creer que la mujer que me humilló hace meses en un restaurante, esa misma que Renata odia y se encargó de desacreditar ante todos, está aquí, en mi oficina, frente a mí, diciendo que no tiene el dinero para pagar lo que me debe.Tres millones de dólares.Tres. Malditos. Millones.Mis ojos van hasta ella. Trae puesta ropa medianamente formal, pero aún asi su cuerpo se ajusta a la tela y su pecho se marca por encima de lo normal.En especial cuando cruza los brazos, su postura es desafiante, pero veo el temblor sutil en sus dedos, el leve movimiento de su garganta cuando traga saliva. Está aterrada.Y debería estarlo.—Yo… yo no tengo ese dinero.Mis dientes se aprietan con fuerza, esto es el colmo del descaro. El dinero estaba en su maldita cuenta.Pero por supuesto que no lo tiene