AIDANCorro, el bosque abriéndose bajo mis pies, ramas rasgándome los brazos. La frontera humana está cerca, y no miro atrás. No puedo. El aire quema mis pulmones, el ruido de la ciudad todavía zumbando en mis oídos. Tengo que salir de aquí, llegar a Lois. Mis piernas empujan, rápidas, más de lo que deberían, y el collar en mi cuello vibra, frío, manteniéndome oculto.Llego al borde, árboles altos dándome sombra, y me detengo, agachado tras un arbusto. Miro. Al este, el territorio vampírico arde, llamas vivas devorando todo, un muro rojo que ilumina el cielo con humo negro. Pero adelante, la frontera humana está cerrada. Hombres como los de la ciudad forman líneas, armaduras oscuras brillando bajo el sol, armas largas apuntando al bosque. Resguardan su perímetro, máscaras reflejando la luz, pasos firmes. No me asustan. Lo que me inquieta es el olor. Fuerte, como incienso quemado, pero más pesado. Huele a muerte.Me quedo quieto, mis ojos barriendo su formación. Busco una brecha, un hu
La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto
El bosque de troncos plateados temblaba bajo una luz tenue, las hojas doradas cayendo lentas en un silencio roto por el crujir de la tierra. Aidan estaba en el centro, su cuerpo golpeado, sangre goteando de un corte en el brazo, su camisa rasgada colgando en jirones. Las brujas lo rodeaban, unas veinte figuras etéreas, sus túnicas blancas y grises ondeando como niebla viva, sus ojos brillando en tonos de gris, verde, violeta y azul. No sabían qué era él, una criatura que no encajaba en sus runas ni en sus cánticos, pero lo querían muerto.Una de ellas, de pelo negro como tinta, lanzó un látigo de sombras que cortó el aire, azotando el pecho de Aidan. Él gruñó, retrocediendo un paso, pero levantó un puño y golpeó, su fuerza pura estrellándose contra el rostro de otra, de pelo rojo brillante. La cabeza de la bruja se torció con un crujido seco, cayendo al suelo, su cuerpo desplomándose como un títere roto. Las demás sisearon, un sonido que llenó el aire de espinas invisibles, y atacaron
Despertar cada día y pensar que el resto de mis días solo sería una Omega, me llenaba de desanimo, sumándole eso a mi enfermedad, nada pintaba muy bien.Hace una semana cumplí los veinte años.Habían tres cosas malas en mi vida.La primera, ¡seguía siendo virgen!La segunda, ¡encontré a mi pareja a los dieciocho! Pero esta me rechazó al ver que yo solo era una Omega. Y no lo culpo, estaba sirviendo las comidas a los hijos de los Betas cuando él sintió mi olor, luego de ser un invitado especial de la manada, y sí, al verme me rechazó y salió huyendo, lo que reducía bastante mis posibilidades de poder salir de la manada, porque como estudiante tampoco pude conseguir una beca e irme a estudiar fuera.Varios meses delicada de salud me prohibieron esforzarme al máximo con mis estudios.La tercera, quizás más importante. Nací con una condición “especial”, como la llamaban de vez en cuando cada vez que tenía que tratarme, había que hacerme transfusiones de sangre cada tres meses, lo que cost
No podía escuchar nada, más que el retumbar de mi corazón, esos saltos en mi pecho, esos fuertes latidos y esas dos manos sujetándome mientras entrábamos a la fiesta, de pronto comenzaron a bailar alrededor de mí, ellos bailaban conmigo en el medio de los dos y así duraron unos minutos, provocaron sonrojo en mis mejillas y calor en todo mi cuerpo, los dos me brindaron bebidas a la vez y yo rechacé ambas, jamás en mi vida había probado una gota de alcohol, pero un segundo después me tomé toda una copa de no sé qué y luego la otra porque los dos me exigieron tomar, seguían bailando, todo el mundo se alocaba aquí, yo estaba tiesa, tan dura como el tronco de un árbol, que ni mis pies se movían, tan solo mis ojos en busca de a dónde correr.Una mano me sujetó, ni idea de quién era, pero ellos dos me sujetaron también, gruñendo al otro chico, que de inmediato se disculpó y desapareció entre la gente.—Sonríe.—sujetó mi rostro y lo levantó, no sabía ni cómo se llamaban o qué hacía yo aquí, p
Emmanuel era el de las manos rápidas, eso ya lo había notado, en menos de cinco minutos ya había tocado mi trasero unas diez veces.Sí, las conté, porque cada vez que lo hacía enviaba unos pinchazos a mis piernas. Debilitándolas.Ezequiel era…¿cómo explicarlo? Mis pasos no podían estar lejos de él, seguía todos mis movimientos, era el que más cercano bailaba y exigía contacto visual conmigo. Desde luego, podría verse que estos dos Alfas me acorralaban, pero no sé si era por el alcohol, la adrenalina del lugar, no sentirme cobarde o algo más, pero estar en medio de ellos dos arrojaba algo en mí. Aparte de todo este calor que recorría mi cuerpo.Emmanuel, que estaba detrás de mí, posó sus manos en mi cintura luego de dejar un trago en mi mano, me llevó hasta tocar su pecho y después se acercó a mi oído, Ezequiel solo tardó un segundo en seguirnos el paso.—¿Qué hará una omega en nuestra universidad? Te van a comer viva, ¿lo sabías?—¿Qué vas a estudiar, Lois?—Ezequiel tomó el vaso vació
—¡Soy una zorra!—exclamé al abrir los ojos y verme desnuda entre estos dos hombres.—No…—masculló uno de ellos. Habíamos quedado en que para poder diferenciarlos, Ezequiel se quedaría a mi derecha y a mi izquierda Emmanuel. Por lo que el que hablaba era Emmanuel, a mi izquierda. Dejó una mano en mi hombro y devolvió mi cuerpo a la cama, para que de inmediato ambos me arroparan con sus manos.—Eres una loba, no una zorra.Ezequiel dejó salir una risa y luego comenzó a besar mis pechos o el que le correspondía a él, dado que se dividieron mi cuerpo cuando ya cada uno había andado todo y hecho lo que se les vino en gana. Y le dieron ganas de muchas cosas.La división solo salió cuando todo terminó, mientras pasaba eso nadie tenía territorio, yo solo era de ambos, cada parte, cada lugar de mí, ahora era de ellas.Estuve con estos dos Alfas y…creo que no me arrepentiría jamás.—Intenta dormido otra vez o…despertaremos nosotros también.—¡Ya me duermo!—Y cerré mis ojos, mientras los recuerdo
El agua bajaba por mi cara, no sé cómo cabíamos los tres en la ducha. Unas manos lavaban mi cabello y otras estaban agachas estregando mis pies.Deseaba que solo fuera un baño rápido, porque mi cuerpo estaba verdaderamente cansado.Esos buenos días fueron…tan fuertes como las buenas noches.No hacía más que suspirar, mientras mi atención iba de uno a otro. Era difícil mantener mis ojos solo en uno de ellos.Esto no era nada, una aventura que ocurrió en un tren, como la que estaba teniendo Viviana en la habitación de al lado. Solo que…se sentía extraño, quizás un mínimo apego por ser mi primera experiencia en cuanto a relaciones sexuales, mi primera experiencia para muchas cosas en este ámbito tan placentero y perverso en el que me veo inmersa, al menos por estas últimas horas.—Creo que ya está lista.—¡Menos mal! Todo pasó sin incidencias, no fue más que un baño. Agradecía eso.Pero mi estómago rugió y arruinó las cosas. Ahora ellos volvieron a prestar su atención en mí.¡¿Cuánto falt