AIDANCamino con pasos pesados, el suelo bajo mis botas duro como piedra pulida. El bosque quedó atrás hace horas, y la camisa que encontré en una cabaña abandonada me cubre el pecho, áspera, marrón, oliendo a polvo y tiempo. La robé de un tendedero roto, junto con unos pantalones negros que rasgué para que me entraran. No es mucho, pero tapa las cenizas y los tatuajes que serpentean por mis brazos, marcas de una vida que no explico. El amanecer pinta el cielo de naranja, y el sol me calienta la piel, fuerte, vivo, un latido que no entiendo pero que me sostiene. Delante de mí, el mundo humano se abre en un rugido que nunca he visto.Edificios altos, más altos que cualquier árbol, se alzan como gigantes de cristal y acero, reflejando la luz en miles de colores. Coches rugen por las calles, bestias de metal que escupen humo, y el aire está lleno de sonidos: bocinas, voces, pasos. Todo es demasiado. Mis ojos saltan de un lado a otro, tratando de entender. Hay gente por todas partes, más
ENZOVuelvo con la rabia latiendo en mis venas, el recuerdo de las llamas de ese mocoso, Aidan, quemándome la mente como un insulto. Se escapó. Un intento de lobo insolente que osa arder bajo el sol y desafiarme. ¿Cree que puede huir de mí? Patético. No hay rincón en este mundo que me oculte lo que es mío.Mi dominio me espera, un imperio de sombras y sangre que doblego con un chasquido.Mi granja. Mi trono.Que tiemble quien ose cruzarme.El sendero se retuerce entre colinas áridas, un laberinto que ningún lobo tiene el valor de profanar. El aire lleva mi aroma, un perfume de muerte y poder que doblega incluso al viento. Llego al borde del valle, mi mano rozando el arco de piedra negra, runas que brillan rojas como sangre fresca bajo mi toque. El collar en mi cuello vibra, un juguete encantado que me deja reírme del sol. Soy más que ellos. Siempre lo he sido.— Ábrete —ordeno, y la piedra obedece, deslizándose con un gemido que suena a súplica.El valle se despliega ante mí, una joya
AIDANCorro, el bosque abriéndose bajo mis pies, ramas rasgándome los brazos. La frontera humana está cerca, y no miro atrás. No puedo. El aire quema mis pulmones, el ruido de la ciudad todavía zumbando en mis oídos. Tengo que salir de aquí, llegar a Lois. Mis piernas empujan, rápidas, más de lo que deberían, y el collar en mi cuello vibra, frío, manteniéndome oculto.Llego al borde, árboles altos dándome sombra, y me detengo, agachado tras un arbusto. Miro. Al este, el territorio vampírico arde, llamas vivas devorando todo, un muro rojo que ilumina el cielo con humo negro. Pero adelante, la frontera humana está cerrada. Hombres como los de la ciudad forman líneas, armaduras oscuras brillando bajo el sol, armas largas apuntando al bosque. Resguardan su perímetro, máscaras reflejando la luz, pasos firmes. No me asustan. Lo que me inquieta es el olor. Fuerte, como incienso quemado, pero más pesado. Huele a muerte.Me quedo quieto, mis ojos barriendo su formación. Busco una brecha, un hu
La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto
El bosque de troncos plateados temblaba bajo una luz tenue, las hojas doradas cayendo lentas en un silencio roto por el crujir de la tierra. Aidan estaba en el centro, su cuerpo golpeado, sangre goteando de un corte en el brazo, su camisa rasgada colgando en jirones. Las brujas lo rodeaban, unas veinte figuras etéreas, sus túnicas blancas y grises ondeando como niebla viva, sus ojos brillando en tonos de gris, verde, violeta y azul. No sabían qué era él, una criatura que no encajaba en sus runas ni en sus cánticos, pero lo querían muerto.Una de ellas, de pelo negro como tinta, lanzó un látigo de sombras que cortó el aire, azotando el pecho de Aidan. Él gruñó, retrocediendo un paso, pero levantó un puño y golpeó, su fuerza pura estrellándose contra el rostro de otra, de pelo rojo brillante. La cabeza de la bruja se torció con un crujido seco, cayendo al suelo, su cuerpo desplomándose como un títere roto. Las demás sisearon, un sonido que llenó el aire de espinas invisibles, y atacaron
Despertar cada día y pensar que el resto de mis días solo sería una Omega, me llenaba de desanimo, sumándole eso a mi enfermedad, nada pintaba muy bien.Hace una semana cumplí los veinte años.Habían tres cosas malas en mi vida.La primera, ¡seguía siendo virgen!La segunda, ¡encontré a mi pareja a los dieciocho! Pero esta me rechazó al ver que yo solo era una Omega. Y no lo culpo, estaba sirviendo las comidas a los hijos de los Betas cuando él sintió mi olor, luego de ser un invitado especial de la manada, y sí, al verme me rechazó y salió huyendo, lo que reducía bastante mis posibilidades de poder salir de la manada, porque como estudiante tampoco pude conseguir una beca e irme a estudiar fuera.Varios meses delicada de salud me prohibieron esforzarme al máximo con mis estudios.La tercera, quizás más importante. Nací con una condición “especial”, como la llamaban de vez en cuando cada vez que tenía que tratarme, había que hacerme transfusiones de sangre cada tres meses, lo que cost
No podía escuchar nada, más que el retumbar de mi corazón, esos saltos en mi pecho, esos fuertes latidos y esas dos manos sujetándome mientras entrábamos a la fiesta, de pronto comenzaron a bailar alrededor de mí, ellos bailaban conmigo en el medio de los dos y así duraron unos minutos, provocaron sonrojo en mis mejillas y calor en todo mi cuerpo, los dos me brindaron bebidas a la vez y yo rechacé ambas, jamás en mi vida había probado una gota de alcohol, pero un segundo después me tomé toda una copa de no sé qué y luego la otra porque los dos me exigieron tomar, seguían bailando, todo el mundo se alocaba aquí, yo estaba tiesa, tan dura como el tronco de un árbol, que ni mis pies se movían, tan solo mis ojos en busca de a dónde correr.Una mano me sujetó, ni idea de quién era, pero ellos dos me sujetaron también, gruñendo al otro chico, que de inmediato se disculpó y desapareció entre la gente.—Sonríe.—sujetó mi rostro y lo levantó, no sabía ni cómo se llamaban o qué hacía yo aquí, p
Emmanuel era el de las manos rápidas, eso ya lo había notado, en menos de cinco minutos ya había tocado mi trasero unas diez veces.Sí, las conté, porque cada vez que lo hacía enviaba unos pinchazos a mis piernas. Debilitándolas.Ezequiel era…¿cómo explicarlo? Mis pasos no podían estar lejos de él, seguía todos mis movimientos, era el que más cercano bailaba y exigía contacto visual conmigo. Desde luego, podría verse que estos dos Alfas me acorralaban, pero no sé si era por el alcohol, la adrenalina del lugar, no sentirme cobarde o algo más, pero estar en medio de ellos dos arrojaba algo en mí. Aparte de todo este calor que recorría mi cuerpo.Emmanuel, que estaba detrás de mí, posó sus manos en mi cintura luego de dejar un trago en mi mano, me llevó hasta tocar su pecho y después se acercó a mi oído, Ezequiel solo tardó un segundo en seguirnos el paso.—¿Qué hará una omega en nuestra universidad? Te van a comer viva, ¿lo sabías?—¿Qué vas a estudiar, Lois?—Ezequiel tomó el vaso vació