Humanos

AIDAN

Camino con pasos pesados, el suelo bajo mis botas duro como piedra pulida. El bosque quedó atrás hace horas, y la camisa que encontré en una cabaña abandonada me cubre el pecho, áspera, marrón, oliendo a polvo y tiempo. La robé de un tendedero roto, junto con unos pantalones negros que rasgué para que me entraran. No es mucho, pero tapa las cenizas y los tatuajes que serpentean por mis brazos, marcas de una vida que no explico. El amanecer pinta el cielo de naranja, y el sol me calienta la piel, fuerte, vivo, un latido que no entiendo pero que me sostiene. Delante de mí, el mundo humano se abre en un rugido que nunca he visto.

Edificios altos, más altos que cualquier árbol, se alzan como gigantes de cristal y acero, reflejando la luz en miles de colores. Coches rugen por las calles, bestias de metal que escupen humo, y el aire está lleno de sonidos: bocinas, voces, pasos. Todo es demasiado. Mis ojos saltan de un lado a otro, tratando de entender. Hay gente por todas partes, más
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