Conducir el auto de su amiga era el sueño de Elizabeth. Para ella, era el objeto más valioso que su amiga poseía en ese momento. Sabía que no permitía que cualquiera lo condujera, pero se sentía especial al ser considerada su mejor amiga...
Elizabeth se deslizó dentro del lujoso automóvil de Cristen, sintiendo el olor a cuero nuevo y perfume de la última vez que su amiga lo había usado. Con una sonrisa, se sentó frente al volante y se ajustó el asiento a su medida. Este momento era como un pequeño regalo, un breve escape de su rutina. —Veamos qué tipo de música hay en este auto —pensó mientras abría la guantera. Sin embargo, se sorprendió al encontrar un condón en su interior. El hallazgo la dejó perpleja. ¿Por qué su amiga tendría eso allí? Aunque sabía que Cristen estaba pasando por un duelo, no le sorprendía que se divirtiera. Después de todo, ella vivía para esos momentos. Mientras reflexionaba sobre la situación, Elizabeth comenzó a cuestionar los secretos y las vidas ocultas que todos llevaban consigo. Tal vez Cristen estaba tratando de llenar un vacío con experiencias pasajeras, o tal vez simplemente estaba viviendo sin ataduras. Sea cual fuera la razón, Elizabeth no podía evitar sentir curiosidad y preocupación por su amiga. —Quizás sea una forma de castigarse —pensó Elizabeth, sintiendo un nudo en el estómago al considerar las posibles razones detrás del hallazgo inesperado. Mientras tanto, muy cerca en la carretera, el teléfono de Adrián comenzó a sonar en todo el auto, interrumpiendo el silencio. El conductor y empleado de Santiago, hizo una pausa antes de hacer la pregunta. —Señor, ¿me permite contestar? Es mi esposa —le preguntó con educación, tratando de mantener la compostura a pesar de la ansiedad que sentía. Santiago, por su parte, aceptó con un gesto de la mano, reconociendo la importancia de la llamada para Adrián. —Adelante, responde —respondió Santiago, observando cómo Adrián tomaba el teléfono con manos temblorosas. Santiago pudo escuchar la voz de la esposa de Adrián a través del altavoz del teléfono. La preocupación en su tono era evidente, y Santiago no pudo evitar sentir empatía por la situación. —Querido, te necesito con urgencia. Nuestro hijo ha tenido un accidente en la moto —dijo la esposa de Adrián, su voz temblorosa al otro lado de la línea. Santiago notó cómo la esposa alargaba el drama al contar la situación, mencionando todo el esfuerzo invertido en su hijo y el dinero que habían dado para que tuviera un departamento. Parecía que Santiago conocía bien esta historia, ya que Adrián se lo había contado anteriormente. Sintió frustración al escuchar cómo el hijo seguía dependiendo de sus padres y aprovechándose de ellos. —Amor, estoy trabajando ahora mismo. Déjame ver qué puedo hacer —respondió Adrián, tratando de sonar tranquilo a pesar de la urgencia en la voz de su esposa. Santiago fingió una sonrisa mientras pensaba en despedirlo, pero sabía que era un excelente chofer y habían trabajado juntos durante años. Decidió posponer la decisión y le pidió que lo llevara a la oficina, pero el le pidió permiso para ir al hospital. —Vete al hospital de una vez y entrégame las llaves del auto, Adrián —dijo Santiago mientras estiraba las manos para recibir las llaves. Adrián salió del auto y Santiago se cambió al asiento del conductor. Sintió una pequeña distracción al poner música a todo volumen, pero en ese momento sintió un golpe fuerte en la parte trasera del auto. —¡No más esto me faltaba, demonios! —exclamó Santiago frustrado, golpeando el volante con fuerza. Parecía que el día no le estaba yendo bien, pero sabía que debía desahogarse para sentirse mejor. Elizabeth, por otro lado, iba manejando plácidamente por la carretera cuando de repente, un idiota detuvo su auto abruptamente y chocó contra la parte trasera del vehículo de enfrente. Frunció el ceño al notar que se trataba de un lujoso automóvil. Esperaba fervientemente que el responsable supiera disculparse, ya que el accidente no había sido su error. Él fue quien decidió frenar de forma imprevista, por lo tanto, no debería contar como su responsabilidad, ¿verdad? Sin embargo, temía la reacción de Cristen cuando viera el estado de su auto. Decidida, se bajó del vehículo y se dirigió al hombre atractivo y seductor que iba en el otro automóvil, exigiéndole que saliera. Pero él permanecía dentro, renuente a bajar, hasta que finalmente golpeó el cristal de su ventanilla. —¿Podrías bajar del auto, por favor? Necesitamos resolver esto —le pidió Elizabeth. Santiago, mientras tanto, evaluaba la situación desde su automóvil. Estaba molesto por el choque, pero su expresión cambió al ver a la mujer que se acercaba. Quedó impresionado por su belleza y sensualidad. Observó detalladamente su cabello negro, su estatura alta y esbelta, y notó cómo su traje plateado resaltaba su atractivo físico. Tuvo que admitir que era una mujer deslumbrante y encantadora. Sin embargo, se obligó a apartar esos pensamientos inapropiados. «Debería... oh, mejor no, amigo» se reprendió internamente, tratando de evitar pensamientos lascivos mejor bajo del auto y vio el daño. Elizabeth se mantuvo embobada contemplando al hombre por un momento. Era sobrecogedoramente guapo y sexy. Su cabellera negra contrastaba con su tez clara y sus piernas, al igual que sus brazos, se notaban tonificados y enérgicos a través de su camisa blanca. Su traje y sus zapatos impecable mente limpios lo convertían en un hombre de apariencia distinguida. Elizabeth no pudo evitar pensar que era casi un adonis y no entendía cómo alguien tan escultural podía parecer tan arrogante. Sin embargo, sus ensoñaciones se interrumpieron al escuchar que el incidente le saldría costoso. —Oye, ¿qué te pasa? Por tu culpa he chocado. Tú fuiste quien me golpeó a mí, así que deberías ser tú quien pague por los daños —le espetó Elizabeth, completamente molesta, mientras se cruzaba de brazos. Sin embargo, notó que el hombre seguía con la mirada fija en su pecho, lo cual hizo que bajara los brazos rápidamente. Cuando sus ojos se encontraron, ella esperaba encontrar algo de arrepentimiento en su mirada. Santiago, por su parte, se quedó embobado contemplando los generosos atributos de Elizabeth por un instante, su mente se llenó de fantasías y pensamientos inapropiados. Sin embargo, rápidamente apartó su mirada al percatarse de que ella se había dado cuenta. Frunciendo el ceño, respondió con tono despectivo: —¿Qué rayos has dicho, ignorante? Tú fuiste quien me chocó, niña idiota. «Esta mujer es el tipo de persona que detesto, alguien a quien solo utilizaría para un encuentro fugaz y luego desecharía. Tal vez sería mejor enviarla a la Patagonia» pensó. A medida que la tensión aumentaba entre ellos, ninguno de los dos podía imaginar cómo esta peculiar situación les llevaría a conocerse más a fondo, rompiendo barreras y prejuicios mientras descubrían una historia de amor inesperada. ★Muchas gracias por su lectura.😍 No olviden seguirme y calificar la novela.—¿Crees que me voy a dejar que me hables de tal manera? Fue tu culpa, idiota —le reprochó ella con indignación... «Dicen por ahí que una mujer enchilada es un demonio, pero no deja de estar muy buena» pensó para sí mismo, lidiando con la mezcla de atracción y enojo que sentía hacia ella. —Sabes que le hablaré a la grúa para que se lleve tu estúpido auto. No puedo seguir perdiendo el tiempo aquí —le advirtió él, frustrado por la situación. Necesitaba llegar a su oficina y ella solo parecía retrasarlo aún más. Ella giró la cabeza en dirección al auto con una mirada nostálgica y preocupada. No quería que se lo llevaran, aunque en realidad no era suyo. —No te puedes llevar el auto. Lo que pasa es que no es mío —explicó, con sus pensamientos llenos de nostalgia mientras miraba el vehículo. —¿Crees que me importa? Si no quieres que se lo lleven, tendrás que pagar medio millón, por lo menos —le respondió, molesto. No podía ignorar el rayón que ella le había hecho a su auto.
—¿Tú qué demonios haces aquí? ¿Acaso has venido a pagarme? —pregunta el rey de los idiotas, con una expresión de desdén en su rostro. Ella oculta su cara de vergüenza al verse de rodillas frente a él, recordando que dijo que nunca se arrodillaría. —No... ¿tú qué haces aquí? —responde con voz temblorosa. —Yo trabajo aquí. Aunque te arrodilles, jamás te perdonaré si no me pagas —dice burlándose de ella, luciendo una sonrisa de satisfacción en su rostro. —¡Ya quisieras! Vine a una entrevista de trabajo —responde, poniéndose de pie y tomando asiento con determinación. ★ Entrevista ★. Santiago toma asiento en frente de su imponente escritorio. La habitación refleja el poder y la ostentación, con detalles lujosos y una decoración que denota su estatus. —¿Edad? —dispara su primera pregunta, con un tono autoritario. —Tengo 23 años —responde ella con sinceridad, tratando de mantener la calma aunque su voz se quiebra ligeramente. «Quién lo diría, esta mujer que me saca de mis casill
Elizabeth se acerca a él y retira su camisa, dejando su cuerpo expuesto. Su respiración está agitada y se pregunta qué está sucediendo con su razón y emociones. Observa cómo el rostro de ella se sonroja y su pene comienza a endurecerse. Se pregunta si está poniéndola nerviosa y anhela saber qué está pasando por su mente. De repente, ella se acerca y lo abraza por los hombros mientras le reclama furiosa. —Maldito, eres un promiscuo que cree que puede tener a cuantas mujeres quiera. Sabes qué, pudrete junto con tu maldito puesto. No me interesa acostarme con alguien tan superficial como tú. Deberías revisarte, tal vez tengas alguna enfermedad ya que eres capaz de abrirte de piernas con una desconocida,—ella dice y le da un golpe en su pene con la rodilla. Porque ya está erecto y endurecido, el golpe es muy doloroso. Se inclina, llevando su mano hacia su miembro mientras ella toma su ropa y su bolso y abandona la oficina. El hombre está enfurecido y se pregunta cómo se atre
Elizabeth estaba harta de aquel hombre engreído que creía que su dinero le daba derecho a tener a todas las mujeres a su disposición. Pero lo que ocurrió ese día fue algo que ni ella misma podía creer. Ansiaba llegar a casa para contarle a su amiga Cristen lo sucedido. Al llegar a casa, Elizabeth encontró a Cristen esperándola con curiosidad. El apartamento estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, con un aroma a velas perfumadas que llenaba el aire. Cristen estaba sentada en el sofá, su lugar favorito para disfrutar de largas conversaciones entre amigas.—¡Hey, Elizabeth! ¡Qué emoción verte, ¿cómo te fue en tu entrevista?Elizabeth, con cierta aprehensión, respondió:—Tuve un incidente en el camino. Choque con un hombre desagradable y para colmo, tú auto fue llevado por la grúa.La expresión en el rostro de Cristen pasó de la curiosidad a la ira.—¡No me digas! ¿Qué pasó exactamente?Sorprendida por esta reacción, Elizabeth se disculpó y le prometió hacer lo que ella quisiera, p
Santiago estaba decidido a encontrar una solución junto a su padre. —Muy bien, padre, algo se nos ocurrirá —respondió con determinación. Su padre, por otro lado, le informó sobre una reunión importante que su tío tendría al día siguiente con una mujer que era conocida de la familia, pero que había nacido fuera del matrimonio, en el hotel Klimt. Sugirió que Santiago fuera a conocer a su prima en ese momento. —Muy bien, padre, será un buen momento para conocer a esa...bastarda —respondió Santiago, confiado pero con cierta reserva en su voz.Mientras tanto, Cristen intentaba consolar a su amiga Elizabeth, quien se veía sumida en la tristeza. —Elizabeth, ¿por qué tienes esa cara tan larga? Ya te dije que te perdono. No te preocupes, amiga mía, encontraremos la forma de salir adelante —expresó Cristen con ternura, tratando de levantarle el ánimo. Elizabeth, disculpándose, explicó que se sentía abrumada por las dificultades que había estado enfrentando en el día. Entonces, Cristen le
Santiago contestó la llamada que le hizo su padre, informándole que la cita de su tío con su hija se había cancelado. Él sonrió, pero no pudo evitar pensar que había mandado a alguien a seguir a su tío, no podía fiarse de su padre. Desde lejos, escuchó a su tío hablar por teléfono sobre una cita con una chica a las 5 de la tarde en el mismo hotel. Decidió acercarse para saludar y ver qué más podía averiguar.Las horas pasaron y en el restaurante del hotel se encontraban Dominic y Elizabeth, quien acababa de llegar. Ella se disculpó por llegar tarde y se presentó como Elizabeth. Dominic se levantó, ofreciéndole su mano y respondió: —Mucho gusto, Elizabeth. Yo soy Dominic. Cristen me había comentado sobre ti y quiso que te ayudara en tu búsqueda de empleo.Elizabeth agradeció la honestidad de Dominic y le comentó: —He tenido un mal día buscando trabajo. La mayoría de las oportunidades requieren una maestría y parece que eso me limita. Dominic asintió comprensivamente y dijo: —Entien
Al día siguiente, Elizabeth se despertó con pereza, sintiendo como si cada músculo de su cuerpo estuviera pegado a la cama. Sabía que tendría que enfrentar su primer día laboral en la prestigiosa empresa junto a su compañero de trabajo y jefe, Santiago, a quien había apodado de forma afectuosa como su «prostitirugolfo» favorito. Cristen, notó su actitud desanimada e intentó motivarla. —¡Ánimo, Elizabeth! Sé que no estás entusiasmada por ir a trabajar hoy, pero no puedes llegar tarde. Piensa en las oportunidades que te brinda esta empresa, en el crecimiento profesional y en las personas que has conocido.Elizabeth suspiró con indignación. —Sí, lo sé, es solo que... preferiría que la tierra me tragase en este momento. Me siento atrapada, como si estuviera en un juego donde solo hay reglas y expectativas.Decidida a enfrentar el día, Elizabeth se levantó de la cama y se dirigió directamente hacia su armario, pero se dio cuenta de que no tenía nada adecuado para la empresa. —¿Por qué
—No puedo creer lo hermosa que es mi oficina —pronunció en voz alta Elizabeth mientras echaba un vistazo alrededor. Su oficina contaba con un enorme ventanal que ofrecía una vista increíble, a pesar de que desde el piso 24 no se podía ver la calle en sí. Logró divisar el mar a lo lejos y se quedó parada un momento, admirando el encantador paisaje. Estaba empezando a enamorarse de su nueva oficina. Al lado se encontraba la oficina de su jefe Santiago, como si compartieran el espacio, pero estuvieran separados por una puerta. Estaba tan absorta mirando por la ventana que no se dio cuenta cuando la puerta de su oficina se abrió.Mientras tanto, Santiago pensaba: «¿Dónde habré dejado mi libreta de citas? Tal vez la dejé en la oficina de esta mujer. Iré a ver si está allí», mientras buscaba frenéticamente entre las cosas de su escritorio.Se dirigió hacia la puerta que dividía su oficina de la de ella y vio que ella estaba de espaldas frente al ventanal. Realmente, ese vestido le quedab