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Capitulo 2: Aparetoso accidente.

Conducir el auto de su amiga era el sueño de Elizabeth. Para ella, era el objeto más valioso que su amiga poseía en ese momento. Sabía que no permitía que cualquiera lo condujera, pero se sentía especial al ser considerada su mejor amiga...

Elizabeth se deslizó dentro del lujoso automóvil de Cristen, sintiendo el olor a cuero nuevo y perfume de la última vez que su amiga lo había usado.

Con una sonrisa, se sentó frente al volante y se ajustó el asiento a su medida. Este momento era como un pequeño regalo, un breve escape de su rutina.

—Veamos qué tipo de música hay en este auto —pensó mientras abría la guantera.

Sin embargo, se sorprendió al encontrar un condón en su interior.

El hallazgo la dejó perpleja.

¿Por qué su amiga tendría eso allí?

Aunque sabía que Cristen estaba pasando por un duelo, no le sorprendía que se divirtiera. Después de todo, ella vivía para esos momentos.

Mientras reflexionaba sobre la situación, Elizabeth comenzó a cuestionar los secretos y las vidas ocultas que todos llevaban consigo.

Tal vez Cristen estaba tratando de llenar un vacío con experiencias pasajeras, o tal vez simplemente estaba viviendo sin ataduras. Sea cual fuera la razón, Elizabeth no podía evitar sentir curiosidad y preocupación por su amiga.

—Quizás sea una forma de castigarse —pensó Elizabeth, sintiendo un nudo en el estómago al considerar las posibles razones detrás del hallazgo inesperado.

Mientras tanto, muy cerca en la carretera, el teléfono de Adrián comenzó a sonar en todo el auto, interrumpiendo el silencio.

El conductor y empleado de Santiago, hizo una pausa antes de hacer la pregunta.

—Señor, ¿me permite contestar? Es mi esposa —le preguntó con educación, tratando de mantener la compostura a pesar de la ansiedad que sentía.

Santiago, por su parte, aceptó con un gesto de la mano, reconociendo la importancia de la llamada para Adrián.

—Adelante, responde —respondió Santiago, observando cómo Adrián tomaba el teléfono con manos temblorosas.

Santiago pudo escuchar la voz de la esposa de Adrián a través del altavoz del teléfono. La preocupación en su tono era evidente, y Santiago no pudo evitar sentir empatía por la situación.

—Querido, te necesito con urgencia. Nuestro hijo ha tenido un accidente en la moto —dijo la esposa de Adrián, su voz temblorosa al otro lado de la línea.

Santiago notó cómo la esposa alargaba el drama al contar la situación, mencionando todo el esfuerzo invertido en su hijo y el dinero que habían dado para que tuviera un departamento.

Parecía que Santiago conocía bien esta historia, ya que Adrián se lo había contado anteriormente.

Sintió frustración al escuchar cómo el hijo seguía dependiendo de sus padres y aprovechándose de ellos.

—Amor, estoy trabajando ahora mismo. Déjame ver qué puedo hacer —respondió Adrián, tratando de sonar tranquilo a pesar de la urgencia en la voz de su esposa.

Santiago fingió una sonrisa mientras pensaba en despedirlo, pero sabía que era un excelente chofer y habían trabajado juntos durante años. Decidió posponer la decisión y le pidió que lo llevara a la oficina, pero el le pidió permiso para ir al hospital.

—Vete al hospital de una vez y entrégame las llaves del auto, Adrián —dijo Santiago mientras estiraba las manos para recibir las llaves.

Adrián salió del auto y Santiago se cambió al asiento del conductor. Sintió una pequeña distracción al poner música a todo volumen, pero en ese momento sintió un golpe fuerte en la parte trasera del auto.

—¡No más esto me faltaba, demonios! —exclamó Santiago frustrado, golpeando el volante con fuerza.

Parecía que el día no le estaba yendo bien, pero sabía que debía desahogarse para sentirse mejor.

Elizabeth, por otro lado, iba manejando plácidamente por la carretera cuando de repente, un idiota detuvo su auto abruptamente y chocó contra la parte trasera del vehículo de enfrente.

Frunció el ceño al notar que se trataba de un lujoso automóvil. Esperaba fervientemente que el responsable supiera disculparse, ya que el accidente no había sido su error.

Él fue quien decidió frenar de forma imprevista, por lo tanto, no debería contar como su responsabilidad, ¿verdad? Sin embargo, temía la reacción de Cristen cuando viera el estado de su auto.

Decidida, se bajó del vehículo y se dirigió al hombre atractivo y seductor que iba en el otro automóvil, exigiéndole que saliera. Pero él permanecía dentro, renuente a bajar, hasta que finalmente golpeó el cristal de su ventanilla.

—¿Podrías bajar del auto, por favor? Necesitamos resolver esto —le pidió Elizabeth.

Santiago, mientras tanto, evaluaba la situación desde su automóvil. Estaba molesto por el choque, pero su expresión cambió al ver a la mujer que se acercaba.

Quedó impresionado por su belleza y sensualidad.

Observó detalladamente su cabello negro, su estatura alta y esbelta, y notó cómo su traje plateado resaltaba su atractivo físico. Tuvo que admitir que era una mujer deslumbrante y encantadora.

Sin embargo, se obligó a apartar esos pensamientos inapropiados.

«Debería... oh, mejor no, amigo» se reprendió internamente, tratando de evitar pensamientos lascivos mejor bajo del auto y vio el daño.

Elizabeth se mantuvo embobada contemplando al hombre por un momento. Era sobrecogedoramente guapo y sexy.

Su cabellera negra contrastaba con su tez clara y sus piernas, al igual que sus brazos, se notaban tonificados y enérgicos a través de su camisa blanca. Su traje y sus zapatos impecable mente limpios lo convertían en un hombre de apariencia distinguida.

Elizabeth no pudo evitar pensar que era casi un adonis y no entendía cómo alguien tan escultural podía parecer tan arrogante.

Sin embargo, sus ensoñaciones se interrumpieron al escuchar que el incidente le saldría costoso.

—Oye, ¿qué te pasa? Por tu culpa he chocado. Tú fuiste quien me golpeó a mí, así que deberías ser tú quien pague por los daños —le espetó Elizabeth, completamente molesta, mientras se cruzaba de brazos.

Sin embargo, notó que el hombre seguía con la mirada fija en su pecho, lo cual hizo que bajara los brazos rápidamente.

Cuando sus ojos se encontraron, ella esperaba encontrar algo de arrepentimiento en su mirada.

Santiago, por su parte, se quedó embobado contemplando los generosos atributos de Elizabeth por un instante, su mente se llenó de fantasías y pensamientos inapropiados. Sin embargo, rápidamente apartó su mirada al percatarse de que ella se había dado cuenta.

Frunciendo el ceño, respondió con tono despectivo:

—¿Qué rayos has dicho, ignorante? Tú fuiste quien me chocó, niña idiota.

«Esta mujer es el tipo de persona que detesto, alguien a quien solo utilizaría para un encuentro fugaz y luego desecharía. Tal vez sería mejor enviarla a la Patagonia» pensó.

A medida que la tensión aumentaba entre ellos, ninguno de los dos podía imaginar cómo esta peculiar situación les llevaría a conocerse más a fondo, rompiendo barreras y prejuicios mientras descubrían una historia de amor inesperada.

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