Santiago salió de la oficina, dejando a Elizabeth dormir plácidamente.Se sentía exhausto, a pesar de que apenas eran las 2 de la tarde. Apoyó la cabeza sobre el montón de papeles que cubría su escritorio, intentando dejar todo preparado para su partida al día siguiente.Al abrir uno de los cajones con llave, encontró una foto familiar. En ella, Elizabeth sonreía radiante en un parque, con Santiago a su lado, su brazo rodeando sus hombros.—¿Por qué no puedo recordarte? —se preguntó en voz baja, sintiendo una punzada de frustración.Decidió salir de la oficina en busca de aire fresco, y se encontró con Cristian en el recibidor.—¡Cristian, has vuelto! —saludó Santiago con sorpresa.—Así es, Santiago. ¿Quieres ir a comer? —propuso Cristian.—Tú solo piensas en comida, amigo mío —bromeó Santiago, tratando de ocultar su pesar.—Ya no estás tan de malas, Santiago —observó Cristian, notando el cambio de ánimo de su amigo.—Ya no hables... vámonos —respondió Santiago, decidido a cambiar de a
Mientras tanto, en la tranquila oficina de Elizabeth, ella se sumergió en la tarea de reagendar las citas para el día siguiente. El silencio se rompió solo por el suave murmullo de la ciudad que se filtraba por la ventana abierta, creando un ambiente sereno y apacible.Durante la comida, Elizabeth se encontró perdida en sus pensamientos, reflexionando sobre el breve momento en el que sintió que el verdadero Santiago, el hombre por el que se había enamorado, había resurgido ante ella. Recordó su sinceridad, su calidez y su valentía, preguntándose si algún día volvería a ser así.Estaba a punto de levantarse e ir a la oficina de Santiago cuando la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. Isabel irrumpió en la habitación con un aire de arrogancia y desdén, emanando una energía tensa que llenó el espacio.—Ya me enteré de que tú eres la novia legítima de Santiago — dijo Isabel con voz fría y cortante, su mirada con fija en Elizabeth con intensidad.Elizabeth mantuvo la c
Santiago se aferra a Elizabeth con un gesto de desesperación en su rostro.— No me quiero ir!! —pronuncia con pesar.Elizabeth lo mira con ternura, sintiendo la angustia palpable en sus palabras.—Santiago... —susurra, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para consolarlo.—Quiero quedarme aquí contigo siempre —continúa Santiago, con anhelo.El corazón de Elizabeth se acelera ante la declaración, pero sabe que la realidad es más complicada de lo que desearían.—Sabes, yo tampoco quiero que te vayas —confiesa, temblorosa con emociones encontradas. —Santiago, te amo!! —exclama Elizabeth, dejando al descubierto sus sentimientos más profundos.El silencio pesa en la habitación mientras Santiago procesa las palabras de Elizabeth.—Eli, yo... —comienza Santiago, pero es interrumpido por la voz de Elizabeth.—No digas nada, San. Sé que no me recuerdas, sé que necesitas este viaje. Quiero que vuelvas cuando me recuerdes —dice Elizabeth con una mezcla de tristeza y extrema.—¿Quizá nunca
Hace un año y medio atrás, Santiago arribó a Canadá con un nudo en la garganta tras la emotiva despedida de Eli. Aunque difícil, sentía que alejarse era necesario para abordar los problemas que enfrentaba la empresa en Canadá y su situación. Seis meses después, decidió llamar a Estados Unidos para conocer la situación allí.—Hola, Mil, ¿me podrías enlazar con Eli? —pidió Santiago.—Sí, señor, enseguida —respondió Mil, diligente.La secretaria, Mil, lo conectó con Eli, quien respondió al teléfono con su característica energía.—¿Quién habla? —inquirió Eli al otro lado de la línea.—Soy yo. ¿Qué estás haciendo? —preguntó Santiago con curiosidad.—Aquí terminando unos pendientes. ¿Y tú, jefe? —respondió Eli, mostrando su disposición para charlar.—Solo llamaba para ver cómo está todo por allá —explicó Santiago, preocupado por el rumbo de la empresa.—De maravilla. Acabo de cerrar un proyecto nuevo y hay mucho trabajo en la oficina. Acabo de descubrir que soy buena en esto de reuniones y
Santiago esperaba impacientemente la llegada de Elizabeth al aeropuerto.«¡Qué lenta es esta mujer!», pensaba Santiago para sí mismo, sintiendo el estómago rugir de hambre.Decide aprovechar el tiempo y se dirige a una tienda cercana para comprar un jugo y unas galletas, esperando calmar su apetito voraz.Al salir de la tienda, ve a una Elizabeth visiblemente angustiada, buscando a su alrededor con expresión preocupada.Parece que, al no encontrarlo, ha perdido las esperanzas y se resigna a sentarse en una banca cercana.Santiago, decidido a sorprenderla, se acerca por detrás, cambiando su voz para hacerle una pequeña broma.— Señorita, ¿le interesaría comprarme una paleta? — le dice a Elizabeth, quien no se da la vuelta para verlo.— Ahora no, joven — responde ella con cierto tono de incomodidad—. No tengo dinero.— Pero tengo mucha hambre, no he comido en todo el día — insiste Santiago, jugando con ella.— Ya le dije que no, no traigo dinero — responde ella, un poco exasperada.— Ent
Eli, amiga de Cristen, intentó despertarla pues tenían cosas por hacer ese día. Con su entrevista de trabajo programada, Eli estaba ansiosa por salir de la rutina y cambiar su situación económica. Sin embargo, Cristen se encontraba en un sueño profundo y se negaba a levantarse de la cama. Observando a su amiga cubierta de pies a cabeza, Eli no pudo evitar sentir envidia y deseó estar en su lugar, disfrutando de la comodidad de su cama. Cristen lucía hermosa con su cabello oscuro hasta la cintura, mientras que Eli se veía a sí misma como el patito feo en comparación, con su estatura y peso que no consideraba ideales. —Bueno, pero me llevaré tu auto —dijo Cristen resignada, sabiendo que ella también necesitaba ir a su entrevista. Cristen asintió y tomó las llaves de la mesita de noche. Eli decidió no perder más tiempo y salió de la habitación, determinada a buscar un empleo. Temprano como era su costumbre, Eli se levantó con la esperanza de encontrar un buen trabajo que le permi
Conducir el auto de su amiga era el sueño de Elizabeth. Para ella, era el objeto más valioso que su amiga poseía en ese momento. Sabía que no permitía que cualquiera lo condujera, pero se sentía especial al ser considerada su mejor amiga... Elizabeth se deslizó dentro del lujoso automóvil de Cristen, sintiendo el olor a cuero nuevo y perfume de la última vez que su amiga lo había usado. Con una sonrisa, se sentó frente al volante y se ajustó el asiento a su medida. Este momento era como un pequeño regalo, un breve escape de su rutina. —Veamos qué tipo de música hay en este auto —pensó mientras abría la guantera. Sin embargo, se sorprendió al encontrar un condón en su interior. El hallazgo la dejó perpleja. ¿Por qué su amiga tendría eso allí? Aunque sabía que Cristen estaba pasando por un duelo, no le sorprendía que se divirtiera. Después de todo, ella vivía para esos momentos. Mientras reflexionaba sobre la situación, Elizabeth comenzó a cuestionar los secretos y la
—¿Crees que me voy a dejar que me hables de tal manera? Fue tu culpa, idiota —le reprochó ella con indignación... «Dicen por ahí que una mujer enchilada es un demonio, pero no deja de estar muy buena» pensó para sí mismo, lidiando con la mezcla de atracción y enojo que sentía hacia ella. —Sabes que le hablaré a la grúa para que se lleve tu estúpido auto. No puedo seguir perdiendo el tiempo aquí —le advirtió él, frustrado por la situación. Necesitaba llegar a su oficina y ella solo parecía retrasarlo aún más. Ella giró la cabeza en dirección al auto con una mirada nostálgica y preocupada. No quería que se lo llevaran, aunque en realidad no era suyo. —No te puedes llevar el auto. Lo que pasa es que no es mío —explicó, con sus pensamientos llenos de nostalgia mientras miraba el vehículo. —¿Crees que me importa? Si no quieres que se lo lleven, tendrás que pagar medio millón, por lo menos —le respondió, molesto. No podía ignorar el rayón que ella le había hecho a su auto.