Cristian, con el corazón apretado ante las lágrimas de Elizabeth, la rodeó con sus brazos con ternura, sintiendo el temblor de su cuerpo mientras la sostenía firmemente.—No llores, Eli, estoy aquí contigo —susurró, su voz era suave y reconfortante, mientras acariciaba suavemente su cabello, tratando de calmar su angustia, temiendo que se desmoronara en cualquier momento, especialmente frente a Isabel.—¿Por qué, Cristian? No es para tanto. Solo le pedí que tratara con respeto a su jefe y que no se pasara de confianzuda con mi novio, o le mostraré su lugar —intervino Isabel, con su tono de voz cargado de autoridad.A pesar de la ira que hervía en su interior hacia Isabel, Cristian se aferraba con más fuerza a Elizabeth, como si temiera que si la soltaba, todo se desmoronaría a su alrededor.—Eli... Así que tú eres Elizabeth —comentó Santiago, observando la escena con curiosidad y un dejo de confusión en sus ojos.—Sí, y parece que tu memoria me ha jugado una mala pasada —respondió Eliz
Elizabeth temblaba ante la simple pregunta de Santiago, preguntándose cómo podía afectarle tanto una simple interacción.«Te amo, Santiago. Realmente te amo» pensó para sí misma, sintiendo un nudo en la garganta por tener que ocultar sus sentimientos. Deseaba desesperadamente que él la besara, pero sabía que debía mantener las apariencias.—¿Eli, estás bien? —preguntó Cristian, notando la angustia en los ojos de Elizabeth.—Sí, Cristian, estoy bien. Santiago me preguntó si me había acostado con él y no supe qué responder. No sé si ser honesta o mentir —confesó Elizabeth, luchando por controlar las emociones que amenazaban con desbordarse.—Ya verás que poco a poco las cosas se irán acomodando. No pierdas la esperanza —le aseguró Cristian, colocando una mano reconfortante en su hombro.—Eres un gran amigo. Volveré a mi oficina —respondió Elizabeth, forzando una sonrisa mientras se alejaba, llevando consigo el peso de sus emociones.Cristian reflexionó sobre la situación mientras se diri
Santiago se encontraba sumido en un mar de pensamientos confusos mientras la puerta de su oficina volvía a recibir un golpe. La secretaria anunció la presencia de un joven llamado Marcos.—Hazlo pasar —ordenó Santiago, sintiendo un intenso dolor de cabeza que parecía empeorar con cada momento que pasaba.El joven ingresó con cautela y saludó a Santiago, quien le devolvió el saludo con una expresión sombría.—Hola, Santiago —dijo Marcos, buscando una señal de bienvenida.—Hola, Marcos. Por favor, toma asiento —respondió Santiago, invitándolo a sentarse mientras trataba de mantener la compostura a pesar de la tormenta de emociones que lo invadía.—Gracias. ¿Para qué querías verme? —preguntó Marcos, mostrando cierta curiosidad.—Sabes, he escuchado varias veces rumores sobre Isabel y tú... —comenzó Santiago, luchando por encontrar las palabras adecuadas para expresar su preocupación.—¿Acaso no lo recuerdas? —interrumpió Marcos, sorprendido por la aparente falta de memoria de Santiago.—P
Santiago salió de la oficina, dejando a Elizabeth dormir plácidamente.Se sentía exhausto, a pesar de que apenas eran las 2 de la tarde. Apoyó la cabeza sobre el montón de papeles que cubría su escritorio, intentando dejar todo preparado para su partida al día siguiente.Al abrir uno de los cajones con llave, encontró una foto familiar. En ella, Elizabeth sonreía radiante en un parque, con Santiago a su lado, su brazo rodeando sus hombros.—¿Por qué no puedo recordarte? —se preguntó en voz baja, sintiendo una punzada de frustración.Decidió salir de la oficina en busca de aire fresco, y se encontró con Cristian en el recibidor.—¡Cristian, has vuelto! —saludó Santiago con sorpresa.—Así es, Santiago. ¿Quieres ir a comer? —propuso Cristian.—Tú solo piensas en comida, amigo mío —bromeó Santiago, tratando de ocultar su pesar.—Ya no estás tan de malas, Santiago —observó Cristian, notando el cambio de ánimo de su amigo.—Ya no hables... vámonos —respondió Santiago, decidido a cambiar de a
Mientras tanto, en la tranquila oficina de Elizabeth, ella se sumergió en la tarea de reagendar las citas para el día siguiente. El silencio se rompió solo por el suave murmullo de la ciudad que se filtraba por la ventana abierta, creando un ambiente sereno y apacible.Durante la comida, Elizabeth se encontró perdida en sus pensamientos, reflexionando sobre el breve momento en el que sintió que el verdadero Santiago, el hombre por el que se había enamorado, había resurgido ante ella. Recordó su sinceridad, su calidez y su valentía, preguntándose si algún día volvería a ser así.Estaba a punto de levantarse e ir a la oficina de Santiago cuando la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. Isabel irrumpió en la habitación con un aire de arrogancia y desdén, emanando una energía tensa que llenó el espacio.—Ya me enteré de que tú eres la novia legítima de Santiago — dijo Isabel con voz fría y cortante, su mirada con fija en Elizabeth con intensidad.Elizabeth mantuvo la c
Santiago se aferra a Elizabeth con un gesto de desesperación en su rostro.— No me quiero ir!! —pronuncia con pesar.Elizabeth lo mira con ternura, sintiendo la angustia palpable en sus palabras.—Santiago... —susurra, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para consolarlo.—Quiero quedarme aquí contigo siempre —continúa Santiago, con anhelo.El corazón de Elizabeth se acelera ante la declaración, pero sabe que la realidad es más complicada de lo que desearían.—Sabes, yo tampoco quiero que te vayas —confiesa, temblorosa con emociones encontradas. —Santiago, te amo!! —exclama Elizabeth, dejando al descubierto sus sentimientos más profundos.El silencio pesa en la habitación mientras Santiago procesa las palabras de Elizabeth.—Eli, yo... —comienza Santiago, pero es interrumpido por la voz de Elizabeth.—No digas nada, San. Sé que no me recuerdas, sé que necesitas este viaje. Quiero que vuelvas cuando me recuerdes —dice Elizabeth con una mezcla de tristeza y extrema.—¿Quizá nunca
Hace un año y medio atrás, Santiago arribó a Canadá con un nudo en la garganta tras la emotiva despedida de Eli. Aunque difícil, sentía que alejarse era necesario para abordar los problemas que enfrentaba la empresa en Canadá y su situación. Seis meses después, decidió llamar a Estados Unidos para conocer la situación allí.—Hola, Mil, ¿me podrías enlazar con Eli? —pidió Santiago.—Sí, señor, enseguida —respondió Mil, diligente.La secretaria, Mil, lo conectó con Eli, quien respondió al teléfono con su característica energía.—¿Quién habla? —inquirió Eli al otro lado de la línea.—Soy yo. ¿Qué estás haciendo? —preguntó Santiago con curiosidad.—Aquí terminando unos pendientes. ¿Y tú, jefe? —respondió Eli, mostrando su disposición para charlar.—Solo llamaba para ver cómo está todo por allá —explicó Santiago, preocupado por el rumbo de la empresa.—De maravilla. Acabo de cerrar un proyecto nuevo y hay mucho trabajo en la oficina. Acabo de descubrir que soy buena en esto de reuniones y
Santiago esperaba impacientemente la llegada de Elizabeth al aeropuerto.«¡Qué lenta es esta mujer!», pensaba Santiago para sí mismo, sintiendo el estómago rugir de hambre.Decide aprovechar el tiempo y se dirige a una tienda cercana para comprar un jugo y unas galletas, esperando calmar su apetito voraz.Al salir de la tienda, ve a una Elizabeth visiblemente angustiada, buscando a su alrededor con expresión preocupada.Parece que, al no encontrarlo, ha perdido las esperanzas y se resigna a sentarse en una banca cercana.Santiago, decidido a sorprenderla, se acerca por detrás, cambiando su voz para hacerle una pequeña broma.— Señorita, ¿le interesaría comprarme una paleta? — le dice a Elizabeth, quien no se da la vuelta para verlo.— Ahora no, joven — responde ella con cierto tono de incomodidad—. No tengo dinero.— Pero tengo mucha hambre, no he comido en todo el día — insiste Santiago, jugando con ella.— Ya le dije que no, no traigo dinero — responde ella, un poco exasperada.— Ent