Santiago se aferra a Elizabeth con un gesto de desesperación en su rostro.— No me quiero ir!! —pronuncia con pesar.Elizabeth lo mira con ternura, sintiendo la angustia palpable en sus palabras.—Santiago... —susurra, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para consolarlo.—Quiero quedarme aquí contigo siempre —continúa Santiago, con anhelo.El corazón de Elizabeth se acelera ante la declaración, pero sabe que la realidad es más complicada de lo que desearían.—Sabes, yo tampoco quiero que te vayas —confiesa, temblorosa con emociones encontradas. —Santiago, te amo!! —exclama Elizabeth, dejando al descubierto sus sentimientos más profundos.El silencio pesa en la habitación mientras Santiago procesa las palabras de Elizabeth.—Eli, yo... —comienza Santiago, pero es interrumpido por la voz de Elizabeth.—No digas nada, San. Sé que no me recuerdas, sé que necesitas este viaje. Quiero que vuelvas cuando me recuerdes —dice Elizabeth con una mezcla de tristeza y extrema.—¿Quizá nunca
Hace un año y medio atrás, Santiago arribó a Canadá con un nudo en la garganta tras la emotiva despedida de Eli. Aunque difícil, sentía que alejarse era necesario para abordar los problemas que enfrentaba la empresa en Canadá y su situación. Seis meses después, decidió llamar a Estados Unidos para conocer la situación allí.—Hola, Mil, ¿me podrías enlazar con Eli? —pidió Santiago.—Sí, señor, enseguida —respondió Mil, diligente.La secretaria, Mil, lo conectó con Eli, quien respondió al teléfono con su característica energía.—¿Quién habla? —inquirió Eli al otro lado de la línea.—Soy yo. ¿Qué estás haciendo? —preguntó Santiago con curiosidad.—Aquí terminando unos pendientes. ¿Y tú, jefe? —respondió Eli, mostrando su disposición para charlar.—Solo llamaba para ver cómo está todo por allá —explicó Santiago, preocupado por el rumbo de la empresa.—De maravilla. Acabo de cerrar un proyecto nuevo y hay mucho trabajo en la oficina. Acabo de descubrir que soy buena en esto de reuniones y
Santiago esperaba impacientemente la llegada de Elizabeth al aeropuerto.«¡Qué lenta es esta mujer!», pensaba Santiago para sí mismo, sintiendo el estómago rugir de hambre.Decide aprovechar el tiempo y se dirige a una tienda cercana para comprar un jugo y unas galletas, esperando calmar su apetito voraz.Al salir de la tienda, ve a una Elizabeth visiblemente angustiada, buscando a su alrededor con expresión preocupada.Parece que, al no encontrarlo, ha perdido las esperanzas y se resigna a sentarse en una banca cercana.Santiago, decidido a sorprenderla, se acerca por detrás, cambiando su voz para hacerle una pequeña broma.— Señorita, ¿le interesaría comprarme una paleta? — le dice a Elizabeth, quien no se da la vuelta para verlo.— Ahora no, joven — responde ella con cierto tono de incomodidad—. No tengo dinero.— Pero tengo mucha hambre, no he comido en todo el día — insiste Santiago, jugando con ella.— Ya le dije que no, no traigo dinero — responde ella, un poco exasperada.— Ent
Eli, amiga de Cristen, intentó despertarla pues tenían cosas por hacer ese día. Con su entrevista de trabajo programada, Eli estaba ansiosa por salir de la rutina y cambiar su situación económica. Sin embargo, Cristen se encontraba en un sueño profundo y se negaba a levantarse de la cama. Observando a su amiga cubierta de pies a cabeza, Eli no pudo evitar sentir envidia y deseó estar en su lugar, disfrutando de la comodidad de su cama. Cristen lucía hermosa con su cabello oscuro hasta la cintura, mientras que Eli se veía a sí misma como el patito feo en comparación, con su estatura y peso que no consideraba ideales. —Bueno, pero me llevaré tu auto —dijo Cristen resignada, sabiendo que ella también necesitaba ir a su entrevista. Cristen asintió y tomó las llaves de la mesita de noche. Eli decidió no perder más tiempo y salió de la habitación, determinada a buscar un empleo. Temprano como era su costumbre, Eli se levantó con la esperanza de encontrar un buen trabajo que le permi
Conducir el auto de su amiga era el sueño de Elizabeth. Para ella, era el objeto más valioso que su amiga poseía en ese momento. Sabía que no permitía que cualquiera lo condujera, pero se sentía especial al ser considerada su mejor amiga... Elizabeth se deslizó dentro del lujoso automóvil de Cristen, sintiendo el olor a cuero nuevo y perfume de la última vez que su amiga lo había usado. Con una sonrisa, se sentó frente al volante y se ajustó el asiento a su medida. Este momento era como un pequeño regalo, un breve escape de su rutina. —Veamos qué tipo de música hay en este auto —pensó mientras abría la guantera. Sin embargo, se sorprendió al encontrar un condón en su interior. El hallazgo la dejó perpleja. ¿Por qué su amiga tendría eso allí? Aunque sabía que Cristen estaba pasando por un duelo, no le sorprendía que se divirtiera. Después de todo, ella vivía para esos momentos. Mientras reflexionaba sobre la situación, Elizabeth comenzó a cuestionar los secretos y la
—¿Crees que me voy a dejar que me hables de tal manera? Fue tu culpa, idiota —le reprochó ella con indignación... «Dicen por ahí que una mujer enchilada es un demonio, pero no deja de estar muy buena» pensó para sí mismo, lidiando con la mezcla de atracción y enojo que sentía hacia ella. —Sabes que le hablaré a la grúa para que se lleve tu estúpido auto. No puedo seguir perdiendo el tiempo aquí —le advirtió él, frustrado por la situación. Necesitaba llegar a su oficina y ella solo parecía retrasarlo aún más. Ella giró la cabeza en dirección al auto con una mirada nostálgica y preocupada. No quería que se lo llevaran, aunque en realidad no era suyo. —No te puedes llevar el auto. Lo que pasa es que no es mío —explicó, con sus pensamientos llenos de nostalgia mientras miraba el vehículo. —¿Crees que me importa? Si no quieres que se lo lleven, tendrás que pagar medio millón, por lo menos —le respondió, molesto. No podía ignorar el rayón que ella le había hecho a su auto.
—¿Tú qué demonios haces aquí? ¿Acaso has venido a pagarme? —pregunta el rey de los idiotas, con una expresión de desdén en su rostro. Ella oculta su cara de vergüenza al verse de rodillas frente a él, recordando que dijo que nunca se arrodillaría. —No... ¿tú qué haces aquí? —responde con voz temblorosa. —Yo trabajo aquí. Aunque te arrodilles, jamás te perdonaré si no me pagas —dice burlándose de ella, luciendo una sonrisa de satisfacción en su rostro. —¡Ya quisieras! Vine a una entrevista de trabajo —responde, poniéndose de pie y tomando asiento con determinación. ★ Entrevista ★. Santiago toma asiento en frente de su imponente escritorio. La habitación refleja el poder y la ostentación, con detalles lujosos y una decoración que denota su estatus. —¿Edad? —dispara su primera pregunta, con un tono autoritario. —Tengo 23 años —responde ella con sinceridad, tratando de mantener la calma aunque su voz se quiebra ligeramente. «Quién lo diría, esta mujer que me saca de mis casill
Elizabeth se acerca a él y retira su camisa, dejando su cuerpo expuesto. Su respiración está agitada y se pregunta qué está sucediendo con su razón y emociones. Observa cómo el rostro de ella se sonroja y su pene comienza a endurecerse. Se pregunta si está poniéndola nerviosa y anhela saber qué está pasando por su mente. De repente, ella se acerca y lo abraza por los hombros mientras le reclama furiosa. —Maldito, eres un promiscuo que cree que puede tener a cuantas mujeres quiera. Sabes qué, pudrete junto con tu maldito puesto. No me interesa acostarme con alguien tan superficial como tú. Deberías revisarte, tal vez tengas alguna enfermedad ya que eres capaz de abrirte de piernas con una desconocida,—ella dice y le da un golpe en su pene con la rodilla. Porque ya está erecto y endurecido, el golpe es muy doloroso. Se inclina, llevando su mano hacia su miembro mientras ella toma su ropa y su bolso y abandona la oficina. El hombre está enfurecido y se pregunta cómo se atre