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Capitulo 4: La entrevista.

—¿Tú qué demonios haces aquí? ¿Acaso has venido a pagarme? —pregunta el rey de los idiotas, con una expresión de desdén en su rostro.

Ella oculta su cara de vergüenza al verse de rodillas frente a él, recordando que dijo que nunca se arrodillaría.

—No... ¿tú qué haces aquí? —responde con voz temblorosa.

—Yo trabajo aquí. Aunque te arrodilles, jamás te perdonaré si no me pagas —dice burlándose de ella, luciendo una sonrisa de satisfacción en su rostro.

—¡Ya quisieras! Vine a una entrevista de trabajo —responde, poniéndose de pie y tomando asiento con determinación.

★ Entrevista ★.

Santiago toma asiento en frente de su imponente escritorio. La habitación refleja el poder y la ostentación, con detalles lujosos y una decoración que denota su estatus.

—¿Edad? —dispara su primera pregunta, con un tono autoritario.

—Tengo 23 años —responde ella con sinceridad, tratando de mantener la calma aunque su voz se quiebra ligeramente.

«Quién lo diría, esta mujer que me saca de mis casillas es una polilla, esto se pondrá interesante» piensa Santiago, mezclando sorpresa y curiosidad.

—¿Cuál es tu nivel educativo? —continúa indagando, mientras sus ojos recorren la figura de ella con cierto desprecio.

—Cuento con estudios universitarios en administración de empresas y mercadotecnia —responde con firmeza, tratando de ganarse su respeto.

—¿Has obtenido algún certificado de tu maestría? —interrogante con un dejo de sarcasmo en su voz.

—No, todavía no he terminado con los estudios básicos. Sigo estudiando mi licenciatura —responde, notando una media sonrisa en el rostro de Santiago. Se pregunta qué es tan gracioso para él.

—Así que, según veo, no tienes mucha disponibilidad en tus tiempos y tus estudios no son tan destacados —comenta, condescendiente.

—No lo diría de esa manera. Primero, estudio los fines de semana y me ha costado mucho esfuerzo —responde, sintiendo que no le gusta que menosprecie su dedicación.

Pero sabe que no puede contarle sobre su situación personal, sobre cómo la muerte de su madre y la adicción de su padre han complicado su vida. A pesar de vivir con su amiga Cristen, ella todavía siente la responsabilidad de ayudar a sus hermanos. Todo esto ha sido increíblemente duro para ella, pero sabe que él nunca lo entendería.

—Siguiente pregunta... —hace una pausa—. ¿Qué estarías dispuesta a hacer por el puesto?

Había escuchado muchas propuestas indecentes ese día, y ahora quería saber qué ofrecía ella. Esperaba algo convincente, ya que no era precisamente bonita.

Ella frunció el ceño, confundida y sorprendida. No entendía a qué se refería con «propuestas indecentes». Sin embargo, sus palabras revelaban una actitud ofensiva y despectiva por parte de aquel hombre.

—¿De qué rayos hablas? ¿Propuestas indecentes? —Su voz denotaba indignación.

Recordó las historias que había escuchado de hombres que creían que podían obtener favores sexuales a cambio de un trabajo, pero ella se negaba a cruzar esa línea.

—Si tu carrera universitaria es mediocre y no tienes experiencia laboral, ¿por qué debería contratarte?

Su tono era condescendiente, dejando claro que no le veía ningún mérito.

Ella respiró hondo, tratando de mantener la compostura en medio de la tensión creciente. Sabía que debía responder de manera asertiva para defenderse.

—Deberías ir al grano. —Respondió con cierta firmeza, pero procurando no perder la calma. —Si es lo que quieres, demuéstrame por qué debería contratarte. No creo que los «encantos» físicos sean la única manera de convencer a alguien.

Él soltó una risa burlona, complacido con el desafío que ella le presentaba.

—Eres un verdadero patán prostipirugolfo —dijo ella, disgustada y decepcionada por su comportamiento.

Se levantó de su asiento, decidida a abandonar la habitación.

—¿Ya te vas? ¿No vas a intentar convencerme de que te dé el puesto? —La tomó bruscamente del brazo, impidiendo su escape.

Los rostros quedaron a escasos centímetros de distancia, y la tensión entre ellos se intensificó. Ella forcejeó, tratando de liberarse, pero su determinación no menguaba.

En un arranque de ira, él la besó a la fuerza, mientras su mano se dirigía hacia su pecho. Ella reaccionó con furia y comenzó a golpearlo, logrando alejarse finalmente.

—¡¿Qué te pasa, reverendo idiota?! Debería matarte.

Su voz reflejaba su enojo contenido y la incredulidad ante la misoginia desplegada por aquel individuo.

—¿Qué te sucede, eh? Nadie te había besado ni tocado antes, ahora eres la virgen. Deberías agradecer que te toque, apuesto a que no cualquiera se acercaría a una mujer tan poco atractiva como tú.

Las palabras hirientes resonaron en el aire, provocando un silencio incómodo. Ella tomó una respiración profunda para calmarse, sintiendo el fuego de la ira arder dentro de ella.

—Así que eso es lo que quieres... Bueno, tengamos sexo.

Su tono fue sarcástico y desafiante. Quería demostrar que no se dejaría subyugar por sus comentarios ofensivos.

Él sonrió satisfecho, creyendo que había conseguido hacerla ceder a sus demandas degradantes. Se acercó a ella y la tomó entre sus brazos, buscando su sumisión.

—Si vas a tener relaciones conmigo, deberías quitarte la ropa primero para poder inspirarme y ver qué tan grande tienes... ya sabes.

Su voz era cargada de lascivia, revelando sus verdaderas intenciones.

Él, decidido a desafiarlo hasta el final, aceptó su desafío con determinación en los ojos.

—Muy bien, si eso quieres, te diré que la tengo muy grande y gruesa. Cuando te penetre, te haré llorar de placer.

Sin titubear, él desabrochó su pantalón y su bóxer, y los depositó sobre el escritorio.

Observó rápidamente la reacción de ella, notando su incomodidad y consternación.

La habitación quedó sumida en una tensión palpable, mientras ella sopesaba sus opciones y decidía qué hacer a continuación.

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