Elizabeth estaba harta de aquel hombre engreído que creía que su dinero le daba derecho a tener a todas las mujeres a su disposición. Pero lo que ocurrió ese día fue algo que ni ella misma podía creer. Ansiaba llegar a casa para contarle a su amiga Cristen lo sucedido.
Al llegar a casa, Elizabeth encontró a Cristen esperándola con curiosidad. El apartamento estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, con un aroma a velas perfumadas que llenaba el aire. Cristen estaba sentada en el sofá, su lugar favorito para disfrutar de largas conversaciones entre amigas.—¡Hey, Elizabeth! ¡Qué emoción verte, ¿cómo te fue en tu entrevista?Elizabeth, con cierta aprehensión, respondió:—Tuve un incidente en el camino. Choque con un hombre desagradable y para colmo, tú auto fue llevado por la grúa.La expresión en el rostro de Cristen pasó de la curiosidad a la ira.—¡No me digas! ¿Qué pasó exactamente?Sorprendida por esta reacción, Elizabeth se disculpó y le prometió hacer lo que ella quisiera, pero rogó que no se enojara y le permitiera explicarle.Cristen accedió, aunque con evidente enfado en sus ojos.Mientras Elizabeth relataba lo ocurrido, notó que su amiga estaba realmente furiosa y ella se sentía temerosa de las posibles consecuencias.—Iba tranquilamente en el auto, escuchando música, cuando un hombre se detuvo bruscamente frente a mí sin motivo alguno, provocando un choque. ¡Fue tan irresponsable y ni siquiera se disculpó! Luego me exigió que le pagara medio millón de dólares como si yo fuera la culpable.Cristen, cada vez más enojada, respondió: —¡Ese impresentable se cree que puede hacer lo que quiera por tener dinero! ¡No puedo creerlo, Elizabeth! ¿Qué hiciste después?—Llena de rabia, rayé su auto como forma de desahogarme, lo cual solo lo enfureció aún más. Pero eso no fue lo peor, cuando llegué a mi entrevista, descubrí que ese hombre despreciable era la misma persona que me iba a entrevistar. Intentó tocarme de manera inapropiada, pero me negué rotundamente. Decidí vengarme de otra forma robándole su ropa.El ambiente tenso y lleno de incredulidad se palpitaba en el aire mientras Elizabeth narraba esta parte de la historia.Cristen, enojada pero también sorprendida por la valentía de su amiga, escuchaba atentamente mientras los sentimientos seguían en aumento en su interior.—¡Bravo, Elizabeth! No puedo creer lo valiente que fuiste al enfrentar a ese patán. Definitivamente merecía una lección.Elizabeth se encontraba en ese momento con prendas de hombre de diseñador y riendo descaradamente. Sin embargo, su alegría se veía empañada por su preocupación acerca de cómo podría vender esa ropa y utilizar el dinero obtenido para comprar un nuevo automóvil para Cristen.Mientras tanto, en la oficina de Santiago, su padre entró inesperadamente.Santiago, sin poder evitarlo, se preguntó por qué su padre estaría allí y qué motivos tendría.Conocía muy bien a su padre y sabía que era aún más despiadado que él, y que no solía aparecer sin una razón específica.—Santiago, necesitamos hablar —dijo su padre con seriedad.—¿Qué sucede, padre? ¿Por qué estás aquí? —preguntó Santiago, visiblemente intranquilo.Su padre suspiró antes de responder: —Sé sobre tus flirteos con las secretarias. ¿De verdad crees que puedo ignorar lo que has estado haciendo?Santiago frunció el ceño, sintiéndose acorralado. —Padre, es mi vida privada. No tienes derecho a entrometerte en ella.—Como tu padre, tengo todos los derechos de interesarme en tu vida y en las implicancias que esto tiene para nuestro negocio, además si te acuestas con alguna de ellas deberías de dejarle algo a tú padre —respondió su padre con firmeza.El padre continuó: —Pero este no es el motivo principal de mi visita. Hay algo más serio que debemos discutir.La curiosidad se apoderó de Santiago. —¿Qué es lo que sucede, padre? ¿Qué más tienes para decirme?—Suspiro tratando de soportar la incomodidad que su padre le causaba.Su padre tomó aliento antes de revelar la noticia impactante: —Tu tío planea impugnar el testamento de tu abuelo. Alega que el tuvo una hija con una de sus secretarias hace 23 años.Santiago estaba atónito.—¡Eso es imposible! Mi abuelo siempre dejó claro que solo su nieto heredaría la compañía. ¿Cómo puede reclamar algo así?—Lo sé, hijo. Pero debemos idear un plan para asegurarnos de que esta supuesta hija no pueda reclamar la herencia que te corresponde legítimamente a ti —respondió su padre, preocupado.Santiago estaba decidido a encontrar una solución junto a su padre. —Muy bien, padre, algo se nos ocurrirá —respondió con determinación. Su padre, por otro lado, le informó sobre una reunión importante que su tío tendría al día siguiente con una mujer que era conocida de la familia, pero que había nacido fuera del matrimonio, en el hotel Klimt. Sugirió que Santiago fuera a conocer a su prima en ese momento. —Muy bien, padre, será un buen momento para conocer a esa...bastarda —respondió Santiago, confiado pero con cierta reserva en su voz.Mientras tanto, Cristen intentaba consolar a su amiga Elizabeth, quien se veía sumida en la tristeza. —Elizabeth, ¿por qué tienes esa cara tan larga? Ya te dije que te perdono. No te preocupes, amiga mía, encontraremos la forma de salir adelante —expresó Cristen con ternura, tratando de levantarle el ánimo. Elizabeth, disculpándose, explicó que se sentía abrumada por las dificultades que había estado enfrentando en el día. Entonces, Cristen le
Santiago contestó la llamada que le hizo su padre, informándole que la cita de su tío con su hija se había cancelado. Él sonrió, pero no pudo evitar pensar que había mandado a alguien a seguir a su tío, no podía fiarse de su padre. Desde lejos, escuchó a su tío hablar por teléfono sobre una cita con una chica a las 5 de la tarde en el mismo hotel. Decidió acercarse para saludar y ver qué más podía averiguar.Las horas pasaron y en el restaurante del hotel se encontraban Dominic y Elizabeth, quien acababa de llegar. Ella se disculpó por llegar tarde y se presentó como Elizabeth. Dominic se levantó, ofreciéndole su mano y respondió: —Mucho gusto, Elizabeth. Yo soy Dominic. Cristen me había comentado sobre ti y quiso que te ayudara en tu búsqueda de empleo.Elizabeth agradeció la honestidad de Dominic y le comentó: —He tenido un mal día buscando trabajo. La mayoría de las oportunidades requieren una maestría y parece que eso me limita. Dominic asintió comprensivamente y dijo: —Entien
Al día siguiente, Elizabeth se despertó con pereza, sintiendo como si cada músculo de su cuerpo estuviera pegado a la cama. Sabía que tendría que enfrentar su primer día laboral en la prestigiosa empresa junto a su compañero de trabajo y jefe, Santiago, a quien había apodado de forma afectuosa como su «prostitirugolfo» favorito. Cristen, notó su actitud desanimada e intentó motivarla. —¡Ánimo, Elizabeth! Sé que no estás entusiasmada por ir a trabajar hoy, pero no puedes llegar tarde. Piensa en las oportunidades que te brinda esta empresa, en el crecimiento profesional y en las personas que has conocido.Elizabeth suspiró con indignación. —Sí, lo sé, es solo que... preferiría que la tierra me tragase en este momento. Me siento atrapada, como si estuviera en un juego donde solo hay reglas y expectativas.Decidida a enfrentar el día, Elizabeth se levantó de la cama y se dirigió directamente hacia su armario, pero se dio cuenta de que no tenía nada adecuado para la empresa. —¿Por qué
—No puedo creer lo hermosa que es mi oficina —pronunció en voz alta Elizabeth mientras echaba un vistazo alrededor. Su oficina contaba con un enorme ventanal que ofrecía una vista increíble, a pesar de que desde el piso 24 no se podía ver la calle en sí. Logró divisar el mar a lo lejos y se quedó parada un momento, admirando el encantador paisaje. Estaba empezando a enamorarse de su nueva oficina. Al lado se encontraba la oficina de su jefe Santiago, como si compartieran el espacio, pero estuvieran separados por una puerta. Estaba tan absorta mirando por la ventana que no se dio cuenta cuando la puerta de su oficina se abrió.Mientras tanto, Santiago pensaba: «¿Dónde habré dejado mi libreta de citas? Tal vez la dejé en la oficina de esta mujer. Iré a ver si está allí», mientras buscaba frenéticamente entre las cosas de su escritorio.Se dirigió hacia la puerta que dividía su oficina de la de ella y vio que ella estaba de espaldas frente al ventanal. Realmente, ese vestido le quedab
Elizabeth esperaba impacientemente a que Santiago bajara del edificio. Su reloj marcaba varios minutos desde que ella descendió al estacionamiento y la impaciencia comenzaba a consumirla. Finalmente, él apareció en la entrada principal y se acercó con una sonrisa burlona en los labios. —¿Me extrañaste mucho, Elizabeth? —bromeó Santiago, provocando una mueca de desdén en su rostro.El retraso de Santiago se debía a que antes de bajar con ella había pasado a lavarse la boca. —¡Ni en tus sueños! —respondió ella rotundamente, dejando en claro que había pasado el tiempo sin pensar en él.Santiago, sin embargo, no se dio por vencido y se apresuró a abrirle la puerta del copiloto. —Mis modales siempre intactos, ¿no crees? —dijo con un tono de autosuficiencia mientras se acomodaba en su asiento.Rodeó el auto elegantemente y abrió la puerta del conductor. Una vez dentro, Santiago lanzó una pregunta intrigante a Elizabeth.—¿Te gustan las emociones fuertes? —confundida, ella respondió. —¿A
El día en el calendario apuntaba que era lunes. Santiago se levanta temprano y realiza sus ejercicios matutinos. Sale a correr y, al regresar, se dirige a bañar, siempre toma un licuado verde para desayunar después de su rutina de ejercicio. A medida que camina por su amplio departamento en el último piso de un lujoso pen hause, siente que algo le falta. La soledad invade el ambiente y eso le incomoda.Después de un rato, Santiago toma su celular y revisa sus correos. Su mirada se dirige inmediatamente a uno que le ha enviado Elizabeth, con el asunto: «Hola jefe, buenos días. Te envío este mensaje para avisarte que no podré asistir al trabajo debido a un asunto familiar. Atentamente, Elizabeth.»Santiago, parecía molesto ya que ella no asistiría a molestar y por alguna razón si cercanía parecía comenzar a agradarle. «Hola, ¿cómo estás? Cuéntame qué sucede, o de lo contrario, no te daré permiso. Atentamente, tu enfadado jefe.»Elizabeth no se d
Santiago se encontraba conduciendo hacia la ubicación que Elizabeth le había enviado por mensaje de texto. Había logrado llegar antes y estacionó su auto frente al lugar acordado. Mientras esperaba pacientemente, pudo ver a Elizabeth acercándose con un conjunto deportivo que resaltaba su belleza. Parecía estar nerviosa, pero también decidida.—¡Hola, Santiago! —saludó Elizabeth, con una sonrisa tensa en su rostro—. Gracias por venir.—Hola, Elizabeth —respondió Santiago, devolviéndole la sonrisa—. ¿Puedo saber qué te trae por aquí?Elizabeth suspiró antes de responder.—Necesito que finjas ser mi novio —dijo en voz baja—. Mi padre es muy controlador, y no me permite tener una vida como quiero. Creo que si ve que estoy en una relación, tal vez afloje un poco.Santiago frunció el ceño, sorprendido por la petición. Sabía que no era algo común, pero también entendía lo importante que era la libertad para Elizabeth.—Está bien, lo haré —afirmó, asintiendo con la cabeza—. Haremos esto juntos
Santiago caminó lentamente hacia el departamento de Elizabeth, inmerso en sus pensamientos. Al entrar, el ambiente cálido y acogedor de la sala lo invitó a sentarse en el cómodo sofá de cuero. Sus ojos se posaron en una fotografía enmarcada que descansaba sobre la mesita de café. En ella, Elizabeth sonreía radiante junto a su hermano Juanito. La imagen transmitía una conexión especial entre ellos, reflejando la complicidad y el cariño que se tenían.Mientras Santiago admiraba la foto, Elizabeth, con su típico rubor en las mejillas, se sentó a su lado en el sofá. Tomó un momento para disfrutar la tranquilidad del momento antes de comenzar a hablar.—Juanito y yo siempre hemos sido muy unidos. Somos como uña y carne, siempre juntos en las buenas y en las malas —dijo Elizabeth, mirando con nostalgia la imagen frente a ellos—. Pero nuestra historia familiar no ha sido fácil. Nuestra madre nos abandonó hace cinco años y no hemos sabido nada de ella desde entonces. Mi padre se refugió en la