—¿Crees que me voy a dejar que me hables de tal manera? Fue tu culpa, idiota —le reprochó ella con indignación...
«Dicen por ahí que una mujer enchilada es un demonio, pero no deja de estar muy buena» pensó para sí mismo, lidiando con la mezcla de atracción y enojo que sentía hacia ella. —Sabes que le hablaré a la grúa para que se lleve tu estúpido auto. No puedo seguir perdiendo el tiempo aquí —le advirtió él, frustrado por la situación. Necesitaba llegar a su oficina y ella solo parecía retrasarlo aún más. Ella giró la cabeza en dirección al auto con una mirada nostálgica y preocupada. No quería que se lo llevaran, aunque en realidad no era suyo. —No te puedes llevar el auto. Lo que pasa es que no es mío —explicó, con sus pensamientos llenos de nostalgia mientras miraba el vehículo. —¿Crees que me importa? Si no quieres que se lo lleven, tendrás que pagar medio millón, por lo menos —le respondió, molesto. No podía ignorar el rayón que ella le había hecho a su auto. —¿Estás hueco del cerebro? Eso no sale un auto. Solo fue un rayoncito, no es como si se fuera a caer toda la pintura —contrargumentó ella, sintiéndose frustrada por la actitud de él. —Mira, niña estúpida, tienes dos opciones: me pagas o se llevan tu auto. Tú decides. Y decídete pronto, que no tengo todo el tiempo —concluyó, impaciente. El tomó su teléfono y marcó a su aseguradora y a una grúa, sabiendo que había omitido el paso correcto al no llamar a la aseguradora primero. Pero también sabía que lo que ellos pedirían serían más de un millón. Observó la forma en que él la juzgaba por su apariencia y dudó de que tuviera medio millón para pagar. Tal vez era mejor que se llevaran el auto; esta mujer al volante parecía ser un peligro. Aunque ya había explicado que no fue su culpa, él seguía sin entender. El ambiente se volvió demasiado incómodo. Decidió que, si él planeaba llevarse el auto de Cristen, al menos lo hiciera por una buena causa, no solo por un rayoncito. —Así que para que te salga medio millón —pensó ella, tomando uno de los broches que se usan para sujetar el cabello—. Voy a dejar un rayón en su auto que sí valga medio millón. Ella disfrutó viendo su sorpresa, su boca abierta, parecía tan impactado que podría caer al suelo y rebotar un millón de veces. ¿Creyó que no se atrevería a hacerlo? Estaba equivocado. —Listo, ahora sí te creo que me salga medio millón —dijo ella con una sonrisa. —¿Qué acabas de hacer, tonta? —exclamó, preocupado. Bueno, al menos ya no la llamaba idiota. Ahora, solo era una tonta. Pero se había metido con la persona equivocada. Ella no era de las que se dejaban intimidar. La jala del brazo atrayéndola hacia él y no la deja ir. Santiago siente su mano en su pecho, empujando para que la suelte, pero está tan cabreado que no la dejará libre tan fácilmente. Sabe que ella tiene que pagar por lo que ha hecho. Mientras forcejean, Santiago divisa al fin el auto de la aseguradora, lo cual lo lleva a soltarla. Sin embargo, la cercanía de ella le causa escalofríos, ya que no está acostumbrado a tener a una mujer tan cerca. Notó el aroma a vainilla que emana de ella. En ese momento llega la aseguradora y la grúa. -Señor, ya estamos aquí. ¿Cuál es el auto que remolcaremos?- pregunta el empleado. Santiago señala directamente hacia el automóvil de la chica. Observa cómo ella intenta frenéticamente convencer al empleado de que no se lleve su auto, pero Santiago pronuncia con su voz alta para que ella logre escucharlo: -Ahora sí imploras. Sus ojos están llorosos, y él se pregunta qué tan importante puede ser ese auto para ella. —Haré lo que quieras para que no se lo lleven —exclamó. -¿Estás segura de lo que yo quiero? preguntó Santiago con un tono desafiante. -Sí, ¿no oíste o qué? - responde ella con voz temblorosa y decidida. Santiago sonríe con malicia. -Bien, quiero que te hinques y me supliques clemencia.- sugiere Santiago, intentando aprovecharse de la situación. Sin embargo, reconsidera su crueldad y decide no pedirle sexo a cambio del auto. -¡Nooooo! Eso jamás. Fue tu culpa.- exclama ella con indignación. Pero Santiago sabe que esta mujer es demasiado orgullosa para hacer algo así con él. -Entonces quiero que te acuestes conmigo. Me pagarás con sexo.- menciona Santiago, solo para irritarla aún más. Le gusta verla enfadada, pues luce aún más hermosa de esa manera. -¡Estás bien estúpido! Hasta crees que haría tal cosa contigo. Púdrete.- responde ella enfurecida. Santiago se queda pensando por un momento, cuestionando por qué le pidió eso, especialmente cuando la mujer ni siquiera es tan bonita como para justificarlo. -Llévese el auto de la señorita.- dice al empleado de la grúa. Santiago aprovecha para subirse a su auto y alejarse, dejándola atrás. Pero aún puede escucharla murmurando entre dientes mientras él se aleja. -¿Qué se cree ese idiota? «¿Qué tendrá en la cabeza, estiércol o algo parecido? ¿Y ahora qué voy a hacer? No tengo cómo llegar a mi entrevista. Llegar tarde significa dar una mala primera impresión y realmente necesito este trabajo. No puedo quedarme estancada, tengo que correr y solucionar después lo del auto de Cristen.» pensaba. Elizabeth saca rápidamente su bolsa y su celular del auto antes de que la grúa lo remolque. No quiere quedarse sin medio de comunicación ni lidiar con la molestia de tramitar la recuperación del vehículo. Decide que lo más conveniente será tomar un taxi para llegar a su destino. Hace una parada en la calle y llama a un taxi. Le da al conductor la dirección exacta a la que quiere ir. Santiago finalmente, llega a su oficina, ubicada en un edificio imponente. Es la oficina principal de un gran grupo empresarial del cual es el CEO más poderoso de toda la ciudad. Esta empresa la heredó de su abuelo y aunque estuvo a punto de caer en bancarrota, se ha esforzado para sacarla a flote y convertirla en una compañía exitosa. Al entrar a su oficina, su secretaria lo sigue de cerca. Ella es su mano derecha y lo mantiene informado sobre los asuntos más importantes del día. —Señor, las aspirantes a ser su asistente personal ya han llegado —le informa. Le pide que las haga pasar y mientras lo hace, se dirige a ella con confianza. —Ven aquí, Mil —le dice, notando cómo camina hacia él desabrochando ligeramente los botones de su camisa. No puede evitar pensar que ella sabe muy bien cómo complacerlo, pero en este momento solo quiere centrarse en el trabajo. Luego de mantener relaciones íntimas con su secretaria en su escritorio, experimentando un encuentro sexual intenso y dominante, siente que ella ya no lo aprieta como lo hacía en el pasado. Aunque le gusta el sexo duro, se da cuenta de que sus preferencias han cambiado con el tiempo. Después del encuentro, continúa con sus responsabilidades laborales. Su secretaria, Mil, le informa que las aspirantes están listas para presentarse. Le pide que haga pasar a la candidata más atractiva en primer lugar. Observa cómo una tras otra desfilan frente a él: algunas son de glúteos prominentes, otras de baja estatura, algunas con pechos generosos y otras más delgadas. Pero ninguna de ellas lo sorprende o cautiva, ya que ha visto y probado muchas variedades antes. Finalmente, se da cuenta de que aún falta una candidata por presentarse. Pide a Mil que la haga entrar y se levanta de su escritorio, sintiendo cómo sus glúteos se han adormecido debido al tiempo que ha pasado sentado. En ese momento, su lápiz se cae al suelo y se agacha para recogerlo. Justo cuando está levantándose, la puerta se abre de repente. Le sorprende que la candidata resbale con su lápiz y termine cayendo de rodillas justo frente a él. En ese instante, su postura y apariencia lo capturan. Está justo como lo había imaginado, de rodillas frente a él, creando una ironía inesperada. —¿Tú?—¿Tú qué demonios haces aquí? ¿Acaso has venido a pagarme? —pregunta el rey de los idiotas, con una expresión de desdén en su rostro. Ella oculta su cara de vergüenza al verse de rodillas frente a él, recordando que dijo que nunca se arrodillaría. —No... ¿tú qué haces aquí? —responde con voz temblorosa. —Yo trabajo aquí. Aunque te arrodilles, jamás te perdonaré si no me pagas —dice burlándose de ella, luciendo una sonrisa de satisfacción en su rostro. —¡Ya quisieras! Vine a una entrevista de trabajo —responde, poniéndose de pie y tomando asiento con determinación. ★ Entrevista ★. Santiago toma asiento en frente de su imponente escritorio. La habitación refleja el poder y la ostentación, con detalles lujosos y una decoración que denota su estatus. —¿Edad? —dispara su primera pregunta, con un tono autoritario. —Tengo 23 años —responde ella con sinceridad, tratando de mantener la calma aunque su voz se quiebra ligeramente. «Quién lo diría, esta mujer que me saca de mis casill
Elizabeth se acerca a él y retira su camisa, dejando su cuerpo expuesto. Su respiración está agitada y se pregunta qué está sucediendo con su razón y emociones. Observa cómo el rostro de ella se sonroja y su pene comienza a endurecerse. Se pregunta si está poniéndola nerviosa y anhela saber qué está pasando por su mente. De repente, ella se acerca y lo abraza por los hombros mientras le reclama furiosa. —Maldito, eres un promiscuo que cree que puede tener a cuantas mujeres quiera. Sabes qué, pudrete junto con tu maldito puesto. No me interesa acostarme con alguien tan superficial como tú. Deberías revisarte, tal vez tengas alguna enfermedad ya que eres capaz de abrirte de piernas con una desconocida,—ella dice y le da un golpe en su pene con la rodilla. Porque ya está erecto y endurecido, el golpe es muy doloroso. Se inclina, llevando su mano hacia su miembro mientras ella toma su ropa y su bolso y abandona la oficina. El hombre está enfurecido y se pregunta cómo se atre
Elizabeth estaba harta de aquel hombre engreído que creía que su dinero le daba derecho a tener a todas las mujeres a su disposición. Pero lo que ocurrió ese día fue algo que ni ella misma podía creer. Ansiaba llegar a casa para contarle a su amiga Cristen lo sucedido. Al llegar a casa, Elizabeth encontró a Cristen esperándola con curiosidad. El apartamento estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, con un aroma a velas perfumadas que llenaba el aire. Cristen estaba sentada en el sofá, su lugar favorito para disfrutar de largas conversaciones entre amigas.—¡Hey, Elizabeth! ¡Qué emoción verte, ¿cómo te fue en tu entrevista?Elizabeth, con cierta aprehensión, respondió:—Tuve un incidente en el camino. Choque con un hombre desagradable y para colmo, tú auto fue llevado por la grúa.La expresión en el rostro de Cristen pasó de la curiosidad a la ira.—¡No me digas! ¿Qué pasó exactamente?Sorprendida por esta reacción, Elizabeth se disculpó y le prometió hacer lo que ella quisiera, p
Santiago estaba decidido a encontrar una solución junto a su padre. —Muy bien, padre, algo se nos ocurrirá —respondió con determinación. Su padre, por otro lado, le informó sobre una reunión importante que su tío tendría al día siguiente con una mujer que era conocida de la familia, pero que había nacido fuera del matrimonio, en el hotel Klimt. Sugirió que Santiago fuera a conocer a su prima en ese momento. —Muy bien, padre, será un buen momento para conocer a esa...bastarda —respondió Santiago, confiado pero con cierta reserva en su voz.Mientras tanto, Cristen intentaba consolar a su amiga Elizabeth, quien se veía sumida en la tristeza. —Elizabeth, ¿por qué tienes esa cara tan larga? Ya te dije que te perdono. No te preocupes, amiga mía, encontraremos la forma de salir adelante —expresó Cristen con ternura, tratando de levantarle el ánimo. Elizabeth, disculpándose, explicó que se sentía abrumada por las dificultades que había estado enfrentando en el día. Entonces, Cristen le
Santiago contestó la llamada que le hizo su padre, informándole que la cita de su tío con su hija se había cancelado. Él sonrió, pero no pudo evitar pensar que había mandado a alguien a seguir a su tío, no podía fiarse de su padre. Desde lejos, escuchó a su tío hablar por teléfono sobre una cita con una chica a las 5 de la tarde en el mismo hotel. Decidió acercarse para saludar y ver qué más podía averiguar.Las horas pasaron y en el restaurante del hotel se encontraban Dominic y Elizabeth, quien acababa de llegar. Ella se disculpó por llegar tarde y se presentó como Elizabeth. Dominic se levantó, ofreciéndole su mano y respondió: —Mucho gusto, Elizabeth. Yo soy Dominic. Cristen me había comentado sobre ti y quiso que te ayudara en tu búsqueda de empleo.Elizabeth agradeció la honestidad de Dominic y le comentó: —He tenido un mal día buscando trabajo. La mayoría de las oportunidades requieren una maestría y parece que eso me limita. Dominic asintió comprensivamente y dijo: —Entien
Al día siguiente, Elizabeth se despertó con pereza, sintiendo como si cada músculo de su cuerpo estuviera pegado a la cama. Sabía que tendría que enfrentar su primer día laboral en la prestigiosa empresa junto a su compañero de trabajo y jefe, Santiago, a quien había apodado de forma afectuosa como su «prostitirugolfo» favorito. Cristen, notó su actitud desanimada e intentó motivarla. —¡Ánimo, Elizabeth! Sé que no estás entusiasmada por ir a trabajar hoy, pero no puedes llegar tarde. Piensa en las oportunidades que te brinda esta empresa, en el crecimiento profesional y en las personas que has conocido.Elizabeth suspiró con indignación. —Sí, lo sé, es solo que... preferiría que la tierra me tragase en este momento. Me siento atrapada, como si estuviera en un juego donde solo hay reglas y expectativas.Decidida a enfrentar el día, Elizabeth se levantó de la cama y se dirigió directamente hacia su armario, pero se dio cuenta de que no tenía nada adecuado para la empresa. —¿Por qué
—No puedo creer lo hermosa que es mi oficina —pronunció en voz alta Elizabeth mientras echaba un vistazo alrededor. Su oficina contaba con un enorme ventanal que ofrecía una vista increíble, a pesar de que desde el piso 24 no se podía ver la calle en sí. Logró divisar el mar a lo lejos y se quedó parada un momento, admirando el encantador paisaje. Estaba empezando a enamorarse de su nueva oficina. Al lado se encontraba la oficina de su jefe Santiago, como si compartieran el espacio, pero estuvieran separados por una puerta. Estaba tan absorta mirando por la ventana que no se dio cuenta cuando la puerta de su oficina se abrió.Mientras tanto, Santiago pensaba: «¿Dónde habré dejado mi libreta de citas? Tal vez la dejé en la oficina de esta mujer. Iré a ver si está allí», mientras buscaba frenéticamente entre las cosas de su escritorio.Se dirigió hacia la puerta que dividía su oficina de la de ella y vio que ella estaba de espaldas frente al ventanal. Realmente, ese vestido le quedab
Elizabeth esperaba impacientemente a que Santiago bajara del edificio. Su reloj marcaba varios minutos desde que ella descendió al estacionamiento y la impaciencia comenzaba a consumirla. Finalmente, él apareció en la entrada principal y se acercó con una sonrisa burlona en los labios. —¿Me extrañaste mucho, Elizabeth? —bromeó Santiago, provocando una mueca de desdén en su rostro.El retraso de Santiago se debía a que antes de bajar con ella había pasado a lavarse la boca. —¡Ni en tus sueños! —respondió ella rotundamente, dejando en claro que había pasado el tiempo sin pensar en él.Santiago, sin embargo, no se dio por vencido y se apresuró a abrirle la puerta del copiloto. —Mis modales siempre intactos, ¿no crees? —dijo con un tono de autosuficiencia mientras se acomodaba en su asiento.Rodeó el auto elegantemente y abrió la puerta del conductor. Una vez dentro, Santiago lanzó una pregunta intrigante a Elizabeth.—¿Te gustan las emociones fuertes? —confundida, ella respondió. —¿A