Capitulo 3: ¿Tú?

—¿Crees que me voy a dejar que me hables de tal manera? Fue tu culpa, idiota —le reprochó ella con indignación...

«Dicen por ahí que una mujer enchilada es un demonio, pero no deja de estar muy buena» pensó para sí mismo, lidiando con la mezcla de atracción y enojo que sentía hacia ella.

—Sabes que le hablaré a la grúa para que se lleve tu estúpido auto. No puedo seguir perdiendo el tiempo aquí —le advirtió él, frustrado por la situación.

Necesitaba llegar a su oficina y ella solo parecía retrasarlo aún más.

Ella giró la cabeza en dirección al auto con una mirada nostálgica y preocupada. No quería que se lo llevaran, aunque en realidad no era suyo.

—No te puedes llevar el auto. Lo que pasa es que no es mío —explicó, con sus pensamientos llenos de nostalgia mientras miraba el vehículo.

—¿Crees que me importa? Si no quieres que se lo lleven, tendrás que pagar medio millón, por lo menos —le respondió, molesto.

No podía ignorar el rayón que ella le había hecho a su auto.

—¿Estás hueco del cerebro? Eso no sale

un auto. Solo fue un rayoncito, no es como si se fuera a caer toda la pintura —contrargumentó ella, sintiéndose frustrada por la actitud de él.

—Mira, niña estúpida, tienes dos opciones: me pagas o se llevan tu auto. Tú decides. Y decídete pronto, que no tengo todo el tiempo —concluyó, impaciente.

El tomó su teléfono y marcó a su aseguradora y a una grúa, sabiendo que había omitido el paso correcto al no llamar a la aseguradora primero. Pero también sabía que lo que ellos pedirían serían más de un millón.

Observó la forma en que él la juzgaba por su apariencia y dudó de que tuviera medio millón para pagar. Tal vez era mejor que se llevaran el auto; esta mujer al volante parecía ser un peligro. Aunque ya había explicado que no fue su culpa, él seguía sin entender.

El ambiente se volvió demasiado incómodo. Decidió que, si él planeaba llevarse el auto de Cristen, al menos lo hiciera por una buena causa, no solo por un rayoncito.

—Así que para que te salga medio millón —pensó ella, tomando uno de los broches que se usan para sujetar el cabello—. Voy a dejar un rayón en su auto que sí valga medio millón.

Ella disfrutó viendo su sorpresa, su boca abierta, parecía tan impactado que podría caer al suelo y rebotar un millón de veces.

¿Creyó que no se atrevería a hacerlo? Estaba equivocado.

—Listo, ahora sí te creo que me salga medio millón —dijo ella con una sonrisa.

—¿Qué acabas de hacer, tonta? —exclamó, preocupado.

Bueno, al menos ya no la llamaba idiota. Ahora, solo era una tonta. Pero se había metido con la persona equivocada. Ella no era de las que se dejaban intimidar.

La jala del brazo atrayéndola hacia él y no la deja ir.

Santiago siente su mano en su pecho, empujando para que la suelte, pero está tan cabreado que no la dejará libre tan fácilmente. Sabe que ella tiene que pagar por lo que ha hecho. Mientras forcejean, Santiago divisa al fin el auto de la aseguradora, lo cual lo lleva a soltarla.

Sin embargo, la cercanía de ella le causa escalofríos, ya que no está acostumbrado a tener a una mujer tan cerca. Notó el aroma a vainilla que emana de ella.

En ese momento llega la aseguradora y la grúa.

-Señor, ya estamos aquí. ¿Cuál es el auto que remolcaremos?- pregunta el empleado.

Santiago señala directamente hacia el automóvil de la chica.

Observa cómo ella intenta frenéticamente convencer al empleado de que no se lleve su auto, pero Santiago pronuncia con su voz alta para que ella logre escucharlo:

-Ahora sí imploras.

Sus ojos están llorosos, y él se pregunta qué tan importante puede ser ese auto para ella.

—Haré lo que quieras para que no se lo lleven —exclamó.

-¿Estás segura de lo que yo quiero?

preguntó Santiago con un tono desafiante. -Sí, ¿no oíste o qué? - responde ella con voz temblorosa y decidida. Santiago sonríe con malicia.

-Bien, quiero que te hinques y me supliques clemencia.- sugiere Santiago, intentando aprovecharse de la situación. Sin embargo, reconsidera su crueldad y decide no pedirle sexo a cambio del auto.

-¡Nooooo! Eso jamás. Fue tu culpa.- exclama ella con indignación. Pero Santiago sabe que esta mujer es demasiado orgullosa para hacer algo así con él.

-Entonces quiero que te acuestes conmigo. Me pagarás con sexo.- menciona Santiago, solo para irritarla aún más.

Le gusta verla enfadada, pues luce aún más hermosa de esa manera.

-¡Estás bien estúpido! Hasta crees que haría tal cosa contigo. Púdrete.- responde ella enfurecida.

Santiago se queda pensando por un momento, cuestionando por qué le pidió eso, especialmente cuando la mujer ni siquiera es tan bonita como para justificarlo.

-Llévese el auto de la señorita.- dice al empleado de la grúa.

Santiago aprovecha para subirse a su auto y alejarse, dejándola atrás. Pero aún puede escucharla murmurando entre dientes mientras él se aleja.

-¿Qué se cree ese idiota?

«¿Qué tendrá en la cabeza, estiércol o algo parecido? ¿Y ahora qué voy a hacer? No tengo cómo llegar a mi entrevista. Llegar tarde significa dar una mala primera impresión y realmente necesito este trabajo. No puedo quedarme estancada, tengo que correr y solucionar después lo del auto de Cristen.» pensaba.

Elizabeth saca rápidamente su bolsa y su celular del auto antes de que la grúa lo remolque.

No quiere quedarse sin medio de comunicación ni lidiar con la molestia de tramitar la recuperación del vehículo. Decide que lo más conveniente será tomar un taxi para llegar a su destino.

Hace una parada en la calle y llama a un taxi. Le da al conductor la dirección exacta a la que quiere ir.

Santiago finalmente, llega a su oficina, ubicada en un edificio imponente. Es la oficina principal de un gran grupo empresarial del cual es el CEO más poderoso de toda la ciudad.

Esta empresa la heredó de su abuelo y aunque estuvo a punto de caer en bancarrota, se ha esforzado para sacarla a flote y convertirla en una compañía exitosa.

Al entrar a su oficina, su secretaria lo sigue de cerca. Ella es su mano derecha y lo mantiene informado sobre los asuntos más importantes del día.

—Señor, las aspirantes a ser su asistente personal ya han llegado —le informa.

Le pide que las haga pasar y mientras lo hace, se dirige a ella con confianza.

—Ven aquí, Mil —le dice, notando cómo camina hacia él desabrochando ligeramente los botones de su camisa.

No puede evitar pensar que ella sabe muy bien cómo complacerlo, pero en este momento solo quiere centrarse en el trabajo.

Luego de mantener relaciones íntimas con su secretaria en su escritorio, experimentando un encuentro sexual intenso y dominante, siente que ella ya no lo aprieta como lo hacía en el pasado.

Aunque le gusta el sexo duro, se da cuenta de que sus preferencias han cambiado con el tiempo.

Después del encuentro, continúa con sus responsabilidades laborales.

Su secretaria, Mil, le informa que las aspirantes están listas para presentarse. Le pide que haga pasar a la candidata más atractiva en primer lugar.

Observa cómo una tras otra desfilan frente a él: algunas son de glúteos prominentes, otras de baja estatura, algunas con pechos generosos y otras más delgadas. Pero ninguna de ellas lo sorprende o cautiva, ya que ha visto y probado muchas variedades antes.

Finalmente, se da cuenta de que aún falta una candidata por presentarse.

Pide a Mil que la haga entrar y se levanta de su escritorio, sintiendo cómo sus glúteos se han adormecido debido al tiempo que ha pasado sentado.

En ese momento, su lápiz se cae al suelo y se agacha para recogerlo. Justo cuando está levantándose, la puerta se abre de repente.

Le sorprende que la candidata resbale con su lápiz y termine cayendo de rodillas justo frente a él.

En ese instante, su postura y apariencia lo capturan. Está justo como lo había imaginado, de rodillas frente a él, creando una ironía inesperada.

—¿Tú?

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