1. Espécimen Perfecto

"Usa una soberbia sonrisa de escudo; él ataca, tiene miedo, y quiere infundir temor. Despavorido en realidad pretende ser quien haga huir a los demás".

WD.Rose

...

Ya siento el sudor repasando las líneas de mis palmas, ligero temblor en mis piernas, mi corazón palpita a la espera. Necesito el empleo, me urge el dinero, sería lamentable no quedarme ahí. Ya tengo diez minutos aguardando. Vuelvo a asomar la cabeza, el pasillo está desolado.

Me cubro el rostro, suspiro por quinta vez. Sutil voz me saca de mi encierro mental y alzo la cabeza encontrando a la dueña. Es la misma mujer que me recibió, usa un delantal, moño en la cabeza. La apariencia de una sirvienta, supongo que estoy viendo mi reflejo, esa seré yo en cuestión de minutos. Pero no todo está dicho, debo esperar la última palabra.

—Joven, Viscardi, sígueme, por favor... —comunica amable, eso me alienta a dejar mi lugar y ponerme en pie.

La sigo a la par, no sé a dónde me lleva. La mansión es esplendorosa, lujosa y me roba la atención durante el trayecto. Es imposible no fijarse en los detalles en dorado, existe una especie de atmósfera suntuosa que atrapa, resulta un imán; es todo eso que está lejos de muchos, y pocos son los afortunados. Sonrío cuando me mira de súbito, ella se detiene frente a una puerta oscura.

—Es aquí, Aryanna, procura no ser indiscreta o hacer preguntas de tipo intempestiva. Tengo un buen presentimiento de ti, el jefe puede ser difícil, suerte. —añade en un apremio, ya no me siento tan segura de girar ese picaporte.

—De acuerdo. —susurro casi inaudible.

Ella ya se ha ido de inmediato, dejándome a solas, en un extraño aprieto que va serpenteando en un espiral de temores dentro de mí. Ya no tengo la convicción de poder con esto, ¿qué tan difícil es el señor De Castelbajac? Del tipo de personas complejas o complicadas siempre he escapado, ahora parece que entraré en la emboscada.

Es ahora o nunca.

Al momento de poner un pie dentro de lo que se me parece a una oficina oscura y fría, salta mi corazón en su caja torácica, lo tengo en un puño. Sigo respirando, pero llevar oxígeno a mi sistema ya se ha convertido en una actividad superficial. Mis pulmones devoran el aire en un santiamén y me siento ahogada.

Nunca he vivido un momento de tensión igual a este, roza la angustia, me vuelve el sinónimo de debilidad. Termino de entrar, cierro la puerta sigilosa. Siento esa necesidad de no causar ruido, y de todos modos él sabrá que he llegado. Ese sujeto tachado de «difícil» está de espaldas, mientras estudia algún libro de la estantería que tiene. Sobre su escritorio yace una portátil cerrada, también una Mac, varios papeles esparcidos y un teléfono. Mi curiosa mirada vuela al cuadro que se encuentra en la pared a mi izquierda, es una foto de un hombre con el torso desnudo, es como un modelo profesional que exhibe las características varoniles del espécimen soñado por cualquier mujer.

Se me seca la boca, mi pulso se dispara, pero logro mantenerme en la cordura.

—Buen día, señor De Castelbajac —saludo con el escaso aire que circula en mí.

No se gira, sigue en lo suyo. A juzgar por su ignorancia, creo que es sordo. Trato de estar tranquila, sobre todo paciente. ¿Es que he hablado en un tono muy bajo?

—Buenos días, he llegado por el...

—Sé a lo que has venido, no es menester que vuelvas a repetirme las cosas —me da la cara al fin y creo que voy a caerme al suelo.

Pero, ¿por qué esa actitud hostil?

Tiene una camisa azul rey que acentúa sus orbes azulados, y ahora las manos metidas en los bolsillos de ese pantalón a la medida. Me evalúa, no puedo con tanto.

Trago con dificultad.

—Es que... —intento hilar otra palabra, pero se me dificulta hablar.

Sus ojos destilan cierta potencia que me absorbe, apenas existo, lo poco que queda de mí se encuentra apresado en la inquietud. No solo me rindo a la timidez, también al nerviosismo que enloquece cada fibra de mi ser. La mirada de ese hombre es poderosa y me sitúa en un lugar que aplastaría a cualquiera. Evito el contacto visual, algo me impide poder sostener la conexión.

—Ni siquiera ha tocado la puerta, pero vayamos al grano —apunta tomando asiento.

Es cierto que no he tocado, y me veo obligada a pedir disculpas. Ojalá no sea esto un inicio con el pie izquierdo.

¿Debo sentarme? No sé si deba pregúntarle, él me observa y eleva una ceja. Me siento, espero que comience a hablar. Abre la portátil, empieza a discar en el teclado, me pierdo en el sonido que produce sus dedos al tocar cada tecla. Sigo callada, aprovecho que se sumerge en la pantalla, silencioso y estudio el interior donde estoy. Destaca entre las cosas, un juego de sofás acompañado de la mesita de centro en la que no yace un solo objeto. Avisto un minibar, y abandono el estudio volviendo a los ojos a él.

Temo que me ha pillado en un escrutinio mal disimulado.

—Lo siento.

De pronto deja de teclear y junta las puntas de los dedos, mientras apoya los codos sobre el escritorio. Es un acto que me transmíte cierto dominio. ¿Qué demonios tiene que me hace sentir así?

—¿Eres Aryanna Viscardi? —solicita que lo compruebe y asiento con la cabeza —. ¿Por qué estás aquí?

Pongo los ojos estrechos, confusa, ¿es que se olvida que he venido por el trabajo? Cambio la expresión al recordar que ha formulado la pregunta para que explique o hable sobre mí. Aunque eso no me resulta agradable, no tengo nada interesante qué contar.

—Necesito el empleo, solo así podré ayudar a mamá con los gastos de la casa...

—Problemas económicos —me interrumpe soltando la triste realidad en la que me encuentro. No le inserta un solo ápice de emoción a la voz.

—Sí —emito bajito.

—Tienes el empleo, Viscardi —anuncia y levanto la vista varada en la sorpresa.

¿Así sin más? No puedo creerlo. Quiero saltar de alegría, pensé que haría más preguntas, pero ha terminado y puedo respirar aliviada.

—Gracias, en serio, no sabe lo feliz que me hace saber que tengo el empleo —emito, es inevitable no expresar esas palabras.

Y su cara sigue siendo seria, no cruza la luz por sus facciones, ni siquiera el asomo de una sonrisa. Carraspeo avergonzada y me pongo en pies. Debo ser cuidadosa ante el señor... hielo, él es de esos que no se acercan al sol, para no ser vencido por su calor. No demuestra emoción, o los mantiene al margen de desconocidos. Eso soy para Silvain, excesivamente apuesto, y un hombre hermético al que apenas empiezo a conocer.

—Bien, ven mañana, este es tu horario —declara, es una demanda y tomo la hoja que me tiende —. No tolero el incumplimiento de ninguna índole —subraya.

Asiento a todo lo que dice.

—De acuerdo.

—Ya te puedes retirar —declara dejando ver una sonrisa de labios cerrados, no es real.

Sigue siendo meticulosamente forzado al corresponder o intentar dar un poco de sinceridad.

—De nuevo, muchas gracias. Hasta pronto. —sello el despido extendiendo una mano, pero me la deja tendida haciendo un gesto desdeñoso. Apenada por el desprecio, abandono el lugar antes de que me repita que salga de su oficina.

En la exterior boto el aire retenido, recupero el control. Ya la vergüenza ha pasado, el nerviosismo interior, el flaqueo se esfuma de mis extremidades. No puedo creer que no tomara mi mano, ha sido algo irrespetuoso de su parte. Resoplo. Soy capaz de andar por el pasillo, ha sido menos de diez minutos en su oficina, pero ha sido suficiente para que ese sujeto dejara a la vista su personalidad despectiva que somete a cualquiera.

Justo al cruzar el pasillo me intercepta la fémina de hace rato.

—¿Cómo ha salido todo? —quiere saber.

—Pues me ha dado el trabajo —declaro.

—Oh, quiere decir que ya es oficial, serás mi compañera. ¿Te ha dado el horario? —averigua clavando los ojos en la hoja que sostengo.

—Así es —se la muestro a la pelinegra.

—Entonces nos vemos mañana, ¿no te ha dado otras instrucciones? —formula arrugando el ceño.

—No, solo esto. ¿Hay otra cosa que deba saber? —me veo en la necesidad de preguntar.

—Sí, de hecho debió decirte, me extraña que no lo haya hecho, los empleados nos quedamos aquí, muchos vivimos lejos de casa, por lo que un lugar aquí nos ayuda. ¿Vives lejos de esta zona?

—No, resido en el centro de la ciudad, quizá por eso no lo ha mencionado. —platico, tengo la tentación de preguntar sobre el comportamiento de ese Silvain conmigo, pero me muerdo la lengua. Hay cosas que no se pueden decir de forma abierta, y no es el momento adecuado para sacarlas a relucir.

—Entiendo, ya no te quito más tiempo, espero verte mañana, por favor, apégate al horario, solo así te puedo asegurar que estará todo bien.

—De acuerdo, supongo que tú me ayudarás un poco a darme las tareas y...

—Sí, no es tan difícil, pero te ayudaré, linda. No puedo seguir hablando, aún tengo cosas por hacer.

—Está bien, nos vemos.

—Sí, deja que te guíe hasta la salida.

De esa manera vuelvo a ser dirigida por ella. Una vez afuera ando sobre el camino adoquinado, me detengo un momento a observar los atractivos jardines de la propiedad. En plena primavera no pueden estar más hermosos que ahora. Hay una fuente situada en el centro, a los costados plantas apodadas y flores por doquier. Es una fachada perfecta, bonita y atrapante. La verdad difiere con el estilo de mi jefe, no es de los que me imagino recorriendo estos lares y otorgando un minuto siquiera a contemplar la belleza de este equinoccio. Sin embargo, sigo sin conocerlo mejor, no se puede juzgar a un hombre por lo que deja ver, lo que no se hace notar, o lo que encapsula, es su realidad. Aunque percibo que no la hay en él.

Bato la cabeza.

«¿En qué momento mi mente ha dedicado tanto tiempo en pensarlo?»

...

Tomo el bus, en mi situación no es una opción ahorrar hasta el mínimo centavo. En todo el camino de regreso a casa me pongo los audífonos y me dejo llevar por la música. Cada cierto tiempo se direccionan mis ojos a esa hoja. No he reparado mucho en el horario, y debo ajustarme a ello. A mi lado se ubica una mujer, lleva sobre el regazo a su nena, no debe tener más de dos años. Me resulta coqueta y dulce cuando extiende una mano hacia mí y sonríe. En algún punto de mi vida pensé en ser niñera, pero lo primero que ha llegado es servir en casa de un hombre millonario, y no podía seguir esperando.

Y esa pequeña me recuerda a mi hermanita, quizá por eso vuelvo a sentir un nudo en la garganta y debo parpadear para alejar las lágrimas.

La mujer se baja pronto y ya vuelve a quedar vacío el lugar a mi lado. Soy la próxima en pedir la parada. Me quedo a unas cuadras de casa. Los pasos restantes voy pensando en mama, sé que se pondrá contenta. Muero por ver su expresión, esto será un rayo de luz entre tanta oscuridad. Meto la llave en el cerrojo y entro de lleno. Aún recuerdo cuando estaba sana y le avisaba de mi regreso. Solía salir de la cocina y anunciar que hacía algo delicioso. Una lagrimita sale de mi ojo y con eso caen los recuerdos como una cortina que devela el presente; el antaño ya es solo efímero. Avanzo hasta la segunda planta, sé que debe estar en la habitación, marchita y desolada. Me entristece ser testigo del nubarrón depresivo, un cuadro en el que se quedó atrapada desde que papá murió, él y mi pequeña hermana de cuatro años.

Las fotos colgadas en la pared del pasillo son recuerdos que duelen, dagas que se clavan en el corazón, no hay cura, no existe un aliciente que calme el ardor. No he tenido el valor de recogerlas y meterlas en una caja, eso sería de alguna manera arrojar momentos inolvidables al olvido y yo nunca dejaré de pensar en ellos. Se fueron demasiado pronto, y debo vivir con esa ausencia el resto de mi vida.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo