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Capitulo 29: Pánico.

Ni siquiera el viento helado parecía lograr perturbar la intensidad del momento que estaban compartiendo Anette y Nicolás, sus miradas se habían anclado a la del otro en un enfrentamiento reservado; rojo y azul, fuego y agua; enfrentándose con una intensidad inquietante. De cierta forma era como si la vida y la muerte se estuvieran enfrentando en un duelo silencioso.

Ella, tan llena de vida y él, un ser nacido en el mismísimo infierno... solo el repentino golpeteo sobre la madera logro que ambos salieran de esa burbuja que parecían compartir, ambos dirigieron su mirada hacia las puerta cerrada de la habitación.

— Anette, tienes visitas — informo la suave voz de Anna, reclamando la presencia de su hija. De inmediato Anette miro a Nicolás con preocupación, sabía muy bien que si su madre descubría la presencia del vampiro en su habitación, se desataría una pelea mortal.

— Voy en un momento — respondió, rogando porque su madre no decidiera irrumpir en el lugar — debes irte — le informo al vampiro en un susurro apenas articulado, él negó con un sutil movimiento de cabeza antes de alejarse de ella, incluso dándole un leve empujón para que dirigiera sus pasos hacia el interior de la habitación.

Ella lo observo, con una mezcla de duda y preocupación, él le regaló una sonrisa de esas llena de dientes, la cual aún no lograba descifrar si le parecía encantadora o aterradora. Se acercó a la puerta y tomo el pomo dudando si debía abrirla o no, antes de tomar una decisión dedicó una mirada más a Nicolás, pero la figura del vampiro había desaparecido siendo reemplaza por la imagen de un cuervo negro y de ojos rojos que la miraba con confusión.

¿Qué rayos?, no tuvo tiempo de pensar en lo sucedido cuando de nuevo un par de golpes azotaron su puerta, obligándola a abrirla de inmediato y dejar sus pensamientos ocultos en un rincón de su mente; ya tendría tiempo para aclarar sus dudas.

— ¿Si, madre?, ¿quién solicita mi presencia? — indagó, los ojos de Anna recorrieron discretamente el interior de la habitación de su hija, quizás intentando descifrar la causa de su tardanza. Quería confiar en que el gran alfa no sería capaz de irrumpir en la habitación de la muchacha sin consentimiento, pero ¿realmente necesitaba de su permiso para visitar a Anette en la privacidad de su habitación?, probablemente no; después de todo Arthur Standerwod era el amo y señor del mundo de lobos. ¡No necesitaba el permiso de una simple madre renegada!.

— Isabella desea hablar contigo — informo Anna, dejando ver la figura de la loba a unos cuantos pasos detrás de ella, Anette se apartó de la puerta como una invitación silenciosa a qué ingresara a su habitación.

Isabella camino en completo silenció, sin perturbarse siquiera cuando Anette cerró la puerta detrás de ellas, la heredera Wolfe observo todo con ojos curiosos y de cierta forma despectiva que no pasó desapercibida para Anette.

— ¿Y bien?, ¿qué quieres hablar conmigo? — indagó la propietaria de la habitación, cruzándose se brazos y dirigiendo sus pasos más cerca del balcón, como si sentir cercana la presencia de aquel cuervo le diera cierta seguridad ante el aura imponente de su visitante.

Finalmente Isabella clavo su mirada en Anette, avanzando un par de pasos hacia ella — seré clara, aléjate de Arthur — amenazó, con una mirada llena de furia que comenzaba a oscilar entre el azul natural de sus ojos y el dorado de su alma de lobo; sin duda Isabella estaba furiosa.

La risa de Anette invadió la habitación, perturbado la aparente calma que allí había, Isabella la miro desconcertada mientras que Anette esbozaba una sonrisa burlona.

— ¿Y si no que?, ¿quién me obligará a alejarme de Arthur?, ¿tu? — Isabella se sintió perturbada por aquella mirada retadora y la sonrisa cargada de burla que la acompañaba. ¿Dónde había quedado la renuo frágil y asustadiza que ella conocía?.

— Arthur es mío, Anette. Aléjate de él, escúchame, estoy segura que no quieres tener que enfrentarte a las consecuencias de... — Isabella se vio obligada a guardar silencio cuando las palabras de Anette la interrumpieron.

— No, Isabella, escúchame tu a mí — dio un par de pasos, de forma amenazante; hacia su visitante, quien de forma repentina se sintió abrumada por el aura que desprendía de la muchacha — Arthur es mío, MÍO y ni tú ni nadie me convencerán de lo contrario. Tu aléjate de él o sino, sufrirás las consecuencias...

Isabella no lograba entender porque su corazón comenzaba a latir desenfrenado, preso del miedo; como si de pronto la frágil renuo se hubiera transformado en un ser amenazante. Podía sentir esa opresión en el pecho que le indicaba que la humana frente a ella era, por mucho, superior a sí misma.

— Tú no puedes hacerme nada, renuo tonta... yo seré la luna de Arthur y tú solo una ramera que pasa por su cama cuando le tiene ganas — Isabella sujeto los brazos de Anette con bastante fuerza, comenzando a caer en la histeria que le producía el ver que la muchacha no le demostraba miedo, al contrario la miraba con superioridad.

Anette sintió los dedos de Isabella clavarse con fuerza en su piel, seguramente dejarían marca en ella, pero aun así no agachó la cabeza ante la loba, el fuerte sonido de un aleteo furioso perturbo su encuentro; los hábiles ojos de Isabella captaron la figura de un cuervo, chocando sus alas contra el cristal del balcón y mirándola con aterradores ojos rojos. Se sintió paralizada, presa del repentino pánico que ahora corría por sus venas. ¿Qué carajo le estaba pasando?, ¿por qué ese horrible animal lograba perturbarla?.

Su corazón dio un vuelvo doloroso cuando Anette dio unos pasos hacia el exterior y el horrible animal se posó sobre su brazo, trayéndolo así al interior de la habitación; el sonido que salió de su garganta fue capaz de helarle la sangre.

Sentía que ese animal quería devorarla, sentía como si estuviera dispuesto a tirarse sobre ella y arrancarle los ojos de su cuenca... y la forma en que Anette le acariciaba debajo del pico le resultaba perturbadora. Era como si esa simple humana tuviera control sobre el horroroso animal, como si ese pequeño cuervo de ojos rojos fuera la llave que le permitía liberar a todos los demonios del infierno.

— Vete Isabella, a mi pequeña mascota no le agradas y sería una total lástima que termine arrancándote los ojos — la sonrisa que Anette le estaba dedicando era paralizante, haciéndola tragar grueso; el ambiente en la habitación era pesado y un claro olor a muerte flotaba en el aire.

Isabella retrocedió sin poder apartar la mirada de la mujer y el cuervo frente a ella, choco con la salida, con manos temblorosas busco a tientas el pomo de la puerta, escapando apenas logro abrirla. Sentía que no podía respirar, su corazón latía tan desenfrenado que dolía. Todo su cuerpo temblaba y ni siquiera sabía cómo logro salir de la habitación con vida.

— Visítanos pronto, Isabella — grito Anette, antes de dejar escapar una risa escalofriante, su voz era tan dulce que resultaba repulsiva; era la voz de un ángel ocultando las intenciones de un demonio.

¿Que había cambiado?, ¿por qué de pronto una simple humana podía resultar tan amenazante?... no lo sabía, pero estaba seguro que algo muy malo estaba por pasar, algo que cambiaría el mundo para siempre.

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