103.

No supe en qué momento el cuerpo de Nicolás se balanceó sobre el mío, pero ahí lo tenía. Al abrir los ojos, el fuego había inundado la cocina. Una fuerte explosión había entrado por la ventana. Sentía que me ardía la piel de los brazos; seguramente el fuego había logrado quemarla. La chaqueta de Nicolás ardía, y yo lo empujé para apartarlo de encima mío y que pudiera apagarla. La quitó con fuerza y luego la lanzó hacia un costado. La cocina lanzaba humo; el fuego comenzó a propagarse por el techo de madera, y ni siquiera la humedad de las tablas pudo impedir que se extendiera con más violencia.

— ¡Arriba! — me gritó Nicolás, tomándome por los hombros y levantándome.

El aceite caliente se había regado por el suelo. Nos resbalamos en él al intentar salir, y un segundo después de que cruzamos por la puerta de la cocina, el fuego alcanzó el aceite, creando una llamarada violenta que expulsó fuego por la puerta como un gigantesco dragón.

— ¿Qué está pasando? — grité, pero podía ver que N
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