Capítulo 33

LUCA

El amanecer llegó sin que pudiera pegar los ojos. La noche fue larga, pesada y cargada de pensamientos que no me daban tregua. Alan dormía, o al menos lo intentaba, acostado en el sofá con una manta hasta el cuello y el cuchillo todavía en su mano, como si eso pudiera protegerlo de lo inevitable.

Yo no dormí. No podía.

Mi mente seguía encadenada a ella. A su rostro. A su voz. A ese último abrazo que me pareció demasiado corto para lo que venía. Anya no era solo una obsesión o una debilidad. Era la única cosa que me anclaba a lo que quedaba de humanidad en mí.

Y también era la única persona que podía hacerme perder el control en un solo parpadeo.

Cuando los primeros rayos del sol entraron por la pequeña rendija de la ventana, ya estaba sentado en la mesa, con los codos apoyados y las manos entrelazadas, mirando fijo un punto muerto en la madera. Mis pensamientos seguían corriendo con el mismo ruido que la tormenta que se formaba dentro de mí.

Tenía que sacarnos de aquí. A Alan y a
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