Demonios del Desierto
Demonios del Desierto
Por: Loli Deen
Teniente Jones

Lo que comenzó como un día ordinario, rápidamente se convirtió en uno de los peores días de mi vida.

Esa mañana me levanté de la cama a las 6am, como de costumbre, pero había algo diferente en el aire, ese sexto sentido que me acompañó durante toda la academia, mi carrera y tantas veces me sacó de líos. Algo estaba a punto de pasar, lo sentía, lo intuía, es como el olor a lluvia. Algo dentro tuyo te está avisando que todo está a punto de cambiar.

Me metí al baño y abrí la ducha. Mientras esperaba que el agua tome una temperatura más normal, cepillé mis dientes con dedicación. Mi cabeza volvió a centrarse en mi desaparecida hermana. ¿Dónde estaría? ¿Se encontraría bien? El vapor del baño me trajo de regreso, me duché rápidamente, sequé mi cabello. Escogí un jean oscuro, las botas de caña alta, una camiseta gris y lo rematé con la campera de cuero. Escondí mi placa bajo la camiseta, recogí mi arma, el teléfono y las llaves con la plata y me encaminé a la comisaria.

 —Buenos días teniente Jones —saludó la oficial Rodríguez apenas crucé el vestíbulo.

 —Rodríguez —dije al pasar en forma de saludo cordial. Hoy no estaba de humor para sus tonterías habituales.

Subí las escaleras hasta la división de inteligencia. Desde que decidí dedicar mi vida al servicio de la policía de Chicago, siempre había soñado con ser de inteligencia. Y me había esforzado mucho en lograrlo, a los casi 30 años ya era teniente y aún me quedaba mucho camino por recorrer. Llegué a la reja y tecleé el código de acceso, era un ambiente no muy grande, apenas cabían unos cuatro escritorios, el sector de Loki, nuestro especialista en ingeniería y tecnología y el despacho del jefe Drosky y no mucho más que eso. Me senté en mi escritorio a revisar el papeleo pendiente que tenía atrasado, y de a poco mis compañeros fueron llegando.

Cuando Drosky llegó nos asignó los casos, y enseguida me puse a leer el informe.

 —Nos tocó juntos Jones, ¿Cómo quieres proceder? —dijo Adams mientras se acomodaba en mi escritorio.

 —¿Ya has leído el informe?

 —En eso estoy.

 —Bueno hazlo en silencio y luego planificamos el procedimiento —Nos había tocado un problema con un nuevo y pequeño traficante local. Cada unos cuantos meses, el cártel de Marcos Quintero reclutaba una nueva pandilla de Chicago para que se encargue de su distribución y ya teníamos varios cadáveres como consecuencia. Desarmarlos era rutina, pero al poco tiempo nacía uno nuevo. El Dragón, como se hacía llamar su cabecilla era un delincuente conocido por todos en la N°19, pero se mantenía libre, al vendernos de vez en cuando cierta información, pero ésta vez su ambición lo llevó demasiado lejos y debíamos detenerlo.

 —Jones a mi oficina —Dijo la rasposa voz de Drosky.

 —Diga Jefe.

 —Siéntate, nos han llamado de Phoenix.

 —¿Phoenix? Eso está muy lejos de aquí, ¿Qué tiene que ver con nosotros?

 —Tienen un problema de bandas locales. Algunos Clubs de Motociclistas se han declarado la guerra y la gente está muriendo a montones.

 —De acuerdo, ratas locales en cuero.

 —Hace unos días uno de sus clubs nudistas fue atacado y murieron 23 civiles, entre clientes y empleados. Esto nos ha llegado hoy, deberías echarle un vistazo.

Abrí la carpeta y la sangre se me congeló, una foto de mi pequeña hermana Sara desangrada en el piso. Tuve que tomarme unos minutos antes de poder pensar con claridad, miles de imágenes comenzaron a navegar por mi mente, yo la había criado. Tenía 14 años cuando perdimos a mis padres en un accidente de auto, un conductor embriagado se cruzó de carril y su todoterreno aplastó por completo el pequeño volvo de mis padres. Sara tenía apenas 9 años, y yo me convertí en su madre. Vivíamos con mi abuela materna Bette, pero era muy mayor y yo debía ocuparme de ella. Apenas cumplí 22 años, ella falleció y nos quedamos solas en el mundo. Sara fue complicada desde la adolescencia, siempre se metía en problemas, pasaba más tiempo en la oficina del director que en el aula. A medida que fue creciendo, todo empeoró, y cuando cumplió 18 años se fue de casa. Desde entonces ha estado entrando y saliendo de rehabilitación. Cada tanto vuelve a casa por algún tiempo y cuando nuestras peleas comienzan por sus excesos y falta de criterio, se va. Hace tres años que no sé de ella. En su última visita peleamos fuerte y se ha mantenido lo suficientemente anónima como para que no pueda encontrarla, pese a los muchos esfuerzos que invertí en ello.

No sólo no teníamos personalidades parecidas. Yo salí a mi padre, 100% irlandesa, pelo rojo como el fuego, ojos verdes, tenía el rostro cubierto de pecas y labios gruesos. Alta, con curvas generosas, sobre todo en el trasero. Y Sara era pelirroja también, pero hacía mucho tiempo se había cambiado el color a rubio, ojos verdes, y luego no nos parecíamos en nada más, ella era bajita y muy delgada. Y las personalidades de ambas no podían ser más diferentes, éramos completamente opuestas. Yo era la chica buena y responsable y ella la rebelde busca problemas. Pero, aun así, siempre habíamos sido mejores amigas, a pesar de nuestras peleas.

 —Lo siento mucho Jones.

 —Ni siquiera sabía que estaba en Phoenix, hace 3 años que no sé de ella.

 —Tómate el tiempo que necesites.

 —No quiero tiempo, ponme a cargo del caso.

 —No, no puedes hacerlo.

 —Jefe, lo necesito. Me lo debes Drosky, te he cubierto y apoyado siempre.

 —Lo sé, pero eso no pasará.

 —¡Es mi hermana!

 —Justamente por eso, te mantendrás al margen y dejarás actuar a los tuyos.

 —¿Es tu última palabra?

 —Sí.

 —De acuerdo —me levanté, me quité la insignia y la dejé sobre su escritorio. Luego tomé mi arma y la puse a su lado.

 —¿Qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loca?

 —Renuncio, me haré cargo de esto con tu aprobación o no.

 —No seas necia Kelly, no renunciarás.

 —Acabo de hacerlo. Adiós.

Lo más difícil de recorrer el pasillo hasta mi escritorio fue contener las lágrimas que se agolpaban en mis ojos y amenazaban con escapar en cualquier momento. Busqué una caja, metí algunas de mis pertenencias, me coloqué la chaqueta y mis compañeros me bloquearon la salida.

 —¿Qué crees que haces Jones?

 —¿Qué no es obvio? Renuncié, me largo Adams.

 —No seas ridícula Kelly, tómate unos días y luego vuelve a tu trabajo —decía Josie, era mi mejor amiga, las dos únicas mujeres en la división y la esposa de mi mentor y amigo Brian Clark. Me dolía abandonarla, pero necesitaba buscar a los culpables y haría que todos paguen.

 —¿No lo entiendes Josie? ¿Qué harías en mi lugar?

 —Sé que es duro y lo lamento, pero no puedes abandonar todo y marcharte.

—Mírame —me abrí paso entre ambos y me fui sin voltear a ver como tiraba mi carrera y todo por lo que había luchado tanto, a la b****a. Pero ellos me habían quitado lo único que tenía en la vida y yo, les quitaría todo.

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