Phoenix

Apenas llegué a casa me desmoroné, toda la máscara de hierro, que generalmente oculta mis sentimientos, se rompió en mil pedazos. Las lágrimas comenzaron a caer a mares de mis ojos y difícilmente podía respirar. Las interminables escenas de momentos juntas desfilaban por mi mente, Sara era lo único que tenía, lo más importante, y ahora la había perdido, me la habían quitado. Pensé en la mejor forma de vengarme, primero debería ganarme su confianza y luego destruirlos desde adentro. La teniente Jones debía desaparecer para poder tener éxito. Tomé el teléfono y llamé a mi antiguo mentor, nos conocíamos desde mi primer día como policía en la academia, cuando aún no sabía nada. Y siempre me protegió y ayudó, incluso mientras patrullaba las calles con el miedo a flor de piel.

 —Kelly, que alegría escucharte.

 —Brian, necesito hablarte. Voy a necesitar tu ayuda ¿Puedes reunirte conmigo en “El Buda” en 1 hora?

 —Por supuesto, ahí estaré ¿Todo está bien?

 —Ya te contaré en persona.

 —De acuerdo, te veo allí.

Me di una rápida ducha para tratar de recomponerme un poco, me arreglé y salí. Antes de dar las 7pm llegué a “El Buda”, quedaba cerca de la comisaria y siempre nos juntábamos ahí al terminar una guardia, era el lugar ideal para despejarse un rato y tomar unos tragos. Ni bien entré vi a Brian sentado en una mesa apartada del resto. Lo saludé y de inmediato se dio cuenta que algo andaba mal.

 —¿Qué ha ocurrido?

 —Es Sara, la han asesinado. Estaba con un MC en Phoenix.

 —Lo siento mucho Kelly, sé lo que Sara significa para ti.

 —Me lo quitaron todo, y quiero venganza. Me iré a Phoenix y los encontraré, pero necesito tu ayuda. La teniente Jones debe desaparecer. ¿Cuento contigo?

 —Sabes que no necesitas pedirlo dos veces, claro que sí. ¿Nueva identidad?

 —Sí, pero necesito todo, nada puede quedar librado al azar. No pueden saber quién soy, o moriré antes de obtener lo que quiero.

 —Hecho. ¿Nombre?

 —Kelly Green.

 —¿Qué averiguaste del MC?

 —No mucho, sé que es uno de los más antiguos, fundado por Tony Turner. El nuevo presidente se llama Jessy Turner. Un auténtico criminal, detenciones por portación, contrabando, asalto a mano armada, agresiones. Tiene un prontuario enorme, pero tiene muchos amigos en el poder, así que jamás esta más de una noche preso.

 —¿Y cuáles son los negocios conocidos del MC?

 —Robo a camiones, contrabando, prostíbulos y quizás trata de blancas.

 —Será muy peligroso Kelly, iré contigo.

 —No, debo hacerlo sola, aún no sé cómo conseguiré meterme en su círculo, pero definitivamente no podré hacerlo contigo. Te mantendré informado.

 —De acuerdo, reporte semanal. O iré a buscarte.

 —Bien. ¿Para cuándo tendrás los papeles?

 —Para cuando termine la semana, tienes 4 días para poner todo en orden y sepultar a Jones.

Tomamos unas cervezas y nos despedimos. Cuando llegué a casa, no quería pensar, así que decidí organizar lo que me llevaría, no sería mucho, ropa, y algunas chucherías, nada de recuerdos, no podía correr riesgos. Durante la semana, guardé todo lo que significaba algo para mí, lo metí en cajas, alquilé un depósito y lo guardé ahí. Había puesto la casa en venta, y al tener un precio muy bajo, se vendió enseguida.

El viernes Brian tocó a la puerta, hablamos un poco y me entregó un sobre de papel madera con todos los documentos que necesitaba, certificado de nacimiento, identificación, pasaporte, registro de conducir, hasta un prontuario que me hizo. Mi nueva yo, tenía antecedentes, posesión, disturbio en la vía pública, resistencia a la autoridad, todo eso servía para cubrirme. Cambió la base de datos de mis huellas digitales, si por alguna razón me arrestaban, no tendría problemas. Es de mucha ayuda tener alguien del FBI como mejor amigo.

Ese mismo día por la mañana, los restos de mi hermana llegaron, cargué sus cenizas al auto y luego subí las maletas a él y me marché, puse en el estéreo un cd de mezclas de los 80´, cuando aún éramos niñas, le robaba el auto a mi abuela y nos íbamos a pasear, amábamos viajar por la ruta escuchando música y cantando. «Último viaje juntas» pensé.

Manejé durante dos días, solo paré a la noche para dormir en un motel y comer algo.

Finalmente llegué a Phoenix.

El pequeño pueblo de Flat Salts, en Phoenix, apenas tenía unos 15.000 habitantes, ni por asomo el tipo de lugar al que estaba acostumbrada, yo venía de la ciudad de Chicago, y en nada se parecía a esto. Manejé lento haciendo un reconocimiento del lugar, los ojos de los demás me seguían por todas partes, era claro que aquí todo el mundo se conocía y yo era una forastera.

Me detuve en una cafetería, compré el diario y me senté a comer algo.

 —¿Qué te traigo preciosa? —preguntó la amable mujer de delantal rosa que cargaba una pequeña libreta en su mano. La cafetería lucía como olvidada en el tiempo, todo el lugar parecía estancado en los años 70, quizás.

 —Una hamburguesa con papas y una soda de dieta por favor —Ella tomó mi pedido y se marchó con una sonrisa. El estruendoso ruido a motos captó mi atención de inmediato, miré por la ventana y vi como varias motocicletas choperas se estacionaban en el frente, hombres de distintos tamaños, pero con el mismo chaleco de cuero se desmontaban de ellas. La puerta se abrió de golpe y comenzaron a entrar y acomodarse al fondo del lugar, unas mesas delante de mí. Traté de parecer que solo leía el diario, tomé una lapicera y jugueteé con ella en mi mano, la realidad es que buscaba algún lugar accesible para vivir.

 —Aquí tienes cariño, que lo disfrutes —dijo la mesera entregándome mi pedido, luego se acercó al grupo de motoqueros, por los parches de sus chalecos pude ver que se trataba de los «Demonios del Desierto» justo a quienes venía a buscar. Agudicé mi oído y presté atención a sus charlas, no tenía idea de quién era quién, pero tenía tiempo para averiguarlo. Comí lentamente mientras marcaba los círculos en los anuncios que me interesaban.

 —Anda Darleane, tráeme ese pastel de queso que tanto me gusta —Decía uno de los hombres a la camarera.

 —Solo lo guardo para ti J.T —le respondió con voz dulce y melosa.

Unos hombres de traje entraron y se sumaron a los motoqueros. Algún negocio entre manos, pensé para mí. Otra vez traté de escuchar su conversación, pero hablaban bajo, era evidente que nadie más que ellos debían saber de qué iba la charla. Al cabo de un rato de plática los hombres de traje se marcharon saludando a los presentes en el lugar.

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