Gatita

 —Tú no eres de aquí bonita, yo lo sabría —Dijo la voz ruda de un hombre en frente de mí, mientras se acomodaba sin invitación en mi mesa. Clavé mi mirada más fría y dura en sus ojos negros. Era guapo, se lo reconocía, alto y musculoso, cabello negro enrulado que caía hasta sus hombros y unos profundos ojos negros, la incipiente barba lo hacía lucir unos años mayor de lo que realmente debía ser.

 —¿Siempre invades el espacio personal de las personas sin ninguna invitación? —le solté con mi voz más sarcástica.

 —¡Miauuu, la gatita tiene garras! —dijo mirando hacia atrás en busca de complicidad con sus hermanos de cuero.

 —Ni te imaginas.

 —Cuidado bonita, parece que aún no te han educado, pero yo siempre quise ser maestro.

 —Tengo la impresión que como maestro debes ser un gran mecánico. Ahora vete y déjame en paz —Era absolutamente consciente de lo que estaba haciendo, pero mi cerebro funcionaba demasiado rápido y muy fácilmente noté que están acostumbrados a que todos les tengan miedo y los veneren, yo no sería así, debía impresionarlos, sobre todo a su presidente, J.T que me miraba fijamente detrás de sus lentes de sol estilo aviador mientras se llevaba el cigarrillo a la boca, sabía que estaba estudiándome, tanto como yo a él. Mi acompañante se paró de inmediato de su silla y se encaminó enfurecido hacia mí, pero no se me movió un solo músculo, años de entrenamiento habían hecho de mí una mujer con muy poco miedo, incluso para mi propio bien. Acercó su cara a la mía y tocó mi pelo en una suerte de caricia.

 —Necesitas una lección gatita.

 —Y tú necesitas un enjuague bucal cachorrito —contesté mientras tomaba su mano en una llave y la apartaba de mi rostro.

 —Déjala en paz Snake antes de que te humille nuevamente. Me estás avergonzando —Dijo J.T mientras pasaba por su lado y le daba una palmada en el hombro. Éste se alejó de inmediato, no sin antes decirme al oído.

 —Nos volveremos a ver gatita —cuando se apartó, J.T tomó su lugar. Dejó un billete de 50 dólares sobre la mesa, se acercó a mi oído y me susurró solo para mí.

 —Ésta va por mi cuenta. No sé si eres valiente o realmente estúpida.

 —Quizás un poco de ambas —le respondí mirándolo a la cara, era muy guapo, tenía ese aire peligroso que a las mujeres nos vuelve locas, su cabello castaño oscuro con pequeñas mechas rojizas adornaban el contorno de su rostro con pequeños y despeinados rulos, su barba era casi del color del fuego y la llevaba muy cuidada para alguien que no debería importarle su apariencia. No pude ver sus ojos por los lentes de sol, pero estaba segura que serían igual de hipnotizantes que el resto de su persona, era muy grande, alto y con hombros y espalda ancha. Vestía un jean gastado con unas zapatillas blancas, camiseta blanca y su chaleco de cuero negro. Algo dentro mío advirtió de inmediato el peligro que ese hombre representaba, ahí estaba mi sexto sentido volviendo a señalar la inevitable colisión que se aproximada. Él sonrío levemente y se fue. Todos lo siguieron por detrás.

 —No deberías hablarle así a uno de los Demonios —me sugirió Darleane.

 —¿Y eso qué significa? —dije haciéndome la que no tenía idea de qué me hablaba.

 —Los Demonios del Desierto es el MC local, son algo así como la ley de Flat Salts.

 —Entiendo, pero no me gusta que me invadan —le entregué el billete de $50 que J.T había dejado en la mesa y me fui. Me subí al auto con el periódico en la mano, había marcado unas tres propiedades que debía ver, todas eran apartamentos económicos, aún debía pensar en cómo afianzarme en el pueblo.

Ingresé las direcciones en el GPS, y manejé hasta donde me indicó. El primer apartamento estaba muy lejos del centro del pueblo, el segundo se caía a pedazos, pero el tercero fue el bueno. Un pequeño apartamento sobre una ferretería con acceso privado, era chico, pero acogedor. Una cocina/comedor abierta, dividida por una pequeña isla, cabía cómodamente un sofá de tres cuerpos, una mesa redonda con cuatro sillas, y una mesa con un televisor. Luego el armario, en frente el baño de cuatro piezas, y la habitación con su cama de dos plazas, mesas de luz y placard. Nada más, pero lo necesario estaba y lo más importante era económico, podía pagarlo sin problema.

 —Lo tomo —dije al dueño del lugar, que también era el propietario de la ferretería de abajo, un hombre de unos largos 60 años, pelo largo y blanco que llevaba en una trenza, y la barba más larga que vi en mi vida.

 —$600 por mes, más el depósito no reembolsable.

 —De acuerdo —firmamos el contrato de alquiler y me entregó las llaves, en estos antiguos pueblos, no necesitabas mucho más que eso, nadie investigaba quién eras, de dónde venías, ni tu crédito. Si tenías para la renta era suficiente. Cuando el viejo Barnes se fue, subí las maletas a la residencia y vacié mi querido Camaro, luego manejé hasta el market más cercano y compré los víveres que necesitaba y alguna vajilla y artículos de limpieza. Limpié el apartamento con dedicación, no me hacía mucha gracia, pero la idea de que otra persona haya estado antes allí me desagradaba, luego guardé las cosas, tendí la cama y me di una ducha. La noche caía cálida, me preparé un sándwich junto a una corona bien fría y me tiré en el sofá a ver la tele. Cuando terminé me metí en la cama, debía encontrar la forma de llevar una vida ordinaria pero también tenía que estar en el radar de J.T. Quizás un pequeño café sería lo indicado, ya que era buena repostera… mañana mismo buscaría algún local donde ponerlo, y con un poco de suerte, él vendría a mí.

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