Katerine William llegó a La perla por hambre de libertad. Sin embargo, nada resulta como esperaba. Los pueblerinos la mantienen a raya por ser extranjera, su jefe la acosa verbalmente por el mismo motivo. Los únicos que no la señalan son los nativos que allí residen, son respetuosos y exigen reciprocidad. Para ellos las leyendas y canciones son sus leyes, por lo que de inmediato advierten a Katerine. La fría es una montaña cubierta de escarcha, es celosa con los suyos y tiene un guardián que camina en dos piernas. Y aunque Katerine al principio reniegue de esos cuentos, pronto descubre cuanta verdad guardan.
Leer másEscondido en la montaña jugaba Ean, dibujaba en las paredes cualquier forma que se le ocurriera, no tenía mucho que hacer allí, Fría le daba todo, la sentía en cada parte de él, como si solo fuera un contenedor. A veces bajaba al bosque, solo para asegurarse de que todo estuviera bien, o al menos así se engañaba. La verdad era que disfrutaba sentir esas otras energías extrañas y ajenas a su realidad.Soñaba con ir más allá de sus montañas escarchadas, soñaba con la mujer morena que lo esperaba constantemente en la cabaña. Tenía tantos sueños que antes no habían perturbado su cabeza.Todo había comenzado con la hembra que irrumpió en el bosque esa noche. Su olor lo había atraído y cuando pudo verla se quedó pasmado. Era tan distinta a los humanos que había visto. Su piel oscura, su cabello tan salv
Las personas en el barco habían dejado de ser ordinarias, al pasar esa barrera que separaba las dos tierras, todo se había bañado de color y formas. Katerine estaba impresionada, había personas de pieles rosadas y tan blancas y lisas que parecía porcelana. Tenían orejas alargadas, pequeñas, grandes y puntiagudas. Había una variedad incontable de colmillos, garras y ojos.Tanto había tanto y aun así, ninguno le pareció tan hermoso como lo era su hombre de hielo, que aun entre ese mar singular de imposibles, él parecía resaltar como una estrella en la oscuridad.No podía negar que estaba fascinada, eran extraordinarios, hermosos, algo mucho más que eso.Etua.Ean también se encontraba en el mismo estado que ella, los observaba a todos con extrañeza y nerviosismo, podía sentir la magia y el poder, pero nada borraba la admiraci&
Las estrellas parecían chispas sobre aquel manto de seda oscura, el barco rompía la armonía del agua que parecía tener sus propias estrellas, el viento cantaba en sus oídos haciendo mucho más silenciosa la noche. Era innegablemente pacífico y hermoso.Estar allí, en ese preciso momento, hacía que Katerine se sintiera tranquila después de todo…lo que había pasado. Había sido horrible, tener que ver los rostros de los Vigilantes al encontrarla en el suelo intentando limpiar la sangre y la expresión de Ean. Reneess había mandado a sus nietos a buscar a algún curandero, cualquiera que se encontrara en el barco mientras que ella ayudaba a Katerine en todo lo que le fuera posible.—¿Por qué no nos lo dijiste? —fue lo primero que le preguntó en voz baja.Con voz temblorosa Katerine le había respondido: —No lo s&ea
Habían llegado al aeropuerto, les había tomado un par de días conseguir la documentación —falsa— adecuada para que todos pudieran viajar sin inconveniente con los humanos, ya estaban a pocos días de poder pisar la tierra de los mágicos y Katerine estaba nerviosa, todo sobre el viaje la estresaba, pero los Vigilantes no dejaban de asegurarle que todo estaría bien. Bien, pues Katerine no lo estaba, se sentía enferma, todo la hacía sentir enferma. Sobre todo cuando los humanos miraban en dirección a Ean, aun cubierto por una capucha y lentes oscuros lograba llamar la atención, su cuerpo, su forma de moverse, ese brillo que no se podía esconder aunque lo cubrieran con una manta. La afectaba, constantemente, tener que aguantar la respiración cuando los ojos de alguien se quedaban prendados en el fijamente. —Estás demasiado pálida, niña —le susurró Reneess. —Todo esto me pone muy nerviosa —admitió. La mujer abrazó a Katerine con delicadeza
Estaba rogando porque él tuviera una idea de lo que sus palabras significaban, Katerine no quería tener que explicárselo. Ella no quería hablar, no quería enfrentarlo, solo quería meterse en la cama y cubrirse con la manta. Pero Ean estaba allí obstruyendo su camino, con el rostro pintado en seriedad, casi confusión.Oh, no.—¿Embarazada? —musitó mirándola entera—, ¿una cría? ¿Un bebé?Soltó una risa nasal sin poder evitarlo, estaba nerviosa, tan nerviosa que temblaba y tenía ganas de reír, llorar, gritar.—Sí —dijo en un hilo de voz—. Un bebé.Ean asintió lentamente, desvió su mirada hacia el estómago de Katerine. Se sintió incomoda, quiso escapar de su mirada curiosa pero él se lo impidió.—Tuyo y mío &m
Las palabras había que escogerlas con cuidado, eran poderosas, mucho más poderosas de lo que cualquiera podría llegar a creer. Unas palabras bien escogidas podían hacer que alguien terminara gobernando un país entero. Con unas palabras bien escogidas se podía entrar en la mente de la gente, hacerlos odiar o amar, hacerlos dudar y hasta creer.Había que tener cuidado con las palabras, Katerine no lo había sabido hasta ese momento, donde le hablaron de un hombre que había manipulado a la mayoría del mundo para tenerlos en la palma de su mano. Ese había sido Zachcarías Losher.Ella no podía dejar de pensar en él, en las palabras con las que se había abierto un camino por el mundo. Pensaba mucho en él, aunque estuviera muerto.Y estando parada frente a la tumba de su madre volvió a pensar en él mientras leía el epitafio en la piedra de
Tienen que lograrlo, pensaba Katerine sintiéndose agarrotada y molesta. Los gemelos y Ean se habían ido a Fría en cuanto pudieron moverse para desvincular a Ean de Fría, primero debían llegar lo suficientemente cerca de ella. Katerine había querido acompañarlos, pero todos se lo impidieron, incluido Ean. Él le había lamido el rostro y dicho que debía quedarse para sanar.¿“Quedarse y sanar”? Katerine no podía quedarse quieta un solo segundo más, caminaba por la choza, aguantando el dolor, miraba por las ventanas hacia la montaña, intentaba morderse las uñas y no podía. Cuando quiso salir alguien estaba entrando, su cabello era como la melena de un león. Pero no lo era.Aunque podía ser tan peligroso como uno.Era Reneess Lawcaster, estaba vestida con un grueso abrigo de piel lisa, botas y guantes osc
Ean la llevó a la tribu, todos fueron allí para ser curados. Los atendieron a todos en la misma choza, distintos curandero, más de uno tuvo que ser remplazado, no soportaban la presencia del Demonio blanco. Pero él no iba a irse, Katerine lo supo cuando lo miró, en medio de sus gritos, de sus lágrimas, él estuvo allí sosteniéndola y llorando con ella.El ataque de los Frezz había sido brutal, le quedarían cicatrices pero eso no le importaba, estaba viva.Cuando los curanderos y la gran Pretit abandonaron la choza, East se reincorporó conteniendo los siseos de dolor que querían escapar de su boca. Katerine lo miró, estaba pálido, sudoroso y con el torso vendado. Él no la miró a ella, tenía sus ojos puestos en Ean, quien le devolvía la mirada con la misma intensidad.—Puedo darte las palabras para que me entiendas —le hab
Ella se había aferrado a sí misma esperando ser azotada por la furia de Fría, pero algo lo estaba impidiendo. Katerine abrió sus ojos y vio a Ean, parado frente a ella, una burbuja como la que habían hecho los vigilantes los estaban rodeando, pero esa era distinta, como hielo, ahoga el sonido y la brutal nieve que estaba cayendo sin compasión.Katerine jadeó cuando él se giró, sus ojos estaban oscurecidos y su rostro no tenía las expresiones dulces que eran usuales en él. Caminó hacia ella y la puso de pie, Katerine no se movió mientras él la examinaba, cuando terminó, tocó con delicadeza su rostro.Estaba enojado, enfurecido, Katerine podía sentirlo, verlo…Ella nunca lo había visto de esa forma, ni tampoco usando…alguna especie de poder.Ean giró su rostro hacia el frente y la burbuja de hielo que los envolvía