Capítulo 2

Cole Patterson era lo que siempre había considerado Katerine como “un chico guapo”. Tenía cabello negro y ojos azules, su piel era como la de todos los habitantes en La Perla, pálida. No era un chico del todo atlético pero tenía una capa de musculo bien distribuida en su cuerpo.

Cuando miró a Katerine salir del restaurante sonrió.

Oh, que la partiera un rayo si negaba haber suspirado por esa sonrisa.

—¿Lista para perder la cordura?

Con un movimiento dramático abrió la puerta del auto para ella.

—Pensé que ya la había perdido —contestó ella caminando hacia él.

—Siempre queda un poco para perder.

Katerine pensó en ello, recordó esas tantas noches en las que perdía la cordura y se ahogaba. Cualquiera pensaría que ya no quedaba nada cuerdo en ella, pero Cole tenía razón.

Siempre queda un poco para perder.

—Como sea —carraspeó ella, metiéndose al auto—, ¿Quién vendrá por mi bebe? —preguntó refiriéndose a su inservible auto.

Cole no le respondió hasta dar la vuelta al auto y entrar por el lado del conductor.

—Pete —informó—. Él llevara tu basura a la casa de los padres de Kristani, se supone que ella lo estará esperando y ambos vendrán en el auto de la mamá de Kristani —Cole movió su mano para pellizcarla juguetonamente—, ¿Qué esperas para vender ese desastre andante?

Sabía que preguntaría eso, cada que tenía la oportunidad lo hacía. Él, Kristani y Pete. Katerine siempre les respondía con excusas rápidas y tontas, ella nunca encontraba el valor para responderles con la verdad, para poder confesarles que ese auto al que llamaban “basura” era un recordatorio de lo que había hecho, de su decisión de abandonar su "cómodo" hogar y lanzarse a la carretera a vivir aventuras. Quizás el auto ya había cumplido su cometido, ella podía venderlo, sí, ese dinero no le vendría mal pero… Katerine temía que algún día tuviera la necesidad de escapar otra vez. La idea de tener las insoportables ganas de irse de La Perla y no poder hacerlo la hacía sentir pánico.

Ella podía admitir que su auto era una mierda andante, pero lo que nadie entendía era que también podía ser una garantía.

—Nadie quiere a un desastre con ruedas, Cole —musitó en cambio.

*****

Cuando estuvieron alejados del pueblo Katerine sintió que respiraba libertad, eran el único auto en la carretera, el paisaje gélido y despiadado la hacían sentir su estómago presionado, ansioso por cualquier cosa.

—Espero que papá no haya hecho de esto una gran fiesta —rezaba Cole para él mismo en cada oportunidad que tenía.

La gran y lujosa cabaña se hizo visible entre los árboles y ambos maldijeron.

Katerine pensó en que Cole no conocía a su padre en lo absoluto si pensaba que lo iba a dejar tomar las riendas de algo, así no era Jolsen Patterson. Ese era el problema. El padre de Cole nunca se preocupaba por lo que su hijo quisiera, Jolsen siempre hacía lo que su hijo “necesitaba”, todo era por su “bien”. Y eso era una porquería, Cole muy pocas veces estaba contento con las decisiones de su padre, pero por supuesto nunca lo demostraba.

Katerine comenzó a sentirse nerviosa, sabía que tendría que ver al viejo y ella no era una invitada de su agrado.

Se acercaban cada vez más a la casa de enormes ventanales de cristal y paredes hechas de madera. Eran absolutamente visibles las siluetas de las personas, la música que se escuchaba era suave, baladas elegantes y aburridas. 

Mierda, casi tosió Katerine, comenzaba a necesitar alcohol y ni siquiera habían entrado. El estacionamiento estaba lleno y eso daba una pista de como estaría la cabaña. Atestada, esa era una palabra que ella odiaba cuando se trataba de personas como Jolsen.

—No me hagas enfrentar a tu padre, Cole —suplicó Katerine, quejándose.

—Tranquila, ya tengo que enfrentarlo yo y eso es suficiente.

Katerine buscó la mano de su amigo y la presionó.

—¿Dónde ubicaste el Vodka? —preguntó con una dulce sonrisa, intentando divertirlo.

Cole bufó.

—Supongo que estará en la cava de la terraza. Intacto. Posiblemente papá ya compró la mejor champaña y eso es lo que beben sus invitados —cerró sus ojos durante dos segundos enteros—. Yo no quería esto —soltó bajito.

Cole nunca había Sido como su padre.

—Lo sé, cariño —arrulló ella—. Estoy contigo.

—Te lo agradezco —palpó su mano con jocoso—. Será mejor ir y acabar con esto de una vez.

Katerine respondió saliendo del auto, sintiéndose valiente para apoyar a su amigo.

Era ese tipo de valentía que ella deseaba tener todo el tiempo, para sí misma, pero que -por desgracia- la abandonaba constantemente.

*****

La cabaña de los Patterson era una de las más lujosa y preciosas de toda La Perla. Tenía estilo y comodidad. Y la vista era…un sueño. La terraza trasera tenía una visión perfecta de la más grande de las montañas, la llamaban “Fría”, la nieve que la cubría parecía pertenecerle y los vientos poderosos que venían de allí tenían sabor a algo peligro y antiguo.  

Cada vez que Katerine miraba esa montaña tenía una sensación electrizante en la piel. No le prestaba atención, en ese momento ella hizo lo que cualquier persona cuerda haría. Culpó al Vodka. 

Se sirvió otro trago y su vista fue a Fría, como si de un imán se tratase, la montaña era tenebrosa, pero era irrefutable negar su bellaza. Más que eso. Sabía que existía otra palabra, una que le habían enseñado en la tribu.

No logró acordarse.

—No eres más que una montaña —le pesó la lengua—. No eres…nada.

La canción de un cuento se balbuceaba en su memoria, era sobre una montaña de nieve que secretos guardaba, que era tan impía como fría.

Y es por eso que te dedico mi último trago, fue lo que no se atrevió a decir.

—Cuidado con cómo le hablas a Fría —bisbiseó una voz gruesa a su espalda—. Podría castigarte.

Katerine se giró riendo, no estaba para nada sorprendida de que el viejo viniera a verla. Al contrario, se sorprendió de que hubiera tardado tanto sabiendo que él nunca perdía oportunidad para intentar denigrarla.

—Nunca pensé que alguien como usted, señor —se rió tontamente encontrando sus ojos severos—, pudiera temerle a una simple montaña.

—No le temo —Jolsen enderezó su postura, sus ojos la escanearon de arriba abajo—. Pero comprendo por qué un ignorante podría pensar lo contrario —mordió.

Era un hombre guapo, todos los atributos bellos de Cole habían Sido heredados de ese ser mezquino, pero cuando se trataba de sus personalidades era imposible creer que tuvieran algún parentesco.

Jolsen Patterson era el segundo mejor siendo un desgraciado imbécil.

Katerine -llevada por el alcohol- hizo algo que nunca se había atrevido a hacer, mordió de vuelta.

—Lo siento, señor, debe ser que su advertencia sobre el castigo me confundió un poco, o quizás fue la palidez y la vacilación en su expresión  —soltó con inocencia.

Sintió la ira calentando su sangre, él lo hacía siempre fácil, manejarla hasta hacerla enojar.

El hombre no intentó ocultar su enfado, chasqueó la lengua y la miró con altivez.

—¿Que se puede esperar de alguien como tú? —negó con sorna—. Una persona incapaz de comprender o manejar significados simples como el respeto, responsabilidad y gratitud —la señaló—. Eres una extranjera maleducada, se te permite estar aquí y aún así actúas cómo una salvaje ordinaria. Acabarás pudriendo la manzana perfecta.

Katerine dio un paso hacia él, luego otro y otro. Hasta que estuvieron frente a frente. La manera en la que había dicho esa palabra, la repugnancia...

—¿Manzana perfecta? —sonrió encolerizada—, te diré algo, Jolsen —no se molestó con formalidades—. Yo no puedo podrir algo que ya está podrido hasta las entrañas —le guiñó un ojo antes de beberse todo el contenido de su vaso.

Su último trago. 

Él hombre la estudió en silencio, tenía el rostro enrojecido y tenso. Ella no dejó sus ojos en ningún momento, estaba retándolo, quería que se atreviera a insultarla una vez más.

—¿Todo bien?

Cole arribó a su lado, ella no apartó la mirada. Cole debía saber que “bien” no podía estar, no con Jolsen en la misma habitación, hostigándola. Su furia no hizo más que alimentarse cuando el desgraciado sonrió iluminando sus ojos..

—De maravilla —se jactó, desviando sus ojos hacia Cole, Katerine no tomó eso como una victoria, no pudo—. Le estaba comentando a tu invitada sobre un juego de adolescentes que todos los habitantes de La Perla hemos jugado, ya sabes cuál es, pequeño.

Katerine sintió como su amigo se ponía rígido.

—Papá, yo no…

Su padre simplemente volvió la mirada a Katerine.

—Se tiene que ir al bosque de Fría y quedarse allí por veinte minutos, si se regresa antes o no se acepta el reto la persona es considerada un cobarde y patético ser humano.

Allí estaba el reto, la invitación y el insulto. Predecible.

—Que estupidez —se rió Katerine, sentía muchas ganas de reír.

—Entonces para ti será muy fácil hacerlo.

La risa de Katerine se detuvo.

De eso se trataba, él quería probarla con su estúpido juego de ir a la montaña. Tenía que admitir que había hecho una buena movida al ponerla contra la espada y la pared, ya la consideraba como una cobarde y patética ser humano, pero si no aceptaba tendría una excusa para justificar su aversión.

—Papá, Katerine no hará eso, es peligroso —intentó intervenir Cole—. Y esta no es una noche de juegos, se supone que es una fiesta, es ridículo que…

—Acepto —se encogió de hombros Katerine—. Seré la primera en entrar en ese bosque sin estarse cagando de miedo.

Se alejó de los dos hombres para ir hacia la salida. No sabía lo que estaba aceptando hacer con exactitud, pero seguro no era tan malo, estar en el bosque por veinte minutos no implicaba ninguna complicación para ella, lo peor que podía pasar era que su trasero se congelara y eso ya había sucedido.

—¡Katerine! —la llamó una voz femenina.

Kristani apareció entre la multitud, vestía un vestido blanco precioso que hacía resaltar su corto cabello negro y ojos color esmeralda. 

—Hola, Kris —chocó los cinco con su amiga—. Voy a jugar a veinte minutos en el bosque,  ¿Qué te parece?

Kristani pestañó y su sonrisa contenta fue apagándose.

—¿Me voy por cinco minutos y esto sucede? —Katerine solo se rió—, ¿estás demente? ¡Por supuesto que no! —negó con rotundidad—, ¡Cole!

Katerine chasqueó la lengua ajustándose sus abrigos. Ella lo haría, no iba a quedar como una cobarde ante ese viejo desgraciado.

—No tienes que demostrarle absolutamente nada —aseguró Cole llegando y tomándola por los hombros—. Que se vaya al demonio.

Sus ojos tan bonitos le rogaban que no cayeran en el juego absurdo de su padre, pero era tarde, ella no estaba escuchando a la razón, sino a su orgullo.

—Estás ebria —obvió Kristani—. No iras al jodido bosque de la Fría así, de ninguna manera.

Mierda.

Sus amigos no la iban a dejar salir en ese estado, mucho menos sabiendo lo que haría. No tenía otra opción que engañarlos.

—Por supuesto que no lo haré —comenzó a reír, fingiendo—, tu padre solo quiere que muera congelada, no voy a darle el gusto al desgraciado.

Bendito sea el Vodka que la hacía la mejor mentirosa de La Perla. Aunque quizás eso no era mentira, ella podía serlo, lo consideraba así cada mañana cuando se miraba al espejo.

—Mierda —suspiró aliviada Kristani—, no me asustes así, Katerine —tomó su mano—, ven creo que es mejor irnos ya.

—Claro —concordó—, vayan ustedes a avisarle a Pete mientras que yo voy al baño, mi vejiga está a punto de estallar.

—Te acompaño —se ofreció su amiga.

—No, no. Ve a buscar a Pete con Cole, yo los veré en el auto.

—¿Segura?

Cole la miró dudoso.

—Sí, los veo al rato —aseguró reafirmando su voz.

Ella le dio la espalda a sus amigos y se dirigió al baño, cuando estuvo completamente segura de que no la miraban, cambió de rumbo y sintió su sangre arder en anticipación.

Ella lo haría.

Malditamente lo haría.

*****

No era tan malo.

Aunque todavía no estaba en el bosque, pero no se sentía asustada o nerviosa, ni siquiera cuando al voltear su rostro pudo ver en la terraza al padre de Cole observándola.

La hierba estaba fría y rozaba sus tobillos desnudos. Había unos pocos copos de nieve cubriéndola, eso le gustó, pero temblaba. Quiso detenerse y bailar, no lo hizo, tenía algo -que en ese momento le parecía importante- que demostrar.

Sintió que como ella no era natalmente de La Perla tenía que hacerlo de una forma memorable, así que, mientras que los adolescentes seguramente caminaban hacia el bosque con lentitud y temiendo su muerte, ella lo haría corriendo, entregándose a la batalla sin temor a derramar su sangre.

La adrenalina pura la recorrió entera.

Corrió.

Ella corrió.

El viento golpeaba su cuerpo oponiéndose a su decisión de irrumpir en el bosque de la temida montaña. Intentaba detenerla, pero Katerine peleó contra ello y siguió corriendo. Le pareció cantarle una advertencia, le pareció escucharlo susurrar.

Pero era imposible.

Traspasó ese límite invisible que separaba los terrenos de Cole y el bosque, los árboles interminables la rodearon y Katerine no pudo detenerse, corrió porque era indetenible, invencible. O al menos eso pensó.

En un parpadeo se encontró volando, sus pies habían chocado violento contra algo y ella estaba volando. El miedo la mordió al notar que la caída que le esperaba era más larga y dolorosa de lo que había pensado.

Iba a colisionar contra un barranco, donde al final la esperaría el río congelado. Eso iba a matarla, no había forma de que saliera viva de ello.

Estaba gritando, era un sonido lleno de pavor que abandonaba su garganta -quemándola- cuando cayó e impactó contra una roca del empinado barranco, aferró sus manos y uñas a todo lo que pudo. Tierra, piedras, hojas secas y…una rama.

Su cuerpo entero se tensó con brutalidad al detener su caída. Casi soltó lo que había conseguido sujetar.

 

Volvió a gritar sin poder evitarlo, era el pánico, alivio, dolor. Estaba mareada, tan mareada que tuvo que cerrar sus ojos, estaba segura de que si no lo hacía caería y ya no habría vuelta atrás.

Le ardían las manos y las sentía húmedas de sangre, no pensó demasiado en eso, sabía que de ellas dependía si vivía o moría. Estaba en aprietos por culpa del alcohol y del maldito Jolsen. Aquello era lo que él quería, que su detestable y patética vida fuera acabada por su imperiosa montaña.

Katerine abrió sus ojos para rendirse, para comenzar a suplicarle a quien fuera que la escuchara. No pudo decir nada, no pudo pensar. Tenía un par de ojos grises frente a ella. Los ojos más grises que había visto jamás.

Había abierto su boca para bramar por la impresión, pero no tuvo tiempo, su cuerpo se encontraba en el aire, fue arrancada de la rama que tan celosamente había sostenido, en su lugar había un agarre duro y frío en los lugares correctos.

Tocó el piso firme y cuando quiso buscar los ojos grises que había visto antes no los encontró, estaba sola. Parpadeó muchas veces buscando, no podía haber sido una alucinación, no tenía sentido. Buscó, pero todo lo que podía ver era el barranco y los enormes árboles. Se volvió a sentir mareada, el líquido subió repentino por su garganta y tuvo que voltearse para no vomitarse encima.

Con sus manos y rodillas se sostuvo mientras dejaba salir todo el alcohol maligno de su estómago. Al terminar, se sintió como la mierda. Tenía frío, estaba asustada, cansada y confundida.

Intentó ponerse de pie y tuvo que sostenerse de un árbol porque sus piernas temblaban, parecía que iba a derrumbarse en cualquier segundo. O que todo el mundo lo haría sobre ella.

Apenas dio un paso antes de que un hombre saliera de entre los árboles. Lo único que lo vestía eran unos pantalones de cuero blanco, toda su piel era muy pálida, de un enfermizo color azulado, como el del hielo. Tenía cicatrices por todos lados incluyendo su rostro.

Katerine lo miró, miró sus ojos, tenía una mirada indómita, animal, temible, en esas facciones duras congeladas. Su cabello era hermoso, largo, de un blanco inmaculado que llevaba trenzado.

La visión de ese sueño hecho hombre se hizo borrosa, estaba a punto de desmayarse, lo sabía. Antes de hacerlo, pudo ver que una de las manos del hombre de hielo sostenía su gorro de lana sucio.

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