Capítulo 5

El bosque la recibió sin opciones, Katerine corría con poca visibilidad, lo único que le proporcionaba algo de luz era la luna. Moverse le dolía. Su cuerpo estaba completamente entumecido por el frío y con cada movimiento brusco sentía como si su piel se desgarrara. El corazón en su pecho le exigía por un insignificante descanso, pero tan pronto como la idea se instaló en su mente, la descartó.

Ella escuchó regocijarse al asqueroso hombre que era su jefe.

—Si no termino yo contigo, Fría lo hará.

Su risa llenó el silencio y Katerine aunque cayó varias veces, siguió corriendo.

Ella pensaba que quizás encontraría a alguno de sus amigos de la tribu, ellos la ayudarían.

Vio una luz no natural moverse sin parar.

Era Jackson, él tenía una linterna.

Katerine se detuvo abruptamente sintiendo su corazón chocar contra su pecho. Si ella seguía moviéndose él la vería con más facilidad, pero si solo se detenía a esconderse, quizás él se perdería y Fría terminaría reclamando a él.

Le ardieron las manos por la forma tan descuidada con la que se aferraba a la corteza del árbol. Tomó un respiro y sintió como su pecho quemaba, todo su cuerpo lo hacía, por la adrenalina y el frío.

Ella aun podía escucharlo diciendo obscenidades y maldiciones en su nombre.

Ayúdame, pidió en sus pensamientos a nadie en particular. Ayúdame, por favor. 

No se dio cuenta en que momento dejó de escuchar a Jackson, pero supo que volver a moverse le costaría cada gramo de su energía. Más temprano que tarde su cuerpo le cobraría por todo el esfuerzo consumido y sería un precio demasiado elevado. Inalcanzable.

Sus piernas temblaron.

—¿Sabes cuál es la mejor parte? —quiso voltearse, pero su cuerpo ladró en negativa—, absolutamente nadie se preguntará por ti, nadie notará tu ausencia, nadie se preocupará…Eres una forastera que dejó su lugar para invadir La Perla con su basura. Todos agradecerán que alguien como tú finalmente desaparezca.

La sujetó por su hombro y ella cayó al suelo, cegó su vista dirigiendo la linterna directamente hacia sus ojos.

Un gruñido salió del interior de su garganta.

Lo que él decía no podía ser así, si ella moría sus amigos se preocuparían, la buscarían o al menos averiguarían su repentina desaparición. Imaginar que atrapaban a Jackson y lo hacían pagar por cada atrocidad que ha hecho, eso la hacía sentir ligera, aliviada.

Cuando pensó que la oscuridad la había ido a buscar finalmente, se dio cuenta que la repentina falta de luz se debía a que la linterna ya no la apuntaba. Escuchó unos quejidos de hombre, pero ella no podía ver bien lo que sucedía, no podía moverse, la nieve le estaba penetrando toda su espalda, como amarrándola a ese suelo que según muchos estaba lleno de magia.

Dejó de escuchar sonidos ajenos a la naturaleza de la noche.

Katerine sintió que estaba sola.

¿Qué había pasado?

Ella no lo entendía.

El frío seguía mordiéndola sin piedad. Quiso reír, al final Jackson estaba en lo correcto, él no la terminó, pero sin dudas Fría lo estaba haciendo.

Jodida montaña, pensó, Te dediqué mi último trago y así es como me pagas.

Cerró sus ojos pero no por más de dos respiraciones.

Sintió su cuerpo ser envuelto por una dureza gélida que la elevó.

Cuando abrió sus ojos un chillido se atoró en su garganta, allí estaban esos esos ojos grises, demasiado grises para ser normales. Nunca olvidaría su piel, como hielo y esa expresión de incomprensión salvaje.

Él estaba cerca, muy cerca, la tenía en sus brazos de hielo. Katerine se mareó, deseaba gritar, aullar por ayuda, pero también quería moverse y tocarlo para comprobar que fuese real. No podía, el frío había llegado a su núcleo. Ella estaba paralizada.

Sintió al Demonio blanco moverse, pero ella ya no pudo seguir consciente.

*****

Estaba temblando, su cuerpo se estremecía sin control. Se sintió despertar, pero al mismo tiempo, era como si algo la mantuviera atada al mundo de sueño.

No podía moverse, los espasmos de su cuerpo eran involuntarios. Apenas pudo abrir sus ojos un poco, pero no vio nada más que oscuridad.

Diferente —escuchó una voz que hizo que su piel se erizara—. Como tú.

Sus ojos no siguieron lucharon por mantenerse abiertos. Ella tenía frío, mucho frío.

—Sí, es como yo —dijo la voz de una mujer anciana—.  Por eso tengo que tratarla o podría morir.

Oh, la muerte.

Katerine se entregaría a ella gustosa si eso significa dejar de sentir tanto mal en su cuerpo.

No escuchó nada más, pero algo cálido tocó sus labios y corrió por su garganta. Algo con un sabor que terminó por dormirla.

*****

Despertó con pesadez. Su cuerpo había dejado de temblar, estaba cubierta por algo pesado y de textura áspera. Era una piel, supuso Katerine, pero que desprendía un olor desagradable, no totalmente repugnante e insoportable, pero sí de mal gusto.

Se sorprendió cuando pudo moverse, pero lo hizo todavía más cuando se sintió desnuda. Ni siquiera su ropa interior la cubría. Nada. Ella no vestía nada.

Con el corazón martillando cansado se aferró a eso que la cubría.

Entonces observó el lugar, había una pequeña fogata que le proporcionaba luz,  parecía haber sido hecha recientemente.

Era una especie de cueva, las paredes eran de piedra oscura, tenía dibujos y marcas echas con algo blanco. Katerine no podía adivinar lo que eran algunos de ellos pero sí vio la forma de algunos animales. Sus ojos fueron hacia arriba, el techo, era irregular y con rocas filosas.

Tragó saliva y se reincorporó.

Estaba en el suelo, sobre otra especie de piel.

No había nadie más que ella, por lo que se tomó un momento para inspeccionar su cuerpo. Su piel estaba maltratada, tenía hematomas en las piernas y brazos, sus manos le dolían, al verse las uñas se las encontró quebradas y con sangre seca en ellas.

Sus labios ardían también, los tenía rotos y no dudaba que fuera por alguna fiebre. En su mente habían destellos de sueños que a lo mejor no eran sueños, su cuerpo temblando, las voces desconocidas, recordaba haber sentido cosas frías y húmedas por su cuerpo.

Se estremeció.

¿Qué le habían hecho? ¿Quién?

A la última persona que recordaba era a su jefe.

Jackson Trenn.

Si ella había caído en sus despreciables manos…

Un nudo se le formó en la garganta y tuvo espasmos de puro espanto.

Instintivamente se pegó a la pared y apretó la piel áspera a su alrededor, a pesar de que olía mal, mantenía cálido su desnudo cuerpo. Escuchó los ecos de unos pasos viniendo de algún lugar.

Una anciana de cabello gris trenzado y ojos rasgados surgió de entre unas enormes rocas.

Katerine no pudo evitar sollozar de alivio.

—Niña del sol —le susurró acercándose—. El destino te ha sacudido y golpeado como a un pequeño pétalo entre olas salvajes, ¿Qué pasó contigo? ¿Cómo has terminado aquí?

La garganta le ardió cuando comenzó a hablar, su voz ronca y lastimada: —. Mi jefe…él…—la piel de la anciana era pálida, pero con esas pocas palabras, Katerine juró que empalideció aún más si acaso era eso posible.

—El hombre fue hallado —dijo con voz ahogada, llevó su cálida mano hacia la de Katerine, quien se estremeció al sentirla—. Estoy segura de que los dioses lo harán pagar por todo lo que ha causado.

Eso confundió a Katerine.

—¿Qué pasó? No recuerdo mucho, solo sé que él estaba frente a mí, de pronto todo se oscureció y…—se calló recordando—. Ese hombre, el hombre frío, de hielo…Demonio blanco.

La anciana la hizo callar.

—Cuidado, la naturaleza es celosa con los suyos —le recordó—. No menciones su nombre en la montaña —exigió con seriedad.

—¿Está aquí? —cuestionó en un hilo de voz—. Gran Pretit, por favor, cuénteme que pasó conmigo, estoy desnuda y…

—Calma, niña —la gran Pretit movió sus manos hacia el bolso de piel que colgaba en su hombro, empezó a sacar cosas de allí, ropa—. Te he traído esto, tu ropa se ha arruinado, estaba mojada y tuvimos que quitártela para que pudiera atenderte.

Katerine se alarmó.

—¿Tuvimos? ¿Atenderme? ¿Quién? —no pudo evitar comenzar a toser, su pecho sonó como un motor dañado haciendo su máximo esfuerzo.

Eso la dejó exhausta.

—Vístete, tienes que mantenerte abrigada —antes de que Katerine pudiera preguntar algo más, Pretit agregó:—. Te contaré —Katerine tomó las prendas, había ropa interior normal, pero las otras cosas eran de piel animal. Eso no le gustaba a ella, nunca le habían gustado—. Algo me dijo el aire, un mensaje que me llevó hacia donde estaba el niño de la montaña contigo, él te trajo hasta aquí, se negó a dejarme llevarte a la tribu. Sabía que algo grave había ocurrido, cuando estuviste aquí te quitamos toda la ropa y comencé a sanarte, estabas tan lastimada y fría —aunque odiase las pieles, atrapaban el calor y la mantenían cálida—. Aun estas muy lastimada.

Katerine no refutaría eso.

Ella lo sabía con certeza.

—¿Qué pasó con el hombre? Mi jefe y el…—se contuvo de llamarlo, era verdad que antes no había creído del todo en esos cuentos sobre las mágicas montañas, pero en ese momento decidió que sería cuidadosa.

La naturaleza es celosa.

—Yo encontré a un hombre cerca del río, sangre cubría su cabeza —la Pretit formó una línea con sus labios—. Muerto.

Muerto.

Muerto.

Jackson Trenn estaba muerto.

Ella no lo podía creer.

—Dioses —suspiró terminando de vestirse—. Pero él…Nosotros…No estábamos cerca del río, no que yo lo recuerde —con sus manos sujetó su cabeza—. Todo es tan confuso.

—Lo sé, niña del sol —Pretit se movió hacia la fogata y puso un pequeño recipiente cerca de ella—. Es tu medicina, necesitas sanar para poder salir.

Katerine parpadeó perpleja.

—¿Qué?

—Tú no estás bien, no puedes viajar a la tribu así, no lo resistirías —explicó mirándola—. Tienes que quedarte —hizo un movimiento con sus manos para enfatizar sus palabras—. Él lo permite, la montaña lo permite, no te preocupes.

Ella negó, incluso eso la hacía sentir cansada y adolorida, pero ¿quedarse? No, eso no estaba en los planes de Katerine, ella no quería quedarse sola en ese lugar, mucho menos con ese extraño hombre de leyendas por algún lugar. Los dioses sabían que ella sospechaba que la muerte de su abominable jefe no había sido un accidente, eso hacía que sus vellos se pusieran de punta.

—Por favor, no —Pretit asentía con firmeza sin dar misericordia en su mirada—. Por favor.

Unos pasos retumbaron con eco, las dos mujeres giraron sus rostros en busca del sonido, pero no hallaron nada.

—Sé agradecida, niña tonta —gruñó la anciana—. El niño de las montañas no hará daño, estando cerca de nosotros ha aprendido algunas cosas básicas, pero su naturaleza sigue siendo salvaje. No provoques molestias, no provoques nada. Él cuida de ti aquí, alimentarte y tú sanas —Katerine seguía negando—. Sí, el niño me avisara cuando estés lista para volver, los espíritus saben que ya no soy capaz de subir esta montaña tan seguido —suspiró cansada la anciana.

Katerine no podía creer que eso estuviese sucediendo. Ella no podía quedarse allí.

¡Era una cueva! ¡Cueva! Donde habitaban los murciélagos y otros animales, ella necesitaba ir con un doctor a un hospital, no podía ni quería permanecer en ese lugar.

Intentó levantarse, moverse más allá de esas pieles pero no pudo, sus extremidades temblaron adoloridas y cansadas, sus huesos parecían no querer sostenerla.

—No me deje, por favor.

La gran Pretit sonrió con dulzura.

—No temas, todo está bien —acarició su mejilla—. Cuenta que fue lo que sucedió, como terminaste en el bosque.

Esa pregunta la distrajo por completo. Katerine se envolvió a sí misma y comenzó a contarle todo a la gran Pretit, ella quería sentirse apoyada, quería sentir que alguien estaba sosteniendo su mano y que no estaba sola.

Así que le contó todo. Lo que vio, la propuesta, los golpes. Todo hasta que llegó al bosque y no supo más.

—Hombre malo —apretó los labios con asco la anciana—. En el fin el mundo cobró su deuda —aseguró palmeando su mejilla con delicadeza.

La piel de Katerine se erizó cuando el eco de pasos volvió a escucharse y en esa ocasión, el responsable se mostró.

Su sola visión le robó el aliento.

Era él.

Katerine parecía incapaz de apartar la mirada, tenía miedo y sintió muchísima curiosidad cuando lo vio acercarse a ellas. La manera en la que caminaba no era natural para un humano, lo hacía extraño. Las cicatrices en su cuerpo parecían los dibujos en la pared oscura. Ella notó rápidamente que seguía manteniendo su gorro atado en su cintura, pero no vio su bufanda robada.

—Eres real —se encontró balbuceando Katerine.

Al escucharla él retrocedió.

A penas pudo mirar sus ojos unos pocos segundos antes de verlo desaparecer con rapidez.

—Eres una extraña —habló Pretit—. Nunca ha visto a nadie como tú, siente curiosidad y miedo. Recuerda, morena. Él se ve salvaje, pero siente —la anciana se movió para buscar el envase que se calentaba junto a la fogata—. No molestes a la montaña ni a su niño —la sujetó por la mandíbula—, ¿entendiste?

Katerine no se movió ni dijo nada. Estaba procesando lo que tendría que enfrentar los próximos días.

La gran Pretit le extendió el recipiente e hizo que Katerine lo bebiera por completo. Era dulce y agrío, sabía al bosque y al mismo tiempo…a cielo.

Escuchó a esa anciana testaruda cantar en su idioma, ella no pudo resistirse más y cayó sobre la dura piel. Sus ojos pedían cerrarse cada vez que Pretit le acariciaba su rebelde cabello.

Entre sus sueños y la realidad parecía escuchar una historia que ya conocía.

Érase una vez un bebé…

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