De alguna forma Katerine lo encontró gracioso y tierno, era increíble que ese imponente hombre estuviera en esa sala decadente teniendo esa especie de discusión banal con ella. Katerine no había dicho nada aún, estaba absorta en su belleza salvaje. El cabello de él parecía algo sagrado, tan blanco que podría lastimarle los ojos y lucía tan suave, ¿lo sería? Ella quiso tocarlo.
—Un macho —su voz era extraña, forzada—. Tú...hueles a un macho.
Katerine parpadeó volviendo a la realidad que parecía sueño. Se fijó en la expresión de él, parecía disgustado.
—Eh...
Katerine se trabó, ¿Cómo rayos se responde a eso?
Él seguía mirándola con recelo, como si ella hubiese hecho algo mal, como si el haberse ido fuera algo inaceptable.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó Katerine, sacudió su cabeza para centrarse y fue a cerrar la puerta. Al hacerlo se dio cuenta que la manilla estaba rota.
Ah, perfecto.
Escuchó un gruñido bajo.
—Cuidarte —contestó el hombre.
Se sonrojó y jugueteó con sus dedos un poco nerviosa, estaba sonriendo, incapaz de creer aquello.
—Ya estoy bien —no era del todo mentira—. Gracias por preocuparte y por cuidar de mí en Fría, pero ya estoy bien —repitió sintiéndolo necesario. Levantó sus ojos hacia él expectante.
Él solo la miró.
Se sintió incomoda por tener que decirle eso, era como si lo hubiese usado y desechado, cuando no era así. Ella estaba profundamente agradecida con él, pero tenía miedo de que si permanecía cerca pudiera ocasionarle más daño. Ya había hecho el suficiente.
—No —farfulló el hombre sobresaltado a Katerine. Tenía el entrecejo arrugando, eso hizo Katerine notara que sus cejas también eran blancas—. Yo...—negó—. Tú quedarte.
Él se acercó a Katerine. Era alto, muy alto y...tan frío. Era ventisca helada lo que emanaba de él en lugar del calor humano.
Ella asintió con energía.
—Sí, yo me quedo aquí, esta es mi casa —hizo énfasis con sus manos, lo vio mirar su alrededor—. Estaré por siempre agradecida contigo, pero ya es tiempo de volver a mi vida.
Por más estropeada que esté, quiso agregar.
Sus fosas nasales se extendieron una vez más en su dirección.
—Tienes un macho.
Oh, eso era una afirmación más que pregunta, ¿A qué demonios se refería?
Kate pensó en los programas de vida salvaje que le gustaban ver a Kristani y lo que narraba el especialista. Era posible que sí él estaba percibiendo el olor de un hombre en ella ese era el de Cole, su amigo, pero ¿Por qué tenía tanta insistencia con eso?—No —se rió ella—. No tengo un macho, pero mi amigo Cole estuvo por aquí hoy y probablemente huelo a él —se encogió de hombros, no entendía muy bien cómo funcionaba la nariz de ese hombre.
Aunque si era como la de un animal... Dios, todo era tan extraño.
Sus ojos grises de tinieblas recorrieron la habitación repitiendo el nombre que ella había dicho. Cole. Estaba muy confundido.
—"Cole" —repitió Katerine despacio, llamando su atención para que mirara sus labios—. Es un nombre, el nombre de mi amigo, ¿Cómo te llamas tú? —solo silencio consiguió—. Mi nombre es Katerine, ¿Cuál es el tuyo?
Lo vio hacer muecas y repetió "In" varias veces, lo dejó procesar y pensar durante unos minutos en silencio. Cuando quitó su atención de él se dió cuenta de que temblaba, necesitaba ir por un abrigo y subir la calefacción, miró por la ventana y se horrorizó al ver como caía furiosa la nieve, tanto así que el vidrio de la ventana se estremecía por el golpeteo constante del viento.
—Mi nombre...—él ya la estaba mirando, ella asintió motivándolo—, es...Ean.
—Ean —su nombre fue canción en su boca—. ¿Quién te nombró así?
No respondió, él se alejó de ella y fue hacia la ventana. Veía la nieve con un sentimiento irreconocible, quizás quería volver a ella, a su hogar. Katerine no lo culpaba, ella también quería que regresara, no quería seguir sintiendo que eso era real, que él estaba allí con ella, actuando como si le importara de alguna manera.
—In —tan solo pudo tomar una respiración cuando notó que él tocaba su cabello. Entre sus dedos la hebra ondulada oscura hacia que su piel luciera aún más pálida y azulada. Él estaba mirando el movimiento—. Tú quedarse.
—S-sí —le tembló la voz—. Y tú tienes que volver.
—¿Volver? —la miró deteniendo el movimiento de sus dedos—. Volver mañana —dijo asintiendo y exaltándose—. Volver contigo.
Ella quería negarse pero una sensación agradable en su interior la detuvo. Se sonrojó ante la notable emoción de Ean.
—Está bien, puedes volver mañana, pero no lo hagas tan tarde. Ven cuando el sol se esté ocultando.
El niño de la montaña repitió sus palabras, la seriedad en su rostro había vuelto y parecía decidido. Ean llamó a Katerine muy suavemente, pero ella ya tenía su atención sobre él, no podía dejar de mirarlo, ¿Cómo podría?, ¿Cómo le pedías a quien fue ciego alguna vez que no mirara el cielo repleto de estrellas?
Por un segundo sus miradas se quedaron fijas en el otro, Katerine sintió que el corazón se le aceleraba y que el calor le subía por el cuello, no pudo hacer nada más que paralizarse cuando el hombre frío se acercó a su rostro y lamió desde una de sus mejillas hasta su ceja, despeinándola graciosamente.
—Volver mañana —apenas y pudo escucharlo. Su corazón tronaba tan fuerte que opacaba todo lo demás.
Cuando él ya no estaba no pudo moverse, estaba impactada por lo que había sucedido, él...él le había lamido el rostro.
¿Qué rayos significaba eso?
Si había alguien capaz de responder esa pregunta era la gran Pretit y ella necesitaba la respuesta con urgencia.
El principio siempre nos dará miedo, pensó Katerine, recordando los primeros días que pasó en La Perla.Esos días fueron horribles, traumáticos, la hicieron querer volver a la desagradable vida que tenía, porque aunque la ahogaba, ella lo había soportado durante mucho tiempo, lo conocía. Pero allí en La Perla, todo era nuevo, ella era nueva y los nativos la juzgaban por ello. Conseguir trabajo fue una tarea tortuosa y cuando lo consiguió, fue peor, pero por lo menos tenía dinero. Katerine temía enfrentarse a eso de nuevo, pero recordar sus inicios la calmaba un poco, sabía que siempre sería difícil, que parecería lejano e imposible.Pero nada era más imposible que ese hombre de hielo.Lo primero que hizo al despertar fue salir directamente hacia la tribu. Lo que había vivido con Ean le pareció demasiado íntim
Su mano estaba congelada y le producía escalofríos, pero en ningún momento quiso soltarla. Él se movía por el bosque con una naturalidad que le pondría los pelos de punta a cualquiera, era ágil, rápido y estaba entusiasmado. Siempre giraba su rostro para vigilar que Katerine estuviera cómoda con la velocidad en la que él la conducía. Ella intentaba ser entusiasta también, no tenía que esforzarse mucho, tenía una tremenda curiosidad mordiéndole el cuerpo pero tenía que admitir que estaba algo asustada. El atardecer estaba en sus últimos respiros y el bosque se hacía cada vez más oscuro. Katerine intentaba mantener su respiración bajo control pero el frío y el movimiento se lo impedían. Tuvo que jadear para que el aire fuera a sus pulmones.Fue realmente difícil para Katerine detenerse cuando él lo hizo, lo hab&i
Tenía que tomar una decisión, pero pensar se volvía una tarea demasiado complicada cuando lo observaba actuar tan tierno viendo como ella preparaba un poco de té. No le quitaba los ojos de encima, olfateaba, hacia muecas y la seguía.Katerine se sentía muy ansiosa, sus movimientos eran torpes y en más de una ocasión se quemó con el agua. Él la ponía nerviosa, sobre todo porque no podía sacar las palabras de La gran Pretit de su cabeza, la escuchaba a lo lejos desde un lugar de su memoria con fastidio. Pero entonces solo tenía que encontrar la mirada de él, sus enormes ojos grises y solo así, las palabras de la anciana perdían sentido.— ¿Cómo es que sabes hablar?Ella sentía demasiada curiosidad, se encontró deseando en más de una ocasión que él pudiera hablar tan perfectamente como ella solo para
Katerine saltó tan rápido que logró no solo sorprender a la persona tras la puerta y a ella misma, sino también al hombre de las leyendas que la miraba tenso. Ella tuvo que reprimir un gemido dolorido por el golpe de su hombro contra la madera.—¿Qué rayos, Katerine?Se obligó a ignorar el dolor para poder responder: — Estoy desnuda, Cole, lo siento.Miró hacia Ean y sus ojos de tormenta, se veía tan confundido que Katerine sintió ternura.—Oh, disculpa —lo escuchó retroceder—. Pudiste habérmelo dicho antes —dijo en voz un poco más baja.El aire entró con alivió a los pulmones de Katerine, soltó el pomo que tenía fuertemente sujetado y fue hacia el hombre que parecía desear atravesar la pared solo para enfrentar al desconocido. Cuando su atención volvió a pertenecerle a ella,
Su corazón se cubrió de hielo…Katerine no podía dejar de pensar en él, ni siquiera cuando estaba justo frente a ella, sosteniendo su mano y guiándola, una vez más por el bosque. Que rápido accedía ante los pedidos de ese hombre salvaje, se sentía un poco mal por ello, ella debería resistir, incluso alejarlo, pero cuando la miraba de la forma en la que lo hacía, con sus grandes ojos brillando de ilusión con solo verla. No. Decirle que “no” era algo complicado para ella, por lo que sus encuentros furtivos los mantendría enprivado.La visión de él entre los árboles con el paisaje invernal, era como ver a un rey caminando por una tierra que no solo le pertenecía, sino que respondía ante él.Su historia se repetía una y otra vez en la cabeza de Katerine, en ese momento parecía ta
Cole la miraba de reojo, se había ofrecido a llevarla hasta la casa de los Lawcaster. Estaba preocupado por Katerine, como siempre, y ella estaba tan avergonzada con todo, rogaba porque su dolor de cabeza se fuera pronto y no paraba de arreglarse el cabello para que no se notara la cura que le habían hecho los nativos de la tribu.—Estoy bien, ¿quieres, por favor, dejar de mirarme así? —le rogó directamente—. Me estás alterando.—Lo siento —Cole desvió su mirada al camino y allí la mantuvo por el resto del viaje.Ya podían verse las enormes casas, no estaban muy lejos de donde residía Katerine, eso era algo bueno, ya que con el auto custodiado por las autoridades ella tendría que caminar a su nuevo trabajo.Cole comenzó a recordarle nuevamente las reglas y actividades que tendría en la enorme casa que había escogido. Los Lawcaste
Había tenido buenos días trabajando, aunque su uniforme fuera ajustado y molesto. Anastasia se había disculpado con ella, por su repentino inicio no había tenido tiempo para hacerlo a su medida, aunque ya estaba trabajando en conseguirle uno mejor. La ropa era como la que había observado en las demás, un pantalón negro, zapatillas bajas y una blusa de gaza blanca con un lazo en el cuello. La primera vez que Katerine se vio en el espejo con él, se vio…apretada, por supuesto, el pantalón casi no había cerrado por sus caderas anchas y la camisa aprisionaba sus pechos y hombros de una forma incomoda. A parte de eso, ella se vio muy elegante y le gustó. Hasta que Anastasia se obsesionó con su cabello.“Un reto indomable, pero ya saben los dioses que soy capaz de domar lo que sea”, había dicho mirándola.Pasaron cuarenta minutos de jalones, enredos y
Katerine no había olvidado lo que era despertar y encontrarse con ese enorme hombre cerca de ella, pero nunca dejaría de maravillarse. Con él, todos los días eran como el primero. Cuando lo veía, sentía un millón de cosas, pero sobre todo miedo, porque algo tan impresionante como él no podía ser verdad. Y absoluta adoración por su portentosa existencia.Allí estaba él, observándola como si fuese algún tipo de diosa, Katerine no terminaba de entender qué de ella le resultaba tan deseable. Aunque lo que sea que fuera, lo agradecía. Taciturnos, ambos se observaron. Él tenía un rostro que ella consideraba bravío y una mirada cerril que le ponía los pelos de punta. Ella sabía que eso solo era una fachada, lo conocía, sabía que podría llegar a ser todo eso, pero también sabía cuan dulce y curiosa era su