Capítulo 11

De alguna forma Katerine lo encontró gracioso y tierno, era increíble que ese imponente hombre estuviera en esa sala decadente teniendo esa especie de discusión banal con ella. Katerine no había dicho nada aún, estaba  absorta en su belleza salvaje. El cabello de él parecía algo sagrado, tan blanco que podría lastimarle los ojos y lucía tan suave, ¿lo sería? Ella quiso tocarlo.

—Un macho —su voz era extraña, forzada—. Tú...hueles a un macho.

Katerine parpadeó volviendo a la realidad que parecía sueño. Se fijó en la expresión de él, parecía disgustado.

—Eh...

Katerine se trabó, ¿Cómo rayos se responde a eso?

Él seguía mirándola con recelo, como si ella hubiese hecho algo mal, como si el haberse ido fuera algo inaceptable.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Katerine, sacudió su cabeza para centrarse y fue a cerrar la puerta. Al hacerlo se dio cuenta que la manilla estaba rota.

Ah, perfecto.

Escuchó un gruñido bajo.

—Cuidarte —contestó el hombre.

Se sonrojó y jugueteó con sus dedos un poco nerviosa, estaba sonriendo, incapaz de creer aquello.

—Ya estoy bien —no era del todo mentira—. Gracias por preocuparte y por cuidar de mí en Fría, pero ya estoy bien —repitió sintiéndolo necesario. Levantó sus ojos hacia él expectante.

Él solo la miró.

Se sintió incomoda por tener que decirle eso, era como si lo hubiese usado y desechado, cuando no era así. Ella estaba profundamente agradecida con él, pero tenía miedo de que si permanecía cerca pudiera ocasionarle más daño. Ya había hecho el suficiente.

—No —farfulló el hombre sobresaltado a Katerine. Tenía el entrecejo  arrugando, eso hizo Katerine notara que sus cejas también eran blancas—. Yo...—negó—. Tú quedarte.

Él se acercó a Katerine. Era alto, muy alto y...tan frío. Era ventisca helada lo que emanaba de él en lugar del calor humano.

Ella asintió con energía.

—Sí, yo me quedo aquí, esta es mi casa —hizo énfasis con sus manos, lo vio mirar su alrededor—. Estaré por siempre agradecida contigo, pero ya es tiempo de volver a mi vida.

Por más estropeada que esté, quiso agregar.

Sus fosas nasales se extendieron una vez más en su dirección.

—Tienes un macho.

Oh, eso era una afirmación más que pregunta, ¿A qué demonios se refería?

Kate pensó en los programas de vida salvaje que le gustaban ver a Kristani y lo que narraba el especialista.  Era posible que sí él estaba percibiendo el olor de un hombre en ella ese era el de Cole, su amigo, pero ¿Por qué tenía tanta insistencia con eso?

—No —se rió ella—. No tengo un macho, pero mi amigo Cole estuvo por aquí hoy y probablemente huelo a él —se encogió de hombros, no entendía muy bien cómo funcionaba la nariz de ese hombre.

Aunque si era como la de un animal... Dios, todo era tan extraño.

Sus ojos grises de tinieblas recorrieron la habitación repitiendo el nombre que ella había dicho. Cole. Estaba muy confundido.

—"Cole" —repitió Katerine despacio, llamando su atención para que mirara sus labios—. Es un nombre, el nombre de mi amigo, ¿Cómo te llamas tú? —solo silencio consiguió—. Mi nombre es Katerine, ¿Cuál es el tuyo?

Lo vio hacer muecas y  repetió "In" varias veces, lo dejó procesar y pensar durante unos minutos en silencio. Cuando quitó su atención de él se dió cuenta de que temblaba, necesitaba ir por un abrigo y subir la calefacción, miró por la ventana y se horrorizó al ver como caía furiosa la nieve, tanto así que el vidrio de la ventana se estremecía por el golpeteo constante del viento.

—Mi nombre...—él ya la estaba mirando, ella asintió motivándolo—, es...Ean.

—Ean —su nombre fue canción en su boca—. ¿Quién te nombró así?

No respondió, él se alejó de ella y fue hacia la ventana. Veía la nieve con un sentimiento irreconocible, quizás quería volver a ella, a su hogar. Katerine no lo culpaba, ella también quería que regresara, no quería seguir sintiendo que eso era real, que él estaba allí con ella, actuando como si le importara de alguna manera.

—In —tan solo pudo tomar una respiración cuando notó que él tocaba su cabello. Entre sus dedos la hebra ondulada oscura hacia que su piel luciera aún más pálida y azulada. Él estaba mirando el movimiento—. Tú quedarse.

—S-sí —le tembló la voz—. Y tú tienes que volver.

—¿Volver? —la miró deteniendo el movimiento de sus dedos—. Volver mañana —dijo asintiendo y exaltándose—. Volver contigo.

Ella quería negarse pero una sensación agradable en su interior la detuvo. Se sonrojó ante la notable emoción de Ean.

—Está bien, puedes volver mañana, pero no lo hagas tan tarde. Ven cuando el sol se esté ocultando.

El niño de la montaña repitió sus palabras, la seriedad en su rostro había vuelto y parecía decidido. Ean llamó a Katerine muy suavemente, pero ella ya tenía su atención sobre él, no podía dejar de mirarlo, ¿Cómo podría?,  ¿Cómo le pedías a quien fue ciego alguna vez que no mirara el cielo repleto de estrellas?

Por un segundo sus miradas se quedaron fijas en el otro, Katerine sintió que el corazón se le aceleraba y que el calor le subía por el cuello, no pudo hacer nada más que paralizarse cuando el hombre frío se acercó a su rostro y lamió desde una de sus mejillas hasta su ceja, despeinándola graciosamente.

—Volver mañana —apenas y pudo escucharlo. Su corazón tronaba tan fuerte que opacaba todo lo demás.

Cuando él ya no estaba no pudo moverse, estaba impactada por lo que había sucedido, él...él le había lamido el rostro.

¿Qué rayos significaba eso?

Si había alguien capaz de responder esa pregunta era la gran Pretit y ella necesitaba la respuesta con urgencia.

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