Habían llegado al aeropuerto, les había tomado un par de días conseguir la documentación —falsa— adecuada para que todos pudieran viajar sin inconveniente con los humanos, ya estaban a pocos días de poder pisar la tierra de los mágicos y Katerine estaba nerviosa, todo sobre el viaje la estresaba, pero los Vigilantes no dejaban de asegurarle que todo estaría bien.
Bien, pues Katerine no lo estaba, se sentía enferma, todo la hacía sentir enferma. Sobre todo cuando los humanos miraban en dirección a Ean, aun cubierto por una capucha y lentes oscuros lograba llamar la atención, su cuerpo, su forma de moverse, ese brillo que no se podía esconder aunque lo cubrieran con una manta.
La afectaba, constantemente, tener que aguantar la respiración cuando los ojos de alguien se quedaban prendados en el fijamente.
—Estás demasiado pálida, niña —le susurró Reneess.
—Todo esto me pone muy nerviosa —admitió.
La mujer abrazó a Katerine con delicadeza
"Recuerdo su mano sobre la mía, la sensación que me producía, como si fuera alguien o algo que me perteneciera”. “…nada hay en el mundo que nos separe, que no sea nuestra propia voluntad”. El extracto pertenece a el libro: Violet and Finch. "Te susurré que te quería. Te lo susurré mil veces". Pertenece al libro: El chico que dibujaba constelaciones.
Las estrellas parecían chispas sobre aquel manto de seda oscura, el barco rompía la armonía del agua que parecía tener sus propias estrellas, el viento cantaba en sus oídos haciendo mucho más silenciosa la noche. Era innegablemente pacífico y hermoso.Estar allí, en ese preciso momento, hacía que Katerine se sintiera tranquila después de todo…lo que había pasado. Había sido horrible, tener que ver los rostros de los Vigilantes al encontrarla en el suelo intentando limpiar la sangre y la expresión de Ean. Reneess había mandado a sus nietos a buscar a algún curandero, cualquiera que se encontrara en el barco mientras que ella ayudaba a Katerine en todo lo que le fuera posible.—¿Por qué no nos lo dijiste? —fue lo primero que le preguntó en voz baja.Con voz temblorosa Katerine le había respondido: —No lo s&ea
Las personas en el barco habían dejado de ser ordinarias, al pasar esa barrera que separaba las dos tierras, todo se había bañado de color y formas. Katerine estaba impresionada, había personas de pieles rosadas y tan blancas y lisas que parecía porcelana. Tenían orejas alargadas, pequeñas, grandes y puntiagudas. Había una variedad incontable de colmillos, garras y ojos.Tanto había tanto y aun así, ninguno le pareció tan hermoso como lo era su hombre de hielo, que aun entre ese mar singular de imposibles, él parecía resaltar como una estrella en la oscuridad.No podía negar que estaba fascinada, eran extraordinarios, hermosos, algo mucho más que eso.Etua.Ean también se encontraba en el mismo estado que ella, los observaba a todos con extrañeza y nerviosismo, podía sentir la magia y el poder, pero nada borraba la admiraci&
Escondido en la montaña jugaba Ean, dibujaba en las paredes cualquier forma que se le ocurriera, no tenía mucho que hacer allí, Fría le daba todo, la sentía en cada parte de él, como si solo fuera un contenedor. A veces bajaba al bosque, solo para asegurarse de que todo estuviera bien, o al menos así se engañaba. La verdad era que disfrutaba sentir esas otras energías extrañas y ajenas a su realidad.Soñaba con ir más allá de sus montañas escarchadas, soñaba con la mujer morena que lo esperaba constantemente en la cabaña. Tenía tantos sueños que antes no habían perturbado su cabeza.Todo había comenzado con la hembra que irrumpió en el bosque esa noche. Su olor lo había atraído y cuando pudo verla se quedó pasmado. Era tan distinta a los humanos que había visto. Su piel oscura, su cabello tan salv
Fue en un día de invierno con el que soñé,Impoluto e indómito era lo que me rodeaba,Era hermoso, tan hermoso,Y sus ojos estaban allíGélidos e implacables Fue extraño para mí, que sin saber lo que era el invierno, Comprendí que podía quemar.—Lenimar T.¿Dónde está el maldito sol?, pensaba Katerine, sus dientes castañeaban. Tenía la piel endurecida por el frío malvado que estaba empeñado en sacudir sus huesos.Había llegado a ese lugar por pura casualidad, estaba rodeado de montañas, pero había una que sobresalía entre las demás, una que la hacía sentir la cosa más insignificante del planeta.“La Perla”, se pod
Katerine se sentía como un títere roto mientras refregaba el retrete totalmente embarrado de porquería en el baño de mujeres. Ni siquiera podía sentir asco, no lo hallaba en su interior, no después de dos años haciendo lo mismo. Lavar baños, pisos, mesas y ser maltratada por su desgraciado jefe Jackson Trenn, él creía que, porque ella era una extranjera, podía tratarla como se le viniera en gana y pagarle mucho menos que a los demás.«Regresa a tu pocilga si tanto te molesta estar aquí», solía decirle cuando ella intentaba quejarse. Una amenaza oculta. Katerine sabía que si abría la boca él no dudaría en botarla, no podía arriesgarse a eso, sabía que no encontraría un mejor lugar para ella.Los habitantes del pueblo con los que ella se había topado no la trataban como si fuera basura como lo hac&i
Cole Patterson era lo que siempre había considerado Katerine como “un chico guapo”. Tenía cabello negro y ojos azules, su piel era como la de todos los habitantes en La Perla, pálida. No era un chico del todo atlético pero tenía una capa de musculo bien distribuida en su cuerpo.Cuando miró a Katerine salir del restaurante sonrió.Oh, que la partiera un rayo si negaba haber suspirado por esa sonrisa.—¿Lista para perder la cordura?Con un movimiento dramático abrió la puerta del auto para ella.—Pensé que ya la había perdido —contestó ella caminando hacia él.—Siempre queda un poco para perder.Katerine pensó en ello, recordó esas tantas noches en las que perdía la cordura y se ahogaba. Cualquiera pensaría que ya no quedaba nada cuerdo en ella, pero Cole tenía
Sus amigos la observaban desde arriba cuando Katerine abrió sus ojos, sus rostros estaban bañados de genuina preocupación. Comenzaron a llenarla de preguntas, muchas y al mismo tiempo, Katerine volvió a vomitar sin poder contenerse.El alcohol seguía en su sistema después de todo.Se dio cuenta que estaba en la casa de Cole, ya no había tanta gente, pero la fiesta continuaba. No encontró a Jolsen por ningún lado, internamente se sintió agradecida, no podía lidiar con ello, no cuando le dolía el cuerpo como si se hubiese caído por unas escaleras de veinte metros.No, unas escaleras no, comenzaba a recordar.Por un maldito precipicio.—Kate, te encontramos desmayada en la entrada del bosque, tienes que decirme...No pudo seguir escuchando la voz rota de su amiga.Sus palabras golpearon contra ella como una bofetada, haci&eacu
Katerine temblaba. Su cuerpo no dejaba de estremecerse tan fuerte que parecía convulsionar, no lograba calmarse ni siquiera con los sorbos que le propinaba al té medicinal que La gran Pretit había preparado para ella. La anciana al mirarla supo de inmediato que algo pasaba, no solo por sus moratones y su forma de caminar, sino por su expresión y palidez.Lo primero que hizo Katerine al estar frente a ella fue paralizarse. La anciana lo entendió, no dijo palabra, solo le extendió su mano y la llevó hasta su choza, esta se llenó de olores mágicos mientras el té medicinal era preparado.Hasta entonces La gran Pretit no lo había dicho nada, pero supo que eso cambiaría en cuanto esta tomó asiento en el suelo frente a ella. El vestido que llevaba era de pieles oscuras haciendo que su gris cabello resaltara al igual que sus ojos inquisidores.—Niña del sol, cué