Las palabras había que escogerlas con cuidado, eran poderosas, mucho más poderosas de lo que cualquiera podría llegar a creer. Unas palabras bien escogidas podían hacer que alguien terminara gobernando un país entero. Con unas palabras bien escogidas se podía entrar en la mente de la gente, hacerlos odiar o amar, hacerlos dudar y hasta creer.
Había que tener cuidado con las palabras, Katerine no lo había sabido hasta ese momento, donde le hablaron de un hombre que había manipulado a la mayoría del mundo para tenerlos en la palma de su mano. Ese había sido Zachcarías Losher.
Ella no podía dejar de pensar en él, en las palabras con las que se había abierto un camino por el mundo. Pensaba mucho en él, aunque estuviera muerto.
Y estando parada frente a la tumba de su madre volvió a pensar en él mientras leía el epitafio en la piedra de
Estaba rogando porque él tuviera una idea de lo que sus palabras significaban, Katerine no quería tener que explicárselo. Ella no quería hablar, no quería enfrentarlo, solo quería meterse en la cama y cubrirse con la manta. Pero Ean estaba allí obstruyendo su camino, con el rostro pintado en seriedad, casi confusión.Oh, no.—¿Embarazada? —musitó mirándola entera—, ¿una cría? ¿Un bebé?Soltó una risa nasal sin poder evitarlo, estaba nerviosa, tan nerviosa que temblaba y tenía ganas de reír, llorar, gritar.—Sí —dijo en un hilo de voz—. Un bebé.Ean asintió lentamente, desvió su mirada hacia el estómago de Katerine. Se sintió incomoda, quiso escapar de su mirada curiosa pero él se lo impidió.—Tuyo y mío &m
Habían llegado al aeropuerto, les había tomado un par de días conseguir la documentación —falsa— adecuada para que todos pudieran viajar sin inconveniente con los humanos, ya estaban a pocos días de poder pisar la tierra de los mágicos y Katerine estaba nerviosa, todo sobre el viaje la estresaba, pero los Vigilantes no dejaban de asegurarle que todo estaría bien. Bien, pues Katerine no lo estaba, se sentía enferma, todo la hacía sentir enferma. Sobre todo cuando los humanos miraban en dirección a Ean, aun cubierto por una capucha y lentes oscuros lograba llamar la atención, su cuerpo, su forma de moverse, ese brillo que no se podía esconder aunque lo cubrieran con una manta. La afectaba, constantemente, tener que aguantar la respiración cuando los ojos de alguien se quedaban prendados en el fijamente. —Estás demasiado pálida, niña —le susurró Reneess. —Todo esto me pone muy nerviosa —admitió. La mujer abrazó a Katerine con delicadeza
Las estrellas parecían chispas sobre aquel manto de seda oscura, el barco rompía la armonía del agua que parecía tener sus propias estrellas, el viento cantaba en sus oídos haciendo mucho más silenciosa la noche. Era innegablemente pacífico y hermoso.Estar allí, en ese preciso momento, hacía que Katerine se sintiera tranquila después de todo…lo que había pasado. Había sido horrible, tener que ver los rostros de los Vigilantes al encontrarla en el suelo intentando limpiar la sangre y la expresión de Ean. Reneess había mandado a sus nietos a buscar a algún curandero, cualquiera que se encontrara en el barco mientras que ella ayudaba a Katerine en todo lo que le fuera posible.—¿Por qué no nos lo dijiste? —fue lo primero que le preguntó en voz baja.Con voz temblorosa Katerine le había respondido: —No lo s&ea
Las personas en el barco habían dejado de ser ordinarias, al pasar esa barrera que separaba las dos tierras, todo se había bañado de color y formas. Katerine estaba impresionada, había personas de pieles rosadas y tan blancas y lisas que parecía porcelana. Tenían orejas alargadas, pequeñas, grandes y puntiagudas. Había una variedad incontable de colmillos, garras y ojos.Tanto había tanto y aun así, ninguno le pareció tan hermoso como lo era su hombre de hielo, que aun entre ese mar singular de imposibles, él parecía resaltar como una estrella en la oscuridad.No podía negar que estaba fascinada, eran extraordinarios, hermosos, algo mucho más que eso.Etua.Ean también se encontraba en el mismo estado que ella, los observaba a todos con extrañeza y nerviosismo, podía sentir la magia y el poder, pero nada borraba la admiraci&
Escondido en la montaña jugaba Ean, dibujaba en las paredes cualquier forma que se le ocurriera, no tenía mucho que hacer allí, Fría le daba todo, la sentía en cada parte de él, como si solo fuera un contenedor. A veces bajaba al bosque, solo para asegurarse de que todo estuviera bien, o al menos así se engañaba. La verdad era que disfrutaba sentir esas otras energías extrañas y ajenas a su realidad.Soñaba con ir más allá de sus montañas escarchadas, soñaba con la mujer morena que lo esperaba constantemente en la cabaña. Tenía tantos sueños que antes no habían perturbado su cabeza.Todo había comenzado con la hembra que irrumpió en el bosque esa noche. Su olor lo había atraído y cuando pudo verla se quedó pasmado. Era tan distinta a los humanos que había visto. Su piel oscura, su cabello tan salv
Fue en un día de invierno con el que soñé,Impoluto e indómito era lo que me rodeaba,Era hermoso, tan hermoso,Y sus ojos estaban allíGélidos e implacables Fue extraño para mí, que sin saber lo que era el invierno, Comprendí que podía quemar.—Lenimar T.¿Dónde está el maldito sol?, pensaba Katerine, sus dientes castañeaban. Tenía la piel endurecida por el frío malvado que estaba empeñado en sacudir sus huesos.Había llegado a ese lugar por pura casualidad, estaba rodeado de montañas, pero había una que sobresalía entre las demás, una que la hacía sentir la cosa más insignificante del planeta.“La Perla”, se pod
Katerine se sentía como un títere roto mientras refregaba el retrete totalmente embarrado de porquería en el baño de mujeres. Ni siquiera podía sentir asco, no lo hallaba en su interior, no después de dos años haciendo lo mismo. Lavar baños, pisos, mesas y ser maltratada por su desgraciado jefe Jackson Trenn, él creía que, porque ella era una extranjera, podía tratarla como se le viniera en gana y pagarle mucho menos que a los demás.«Regresa a tu pocilga si tanto te molesta estar aquí», solía decirle cuando ella intentaba quejarse. Una amenaza oculta. Katerine sabía que si abría la boca él no dudaría en botarla, no podía arriesgarse a eso, sabía que no encontraría un mejor lugar para ella.Los habitantes del pueblo con los que ella se había topado no la trataban como si fuera basura como lo hac&i
Cole Patterson era lo que siempre había considerado Katerine como “un chico guapo”. Tenía cabello negro y ojos azules, su piel era como la de todos los habitantes en La Perla, pálida. No era un chico del todo atlético pero tenía una capa de musculo bien distribuida en su cuerpo.Cuando miró a Katerine salir del restaurante sonrió.Oh, que la partiera un rayo si negaba haber suspirado por esa sonrisa.—¿Lista para perder la cordura?Con un movimiento dramático abrió la puerta del auto para ella.—Pensé que ya la había perdido —contestó ella caminando hacia él.—Siempre queda un poco para perder.Katerine pensó en ello, recordó esas tantas noches en las que perdía la cordura y se ahogaba. Cualquiera pensaría que ya no quedaba nada cuerdo en ella, pero Cole tenía