El silencio dentro del auto podía cortarse con un cuchillo. Marcos tenía la vista al frente y sus nudillos estaban blancos de la fuerza con la que estaba apretando el timón. Sam miraba a cualquier parte menos a él e iba tan tensa como la cuerda de un violín. Nana había cogido un taxi y llevaba todas las maletas. En el interior del coche solo se sentían los pequeños gorgojeos de Paula que miraba sus manitas como si le fuera la vida en ello. La furia caliente que a Marcos lo recorría como lava de un volcán se debía en gran parte a que cuando había intentado que su hija fuera a sus brazos, está había pegado un alarido que se había escuchado en todo el barrio. La respuesta de Sam había sido lógica pero eso no significaba que le gustara A la pequeña no le gustaban los extraños y su propio padre era un completo extraño para ella. Pero la culpa de eso era de Samantha. Que se hubiera perdido de unas cuantas primeras veces, incluso que se había perdido todo el embarazo. Pero la niña aún era p
Marcos nunca se imaginó vivir en un campo de batalla en los tiempos que corrían. Pero en eso se había convertido su casa en los últimos veinte días. Sam y él no podían estar en la misma habitación sin discutir. Su mujer ciertamente parecía una gata salvaje. Cada vez que él se acercaba, se engrifaba. La primera discusión o bueno la discusión continuada, había sido cuando vio donde iba a dormir. Le había gritado que con la cantidad de habitaciones que tenía ese apartamento, no iba a compartir su cama. Marcos no había cejado en su empeño y aunque cada uno dormía en su extremo, lo hacían juntos. Se había regocijado al tenerla a su lado aunque sus mentes estuvieran a años luz de distancia. Esa primera noche en que habían dormido juntos después de tanto tiempo, Marcos se había sentido en paz pero a la mañana siguiente habían vuelto a discutir. Todo llevaba a que se enfrentaran. Que si el biberón de la niña, que si la habitación, que si la ropa de Sam, que si empezaba a trabajar. Y así ll
Eran pasadas las seis de la tarde cuando Marcos entró en su apartamento. Paula estaba dormida en sus brazos con la cabecita apoyada en su hombro. Había sido una experiencia alucinante. Compartir con su pequeña era algo inigualable. Lo que menos se imaginó fue que nada más abrir la puerta lo recibieran gritos. — ¿Pero qué carajos, Marcos? ¿Cómo demonios te vas con mi hija y no eres capaz de avisarme? —Nuestra hija. Nuestra, que no se te olvide, gatica. — ¿Pero es qué estás loco? Y encima apaga el telefono. Pero que clase de padre eres tú. —Sam siguió gritando. Le quitó la niña de los brazos y hundió la nariz en su cuello. Marcos estaba empezando a ver rojo. Estaba harto de los gritos. Si algo lo detenía era ver que Sam estaba descontrolada. El gesto de abrazar a su hija con fuerza lo decía claro. Y los temblores de sus manos que no cesaron también eran una prueba. respir hondo. No quería retroceder lo poquísimo que había ganado. Sam se fue con la niña dejando a Marcos ya Nana solos
Caía una fina lluvia cuando Marcos se despertó. La claridad asomaba por las ventanas aunque el cielo se veía encapotado. Algo que le venía de maravillas. Sam no podía escapar de sus garras. La noche anterior había bebido un pequeño vaso con zumo y había seguido durmiendo como si nada, pero cuando cayera en cuenta de donde estaba y lo que Marcos había hecho, estaba seguro que volarían los calderos. La noche anterior había detenido el coche en un mercado que estaba abierto las veinticuatro horas y había llenado el maletero de provisiones. Iban a estar aislados pero no pasarían necesidad alguna. Marcos se dedicó a hacer un desayuno merecedor de un rey. Algo que fuera un detalle y que hiciera que los gritos de Sam fueran menos ásperos. Se perdió en los olores de los huevos revueltos con jamón y queso y en las tiras de bacon frito. Era una de esas personas que no era gente hasta que no se bebía una buena taza de café, por lo que mientras iba preparando todas esas delicias, había puesto la
—Está bien, Nana. —dijo Sam después de haber llamado a su niñera y que esta le confirmara todo lo que Marcos había dicho. —Sam —llamó Dorothea— ¿No piensas darle otra oportunidad? ¿Piensas ser infeliz el resto de tu vida? Ya le entregaste tu corazón a Marcos, recuperarlo no va a ser fácil. Y te mereces ser feliz, mi niña. ¡Ah! por cierto Paula la está pasando de maravilla. Sam sonrió antes de colgar. Le había costado encontrar una dichosa rayita de cobertura pero lo había logrado. En ese momento la necesidad imperaba. Y había estado tan atenta a las palabras de Nana ya sus propios pensamientos, que no había preguntado por su hija. Sabía que en mejores manos Paula no podía estar pero, se había olvidado completamente. Y a pesar de esas últimas preguntas se encontró como al principio. Decidió darse cuenta de una ducha de agua caliente para relajar la tensión de sus hombros. Marcos no había llevado nada de su ropa, pero había encontrado en una giveta unos bóxer negro y una camiseta qu
Se pasaron otro día más en la cabaña. La lluvia no los había dejado salir a recorrer los alrededores y se dedicaron a hablar y explorarse mutuamente. Marcos estaba acariciando a Sam después de una sesión intensa cuando le preguntó:— ¿Cuándo te enteraste que estabas embarazada? Debió ser un shock. Sam se giró y se puso encima de su pecho. —Unos días antes de saber que me habías engañado. Ese mismo día pensaba darte la sorpresa. La sorpresa me la llevé yo. Marcos buscó en su rostro recriminación y no la encontró. Todavía estaba sorprendido de que ese viaje hubiera dado resultado. Y tener a su esposa así, era algo que le llenaba el corazón de júbilo. —Lo siento. La vida entera no me bastará para pedirte perdón. —Ya te perdoné, Marcos. Olvida eso. No podemos disfrutar del presente si vivimos anclados al pasado. Pero no más secretos. No más engaños. No creo que mi corazón pueda sobrevivir si me traicionas de nuevo. Marcos asintió y le dio un delicado beso a su esposa. No podía dej
Había pasado un mes desde el desafortunado incidente. Pero había sido certero. Las insinuaciones se habían acabado. De cierta forma a Sam le daba lástima la pobre chica. Cada vez que la veía, la rehuía como si tuviera la peste. Estaba segura que todas las mujeres que habían pasado por la cama de su marido se quedaban medio enamoradas de él. El sex appeal que poseía Marcos las atraía como moscas a la miel.—Señora Lockheart, su padre requiere su presencia en su despacho de forma inmediata —le confirmó Carol cuando Sam descolgó el teléfono. —Gina voy a ver a papá —le dijo a su amiga cuando salió por la puerta de su oficina— ¿Estás bien? ¿Te noto pálida?—No. No estoy bien. Este niño me tiene con unos ardores de estómago increíbles. Pero no te preocupes, se me pasará. Drew dice que es normal. Ya habló con un colega y me recetaron algo. Pero me temo que hasta que no avance el embarazo, no me encontraré mejor.—No me has dicho que quieres ¿Chica o chico? —He experimentado con ambos. Con T
El primer añito de Paula llegó. La mansión Montenegro se llenó de globos verdes, blancos y dorados. Las guirnaldas colgaban de cada árbol y rincón y el área de la piscina se convirtió en toda una fiesta. Cuando Sam llegó con su hija en brazos pestañeó varias veces. Sus padres habían tirado la casa por la ventana. Ciertamente tuvo a la niña encima muy poco tiempo, Paula fue pasada de manos en manos. Pero la niña con esos ricitos rubios, sus ojitos azules y vestida con un vestido verde claro lleno de lazos, parecía un caramelito. Marcos había babeado cuando la había visto. Paula Lockheart Montenegro tenía a su padre, a sus tíos, a su abuelo y a todos los hombres a su alrededor comiendo de su mano. Y eso que solo tenía un año. Cuando fuera adolescente acatarían sus órdenes con solo chasquear los dedos. El pastel daba lástima que se lo comieran pero, nadie se negó a un pedazo. Esa bonita cesta llena de flores y tiernos colores estaba deliciosa. Cada momento quedó fotografiado. Sam sab