Bueno, llegamos al final. Espero que les haya gustado tanto leerla como a mí me gustó escribirla. Espero que el amor de Sam y Marcos los haya tenido al borde de la silla muchas veces.
Gracias. Gracias a tod@s aquell@s que me siguieron. Gracias a aquell@s que incluso vivieron a instalar la app de buenovela para poder leer esta historia. Gracias a aquell@s que iniciaron este viaje conmigo en esta app y continuaron conmigo hasta el final. No tengo palabras.No se si saben pero esta novela está participando en un concurso. Entonces pensarán ¿y qué? ¿Qué puedo hacer yo? Pues si pueden hacer mucho. Pueden recomendarla y dejar una reseña pequeña o grande afuera. Voy a escribirle una historia a Amber. Se me ocurrió mientras escribía esta. No será ninguna continuación de esta pero volverán a ver al guapetón y a la gatica. Pero no será por ahora.Mientras tanto les queda Un Rey a tu servicio para que lean y opinen. Les recuerdo que tengo un grupito en el face para tod@ aquel que quiera unirse. Se llama Mi amor por la lectura (YTM). Hasta pronto mi gente. Bendiciones. YilyTM"Novela bajo el código 2209021915715 de Safecreative. Todos los derechos reservados. Queda completamente prohibido la distribución, plagio o copia de esta historia sin contar con el consentimiento del autor" Conocí a Samantha durante toda su vida. La vi pasar de niña a joven y de joven a mujer. Una mujer bellísima. Cuando entré a trabajar en Montenegro Co. esa rubia de coletas y unos ojos preciosos pero singulares, tendría unos doce años. Mi venganza empezó desde abajo, como un simple obrero. Mi hermano y yo nos prometimos que íbamos a destruir a la familia que había mandado a la muerte a nuestro padre. Estudiamos, adquirimos conocimientos, trabajamos hasta el último aliento, hasta que nos convertimos en los mejores especialistas de la industria transportista de los Estados Unidos. Me olvidé de Samantha cuando me convertí en un ejecutivo que empezaba a tener éxito y a aprendí a ser un tiburón en los negocios. Mi enfoque estaba en llegar alto y destruir una empresa que había sumido
Marcos llegó más temprano a la empresa de lo que estaba acostumbrado. Su perfil presentaba una expresión demasiado seria. Sin embargo su cuerpo de dios griego, sus bellos ojos azules y su sedoso cabello negro en conjunto con el uno con ochenta y cinco de su estatura, hacia que las miradas de ambos sexos se giraran a su paso. Todos los hombres querían ser como él. El segundo al mando de la mejor empresa transportista del mundo. La más segura. La más confiable. La que mayor cantidad de beneficios aportaba a sus bolsillos ya los bolsillos de los accionistas. No importaba el transporte que fuera, avión, barco o autobuses, Montenegro Co. era el número uno en ranking y según estudios estadísticos. Todas las mujeres querían un encuentro amoroso con ese bombón. Pues si su aspecto y el poder que ostentaba no hubo motivo exclusivo y razón más que suficiente, las malas lenguas y las buenas también, decían que era un animal en la cama. Que sabía cómo quitarle la ropa a una mujer, solo con una
—Será para el próximo corazón. No tengo idilios cuando estoy trabajando —dijo Marcos encendido una leve caricia. Ante el jadeo que salió de esos labios, se apartó rápidamente. La tentación era demasiado grande. Y antes de sucumbir y romper la regla número uno que tenía en su área laboral se encaminó hacia los pasillos de presidencia. —Aunque te puedo ver esta noche y hacerte gozar. —le dijo suavemente en el oído cuando volvió sobre sus pasos, de tal forma que solo ella pudiera escucharlo. Samantha no sabía que se había creído la gente en Estados Unidos pues en Inglaterra trataron con algo más de seriedad a los desconocidos. Era cierto que el tipo estaba como un queso pero ella tenia reglas tambien. Y los maleducados y groseros no entran en su lista. A ella le gustaron las conquistas de los tiempos de antes. Esos en los que regalabas flores antes de meterse en la cama de alguien. Ella no era ninguna facilona. Había tenido un solo novio serio en sus veinticuatro años de vida aunque li
—No me jodas papá. Es una broma ¿no? —El fulgor en las palabras de Alejandra hicieron que Samantha sonriera. Su hermana era una persona de naturaleza completamente pasiva, verla alterada a tal punto eran cosas que ocurrían en contadas ocasiones.—Niña, esa boca. Tu madre y yo no te enseñamos eso.—Ojalá tú fueras quien los hubiera educado a ellos. No sabía que la mejor empresa transportista del país se dedicara a alojar patanes.—Y manos largas. —Samantha se sumió a la conversación entre su padre y su hermana. Increíblemente esos dos guaperas las miraban con una sonrisilla de suficiencia. Es que había que tener descaro fue lo que vino a su mente cuando el tal Marcos la volvió a recorrer con la mirada. Nunca se había arrepentido de usar minifalda. Nunca. Hasta ese momento. Ese tipo la estaba calentando. Y mucho. Era hora de echarle agua fría al cuerpo.— ¿Miras algo, imbécil? —Samantha vio con satisfacción como el moreno perdía la sonrisa y la habitación se sumía en un profundo y tenso
— ¿Cuáles son tus pensamientos Marcos? Conozco esa mirada, ¿qué ronda por tu mente? —fueron las palabras de Benjamín en cuanto salieron del despacho de Eduardo y se encontraban frente a una taza de café en su propia oficina.—Lo sabes perfectamente. Estás preguntando cosas obvias. Estoy iniciando los planes que nos trajeron a esta empresa en primer lugar. Eduardo no tendrá nada escondido debajo del tapate pero te puedo asegurar que sus hijas, sí. Nadie llega tan lejos siendo tan joven. Voy a hacerle a esa consentida lo mismo que le hicieron a mamá. Voy a destruirla pero primero voy a hacer que se enamore perdidamente de mí.— ¿De cuál de las dos consentidas estás hablando? porque sería el colmo que ambos conquistáramos a la misma. —expresó Benjamín socarrón.—No te equivoques, Ben. Te puedes quedar con Alejandra, por lo que vi, disfrutaste tocándola. Pero Samantha. Samantha es mía. Quiero dominar ese fuego.—Te noto interesado hermano. Y nunca había visto ningún interés de tu parte ha
Marcos no podía desviar la mirada del cuerpo y la cara de Samantha. Ese vestido de terciopelo rojo, que se pegaba a cada una de sus curvas y le marcaba la figura como si fuera una segunda piel, la hacía parecer que una diosa del Olimpo había descendido a la Tierra. Si al paquete completo incluías unos ojos preciosos pero extrañamente inusuales y con un brillo muy parecido a la furia, estaba perdido. Su pantalón empezaba a sentirse demasiado apretado en algunas zonas y la corbata le oprimía el cuello. Definitivamente a su cuerpo le sobraba ropa y al de esa rubia, también. Nunca había tenido tantos deseos de desenvolver un regalo. Se sentía como un niño antes de la mañana de Navidad, totalmente ansioso y desesperado. Definitivamente su cuerpo estaba demasiado descontrolado. Era hora de llamar a alguna de las cientos de chicas que tenía en su agenda telefónica, porque por más deseos que tuviera de enterrarse en ese cuerpo de ninfa hasta decir basta, había pautas que seguir. Algo le d
Eran cerca de las nueve y media de la noche y Marcos y Benjamín no habían podido marcharse a su casa porque las finas gotas de lluvia se habían convertido en un aguacero torrencial. Y Patricia la esposa de Eduardo les comunicó que les prepararía su habitación de siempre. Que no tenían necesidad ninguna de marcharse cuando las carreteras estaban así de mojadas y casi no se veía lo que tenía en frente. Ante las palabras de Patricia, Eduardo había afirmado ardientemente y Marcos quiso negarse alegando que tenía un compromiso urgente en la mañana pero la expresión contrariada de Samantha lo hizo recapacitar. Él había iniciado el juego, era hora de poner las reglas. Solo le había dirigido una sonrisilla de suficiencia a la encantadora rubia quien había hecho un puchero como si fuera una niña pequeña. Media hora después Marcos tenía que reconocer que estaba loquito por probar esos labios, Sam no dejaba de morderlos pues estaba concentrada en el juego de ajedrez que estaba teniendo con s
Samantha se levantó de la cama algo cansada y adolorida, Alejandra tenía la mala costumbre de enroscarse como si fuera una serpiente. Y a pesar de tantas las noches que habían dormido juntas, Sam no acababa de acostumbrarse a los abrazos faltos de oxígeno que daba su hermana cuando estaba inconsciente. Esa noche a parte de los brazos de pulpo se habían incluido las piernas, tal parecía que era el almohadón particular de Ale y no una persona. Pero Samantha también sabía que era dormida donde a su hermana le venían los recuerdos. Recuerdos que habían comenzado con un matrimonio lleno de felicidad y dicha y habían acabado con ella con la mandíbula rota y Alejandra inconsciente durante dos semanas y llena de golpes y magulladuras. A Sam le recorrió un escalofrío cuando a su mente vinieron las imágenes tan nítidas de su hermana en un charco de sangre en el salón de su casa y casi sin respiración. Ese día tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su voz saliera cuando había llamado a u