— ¿Cuáles son tus pensamientos Marcos? Conozco esa mirada, ¿qué ronda por tu mente? —fueron las palabras de Benjamín en cuanto salieron del despacho de Eduardo y se encontraban frente a una taza de café en su propia oficina.
—Lo sabes perfectamente. Estás preguntando cosas obvias. Estoy iniciando los planes que nos trajeron a esta empresa en primer lugar. Eduardo no tendrá nada escondido debajo del tapate pero te puedo asegurar que sus hijas, sí. Nadie llega tan lejos siendo tan joven. Voy a hacerle a esa consentida lo mismo que le hicieron a mamá. Voy a destruirla pero primero voy a hacer que se enamore perdidamente de mí.— ¿De cuál de las dos consentidas estás hablando? porque sería el colmo que ambos conquistáramos a la misma. —expresó Benjamín socarrón.—No te equivoques, Ben. Te puedes quedar con Alejandra, por lo que vi, disfrutaste tocándola. Pero Samantha. Samantha es mía. Quiero dominar ese fuego.—Te noto interesado hermano. Y nunca había visto ningún interés de tu parte hacia cualquier mujer. Me tienes con la mosca detrás de la oreja.—Que es un cañón, no voy a negártelo. No la conozco para decirte más. El envoltorio resulta bastante agradable a la vista. Lo que sé de su carácter es a través de las palabras de Eduardo y no me llama la atención. Hasta cierto punto lo considero mezquino. Nunca me atrevería a llevarte conmigo al otro lado del océano, alejándote de mamá, sobre todo después de un momento doloroso. Samantha destruyó a su familia y yo voy a destruirla a ella. Pero primero voy a saciarme. Voy a quitarme las ganas. Esa mujer va a terminar en mi cama.—Debajo o arriba. —dijo Benjamín subiendo y bajando las cejas.—En cualquier posición. Voy a lograr que se arrastre. Y cuando lo haga, le daré la estocada final. Eso te lo juro. ******* Cuando Eduardo llegó a su casa una figura que apenas llegaba al metro salió corriendo del jardín, gritando entusiasmado “Abuelo, Abuelo”. Solo le dio tiempo poner una rodilla en el suelo antes de que Thomas, su único nieto se lanzara a sus brazos con la fuerza de un tsunami. Hacía casi un año que no lo veía en persona. Ciertamente esos momentos detrás de la pantalla de un teléfono no eran suficientes y no lo llenaban como esos bracitos que se apretaban alrededor de su cuello.—Tom —dijo la voz de la menor de sus hijas desde atrás —.Sabes que el juego de las escondidas consiste en ocultarse, no en estar a la vista para que te descubran.—Pero tía, el Abuelo llegó y mami un día me dijio…—Dijo. —rectificaron Samantha y su padre a la misma vez.—Me dijo —continuó el niño de forma alegre—, que siempre debía darle un abrazo y hace muchos, muchos días que no lo veía.—En eso tiene razón tu madre —contestó Eduardo— .Siempre me debes dar un abrazo. —Esas palabras bastaron para que su nieto volviera a enrollar sus brazos en su cuello y lo abrazara con fuerza.—Llegaste temprano papá. Las tres y media de la tarde es una hora inaudita para tenerte en casa, oh Gran Señor de los Martillos. Una carcajada salió de los labios de Eduardo cuando reconoció esa frase. Hace tiempo su hija le había preguntado si él tenía super poderes como los héroes de la tele. Le había contestado que si le daban un martillo podía hacer que apareciera un camión o un avión. En ese entonces Samantha que tenía seis años de edad le había dado una mirada llena de orgullo y Eduardo se había sentido de verdad como un superhéroe.—Ve a jugar, Tom. Después vamos a armar los castillos —Eduardo esperó que su nieto siguiera en sus cosas para expresar— .Hace mucho que no tenía a mi familia junta. Hace mucho que no tenía la esperanza de tenerlas aquí sin el encogimiento en el corazón de que a los quince días iba a perderlas de vista —respondió Eduardo con la voz apretada y cargada de emoción— .A partir de hoy pienso vivirlo muchísimo mejor.—Lamento mucho que te sintieras así papá, lo lamento en el alma, pero ya estamos aquí, era hora de dejar Inglaterra atrás.— ¿Cómo te encuentras, Sam? Y no me mientas, dime la verdad. Samantha sabía perfectamente que su padre no le estaba preguntando por el cansancio de su cuerpo sino por los tormentos de su corazón. Después de suspirar profundamente le respondió:—Estoy bien, papi. Llegué ayer, todavía no siento apretazón en el pecho. Me preguntas de nuevo cuando pase un mes, hasta ahora no siento nada raro. No he tenido que volver a medicarme. Hace casi dos años que estoy mejor. —terminó Samantha dándole un abrazo a su padre, igual que su sobrino lo había hecho minutos antes. Ese señor con aire aristocrático pero con las manos llenas de callos y llagas del trabajo duro era uno de los pilares fundamentales de su vida. Una de las personas que más amaba y por quien daría su propia vida sin cuestionar, aunque sabía perfectamente que le había hecho mucho daño cuando se había alejado de él tantos años atrás y había hecho una vida al otro lado del mar, pero en aquella ocasión las heridas, tanto físicas como emocionales habían desgastado la fuerza de su espíritu. Sin embargo ya era hora de enfrentar sus demonios, de cortar de raíz los tentáculos de esas horrendas criaturas que le habían hecho tanto daño a ella y a su familia. Era momento de vivir el presente y que el pasado quedara en el olvido. Era el tiempo de regresar al lugar que un día fue su hogar pero que también constituyó su propio calvario personal. Cuando Samantha quitó los brazos del cuello de su padre, los ojos de ambos estaban surcados de plata, tal parecía que su padre le había leído el pensamiento. Y no fue algo que la sorprendió. Su progenitor tenía la desquiciante costumbre de saber su estado de ánimo tan solo con una mirada o con escuchar su voz. Siempre habían conectado tan bien que hacían un tándem perfecto.—Venga papá, dejemos las ñoñerías, estamos muy viejos para llorar por todo como si fuéramos críos.—Yo podré estar hecho un viejo cáncamo, pero tú, princesa. Eso jamás de los jamases. —dijo Eduardo dándole un beso en la frente a Sam, colocando su brazo alrededor de los hombros de su hija e iniciando el camino hacia la puerta de la mansión, donde los esperaba un Thomas muy impaciente— ¿Qué me preparaste?—Tu comida favorita. Recuerda que Nana es mejor cocinera que mamá y que todas las empleadas que han pasado por esta casa, todavía no sé cómo estás tan fuerte y bonachón, pensé seriamente que perderías varias libritas. La carcajada de su padre hizo que Sam se anotara un punto mentalmente, eso fue siempre una de las cosas que más extrañó, esa sonrisa que calentaba el alma y le daba fuerzas a sus huesos. En ese instante se prometió hacer que ese ser que le había dado tanto dejara de tener amaneceres grises. Horas después cuando Samantha estaba arreglándose para la pequeña fiesta que habían planeado, un alegre Thomas entró corriendo y sin llamar dentro de su cuarto. El pequeño grito que salió de sus labios pues estaba en ropa interior fue acallado por la timidez de su sobrino. Para que taparse cuando al hombre que tenía ante ella le faltaba mucho para alcanzar la madurez y saber la diferencia entre los bikinis y la ropa íntima.— ¿Vas a la playa tía? —fue la pregunta que salió de esos pequeños labios mientras que sus ojos curiosos vagaban por toda la habitación.—No, cielo. Esta es la ropa que usan las mujeres para sentirse más hermosas.—No entiendo. Entonces porque se ponen más ropa encima. A ti no te hacen falta tía, eres muy guapa. Tienes los ojos del mismo color de la miel. Samantha no pudo evitar que a sus labios asomara una pequeña sonrisa. Ciertamente para los niños no había ningún filtro. Eran así por naturaleza.—Gracias, tesoro. No obstante, cuando seas mayor entenderás, lo de sentirse guapas. Sobre todo cuando tengas novia, y por el camino que vas, serás todo un galanazo y espero que por los corazones de todas las mujeres, seas todo un caballero. Ahora dime que sucede.—Vinieron dos hombres que no conozco. Y se empezaron a reír y hablar con el abuelo y le trajeron una botella de vino grandísimo. Mamá siempre me ha dicho que beber es un mal vicio.—No siempre. Hay ocasiones en que una copita no hace daño pero tú —le dijo tocando su nariz con la punta del dedo—, no lo probarás hasta los 18 por lo menos eh. Queda claro, guapetón.—Súbeme el cierre anda —expresó inclinándose y colocándose a la altura del mini hombre que tenía en su cuarto— .Vamos, que Nana nos dejará sin cena. Y más con invitados tan tragones. La carcajada de su sobrino le hizo ver que había perdido parte de su timidez, era algo que había desarrollado en los últimos nueve meses. Antes era un niño de lo más vivaracho, pero debido a una serie de infortunios eventos, a Thomas le costaba hablar con los extraños. Sam esperaba que con el tiempo volviera a ser el mismo de siempre. Mientras ambos bajaban de la mano por la colosal escalera Samantha iba preguntándose quienes serían los invitados cuando esa era una celebración familiar. Las carcajadas de sus padres se escuchaban, mientras más iban acercándose al comedor y una voz que le resultó conocida pero que era amortiguada por el grosor de las puertas.—Prepárame una copa de ese vino tan grande que me mencionó Tom, papá. Me hace falta. —fueron las palabras de Samantha antes de entrar a la espaciosa habitación y quedarse estática ante las diferentes expresiones que había en ese lugar. Su hermana totalmente callada, sus padres demasiado felices y unos ojos azules eléctricos que se la comían con la mirada. Fueron de esos ojos de los que se quedó prendada como si solo estuvieran ellos dos. Él.Marcos Lockheart.El hombre que le dijo que tendrían una noche épica.Marcos no podía desviar la mirada del cuerpo y la cara de Samantha. Ese vestido de terciopelo rojo, que se pegaba a cada una de sus curvas y le marcaba la figura como si fuera una segunda piel, la hacía parecer que una diosa del Olimpo había descendido a la Tierra. Si al paquete completo incluías unos ojos preciosos pero extrañamente inusuales y con un brillo muy parecido a la furia, estaba perdido. Su pantalón empezaba a sentirse demasiado apretado en algunas zonas y la corbata le oprimía el cuello. Definitivamente a su cuerpo le sobraba ropa y al de esa rubia, también. Nunca había tenido tantos deseos de desenvolver un regalo. Se sentía como un niño antes de la mañana de Navidad, totalmente ansioso y desesperado. Definitivamente su cuerpo estaba demasiado descontrolado. Era hora de llamar a alguna de las cientos de chicas que tenía en su agenda telefónica, porque por más deseos que tuviera de enterrarse en ese cuerpo de ninfa hasta decir basta, había pautas que seguir. Algo le d
Eran cerca de las nueve y media de la noche y Marcos y Benjamín no habían podido marcharse a su casa porque las finas gotas de lluvia se habían convertido en un aguacero torrencial. Y Patricia la esposa de Eduardo les comunicó que les prepararía su habitación de siempre. Que no tenían necesidad ninguna de marcharse cuando las carreteras estaban así de mojadas y casi no se veía lo que tenía en frente. Ante las palabras de Patricia, Eduardo había afirmado ardientemente y Marcos quiso negarse alegando que tenía un compromiso urgente en la mañana pero la expresión contrariada de Samantha lo hizo recapacitar. Él había iniciado el juego, era hora de poner las reglas. Solo le había dirigido una sonrisilla de suficiencia a la encantadora rubia quien había hecho un puchero como si fuera una niña pequeña. Media hora después Marcos tenía que reconocer que estaba loquito por probar esos labios, Sam no dejaba de morderlos pues estaba concentrada en el juego de ajedrez que estaba teniendo con s
Samantha se levantó de la cama algo cansada y adolorida, Alejandra tenía la mala costumbre de enroscarse como si fuera una serpiente. Y a pesar de tantas las noches que habían dormido juntas, Sam no acababa de acostumbrarse a los abrazos faltos de oxígeno que daba su hermana cuando estaba inconsciente. Esa noche a parte de los brazos de pulpo se habían incluido las piernas, tal parecía que era el almohadón particular de Ale y no una persona. Pero Samantha también sabía que era dormida donde a su hermana le venían los recuerdos. Recuerdos que habían comenzado con un matrimonio lleno de felicidad y dicha y habían acabado con ella con la mandíbula rota y Alejandra inconsciente durante dos semanas y llena de golpes y magulladuras. A Sam le recorrió un escalofrío cuando a su mente vinieron las imágenes tan nítidas de su hermana en un charco de sangre en el salón de su casa y casi sin respiración. Ese día tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su voz saliera cuando había llamado a u
Cuando Marcos se unió a Samantha en el comedor un rato después Benjamín estaba también y por lo que podía vislumbrar los ojos color miel de Sam brillaban. Señal fidedigna de que su hermano pequeño había hecho otra de las suyas. Cuando había que ser serio lo era pero bromear era algo que iba ligado a su genética. —Todavía me duele el pisotón, rubia. Te esmeraste bastante. —fueron las palabras de Benjamín cuando Marcos se sentó a su lado en la mesa.—Te lo merecías por sobón. Un pequeño consejito Ben, puedo llamarte Ben cierto —Samantha esperó que confirmara para continuar—, mi hermana es algo cuadriculada en muchos aspectos. Si pretendes conquistarla, vas por mal camino. Y si tu interés es sólo para un revolcón, déjalo ya, porque si no, te voy a dejar sin dientes. Mi hermana ha sufrido mucho para que ahora un pelele venga a lastimarla. Sin ofender. Sam vio como la mirada azul de ese hombre tan guapo pero tan parecido a su hermano perdía un poco de brillo ante la veracidad de sus pa
Ese había sido un fin de semana diferente. Uno como hacía tiempo Samantha no vivía. Y nada tenía que ver con los nuevos integrantes que las acompañaron durante otro día más, o bueno, casi. Estar rodeada de su familia era algo que necesitaba. No se había dado cuenta, cuanto falta le hacía estar entre los suyos. Ver las sonrisas en las caras de sus padres por todas las preguntas y bromas que Thomas decía, era algo que hacía que su corazón creciera. No se había percatado, de cuanto anhelaba la compañía de esas personas que la amaban tanto sin tener encima la sombra de que se iba a marchar a los quince días. Inglaterra le había dado muchas cosas buenas, pero sin dudar, su hogar siempre estuvo en Estados Unidos. No se arrepentía de haberse marchado. Había aprendido desde pequeña, que de nada valía lamentar las decisiones que uno tomaba en determinado momento, cuando en ese momento resultaron útiles. El país que la vio convertirse en mujer había quedado atrás y Sam esperaba que esa vez
Esas palabras fueron suficientes para que Samantha mirara a su alrededor y comprobara efectivamente, que estaban solos en esa caja metálica. Y aunque sabía que solo tendrían escasos segundos antes de que las puertas cedieran al impulso de abrirse, un escalofrío recorrió su espina dorsal. Un escalofrió que no tenía nada que ver con el aire acondicionado y sí mucho con estar frente a ese espécimen.“Por Dios, era casi imposible que ese hombre tuviera tanta perfección” fueron los pensamientos de Sam mientras sus ojos se volvieron a cruzar con la mirada devoradora de Marcos. Al parecer ella no era la única hambrienta y no precisamente de comida.El “Ay joder” que salió de Marcos ante el pellizco que Sam le dio en el interior de su brazo izquierdo, mientras se pensaba que lo iba a abrazar, fue suficiente para que las manos que estaban tan cómodamente posicionadas en sus nalgas se aflojaran para después soltarse.—Cuidado tus manitos lo que agarran, cariño. Hay cosas que solo se pueden adm
Marcos caminaba con la mente en otra parte. Ese beso que le había dado a Samantha, no entraba en los planes. Pero un genio primario invadió sus sentidos cuando vio la sangre que esa mujer le había hecho con las uñas y la sonrisa descarada que le había dado. Era cierto, que ese abuso estaba justificado. En ese momento, como nunca antes, entendió lo que sintió Benjamín cuando se había lanzado por Alejandra en el aeropuerto. Si ambas hermanas compartían además del color del cabello, las curvas del cuerpo, ellos estaban perdidos, pues sus manos no podrían evitar tocarlas. Cuando la había besado, con grandes ganas de castigarla no esperaba que ese cuerpo se amoldara al suyo como si perteneciera a ese lugar. El beso había cambiado porque él no era ningún abusón. Pero no pudo evitar pellizcar esos labios tan apetitosos. No había mentido en lo que había dicho. Le devolvería todo lo que le diera. Y lo haría con creces. Sobre todo ahora que le había encantado lo que había probado. No estaba
— ¿Está bien? —preguntó la voz del teléfono—, se golpeó con la silla al caer.— ¿En la cabeza? ¿Se golpeó en la cabeza? —No lo sé. No vi bien la dirección, pero creo que fue en el hombro ¿Quién eres?—Marcos Lockheart. Un placer.—El patán, cierto —La chica detrás de la pantalla esperó que Marcos asintiera para continuar— .Lamentablemente no puedo decir lo mismo, guapo. El estado en que está mi mejor amiga, en parte es culpa tuya. Soy Gina. Pero para ti, Georgina por el resto de tu vida. Marcos se guardó una sonrisa, mientras esa pelirroja espectacular de increíbles ojos verdes, lo miraba como si quisiera descuartizarlo y tirar sus cenizas al viento para que nunca más fuera recordado. Solo habían pasado algunos segundos pero cuando volvió la mirada a la mujer inconsciente que estaba a su lado su corazón dio un vuelco.— ¿Qué haces? —Volvió a preguntar Gina mientras veía como el tal Marcos buscaba en su teléfono mientras no le quitaba la vista de encima a su amiga.—Llamar a un amig