Marcos abrazó fuertemente a su hija al escuchar la palabra que había dicho Alejandra. No podía creer que la persona causante de tantas desdichas en la familia Montenegro estuviera frente a ellos. Si tuviera otro brazo escondería a su mujer de la mirada de esa arpía. Pues aunque con esa cara ya conocería a su gatica dentro de unos años, la maldad que mostraban esos rasgos estaba muy lejos del amor y la ternura que vislumbraba en el rostro de su esposa día tras día. Sam no atinaba a nada. Estaba paralizada. Ya le preguntaría a su hermana como carajos recordaba a esa mujer. Ella nunca había tenido interés en conocer a su verdadera madre. Para Samantha Montenegro su mamá se llamaba Patricia. Una mujer que la había enseñado a ser fuerte, a ser sincera, a ser fiel. Una mujer que con su inmenso amor y cariño desinteresado había logrado que cada uno de sus hijos olvidara la mala madre que tenían. Sobre todo Edward que era el más grande. Ni siquiera cuando se enteró a los diecisiete de que
Había pasado un mes desde que Marianne Willow había aparecido en la vida de los Montenegro. Todos estaban tensos esperando su próximo movimiento. Eduardo había hablado con sus hijas. Había una antigua cláusula de cuando fundaron la empresa. Una que le otorgaba un porciento de las acciones. Algo pequeño pero, que permitía que su voto decidiera. La boca de Sam había tocado el suelo. Alejandra estaba igual. Saber que semejante bruja podía decidir sobre el futuro de una empresa millonaria y sobre miles de empleados era algo que le quitaba el sueño a cualquiera. Habían tenido que hacer un esfuerzo conjunto para unir ideas. Pero Marianne no había vuelto a aparecer. Sam estaba leyendo unos contratos con los proveedores de los asientos de los autobuses cuando la mayor de sus pesadillas entró por la puerta. No tenía idea de como había accedido al edificio, pues le habían prohibido la entrada. Era cierto que “hierba mala nunca muere” fue su pensamiento cuando sus mismos ojos miraron en su di
—Encontré un vacío legal, Eduardo. —dijo uno de los abogados más antiguos de la compañía y casualmente un as en todo término legal. Lucas Smith también era uno de los mejores abogados del país. En sus cuarenta años de profesión, pocas habían sido las veces que había perdido. Se caracterizaba por tener un carácter afable pero nadie querría interponerse en su camino cuando tenía mala leche. Era un turrón de azúcar, pero sabía defenderse como el mejor. Sam aplaudió como una niña al escuchar esas palabras. La arpía de su madre biológica ya los había sangrado lo suficiente. Antes de ella nacer vivía como toda una reina, Eduardo cumplió cada uno de sus caprichos y después de abandonar esa vida y dejar todo atrás, había convencido a Justin de poner todo el dinero que robaba a su nombre. Y no se le olvidó que había diez millones que nunca lograron recuperarse. Dinero suficiente para vivir con comodidades el resto de su miserable vida. Y aún así, era tan cara dura que se atrevía a regresar d
Habían pasado treinta y seis horas desde la desaparición de la pequeña. Samantha estaba sin uñas y con amplias ojeras. Nadie había tenido ninguna noticia. Ninguna cámara las había localizado. Gina había trabajado en vano y los hombres de Manuel a pesar de no haber cesado su búsqueda, no habían encontrado nada. En la mansión Montenegro los rostros de todos estaban menguados. El no tener noticias era casi tan desesperante como la desaparición en sí.—Venga, gatica. Acuéstate un rato —dijo Marcos mientras la abrazaba. Estaban sentados en el sofá y el resto de la familia en distintas posiciones. —No puedo, Marcos. Lo único que hago es dar vueltas en la cama. Todo esto me ha caído de golpe. La quiero de vuelta. Quiero a mi hija aquí conmigo. —expresó Sam mientras hundía el rostro en el hueco de su hombro y las lágrimas corrían por sus mejillas Las miradas alrededor se tornaron sombrías al contemplar el tan grande dolor que mostraba esa imagen. La estancia se sumió en un silencio aterrad
Había pasado un día sin noticias de la pequeña. Habían recorrido varios orfanatos de alrededor pero San Francisco era inmenso y Estados Unidos, aún más. Ya habían dado parte a la policía y los hombres de la Bestia no habían parado de investigar. Todos estaban trasnochados y la desesperación pintaba cada uno de sus rostros. Nadie había encontrado nada. Sam sentía una apretazón en el pecho y lo único que hacía era llorar. Marcos no estaba mejor. Samantha no quería aceptar la realidad. Jamás aceptaría que no volvería a tener en brazos a su chiquita. La vida no podía ser tan puñetera para causarle un dolor semejante nuevamente. Había querido engañar a su madre y la engañada había sido ella. No sabía como había confiado aunque fuera un pequeño porcentaje en alguien tan superfluo. Llevaba dos días sin dormir y las pesadillas que había tenido en el pasado habían regresado con fuerzas. Sus gritos despertaban a toda la casa y Marcos no sabía que hacer. — ¿Qué necesitas, Marcos? ¿Quieres un
Sam sabía que pasaría mucho tiempo para que el temor se le fuera del cuerpo. Quizás sería anciana y todavía llamaría a su hija o a las personas alrededor para saber si estaba bien. No podía estar mucho tiempo alejada de la niña y habían instalado un despacho en su casa con todos los equipos necesarios para trabajar. Fax, correos, videocámara y una computadora de última generación. Eso había sido un mes atrás. Pero según Andrew eso no era sano. Y estaba hablando como médico y no como su hermano. Ella necesitaba salir, distraerse. Hacer que poco a poco, ese amargo trago fuera cediendo. Así que para evitar preocupar a Marcos y a su familia les había hecho caso y había regresado a la empresa. Esa primera vez cuando entró estuvo bien por los primeros diez minutos, después le entró una ansiedad que la tenía al borde de un ataque de nervios. Tuvo que encerrarse en el baño de las mujeres para calmarse, aunque la solución de Marcos todavía hacía que se le colorearan las mejillas. No habían s
Sam despertó rodeada de paredes blancas. Un vistazo a su alrededor le mostró a su madre dormida en una silla con una mano en la cama, como si estuviera velándola incluso en sueños y una vía casi vacía conectada a su brazo. Se dio cuenta que tenía un yeso en el brazo contrario y que le dolían varias partes del cuerpo. Estaba segura aunque no podía verse que tenía unos cuantos moratones. Sin embargo la cabeza era lo que peor sentía. La tenía como si una brigada de construcción estuviera haciendo una obra. Le dolía tanto que tenía mareo. Se giró hacia un lado para vomitar, pues sabía que apenas podría dar un paso cuando Patricia abrió los ojos. La acarició suavemente en la espalda mientras Sam expulsaba la bilis que tenía en el estómago. Su madre se encargó de limpiar ese estropicio y buscó a un médico que le pusiera un medicamento para el dolor. Andrew entró junto a una mujer de unos cincuenta años de color caramelo. Sonrió cuando la vio consciente pero Sam no pudo devolverle el gest
Esa tarde Sam se la pasó al lado de Marcos. No paró de hablarle. De contarle todo lo que había hecho. Le dijo que Paula cada vez estaba más preciosa aunque no era objetiva al ser su madre. Le contó de como iban las cosas por la empresa y de la visita de adiós definitivo que le había hecho a su madre. En ningún momento soltó su mano. Y cuando las palabras fueron insuficientes debido a sus sollozos siguió acariciándolo. Brindándole su fuerza aunque se sentía exhausta. Demostrándole que estaba ahí y que ni siquiera las grandes fuerzas de la naturaleza la separarían de su lado. Se marchó al anochecer y solo porque Andrew la obligó. Sin embargo a la mañana siguiente estaba ahí a las nueve. Laura la relevaría por la tarde. Pues aunque Sam no quisiera separarse de la cama de su marido, tenía responsabilidades. Miles de familias dependían de sus decisiones. Paula dependía de ella. —Oye, guapetón estoy pensando en buscarme un amante. Alguien tiene que resolver mis necesidades y Paula nece